El Gobierno, la Iglesia y la sagrada opinión pública

Gabriel Catracchia

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El siglo XXI llegó con una verdad: las instituciones tienen hoy menos poder sobre las personas. Es difícil concebir que alguien pueda decirnos directamente qué pensar, qué decir y qué votar. Aunque esto no quita que siga habiendo una influencia indirecta de ciertas autoridades sobre las sociedades.

En el caso de la Iglesia Católica, acaso la institución más poderosa de la historia, los datos acompañan esta tendencia de despojo ciudadano de autoridad. Según un reciente sondeo de la consultora Latinobarómetro, si en 1995 los católicos representaban el 80% en América Latina, este porcentaje bajó al 59% en 2017. ¿Crisis de representatividad? ¿Libertad sin restricciones? ¿Hartazgo del doble discurso? ¿Más espiritualidad y menos adoctrinamiento?

Desde que Jorge Bergoglio llegó al Vaticano, la no relación Gobierno-Iglesia está latente en cada hecho e impresa en cada foto. En los últimos meses, esta tensión fue creciendo: el Papa visitó Chile, voló sobre suelo argentino, pero no pisó el país; Mauricio Macri abrió el debate sobre la despenalización del aborto; y días atrás, el jefe de gabinete, Marcos Peña, ante una pregunta en el Congreso, difundió lo que gasta el Estado en los sueldos de los obispos y, por ende, lo que nos cuesta a todos los argentinos mantener el culto católico.

¿Cómo impacta esta disputa en la opinión pública argentina? ¿Lo que empezó como una crisis puede convertirse en oportunidad?

Por el lado de la Iglesia, el vocero preferido de los medios por sus polémicas, monseñor Héctor Aguer, días después de que el Gobierno diera luz verde para debatir la despenalización del aborto, señaló: "El Presidente no sabe hacerse ni la señal de la cruz", y luego justificó los 46.800 pesos que cobran los obispos por parte del Estado, porque "las limosnas son miserables".

Por el lado del Gobierno, luego de intentos fallidos por recomponer una relación con el Vaticano, ahora parece sobrevolar un tira y afloje con más ganas de tirar que de aflojar. ¿Y si la pelea con la Santa Sede no es más que un signo de época? ¿Y si llegó la hora de que las agendas de gobierno condicionadas por la Iglesia queden atrás? ¿Será la política del siglo XXI la responsable de torcer la brújula moral que dominó a la sociedad en los últimos siglos?

El macrismo lo sabe: su núcleo duro electoral, cercano a sectores más conservadores, jamás dejaría de votarlo por abrir el debate sobre el aborto o enfrentarse al Vaticano. Entonces, se abre un interrogante: ¿Y si este enfrentamiento es una oportunidad para que se empiece a discutir la separación total entre Iglesia y Estado?

Es muy probable que esto no mueva el termómetro electoral. Pero, por lo pronto, el Gobierno puede encontrar una nueva estrategia para quitarse etiquetas de nacimiento que pesan. Eso, sumado a los proyectos anunciados que responden a reclamos sociales vinculados con el feminismo, desconcierta a sectores críticos al Gobierno y vacía una parte de su discurso.

El autor es asesor en comunicación política.