¿Qué significa la renuncia del primer ministro libanés para la Guerra Fría de Medio Oriente?

En vista de la Guerra Fría que se desarrolla en Medio Oriente, la hipótesis de una conspiración para asesinar a Hariri hijo se hace plausible, como así también la sospecha de que Irán estuvo involucrado

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Hace un año escribía que Líbano salía de su estancamiento político gracias a Hezbollah. Luego de dos años y medio de parálisis institucional, el país de los cedros puedo "normalizar" su situación con la asunción de Michel Aoun como presidente y la llegada de Saad Hariri como primer ministro. Hezbollah efectuó de bróker, como agente intermediario que facilitó la formación del nuevo gobierno. Ahora bien, un año más tarde, el 4 de noviembre se dio a conocer que Hariri renunciaba a su posición desde Arabia Saudita, refiriéndose a un supuesto complot orquestado por Hezbollah para acabar con su vida.

Por lo pronto, este acontecimiento está sumiendo a El Líbano en otra de sus tantas crisis nacionales, marcadas por fuertes contrastes sectarios entre cristianos, sunitas y chiitas. Dada la envergadura de la ocasión, es conveniente analizar el escenario, particularmente en función de las posibles consecuencias inmediatas en el marco regional. En este sentido, si uno se remite a las declaraciones de los propios funcionarios sauditas, Líbano le habría declarado la guerra a Riad. Son declaraciones sobrias que reflejan el grado de preocupación de Arabia Saudita con la penetración de Irán en su vecindario. No es secreto que Hariri es el protegido de los sauditas ni que Hezbollah responde a los intereses de Teherán.

De momento cabe destacar que el citado plan de asesinato tiene sentido. En 2005, el padre del ahora ex primer ministro, Rafic Hariri, resultó muerto en Beirut en una explosión que también se llevó la vida de otras 21 personas. El consenso entre los especialistas apunta a que los servicios sirios estuvieron detrás del asesinato, y que Bashar al-Assad no supo tolerar la intransigencia del patriarca del clan Hariri, un prominente magnate que tuvo el fatídico error de ser contestatario a la ocupación siria de Líbano. Aunque los asesinos de Hariri pretendían atemorizar a la oposición anti-Damasco, terminó ocurriendo lo contrario. El incidente desencadenó una ola de protestas que devino en la retirada de los contingentes sirios, luego de tres décadas de dominación. Por inducción, este y otros casos dan la pauta de que en Medio Oriente los asesinatos selectivos son la norma y no la excepción, especialmente al hablar del régimen baazista sirio. Padre e hijo (Hafez y Bashar) recurrieron históricamente a esta práctica para silenciar a detractores en el exterior, cómodos más allá del alcance de sus carceleros.

En vista de la Guerra Fría que se desarrolla en Medio Oriente, la hipótesis de una conspiración para asesinar a Hariri hijo se hace plausible, como así también la sospecha de que Irán estuvo involucrado, de modo que el miedo del empresario convertido en dirigente no es un cuento chino. Por otra parte, es evidente que existe un juego de poder de alto riesgo. Algunos analistas dan crédito a las sospechas que mantienen elementos cercanos a Hezbollah, y ponen en tela de juicio la honestidad del exiliado. Sugieren que es plausible que Arabia Saudita haya obligado a Hariri a renunciar para improvisar un casus belli contra Líbano, y así abrir otro frente para combatir la proyección regional de Irán. Pero sea cual sea la interpretación más adecuada, es posible que la verdad se encuentre en el medio.

En cualquier caso, Hariri probablemente no regresará a Líbano dentro del tiempo previsible. Más importante todavía, a partir de esta supuesta "declaración de guerra", Arabia Saudita es capaz de establecer una agenda para aislar diplomáticamente a Líbano, tal como lo hiciera meses atrás con Qatar. Para bien o para mal, está claro que, de aquí en adelante, Riad considerará a Beirut como cliente de Teherán. Esta caracterización no hará más que traerle problemas al país mediterráneo, sobre todo si se tienen en cuenta los crecientes problemas económicos de esta frágil democracia.

Por descontado, a diferencia de Qatar, Líbano no tiene vastos recursos energéticos para hacer frente al enojo saudita. En este aspecto, creo muy viable la posibilidad de que, a través del Consejo de Cooperación del Golfo (GCC, por sus siglas en inglés), Arabia Saudita enliste el apoyo de las petromonarquías aliadas (Bahréin y Emiratos Árabes Unidos) para imponer sanciones coercitivas. Dentro de este escenario, creo que lo más probable a corto plazo es que la coalición sunita sancione a figuras específicas dentro de las estructuras políticas libanesas, específicamente a colaboradores de Hezbollah. Egipto, por su parte, un firme aliado de la casa Saud, ha establecido que, aunque la influencia iraní en Líbano es nefaria, por ahora no considerará unirse a un régimen de sanciones. Sobre Estados Unidos, al momento de escribir estas líneas, Washington sólo se limitó a rescatar el papel positivo de Hariri en la guerra contra el terrorismo.

La situación en Líbano se entremezcla con las dinámicas geopolíticas de Medio Oriente. Más allá del presunto plan para asesinarlo, al parecer Hariri no pudo hacer política por sobre los intereses de Hezbollah. En este punto los analistas coinciden en que Líbano queda ahora en una posición comprometedora, inclinada hacia la influencia de Irán. Cabe tener presente que, desde el estallido de la guerra siria, Líbano se mantuvo dentro de todo neutral a la debacle. De alguna manera se daba por entendido que el país debía permanecer territorio neutro. Con base en esta consideración, al escribir mi columna del año pasado, me incliné a pensar que el presidente Aoun sería un jugador pragmático que traería cierto balance entre el bloque pro-iraní, pro-sirio (alianza 8 de marzo), y el bloque nacionalista, en sus antípodas (alianza 14 de marzo). En retrospectiva, tal vez fui demasiado optimista.

Según lo planteaba entonces, dado que Hezbollah forma parte del Gobierno, una guerra entre Israel y el grupo chiita pondría a muchos libaneses anti-Siria en un incómodo acercamiento con Irán, especialmente si Jerusalén responde a las agresiones con crudeza. Al caso, vale tener presente que Hezbollah busca perfilarse como una fuerza de defensa nacional que trasciende sectarismos, y lo hace resaltando sus logros, expulsando a los yihadistas sunitas (del Estado Islámico) de la frontera con Siria. Sin embargo, por lo dicho recién sobre Aoun, en noviembre de 2016 opinaba que Líbano se mantendría al margen del conflicto, manejándose con cierto grado de independencia.

Las circunstancias me fuerzan ahora a conceder que el análisis de George Chaya resultó más acertado. Para mi colega, El Líbano se convirtió en marioneta iraní un año atrás, en el preciso instante en que Aoun tomó investidura presidencial. No hizo falta una guerra con Israel, la cual no descarto a mediano y largo plazo. En todo caso, Líbano es ahora más vulnerable a la injerencia persa. Acaso evidencia de ello, el mes pasado Beirut designó el nombramiento de un embajador en Siria. Esto constituye un acto simbólico pero importante, por lo menos, si se tiene en cuenta que Líbano no enviaba representante para desasociarse del conflicto sirio. Por extensión, Siria es uno de los campos de batalla en donde se enfrentan los proxies de Irán y Arabia Saudita.

Así y todo, quedará por verse hasta qué punto la campaña saudita logra revertir la influencia iraní en Líbano. Otra cosa que queda por resolverse es la sucesión de Hariri. Teniendo en cuenta precedentes conflictivos, la estabilidad política del país podría verse gravemente afectada. Es decir, es plausible que la posición de primer ministro se mantenga vacante por varios meses, llevando a Líbano a otra parálisis institucional.