
La sal, identificada como la principal fuente de sodio en la alimentación, cumple funciones esenciales en el cuerpo humano. El sodio resulta indispensable para la transmisión de impulsos nerviosos, la contracción muscular y el mantenimiento del equilibrio de líquidos.
Si una persona deja de consumir sal de manera abrupta y total, el cuerpo puede experimentar una reducción peligrosa de sodio en sangre, conocida como hiponatremia.
Esta condición puede manifestarse con síntomas como: fatiga, debilidad muscular, calambres, náuseas, dolor de cabeza y, en situaciones graves, convulsiones, confusión o incluso coma.
La posibilidad de eliminar completamente la sal de la dieta resulta, en la práctica, muy limitada. El sodio no solo proviene de la sal que se añade a los alimentos durante la preparación o en la mesa, sino que también está presente en numerosos productos procesados y en alimentos naturales.

Carnes, lácteos y ciertos vegetales contienen sodio de forma natural, lo que dificulta alcanzar una ingesta absolutamente nula de este mineral sin recurrir a restricciones alimentarias extremas. Por este motivo, la mayoría de las personas, incluso al reducir drásticamente el consumo de sal añadida, continúan recibiendo sodio a través de otras fuentes.Cuando el cuerpo humano deja de recibir sal, puede desarrollarse una deficiencia de sodio. Los síntomas iniciales de esta carencia incluyen mareo, fatiga y una disminución de la presión arterial.
Si la ausencia de sodio se prolonga, pueden aparecer complicaciones más severas, como deshidratación celular, problemas renales y alteraciones neurológicas. El organismo pierde sodio diariamente a través del sudor, la orina y las heces, por lo que necesita reponerlo de manera constante para mantener sus funciones vitales.
En el mercado existen diferentes tipos de sal, como la sal marina, la sal del Himalaya y otras variantes sin refinar. Desde el punto de vista nutricional, todas estas sales contienen principalmente cloruro de sodio, aunque pueden aportar trazas de otros minerales. No existen pruebas científicas concluyentes que demuestren que alguna de estas variedades sea significativamente más saludable que otra cuando se consumen en cantidades moderadas.
El consumo moderado de sal permite que el cuerpo regule la presión arterial y conserve la homeostasis interna. Sin embargo, tanto el exceso como la ausencia de sal pueden acarrear riesgos y desventajas. El consumo excesivo de sal se asocia con hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares y daño renal. Por otro lado, el déficit grave de sal puede provocar hiponatremia, cuyos síntomas varían desde leves hasta potencialmente mortales.
Eliminar por completo el consumo de sal resulta innecesario e inseguro para la mayoría de las personas. El equilibrio se convierte en el principio fundamental: una ingesta moderada, dentro de las recomendaciones médicas habituales, previene los riesgos asociados tanto al exceso como a la falta de este nutriente esencial.Existen grupos de personas que deben reducir su consumo de sal por indicación médica. Entre ellos se encuentran quienes padecen hipertensión arterial, enfermedad renal crónica, insuficiencia cardíaca, cirrosis hepática con retención de líquidos, edemas o tendencia a la retención de líquidos, así como pacientes que han sufrido ciertos tipos de accidentes cerebrovasculares. También deben prestar atención a la ingesta de sal las personas con antecedentes familiares de hipertensión o enfermedades cardiovasculares, los adultos mayores —más sensibles a los efectos del sodio— y las mujeres embarazadas con preeclampsia o riesgo de desarrollar presión alta.

La reducción del consumo de sal, bajo supervisión médica, contribuye a controlar la presión arterial, disminuir la retención de líquidos y proteger órganos afectados por enfermedades crónicas.
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