Ya está, Lionel

Messi mira a los suyos, les mueve los brazos y les avisa que acaba de partir la historia en dos. Pero nosotros todavía no lo vemos. Ahora no podemos

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Lionel Messi, el capitán de todos nosotros. (AP Foto/Natacha Pisarenko)
Lionel Messi, el capitán de todos nosotros. (AP Foto/Natacha Pisarenko)

El siguiente artículo es parte del contenido del libro El camino de los héroes, que recorre el Mundial de Qatar a través de crónicas y fotos y que puede descargarse gratis en Bajalibros.

“Ya está”. Lionel Messi mira al rinconcito del estadio Lusail en el que están su compañera, sus tres hijos y la autora intelectual y material de las milanesas que no se compran con plata, y con la boca y con los ojos hechos sonrisa les dice que la espera acaba de terminar.

Sacude los brazos en el aire con el mismo gesto que hacen los humanos comunes y corrientes para avisarles a sus hijos que es hora de salir del mar porque es tarde y hay que volver a casa y que hacen las maestras para decretar el final de los recreos, pero lo que avisa Messi es que la historia del fútbol acaba de partirse en dos: hace un ratito y varias taquicardias atrás, Messi era el mejor jugador del mundo pero eso no le había alcanzado para ganar un Mundial; ahora Messi es el mejor jugador del mundo y ganó un Mundial y lo ganó para siempre. “Ya está”, les dice a los que saben cuánto pesan sus alegrías, sus tristezas y el insomnio que el capitán argentino sufrió durante un año después de perder la Final contra Alemania en Brasil 2014.

“Ya está” es lo primero que dice Lionel apenas Gonzalo Montiel patea a su izquierda y Lloris, el arquero francés que no atajó ningún penal de los nuestros, se tira para el otro lado, y entonces Argentina gana un Mundial después de 36 años y Messi gana un Mundial después de no ganar los cuatro anteriores. Lo dice con el cuerpo, no hace falta abrir la boca: ¿qué son esas rodillas dejándose caer por fin sobre el pasto del Lusail, como si dijeran “qué alegría y qué alivio, hermano”, si no son una manera de decir “ya está”? ¿Cómo iba a hacer Messi para empezar a decirnos “ya está” si no era con las piernas, el idioma en el que nos habla hace cinco Copas del Mundo?

Infobae
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Messi hace todo eso aunque vamos a saberlo después. Vamos a saberlo cuando aparezcan los videos y las fotos del instante en el que el cuarto penal argentino de la Final más hermosa e inaguantable de la historia de las Finales del Mundo se mete en el arco francés y nos borda la tercera estrella en el pecho, del lado del corazón. Vamos a saberlo cuando veamos cómo Leandro Paredes, que primero sale corriendo hacia el arco, enseguida se da vuelta y se abraza al capitán arrodillado, y sobre ellos dos empieza a construirse una montaña. O mejor un volcán. Activo.

Vamos a mirarle los labios a Messi para decodificar el “ya está” una y mil veces, en la tele, en Instagram, en los compilados que publican los medios argentinos y los del mundo. Pero todavía no, ahora no podemos.

Ahora tenemos los ojos inundados o la razón nublada o la cabeza hundida en el pecho de algún integrante de nuestro círculo rojo, entre la asfixia y la euforia. Ahora nos está pasando algo que los neurocientíficos no podrán explicar, que es que vamos a necesitar volver a mirar todo esto que acaba de pasar para que se nos grabe en la cabeza porque esta primera vuelta es toda del corazón.

Ahora una señora de 70 se levanta del sillón para tener una vista más panorámica del abrazo que se dan su hija de 37 y su hijo de 32 tirados en el piso, llorando los dos, más apretados todavía que hace ocho años y medio, cuando Maxi Rodríguez, también de penal y contra Holanda, metió a la Argentina en la Final del Maracaná. Va a hacer todo lo que pueda por hacerle un electrocardiograma a cada uno con ese ojo clínico que les crece a las madres, y cuando los dos la metan en su abrazo les va a decir así: “Hijos, ahora ustedes saben cómo es esta alegría”, y les va a frotar la espalda.

Ahora un hombre manda un audio de WhatsApp que dice “campeones del mundo, la concha de la lora, la concha de la lora, campeones del mundo”. Así, capicúa y con una voz que ni su hijo de 6 ni su hijo de 2 le escucharon nunca. Es que este hombre nunca había sido el que es ahora mismo que Messi acaba de sacarlo campeón del mundo.

Gonzalo Montiel acaba de convertir su penal en gol. Con las rodillas, Messi empieza a decir "ya está". REUTERS/Peter Cziborra
Gonzalo Montiel acaba de convertir su penal en gol. Con las rodillas, Messi empieza a decir "ya está". REUTERS/Peter Cziborra

Ahora la borrachera que una mujer viene cultivando desde hace tres horas y también desde hace casi un mes se inclina del todo para el lado del éxtasis. Que el pedo triste se lo agarren los franceses con champagne, piensa la mujer, y se pone unas ojotas y enfila para la avenida en la que su barrio montará la fiesta.

Ahora los nenes que vieron el partido con la camiseta del Diez piden ponerse los shortcitos y las medias y los botines para salir todos vestidos de fútbol a la calle. Ahora no sé cuántos cuchillos hacen el ruido de serruchar las botellas de plástico que se van a llenar de fernet con coca y hielo y no sé cuántos vecinos salen a los balcones y cantan “dale campeón, dale campeón”, pero parecen muchos, una multitud hecha de todos nosotros. Ahora -vengo del futuro- está en ebullición el caldo de argentinos que va a poner a cinco millones de personas en la calle, todas juntas en un pedacito tan chiquito de un país tan enorme.

Ahora un santacruceño atiende la videollamada que su hija le hace a 2.600 kilómetros de la casa en la que se crió, y se abrazan como pueden, y son felices lejos y juntos porque ya aprendieron cómo se hace. Ahora, todo al mismo tiempo, otro hombre mira a sus hijos llorar en la pantalla de su celular y entonces también llora, y eso que había dicho que los Mundiales ya no le importaban tanto, pero andá a saber, tal vez ver a Lionel ganar por fin, o tal vez ver a sus cachorros ganar por fin, o las dos a la final.

Ahora, mientras descubrimos que ser felices era esto, seguimos sin entender por dónde hizo pasar Messi el pase que le dio a Nahuel Molina para que pusiera el 1 a 0 contra Países Bajos. Debe ser ese misterio tan parecido a la magia lo que hace que esta alegría sea irrompible.

Ahora, que casi nos morimos, estamos vivísimos y a punto de salir a la calle porque lo que nos pasa no entra en nuestras casas. En la tele, el mejor jugador de fútbol del planeta sonríe y dice con las piernas, con los brazos y con la boca que ya está. La espera acaba de terminar. La fiesta recién empieza.

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