
En un entorno empresarial donde la rentabilidad suele ser el norte, algunas compañías eligen sumar una mirada más compleja: la sustentabilidad como motor de sus acciones cotidianas y estrategias a largo plazo. En diálogo con Infobae, Lucas López Laxague, jefe de Comunicaciones y Sustentabilidad de Insud, explicó cómo la filosofía de “hacer bien” se traduce en la práctica diaria, más allá del discurso y los slogans.
—Para nosotros “hacer bien” no es un eslogan ni un programa paralelo: es una forma de organizarnos. Está en nuestro propio nombre (INnovación, SUstentabilidad y Desarrollo) y significa que cada decisión debe contemplar impacto social, ambiental y económico.
No se trata solo de medir rentabilidad, sino de preguntarnos qué aporta un proyecto a la salud, a la alimentación, a la energía o a la cultura. Esta visión antecede al auge de la sustentabilidad corporativa. Nuestros fundadores son científicos, y desde el inicio impregnaron la gestión con una mentalidad de rigor, curiosidad y búsqueda de excelencia.
Ese método, aplicado a los negocios, nos lleva a preguntarnos cómo podemos mejorar lo que hacemos, sea un medicamento, una plantación, una película o una central térmica. En lo cotidiano se traduce en prácticas concretas: cuando elaboramos el reporte bajo estándares GRI, conectamos a perfiles muy distintos en una misma conversación: desde quien monitorea fauna en una plantación hasta el director que define la estrategia.
También se refleja en una mirada amplia del ser humano: no solo como consumidor de bienes y servicios, sino como parte de una comunidad con inquietudes culturales. En definitiva, la rentabilidad económica es una consecuencia, no un fin en sí mismo. El propósito es elevar estándares y asegurar desarrollo sostenible en el largo plazo.

—¿Cómo logran que la innovación científica se convierta en un acceso real y tangible para los pacientes?
—La innovación científica no tiene sentido si no llega a las personas. Nuestro modelo combina investigación rigurosa, producción local y compromiso con la accesibilidad.
El caso de Elea con la semaglutida en sus formatos oral e inyectable es un ejemplo claro: el medicamento existía globalmente, pero en Argentina solo en formato inyectable y a valores elevados. Producirlo localmente en sus dos versiones y a un precio accesible permitió que miles de pacientes con diabetes tipo 2 accedieran al tratamiento.
Este enfoque se refleja también en Inmunova, que avanza en el desarrollo del primer tratamiento potencial contra el Síndrome Urémico Hemolítico (SUH), una enfermedad pediátrica grave y sin cura que afecta especialmente a la Argentina. No es ciencia de nicho: es investigación de frontera aplicada a un problema real.
En todos los casos, buscamos que la innovación sea sinónimo de más y mejores tratamientos accesibles, con responsabilidad para que el resultado mejore la salud del mayor número de personas posibles.

—¿Qué impacto logró el proyecto FRESA en la transformación socioeconómica de la región?
—FRESA nació como respuesta a un problema ambiental: la quema de residuos forestales en Gobernador Virasoro y sus alrededores. Lo que era un pasivo contaminante se convirtió en insumo para generar energía renovable.
Hoy, sus dos plantas de biomasa producen 80 MW por hora, el equivalente al 20% del consumo eléctrico de Corrientes. Son las más grandes de Argentina y un orgullo local.
El efecto multiplicador es evidente: más de 150 empleos directos, 300 indirectos, el fortalecimiento de la cadena foresto-industrial y la atracción de nuevas empresas gracias a la estabilidad energética. Además, la empresa reutiliza el 90% del agua que necesita para su funcionamiento y se autoabastece con paneles solares.
El impacto también es comunitario: colabora con escuelas rurales, impulsando programas educativos junto con la Fundación Leer, con el objetivo de fomentar la lectura y formar a los alumnos en habilidades STEM. FRESA es energía limpia, desarrollo regional y compromiso social en un mismo proyecto.
—¿Cómo se implementan y comunican las buenas prácticas ambientales en el área agroindustrial?
—En Pomera Maderas trabajamos con certificaciones internacionales como FSC, que avalan el manejo responsable de bosques. Desarrollamos genéticas de pino y eucalipto que demandan menos recursos y se adaptan mejor al entorno. Monitoreamos biodiversidad para conservar especies nativas y restauramos áreas degradadas.
En Garruchos Agropecuaria contamos con certificación CRS (Certified Responsible Soya) que garantiza la producción responsable de soja y planteos silvopastoriles, en los que el ganado convive con bosques nativos. A nivel comunitario, promovemos campañas educativas e impulsamos programas de reciclaje, conservación y formación agropecuaria para jóvenes.
La lógica es que, sin recursos naturales ni capital humano, no hay negocio posible.

—¿Por qué consideran clave que la comunicación de proyectos tenga un enfoque educativo y no solo promocional?
—Tomemos el caso del proyecto Tomorrow Foods, que desarrolla proteínas vegetales a partir de legumbres como la arveja o el garbanzo. Es una innovación tecnológica, pero sobre todo un cambio cultural. No busca reemplazar la carne, sino ampliar la matriz alimentaria.
Por eso la comunicación no puede limitarse a promocionar un producto. Explicamos qué significa una proteína alternativa, cómo se produce, por qué tiene menor huella ambiental y qué aporta a la salud. Es un diálogo con consumidores y con toda la cadena de valor.
La base es sólida: método científico, transparencia y evidencia. Ese enfoque educativo genera confianza y fomenta la adopción responsable. Lo que buscamos es abrir la conversación sobre alimentación sostenible en la Argentina y en el mundo.
—¿Cómo se vincula el desarrollo sostenible a la cultura?
—Entendemos la cultura como una dimensión esencial de la vida humana. Sostenemos que no hay desarrollo integral sin pensamiento crítico, diversidad de ideas y acceso a bienes culturales.
De esa visión surgen nuestras editoriales (Siglo XXI y Clave Intelectual), la edición local de Le Monde Diplomatique y la productora K&S Films. A través de libros y películas fomentamos el pensamiento crítico. Obras como El Eternauta o División Palermo no solo entretienen: invitan a reflexionar sobre identidad, política, historia y sociedad.
La cultura también es desarrollo sostenible porque genera empleo, fortalece la identidad y enriquece el debate.
—¿Cómo mantener una narrativa unificada de sustentabilidad en una compañía con actividades tan diversas como Insud?
—El mayor desafío es la diversidad de nuestras áreas de negocio. Trabajamos en salud, agro, biotecnología, energías renovables y cultura. Son universos distintos, con lenguajes y públicos diferentes.
El riesgo es que nuestra visión de la sustentabilidad se vea fragmentada y perdamos las ventajas de formar parte de un ecosistema común o, en el otro extremo, resulte tan genérica que pierda identidad y no represente a ninguna de nuestras empresas. La forma de resolverlo es a través de la comunicación estratégica: identificar valores comunes que atraviesan todas las áreas (excelencia, impacto, curiosidad, compromiso y coraje) y mostrarlos en cada proyecto.
La narrativa no busca uniformar, sino evidenciar cómo cada negocio aporta a un propósito común: hacer bien. Para eso necesitamos diálogo interno permanente, mediciones rigurosas y transparencia hacia afuera, concluyó Lucas López Laxague, jefe de Comunicación y Sustentabilidad de Insud.
Así, la visión de “hacer bien” se traduce en una gestión que conecta innovación, desarrollo sostenible y compromiso social en cada iniciativa.
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