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“Bruce, necesito que me prestes 500 libras esterlinas”, le preguntó Ronald Biggs a su amigo Bruce Reynolds. Su meta era comprar la casa que alquilaba en Alpine Road, Redhill, en el Condado de Surrey, Inglaterra.
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Su respuesta pareció no sorprender a Biggs:
-No tengo un centavo, pero tengo una propuesta. ¿Quieres ganar 150 mil libras?
-Claro que sí. Qué hay que hacer.
-Formar parte de mi banda. Vamos a asaltar un tren.
Biggs pensó que todas las señales estaban a su favor. A la semana de aceptar ser parte de la banda, apostó a dos caballos, Damond y Roccoco, en el hipódromo, y ganó 500 libras esterlinas. El dinero necesario para comprar la vivienda.
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Antes de participar del asalto, Biggs había dejado atrás su carrera de ladrón de poca monta para transitar una vida decente. Pero un pedido de dinero a su amigo lo involucró en el robo histórico.
Sucedió el 8 de agosto de 1963, hace 60 años, ocurrió el asalto más osado del siglo XX. El hecho del robo al tren postal que recorría el trayecto entre Glasgow y Londres inspiró canciones, películas y libros.
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Cómo fue el robo
Quince hombres con pasamontañas y cascos detuvieron, con una falsa señal, el convoy del ferrocarril y desengancharon la locomotora: se quedaron con 50 millones de euros (cambio actual) que estaban en 120 sacas repletas. En esa época, el dinero que se despositaba en los bancos se trasladaba en tren por todo el Reino Unido.
El ingreso a la locomotora se complicó. Jack Mills, el que manejaba la formación se resistió. Lo redujeron con un brutal fierrazo en la cabeza. Después lo esposaron junto a los otros hombres que iba en el central (Mills nunca se pudo recuperar del trauma del suceso y no retomó la actividad plena; murió unos años después aquejado por leucemia).
¿Cuál fue el rol de Biggs en el robo? Una versión lo señala como el cerebro. Fue el encargado de conseguir el dato del recorrido del tren en el tiempo que había pasado en prisión por un robo menor. Sin embargo, la historia oficial, que figura en la mayoría de los libros ingleses sobre el robo, lo sitúan como uno más de la banda. Su leyenda nace cuando en 1965 se fugó de la cárcel de Wandsworth y pasó a ser “el hombre más buscado del planeta”.
Tras salir con una escalera por arriba del paredón de la prisión, Scotland Yard lo quería atrapar vivo o muerto. Biggs se hizo una cirugía en París y se recluyó en lo que fue su segundo hogar: Río de Janeiro.
Allí, Biggs se convirtió en una figura del mundo pop. El ladrón bueno y divertido, el que había vencido al sistema, el que se había salido con la suya.
La misma versión indica que el líder del asalto fue su colega Bruce Reynolds, hijo de un sindicalista de la compañía Ford de Dagenham, emblemática en el Reino Unido por las reivindicaciones laborales de sus obreros.
Reynolds fue el que consiguió realmente la información confidencial sobre el traslado de dinero del servicio de correos y reclutó a la banda que ejecutó el asalto.
“Ronnie (Biggs) fue uno más de la banda, tuvo una parte menor. Conocía al maquinista que conducía la locomotora con el dinero, pero justo ese día no estaba. Yo le dije que le pagaba por ese dato, pero él insistió como el zumbido de un abeja que quería estar. Y lo acepté, pero ni subió al tren, se decidió a mirar el robo sentado en el pasto”, dijo Reynold tiempo después. Es que cada miembro de la banda tuvo una versión distinta.
La banda después del robo
Tras escapar con el botín del golpe del siglo inglés, se recluyeron en una granja solitaria del sur del Reino Unido. En esos momentos, contaron el dinero que se habían llevado y jugaban al Monopoly con los billetes del robo.
Pero tanta adrenalina por la perfección del plan los hizo cometer un error. Las huellas dactilares de toda la banda quedaron marcadas en el juego de mesa y en los billetes.
Reynolds se ocultó unos meses en el barrio de Kensington, en Londres. Pudo salir del Reino Unido y pasó cinco años prófugo entre México y Canadá. En 1968 regresó a su país y fue detenido.
En el juicio, todos los implicados fueron declarados culpables y condenados a treinta años de prisión, entre ellos se destacan Charles Wilson, Arthur Field y Buster Edwards, que lograron cumplir solo la mitad de sus condenas, al beneficiarse de premios por buena conducta y programas de libertad condicional. En el proceso se demostró que el cerebro y cabecilla de la banda criminal fue Bruce Reynolds y que Biggs ocupó un rol de reparto.
El destino de todos ellos sería trágico: Wilson fue asesinado en Marbella, Field falleció en un accidente de tránsito y Buster Edwards se quitó la vida en 1994: se ahorcó tras varios intentos de suicidio. Su triste final inspiraría en 1988 la película Buster protagonizada por Phil Collins, que popularizó la canción Dos Corazones.
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En tanto, Biggs logró ser más popular que todos. Pasó 36 años en Brasil hasta que decidió entregarse a Inglaterra a cambio de dinero, según de The Sun, porque quería dejárselo a su esposa y sus hijos.
Su salud estaba maltrecha. Había sufrido derrames cerebrales. Ya no hablaba y usaba un cartel para señalar letras. Además de ser homenajeado por la banda Sex Pistols, fue contratado por un canal en el que se enfrentaba a un boxeador en un barco. A la emisión se la llamó El último escape.
En Río de Janeiro (antes pasó por Francia y Australia) fue un dios pagano. Organizaba charlas, tenía un bar, vendía remeras con su cara, se sacaba fotos y firmaba autógrafos a sus admiradores. Organizaba fiestas. Se casó con una brasileña con la que tuvo un hijo y eso logró que no pudiera ser extraditado a Londres.
El Daily Express envió un equipo a Brasil para investigar si era cierto que Biggs se había radicado en Río de Janeiro. Tras unas semanas de pesquisa, Colin Mackenzie lo encontró. El hallazgo causó sensación. Las autoridades inglesas exigieron la inmediata detención y extradición del delincuente. Pero Biggs tenía una sorpresa guardada. Alegó que la extradición era imposible porque Brasil no extraditaba personas a países que no tuvieran tratado de reciprocidad con el país, pero principalmente que él no era pasible de extradición porque era el padre de un futuro ciudadano brasileño. Su novia, una chica que se ganaba la vida haciendo strip tease en clubes nocturnos, estaba embarazada de él. Eso le otorgó la protección definitiva. Una vez más Biggss lograba eludir a la justicia, burlar a sus perseguidores.
En 1981, el exilio de esta gloria delictiva fue interrumpido cuando unos mercenarios británicos, que fingía ser un equipo de filmación, lo secuestró y lo llevó a Barbados, que mantenía en vigencia un tratado de extradición con Gran Bretaña.
El legendario Ricardo Ragendorfer escribió: “Pero el clamor de los cariocas, no dispuestos a ser privados de su mito predilecto, junto a la batalla diplomática encarada por la cancillería de su país adoptivo, hizo fracasar la maniobra. Biggs fue devuelto a Río de Janeiro en medio de un recibimiento apoteótico. Las telefotos del momento, en las que ‘La Mente’ se reencontraba con Michael, recorrieron las primeras planas de la prensa mundial, emocionando a lectores de diferentes latitudes”.
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El escritor maldito Enrique Symns, ex monologuista de Los Redonditos de Ricota, logró entrevistarlo tres veces durante sus años en Brasil. “Estoy convencido de que las nuevas generaciones (y sobre todo las nuevas generaciones de ladrones y asaltantes) ignoran su increíble hazaña delictiva. ‘Todos éramos expertos en alguna especialidad. El experto en fugas era el jefe cuando nos fugamos, y así cada uno’, me dijo Ronnie, quien me recibió en su bar y me sirvió varias cervezas. Nunca quiso hablar conmigo de su botín, aunque siempre afirmó que ‘los tiburones (abogados, testaferros) se lo llevaron casi todo’. En Río de Janeiro vivía modestamente, tenía una hermosa casa con pileta de natación y varios dormitorios. Su esposa era muy bella y su pequeño hijo se hizo famoso cuando fue amenazado de muerte por los agentes ingleses. Cuando lo secuestraron, Biggs les dejó claro quien era: ‘Estoy memorizando sus rostros, después sabré sus nombres y finalmente iré a buscarlos’. Y los dejó mudos”.
Symns refiere que hubo dos coincidencias que le permitieron acceder a Biggs. La primera es que fue vecino suyo durante varios años en el morro Santa Teresa de Río de Janeiro. “El vivía cerca del Largo de Guimaraes y yo en la cima de la estación Dos Irmaos. Ambos eran paraderos de la única línea de tranvías en Latinoamérica. Pistoleros, turistas, artesanos, amas de casa, faranduleros, mendigos, comerciantes y malandras, disfrutaban el vertiginoso viaje en ese bondiño ruidoso. La segunda coincidencia fue que ese verano fui detenido por la policía ferroviaria de Rio de Janeiro y enviado a una cárcel de presos cuyas condenas no estaban firmes, en Niteroi. Mi deuda con la ley era antigua, era un imputado no procesado en una causa de tráfico de cocaína. Pero la policía brazuca es afortunadamente más corrupta que la argentina, así que fui preso en caución hasta aportar los 3.000 dólares que me exigían por mi inmediata liberación. Estaba preso y no estaba preso. Una gran amiga comenzó a recaudar el dinero en Buenos Aires para pagar mi libertad. Fue así que desde la cárcel me comuniqué con Biggs y le pedí una entrevista. El hecho de que lo llamara de la cárcel influyó en su decisión de darme la entrevista. Porque él no daba gratis ni la hora. Mi apellido irlandés le dio desconfianza. Siempre estuvo paranoico y veía agentes de su país en cada turista”.
Scotland Yard, que jamás abandona un hueso, lo persiguió como una sombra tatuada. “Una vez por mes visitaba la comisaría, jugaba ajedrez con el delegado y se sacaba fotos con los uniformados. Cada año, cuando se cumplía un aniversario del robo al tren, organizaba una fiesta barrial con feijoada y cerveza gratuita para todos los vecinos. Esas bacanales constituían las murallas de protección que el famoso ladrón construía a su alrededor”.
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La primera vez que Symns y Biggs se encontraron en un bar de mala muerte de Paula Matos, del barrio donde termina su recorrido el “bondiño”, fue con su perro. Allí le espetó la célebre frase: “Si alguien mata a mi perro, yo mato a su hijo, si alguien mata a mi hijo, yo mato a su familia, si alguien mata a mi familia, yo extermino el barrio. No es ojo por ojo, siempre la venganza es mayor”.
Estuvieron tomando cerveza y charlando durante una hora. Ese era uno de sus problemas, extrañaba la cerveza inglesa. Extrañaba Londres. Extrañaba su idioma y los paisajes de Inglaterra. Era un inglés de pies a cabeza.
“En esos días que salí de la cárcel se presentaba Jhonny Rotten con su extraordinaria banda Public Image Ltd. El ex Sex Pistols era amigo de Biggs. En uno de sus discos más legendarios los pistols buscaron a Borman, el asesino nazi, para que grabara una canción. No lo encontraron y entonces contrataron a Ronald Biggs que grabó un tema llamado Nadie es inocente. La letra es de su autoría. Otra cosa que decía Biggs era: ‘No hay nada peor que un tipo decente, nadie es inocente’”.
En esa época y en ese país los ladrones no mataban a nadie. Mucho menos a un policía. Biggs perteneció a la última generación de bandoleros. Era experto en bancos. La idea de asaltar un tren no fue de él, pero Biggs la hizo suya en cuanto le hicieron la oferta. Fue un plan formidable que incluía medidas de seguridad antes, durante y después del atraco”.
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Symms lo volvió a encontrar unos años después. Lo fue a visitar a su casa el 1° de enero de 1990.
Estaba cada vez más quejoso con respecto a su vida en esa ciudad tan loca. Le mostró el fondo de su pileta de natación. Había más de una docena de balas caídas en los festejos de la noche anterior.
En 2001, Ronnie negoció su retorno aunque su ingreso a la cárcel fuera inevitable. Tenía 71 años y padecía graves problemas de salud. A su llegada, la policía británica lo detuvo, pero fue liberado el 7 de agosto del 2009, dos días antes de su cumpleaños. Le dolió la muerte de su amigo Reynolds. Biggs estaba en un geriátrico. No hablaba. Se comunicaba con un letrero.
El 18 de diciembre de 2013 murió a los 84 años. Había pasado sus últimos días en un piso londinense pagado por la asistencia social.
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