
Hubo un tiempo en el que Clint Eastwood era el hombre duro. El que no parpadeaba. El que resolvía los conflictos con una pistola, con un gesto seco, con una frase que caía como un martillazo. Lo mirábamos de chicos, sentados en el sillón del living, mientras nuestros padres seguían la película en silencio, como si entendieran algo que a nosotros todavía se nos escapaba.
Hoy la escena se invierte. Somos padres. O estamos cerca. Y Clint Eastwood sigue ahí, más viejo, más lento, más frágil. Pero también más humano. Y esa ternura le da más solidez artística.
Hoy filma un cine que no se apura. Un cine que mide los silencios, que acepta las contradicciones, que no oculta los errores. Personajes atravesados por la culpa, por el arrepentimiento, por la necesidad de redención. Hombres que podrían ser nuestros abuelos. O ese vecino hosco que, con el tiempo, termina siendo imprescindible. En esas oscilaciones, en esos claroscuros, el cine de Eastwood construye una empatía profunda. No justifica. Acompaña.
Estas tres películas funcionan como un tríptico. Gran Torino, Cry Macho y La mula. Tres historias distintas atravesadas por la misma pregunta: qué hacer con lo que queda cuando la vida ya pasó casi toda.
Gran Torino
Es un hombre jubilado y odioso que aún debe enfrentarse a sus propios demonios y está armado hasta los dientes. El entorno lo agobia, lo exaspera. El barrio modificó su fisonomía pero él no desea ni quiere mudarse. No abandonar el sitio que lo conecta con su juventud y con sus valores puede ser un acto de inmolación, pero a pesar de los pesares, el ex combatiente se queda estoico y renegado en su propio hábitat.

Pocas cosas lo conectan con ese pasado añejo y perdido: un viejo Torino, un auto que no representa el fetiche de un coleccionista obsesivo sino es el símbolo de los años felices, el recuerdo latente de su esposa muerta, tan muerta como su juventud.
Las pandillas están al acecho e intentan robarle el auto que es como afanarle los pocos sueños que poseen. Él y sus vecinos inmigrantes orientales están rodeados. Son rehenes de la violencia que impone el abandono del espacio público por parte de las autoridades políticas y de la ausencia de la justicia, esa que se suele escribir con mayúscula.
Defenderse es defenderlos. Y si bien el hombre que duda en confesarse ante un seminarista joven y que rompió los lazos con su familia, detestaba a sus vecinos orientales, reacciona con un sentimiento de injusticia ante un ataque pandillero que padecen, sale en su defensa y entrelaza una amistad con el joven Thao, su vecino.
Esa amistad inoportuna lo empuja a un replanteo existencial, la muerte en la guerra y un juicio de conciencia. El jubilado renegado será, para siempre, un héroe en el barrio, el protector de los indefensos, el ángel de los inmigrantes.
La historia es árida. Ocurre en Highland Park, Míchigan, Estados Unidos. El hombre se llama Walt Kowalski. Gran Torino es la película que habla de este viejo que vive solo junto a su perra Daisy y que nos empuja a reflexionar sobre la violencia que nos sacude como sociedad, en donde todos añoramos preservar nuestro gran Torino, la reliquia que guardamos de una época que se nos escapa entre las manos como la arena de una plaza abandonada.
Cry Macho
Estrenada en septiembre de 2021, Cry Macho muestra a Eastwood con más de 90 años frente a cámara. Ya no hay dureza impostada. Hay cansancio. Y una calma que solo llega después de haberlo visto todo. Mike Milo fue una estrella del rodeo. Ahora es un hombre marcado por las pérdidas. Acepta un encargo simple en apariencia: traer de regreso desde México a un adolescente que no quiere volver.

El viaje es el corazón de la película. No por la acción, sino por las conversaciones. Mike y Rafo discuten sobre la masculinidad. Se interpelan sobre la violencia y la fuerza. Durante el trayecto, Mike y Rafo comparten historias de pérdida, abuso y esperanza, y encuentran refugio en la hospitalidad de Marta, una mujer que representa la posibilidad de una vida más tranquila y afectuosa.
La película destaca la capacidad de las personas mayores para guiar y acompañar a las nuevas generaciones, adaptando sus experiencias a los desafíos del presente.
Eastwood filma los cuerpos con respeto. Los animales. Los silencios. El aprendizaje mutuo. El vínculo entre un hombre que ya no tiene nada que demostrar y un chico que todavía no sabe quién es. Cry Macho es una película sobre desaprender. Sobre soltar una idea del mundo que ya no sirve. Y hacerlo sin discursos, con gestos mínimos. Una película que tiene tintes melodramáticos, casi parece una novela, pero su densidad narrativa avanza al ritmo del viaje.
La mula
En La mula, Eastwood interpreta a Earl Stone, un hombre de 88 años que llega tarde a todo. A su familia. A los cumpleaños. A los funerales. Veterano de guerra, solo, arruinado económicamente, encuentra una salida absurda y peligrosa: convertirse en transportador de droga para un cártel. Nadie sospecha de él. Es invisible. Esa invisibilidad es su salvoconducto.

Lo notable no es el delito, sino la mirada. Earl no es un héroe ni un villano. Es un hombre que intenta reparar, demasiado tarde, los vínculos que descuidó. La ruta se vuelve confesionario. La vejez, una última oportunidad para decir lo que no se dijo. La persecución policial avanza, pero el verdadero juicio es íntimo.
Eastwood no romantiza. Observa. Deja que el tiempo pese. Que las decisiones duelan. La mula es una película sobre llegar al final con conciencia. Sobre aceptar las consecuencias. Sobre entender que el amor también se aprende cuando ya no queda margen.
Clint Eastwood pasó de encarnar al hombre sin nombre, al policía implacable, al pistolero solitario, a interpretar a estos viejos frágiles y entrañables. En ese recorrido también estamos nosotros. Los que lo mirábamos de chicos y ahora lo vemos con otros ojos. Los que entendemos, quizá por primera vez, que la dureza era una máscara. Y que detrás siempre estuvo esta pregunta sencilla y brutal: cómo querer mejor antes de que sea demasiado tarde.
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