
Beber agua contaminada con PFA probablemente aumenta el riesgo de mortalidad infantil, según un estudio innovador realizado sobre 11.000 nacimientos en el estado de New Hampshire, Estados Unidos. Esta investigación, publicada recientemente y liderada por un equipo de la Universidad de Arizona, arroja nueva luz sobre las consecuencias para la salud reproductiva asociadas a la exposición a sustancias químicas conocidas como PFAS, “químicos eternos” presentes en miles de productos de uso cotidiano.
En el análisis, los investigadores detectaron que consumir agua de pozo ubicada aguas abajo de sitios contaminados con PFAS estaba vinculado a un aumento del 191% en la mortalidad infantil, un incremento del 20% en nacimientos prematuros y del 43% en bebés con bajo peso al nacer. El riesgo de nacimientos extremadamente prematuros y de bebés con peso extremadamente bajo se disparó un 168% y 180%, respectivamente.
“No sabíamos si esperábamos encontrar efectos tan grandes y detectables, especialmente debido a que las tasas de mortalidad infantil y nacimientos extremadamente prematuros no son tan elevadas”, explicó Derek Lemoine, coautor del estudio y profesor de economía ambiental en la Universidad de Arizona. “Pero estaba ahí, en los datos”.
El estudio, publicado por The Guardian, también calculó el costo social de los daños relacionados con el consumo de agua contaminada y lo comparó con las inversiones requeridas para la descontaminación. El resultado es contundente: abordar la contaminación por PFAS resulta mucho más económico que continuar permitiendo la exposición. “Queremos poner cifras concretas, porque cuando se debate sobre regular y limpiar PFAS, siempre hay un costo real. Pero no hacerlo, es mucho más caro”, puntualizó Lemoine.
Qué son los PFAS
Los PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas) engloban al menos 16.000 compuestos químicos. Su presencia es habitual en productos diseñados para repeler agua, manchas o calor: ropa impermeable, envases de alimentos y utensilios no adherentes, entre otros. Reciben el nombre de “químicos eternos” porque no se descomponen naturalmente y se acumulan en el ambiente y los organismos vivos.
Se ha vinculado la exposición a los PFAS con graves efectos para la salud, incluyendo cáncer, enfermedades renales y hepáticas, trastornos inmunológicos y defectos congénitos. Sitios industriales, bases militares y aeropuertos son fuentes importantes, ya que utilizan PFAS a gran escala, en especial en la espuma para apagar incendios.
Una estimación federal calculó que cerca de 95 millones de personas beben agua contaminada con PFAS en todo Estados Unidos, tanto de redes públicas como pozos privados.

Investigación y desafíos regulatorios
Lo que diferencia a este estudio es la solidez de su metodología, que, según Lemoine, logró aislar el efecto de los PFAS en los resultados reproductivos, a diferencia de investigaciones previas que se centraron en estudios con animales o análisis correlacionales en sangre de cordón umbilical.
Para alcanzar este nivel de precisión, los investigadores identificaron 41 sitios en New Hampshire contaminados por PFOA y PFOS (dos de los PFAS más comunes) y utilizaron datos topográficos para determinar la dirección del flujo de las aguas subterráneas. Analizaron entonces los desenlaces reproductivos de las madres, cuyos pozos se ubican aguas abajo de esas zonas.
Importante destacar que “la localización de los pozos es confidencial, lo que significa que las madres no sabían si su fuente de agua estaba contaminada, generando así una especie de asignación aleatoria que fortalece la inferencia de causalidad”, afirmó Lemoine.
Sydney Evans, analista senior del grupo sin fines de lucro Environmental Working Group, subrayó: “La metodología es rigurosa y única, y revela que los PFAS son tóxicos incluso a concentraciones muy bajas”. Evans también sugirió que estos hallazgos deberían motivar a los estados a realizar análisis similares y alertar a las poblaciones en riesgo.
A pesar de la potencia de los resultados, Lemoine admitió algunas limitaciones, como no contar con los niveles exactos de exposición de cada madre ni descartar la presencia de otros contaminantes en el agua. No obstante, subrayó que “los hallazgos ofrecen una imagen sólida sobre los efectos de estos químicos”.
Las soluciones existen: sistemas de carbón activado granulado u ósmosis inversa en plantas de tratamiento o en los hogares pueden eliminar gran parte de los PFAS y otros contaminantes. El gobierno de Estados Unidos ha implementado límites para seis tipos de PFAS en el agua potable, otorgando años de plazo a los operadores para cumplir.
Sin embargo, existen retrocesos regulatorios: la administración anterior intenta revertir algunas restricciones en ciertos compuestos, un cambio que, según Lemoine, sería más costoso a largo plazo para la sociedad. “Los clientes de los servicios públicos pagan por la remoción de los PFAS, pero la sociedad paga aún más por los efectos del agua contaminada”, concluyó Lemoine.
En términos económicos, extrapolar los resultados al contexto nacional sugiere un impacto negativo de casi USD 8.000 millones anuales solo en costos de salud y productividad perdida. Descontaminar el agua potable costaría, en comparación, unos USD 3.800 millones al año.
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