
Recorrer la costa gallega es uno de los mejores regalos que le podemos hacer a nuestros ojos, ya que, cada kilómetro revela paisajes que parecen sacados de una postal. Uno de los senderos más bonitos que permite descubrir estas panorámicas poco a poco es el Camino Natural de la Ruta del Cantábrico, en las provincias de Lugo y A Coruña. A lo largo de más de 150 kilómetros distribuidos en siete etapas y tres ramales, recorre el litoral regalando vistas que quitan el aire. A su paso se descubren localidades espectaculares como Ribadeo, Foz, Burela, San Cibrao, Viveiro, O Vicedo, O Barqueiro, Porto de Espasante o Ladrido.
Esta ruta se puede realizar en pequeños tramos, aprovechando la línea de retorno de FEVE Ferrol-Gijón, que cuenta con numerosas estaciones a lo largo de la misma, además de a pie o en bicicleta. Un viaje que permite al visitante sumergirse en la costa gallega y en la intensa relación que tiene su gente con el mar.
Un viaje por un paraje sin igual
Desde las imponentes rías de Ortigueira y do Barqueiro, hasta la playa de Esteiro, este rincón de Galicia sorprende a cada paso. Uno de los momentos que más impactan, el ver el ocaso en Estaca de Bares, donde el viajero podrá disfrutar de un espectáculo, mientras observa cómo el cielo se va tiñendo de colores anaranjados. Pero eso es sólo una pequeña parte. A lo largo de esta costa salvaje y escarpada, los acantilados de Morás o los miradores de Punta Roncadoira ofrecen también espectaculares vistas.
A lo largo de sus 150 kilómetros, el Camino Natural de la Ruta del Cantábrico, explora una Galicia auténtica y fascinante, con pequeñas calas escondidas que parece que aguardan a ser halladas. Cada día, esta ruta ofrece una nueva experiencia. En varios tramos, la niebla acompañará al senderista y parecerá que no se disipará jamás. En otros, el sol hará de guía en la entrada de las aldeas pesqueras.
La puerta de entrada a Galicia

La primera etapa, de 85 kilómetros, comienza en Ribadeo y llega hasta Burela. Un viaje que comienza siguiendo las flechas amarillas del Camino de Santiago. Ribadeo marca el inicio del Camino Natural de la Ruta del Cantábrico y es, además, la puerta de entrada a Galicia desde Asturias para los peregrinos que recorren el Camino del Norte.
El trazado serpentea entre playas y pueblos en los que el mar es el protagonista indiscutible. Un paisaje que cambia radicalmente al adentrarse en el Camino Natural de San Rosendo, una ruta que atraviesa el corazón de la Mariña lucense, conectando con el litoral en Foz. Esta primera etapa destaca por su impresionante patrimonio, como el monasterio de San Salvador en Lourenzá y la histórica ciudad de Mondoñedo, con su casco antiguo declarado Conjunto Histórico-Artístico.
Unas vistas que compensan el esfuerzo

Con 128 kilómetros y un desnivel de 2.660 metros, la segunda etapa puede que sea la más exigente. El camino bordea la costa de Burela, cuyo puerto es bastante conocido, y continúa hacia San Cibrao, donde el faro de Punta Atalaia aguarda imponente. Desde este punto, el sendero abandona la costa para rodear el complejo industrial de una fábrica de aluminio, pero no tarda en volver a la magia de los acantilados y los arenales escondidos.
En este punto la parada en los acantilados de Morás y en los miradores de Punta Roncadoira es obligatoria. El ascenso al Monte Castelo ofrece vistas que compensan el esfuerzo, antes de descender de nuevo hacia el agua para llegar a la ría de Viveiro.
La impresionante playa de Las Catedrales

El camino avanza por uno de los lugares más emblemáticos de la costa gallega: la Playa de las Catedrales. Famosa por sus formaciones rocosas que emergen del mar durante la marea baja, este arenal es un monumento natural que atrae a visitantes de todo el globo. Las bóvedas y arcos de piedra que se revelan cuando el agua retrocede son un espectáculo único.
El banco más bonito del mundo
Otro de los broches de oro de este viaje es llegar a Loiba y toparse con “el banco más bonito del mundo”. Este mirador ofrece vistas panorámicas que abarcan desde la Estaca de Bares hasta el Cabo Ortegal, un paisaje que difícilmente se olvida. Sentarse en ese banco al atardecer, con la neblina del mar levantándose al chocar contra las rocas es todo un espectáculo visual.
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