
Desde que el 26 de setiembre de 1960 se realizó en EEUU el primer debate televisado para una elección presidencial quedó instalada la idea de que el triunfo del entonces senador John Fitzgerald Kennedy por sobre el republicano Richard Nixon se debió a su mejor imagen y manejo en cámara.
Se argumentó que sus movimientos suaves denotaban mayor seguridad, que el sudor de Nixon era sinónimo de nerviosismo, y que la pinta de un JFK bronceado que atraía votos.
Sin embargo no había ninguna prueba sólida que avalara lo que se constituyó en un mito, salvo una encuesta muy endeble realizada por la consultora Sindingler and Company. La muestra entre 2.138 personas arrojó que el 48,7 por ciento de la audiencia radiofónica votó por Nixon mientras que sólo el 21 por el bronceado JFK.
Pero entre los encuestados que lo habían visto por televisión, la diferencia era escasa, pero favorable a Kennedy: 30,2%-28,6%.
La pinta es lo de menos. Lo que quedó demostrado en un sinnúmero de elecciones posteriores; aquí y en el mundo entero.
Y quedará demostrado nuevamente el 27 de octubre, cuando se concrete la victoria del Frente para la Victoria. Victoria que tendrá una de sus varias causas la mejor performance que tuvo Alberto Fernández en el debate, pero de ninguna manera habrá sido el debate el factor determinante.

Fernández tenía todas las cartas para ganar y las fue tirado sobre la mesa una por una, fundamentalmente atacando el flanco más débil de la gestión de Macri, que han sido los pésimos resultados macroeconómicos.
Roberto Lavagna apareció desdibujado, aunque protagonizó la mejor reacción de la noche cuando en el bloque de derechos humanos distrajo la esperada atención sobre Venezuela a los derechos humanos de los pobres argentinos.
La menor presencia de la problemática venezolana en relación al tiempo que se le dedican los algunos medios y políticos tal vea haya reflejado que son conscientes de la desproporción que se la adjudica. La misma desproporción que en el debate tuvo la insistencia de Nicolás del Caño en referirse a la crisis ecuatoriana.
Los otros dos actores de reparto, representantes de la derecha, mostraron su diferencia en experiencia y preparación. José Luis Espert, exponente del liberalismo extremo, con un discurso articulado y bien dotado de la lógica de la televisión. Y el retrógrado Juan José Gómez Centurión con su obsesión antiabortista, que lo lleva a hablar de salvar las dos vidas más que la vida misma.
Por último y volviendo al casi seguro próximo presidente fueron notables los guiños de acercamiento a Lavagna.
Hay que recordar que una vez transcurridos los debates, queda un país en crisis que gobernar. Y si bien Fernández sabe la ambición de Lavagna era otra, no se da por vencido de que termine siendo el “ministro de economía fuerte” que está buscando.
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