Las dos veces que atentaron a balazos contra la vida de Carlos Monzón

En febrero de 1973 fue su primera esposa Pelusa García quien lo hirió con dos disparos cuando Monzón intentó cubrir el cuerpo de la mujer con quien fuera sorprendido. Un mes después, en Venezuela le hizo frente a una ametralladora y dos revólveres policiales

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Ese 1973 fue un año de desdicha para Carlos Monzón pues la muerte violenta se le aproximó dos veces. En realidad todo venía mal desde noviembre cuando Benny Briscoe le cruzó un derechazo al mentón en el 9° round y el Luna Park repleto cundió en pánico. Es que esa imagen de Monzón sentido, girando sobre su eje hacia el encordado sin dominio del cuerpo y tomándose desesperadamente de la cintura de Briscoe mirando el reloj en lo alto del estadio, fue muy angustiosa. El referí -el recordado y querido Victor Avendaño- creyó que lo ayudaría al no contarle los 8 segundos reglamentarios y en realidad por no hacerlo lo dejó expuesto a un golpe final que afortunadamente nunca llegó a pesar del minuto que aún restaba.

Monzón le escapaba a hablar sobre aquel episodio pero con los años después de una larga cena de reencuentro en la cual el vino siempre estuvo presente en nuestras copas, confesó:

— El negro ya me había llegado con ese cross de derecha y yo no sentí nada, por eso le bajé la izquierda, para que viniera y poder meterle el gancho al cuerpo que era lo que me pedía Brusa, pero me madrugó.

— Y si te enchufaba otra, chau, a dormir…, le completé.

— No, ¿sabés que no? Les digo la verdad, el golpe me paralizó y quedé viendo doble: veía dos referís y dos negros que estaban delante mío… por suerte me agarré del verdadero.

Unos meses después, en febrero del 73’, alguien le fue a contar a la esposa de Monzón, que su marido estaba con otra mujer en tal dirección. Fue así que Pelusa García tomó un revólver Calibre 22 que tenía en la casa y salió hacia el lugar que la llamada anónima le había informado con indiscutible precisión.

— ¿Dónde esta esa puta que me quiere robar a mi marido, eh, dónde mierda está…? La voy a cagar a tiros… h… d... m.. p

Aquellos gritos alertaron a Monzón quien al ver a su esposa apuntando con el arma se puso delante de la mujer a quien le clamaba: “Pará Pelusa, pará, yo después te explico…”.

Fue inútil: Pelusa levantó el arma y disparó. Sin embargo la primera bala hirió el antebrazo izquierdo de Monzón quien cubría con su cuerpo la humanidad de la mujer atacada. Entre insultos y gritos desgarradores vino el segundo disparo de Pelusa. Este le dio de lleno al campeón en el omóplato derecho. Esa bala quedó alojada en el cuerpo de Carlos Monzón para siempre.

Después del suceso y tras la hospitalización en el consultorio privado de un médico amigo de Brusa que le extrajo la bala del antebrazo, Pelusa y Monzón regresaron a su casa. Era febrero del 73’, un año antes de conocer a Susana Giménez e ingresar en la vida del glamour con la filmación de La Mary.

Mercedes "Pelusa" García, la primera esposa de Monzón le pegó dos balazos al encontrarlo con otra mujer. Una de las balas quedó alojada para siempre en el omóplato del boxeador.
Mercedes "Pelusa" García, la primera esposa de Monzón le pegó dos balazos al encontrarlo con otra mujer. Una de las balas quedó alojada para siempre en el omóplato del boxeador.

Una vez más Pelusa y Carlos habrían de reconciliarse; hacía calor esa noche en Santa Fe y se celebraba el carnaval. Fue así que a Monzón con una bala extraída del antebrazo izquierdo ahora en cabestrillo y otra bala alojada en el omoplato derecho, se le ocurrió una original manera de reanudar la convivencia matrimonial:

— Pelusa, vestite que nos vamos a bailar…

Fue una etapa muy difícil en la vida de Monzón, tanto que hasta pensó en retirarse pues muchas cosas andaban mal: su matrimonio, su vida social, el dolor en las manos, el tremendo esfuerzo para dar el peso y un grupejo de viejos amigos que lo anclaban a fechorías del pasado.

Fue por ello que Amílcar Brusa quería sacarlo por un tiempito de Santa Fe. Y cuando Lectoure le propuso que se sumara para acompañar a Nicolino a Venezuela, sabiendo de la muy buena relación y el enorme respeto que había entre Monzón y Locche la respuesta fue un rápido sí.

Nicolino habría de intentar, sin éxito, recuperar el campeonato mundial de peso welter junior ante Kid Pambelé (Antonio Cervantes, en ese momento el hombre más popular de Colombia) en la Plaza de Toros “Cesar Girón” de Maracay el 17 de Marzo de ese 1973.

Antes de salir para el 10° asalto Lectoure se le puso enfrente y con su enorme cuerpo le impidió salir de la esquina al tiempo que Osvaldo Cavillon –su segundo– arrojaba la toalla en señal de abandono. Nicolino forcejeó y cuando el árbitro Sulbarán llamó a Pambelé para levantarle el brazo, Locche cayó en un irrefrenable llanto: “No me hagan perder como un cobarde”, decía. Era la primera –y fue la única vez en 140 peleas– que se lo vio llorando.

Para Monzón la noche también resultaba hostil.

Al momento de subir al ring para saludar al público calculado en 10.000 personas bajo estado de excitación evidente, se confundieron aplausos con silbidos.

Tanta desaprobación no pareció justificarse pues ese Carlos Monzón de 1973 era el mismo que le había quitado la corona mundial a Nino Benvenuti y había defendido otras cinco veces su cinturón. Venía de ganarle a Benny Briscoe por puntos. O sea que se trataba de una enorme figura del boxeo mundial.

Una vez finalizada la pelea de Locche el promotor Ramiro Machado ofreció una cena para los boxeadores, los invitados especiales, los jueces y los periodistas en un salón externo del mismo hotel a unos cincuenta metros de la entrada principal.

En la mesa nos encontrábamos Monzón, Locche con el ojo emparchado por la herida, Lectoure, el doctor Roberto Paladino, Osvaldo Cavillón, Carlos María Giménez –quien en la de semifondo había noqueado en el 7° round a Armando Mendoza2 y el Polo Márquez, el exquisito cantautor mendocino –que hoy se halla en Perú– amigo de Locche quien había cantado el Himno Nacional sobre el ring.

La derrota se sentía en el ánimo y en el apetito de la mesa. Nos quedamos muy poco tiempo y regresamos hacia el lobby del hotel pasando bajo banderas de países latinoamericanos que flameaban sobre el frente de la entrada.

Uno de los tantos viajes de Monzón con Tito Lectoure. Cuando viajaron a ver a Locche en Venezuela se produjo el incidente donde hubo balas.
Uno de los tantos viajes de Monzón con Tito Lectoure. Cuando viajaron a ver a Locche en Venezuela se produjo el incidente donde hubo balas.

Mientras caminábamos el breve trecho, Monzón encendió un cigarrillo L&M Large que fue escondiendo en su mano derecha para no ser advertido. De repente, frente a la puerta del hotel en una especie de rotonda de acceso distante unos 50 metros de donde estábamos, escuchamos voces encendidas inequívocas de agresividad. Uno de los cuatro hombres –el más elegantemente vestido– que se hallaba en uno de los dos coches en marcha bajó descalzo hacia el césped con una ametralladora corta en las manos y después de una descarga al aire, espetó:

— Eh tú eres Monzón, argentino “pelucón”, cobarde, mira Monzón, mira.

— ¿Qué dicen, quiénes son?, preguntó el campeón apagando el cigarrillo y listo para acercarse…

— No –le dije– son muchachos que están contentos y con unas copas de más.

Fue en ese momento que otros dos de los cuatro ocupantes del auto se bajaron. Pero con revólveres en las manos. Mientras el primero, el de la ametralladora quedaba como adelantado, estos otros dos se apostaron en la retaguardia a la altura de la puerta delantera del acompañante.

Ante semejante situación intenté llevarme a Monzón hacia adentro del hotel. No pude siquiera tomarlo del brazo tal el forcejeo al tiempo que los gritos provocaban que algunos pasajeros que estaban cenando o tomando una copa fueran saliendo. Monzón quería cruzarse para estar más cerca. Yo me agaché detrás de un cantero. Un “seguridad” y Nicolino fueron tras él. Los agresores armados seguían:

— Monzón, maricón, argentino cobarde, ¿por qué no les das “un chance” a Mantequilla Nápoles? Maricón, fájate con Mantequilla si quieres ser un campeón de verdad, gritaban mientras las armas ya estaban apuntando a un Monzón que en la confusión me preguntaba: “Che ¿quién carajo es ese Napoli, Nápoles, Mantequilla no se qué”.

— Dejá Carlos que después te explico, es un boxeador cubano radicado en México, vení para adentro –le rogué–, después te digo.

Todos estábamos cuerpo a tierra, a sólo 50 metros de dos hombres armados y en el medio, el espanto. Mientras lo seguían apuntando e insultando Carlos Monzón abrió su camisa blanca hasta quedar con el torso desnudo y yendo a paso firme y acelerado hacia sus francotiradores les gritaba con el brazo en alto y el dedo índice derecho amenazante: “Tiren hijos de puta, tiren y acierten porque si no los mato a trompadas, tiren”. Ya estaba a menos de 20 metros… y seguía: “Tiren”, mientras directamente se quitaba la camisa y la arrojaba al piso. “Tiren”, insistía enérgicamente Monzón ya casi corriendo hacia ellos.

Por suerte cuando Carlos ya estaba sobre el auto y sobre ellos y ya los tenía casi al alcance de la mano los dos hombres armados se metieron dentro del auto y huyeron. Mientras se alejaban le seguían gritando: “Monzón , argentino maricón, pelucón… cobarde, súbete al ring a fajarte con Mantequilla”.

Ya en el lobby todo el mundo se acercó a preguntarle qué había pasado. Azorado e indignado, Monzón les respondió a todos y a cada uno lo mismo: “Sacaron (las armas) y no tiraron, sacaron y no tiraron”. Un hecho inconcebible en los códigos con los cuales nació, vivió y murió Carlos Monzón.

Nunca supimos quiénes fueron los agresores, siempre me quedó la sospecha que se trató de policías de algún cuerpo especial por la destreza para manejar la situación y saber ponerle un límite.

Serían como las tres de la mañana. Quedaban una pocas horas de descanso pues salíamos para Caracas en la mañana. Monzón y Cavillón se juntaron en un cuarto y pidieron whisky para distenderse.

Difíciles eran aquellos momentos en la vida del campeón pues en febrero estuvo frente al arma que empuñaba su esposa y recibió dos balazos. Uno de ellos le hirió el antebrazo izquierdo y el otro le quedó alojado para siempre en el omoplato derecho.

Ahora, en marzo, acababan de amenazarlo con una ametralladora y tres revólveres a los cuales solo les opuso el pecho y los puños. Merecía la distensión, el relajamiento que le devolviera la serenidad.

A las ocho de la mañana, mientras lo esperábamos para partir, vimos con asombro salir de su habitación dos esbeltas figuras vestidas con finas ropas de mujer.

La Parca había pasado por segunda vez…

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