
Son tiempos de declaraciones delivery. Se habla a pedido del hincha. El honor pareciera ponerse en juego -guste o no- también en las palabras. Más cuando todo se viraliza en segundos y puede ser convertido en un puñal que atenta contra la ceguera del fanático. Los futbolistas muchas veces quedan rehenes de la gente. Deben ser cuidadosos de lo que se disputa en la cancha de los micrófonos. No se puede demostrar temor, una mala palabra en el fútbol aunque no hay quien no tenga miedo en algún momento de su carrera. No se debe asumir un estigma contra el clásico, una debilidad que hay que esconder pese a que terminó penando en los últimos enfrentamientos. Nada será permitido en la tribuna. Tevez debe ponerse en modo serie de Netflix -en el chico que todo lo enfrenta- y decir "ojalá juguemos con River por la Libertadores". No importa que a esa hora la mayoría prefiera a Cerro antes que una revancha. Al Vasco Arruabarrena lo destrozaron cuando antes de un cruce con River declaró que en esos partidos aparecía "el cagazo". Le cuestionaron no conocer el Mundo Boca a un entrenador que había salido de sus Inferiores. Otra muestra de por qué está prohibido asumir que este Boca-River nadie quería jugarlo.
El clásico es un partido que deja cicatrices. Un ejemplo de los últimos tiempos es que se bajaron partidos a dedo. Ya no se quieren enfrentar en el verano, esos choques de Mar del Plata o Mendoza que los más chicos ven sólo en Youtube. Una vez le costó el puesto al amado Ramón Díaz. Fue en el 2000, cuando Bianchi le llenó el equipo de pibes -algunos conocidos como Burdisso y otros de paso fugaz como Suchard Ruiz- y lo eyectó del banco de suplentes al derrotarlo 2 a 1. Más acá en el tiempo, el impresentable torneo de 30 equipos tenía una perlita en su fecha de clásicos. Un emparejamiento que mostraba partidos extraños como Vélez-Tigre pero elevaba el rating en Boca-River. Cuando se cambió el dueño de los derechos de TV, en la negociación los propios dirigentes de los clubes -y los entrenadores- tacharon ese cruce que el resto quería. Ahora surge un fantasma más reciente. River no sólo se transformó en un equipo copero con la personalidad de Gallardo. Se ganó el respeto que antes tenía el Boca de Bianchi. Hasta el propio Oscar Ruggeri declaró que hoy "River asusta hasta a Boca". Potenciado al extremo por la final de la Copa Libertadores en Madrid. No pasa por la locura de algunos hinchas que viven en un termo. Desconocer que ese partido cambió el escenario de un modo bestial es analizar el fútbol sin sentimiento.

Boca vive obsesionado con levantar la Copa. Desde su propia exigencia dejó en segundo plano los títulos locales. A veces se sobreactúa en la defensa del escudo y se quiere creer que el resto minimiza el logro. Son ellos mismos quienes lo hacen con declaraciones, pero fundamentalmente con hechos: gastaron millones en un nuevo plantel para levantar la séptima. La frase "una Libertadores vale 10 campeonatos locales" no es de un periodista sino de Riquelme, el jugador más preponderante de la historia del club. Hincha de Boca desde que esquivaba vidrios en las canchitas de Don Torcuato. No es fácil ganar la Copa. Boca se acostumbró en las noches épicas de Bianchi, con los Riquelme, Palermo, Ibarra, Chelo Delgado, Battaglia, Guillermo Barros Schelotto. Más tarde, en el 2007, la levantó con Miguel Russo entrenador y Román extraterrestre. Hace 12 años fue la última vez. River se hizo amigo del trofeo con la llegada de Gallardo. Antes sólo lo había ganado dos veces. La primera fue con el equipo del Bambino Veira -el único campeón del mundo- con Alonso, Ruggeri, Pumpido, el Negro Enrique, Alzamendi, el Búfalo Funes. Diez años después, en el 96, la levantó de la mano de Ramón. El River de Francescoli, Ortega, Crespo, Almeyda, Sorin, Gallardo. El punto es que ahora River se acostumbró a esas noches que miraba por televisión. Acaba de llegar a la cuarta semifinal en 5 años. Se acostumbró a ganar. Cambiaron mucho los equipos. Siempre repitió Gallardo.
El escenario de Boca lo completa su año político. Una nueva derrota haría pedazos la ilusión del oficialismo. En la repetición surge el karma momentáneo por la eliminación en la Sudamericana de Barovero y Gigliotti, el Panadero del Gas Pimienta en la Libertadores, la Supercopa en Mendoza y la Copa en Madrid. Quedaron lejos la gallinita de Tevez para enmudecer el Monumental o la noche que Bianchi puso a Palermo y lo eliminó a River con un gol en muletas. Desde ese lugar era mejor enfrentarse a Cerro Porteño en busca de levantar la Copa. La presión es distinta. Estos clásicos son batallas futbolísticas. Dejan heridos. Raúl Cascini suele repetir en televisión que después de eliminar a River en el 2004 llegaron rotos a la final con Once Caldas. La gente recuerda como un título eliminar al rival de siempre pero al final Boca no pudo levantar el trofeo. Da la posibilidad de revancha aunque no sea una final, como avisó Gallardo. Permite cortar la racha y la cargada. El miedo es tener que soportar que se repita la película de terror. A Boca no le recriminan del mismo modo la final que perdió con Corinthians la noche que Román se quedó sin energías con Falcioni entrenador. La instancia es la misma, el rival cambia todo. Algo distinto pero con punto de contacto le sucede a River. Era mejor enfrentar a Liga de Quito que darle revancha a Boca. Podía seguir disfrutando del placer del gaste, del Gallardo que no pone en juego el título de invencible. De recordarle el tercer gol. Los hinchas hacen la recreación del gol del Pity Martínez como los de Central aún repiten la palomita de Aldo Pedro Poy contra Newell´s. Aun a riesgo de que un día Poy se les rompa cuando lo tiran al vacío.

El show que seguramente tendrá desbordes de todos lados será para los observadores imparciales. Es un partido seguido en el mundo. Uno de los grandes clásicos que hay que ver antes de morir. Después en el juego -el 1 y el 22 de octubre, en el Monumental y la Bombonera- todo podrá pasar. Aun cuando el partido del domingo por el torneo local defina el humor de la previa y el favoritismo inicial para River por los antecedentes inmediatos. Más allá de las lesiones de Wanchope Abila y de que en principio Boca jugará con su tercera alternativa de centrodelantero porque hoy no piensa en refuerzos. Hay que ver qué ocurre también este mes en la vida de River. En el duelo con Guillermo -para bien y para mal- Boca fue ganando y no lo pudo sostener. En estos días Gallardo ratificó que tiene un equipo confiable, el que más garantías da en la Argentina, pero no fue una máquina. Para saber el final de estos partidos de película habrá que esperar. Hay que jugarlos, aunque nadie quería hacerlo….
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