Argentina ya había logrado la clasificación a la segunda fase después de las victorias ante Hungría y Francia (y más allá de la derrota ante Italia). Luego arrancó con el pie derecho en el Grupo B de la ronda semifinal con un cómodo 2-0 contra Polonia. Y llegó el momento de la gran batalla frente a Brasil.
Lejos de hacerle honor al histórico y emblemático jogo bonito, el equipo conducido por Claudio Coutinho tenía otras características. Zico, Rivelino, Toninho Cerezo y Roberto Dinamita eran algunas de las figuras de un Scratch al que no le habían sobrado goles en la etapa inicial (apenas le había convertido uno a Suecia y otro a Austria). Pero venía de golear 3-0 a Perú.
Rosario se vistió de fiesta por el inesperado clásico sudamericano que, se suponía, iba darse solamente en la final (ambos culminaron segundos en la fase previa y finalmente cayeron en la misma zona). En Arroyito hubo poco fútbol, mucha fricción y pierna fuerte. Quien perdiera, vería seriamente comprometidas sus chances de clasificarse al duelo decisivo. Tal vez por eso, quedaron embargados por el miedo a la derrota. Fue un 0-0 áspero con golpes sin pelota cuando las distracciones de los árbitros los permitían.
"Si hubiera habido VAR en ese partido quedaba la mitad de los jugadores, a la otra la echaban", le comenta a Infobae Leopoldo Jacinto Luque, que esa tarde noche recibió y repartió. Su blanco y verdugo fue Oscar, fuerte zaguero central. "En una salté desarmado y me metió un tremendo codazo en el ojo. En el entretiempo me hicieron un punto en el párpado porque se me había hecho un coágulo", recuerda el delantero que convirtió cuatro tantos en esa copa.
Y Luque, provocador, también hacía de las suyas: en el instante en que el juez miraba para otro lado, pellizcaba a los defensores brasileños y cuando reaccionaban se hacía el desentendido mirando al referí. Ojo, eran mañas propias, no directivas de su entrenador. En el entretiempo le rogó a Menotti para que no lo sacara de la cancha pese a su molestia en la vista y la luxación de codo que arrastraba desde el partido ante Francia.
Después del pálido empate sin goles, el Flaco fue lapidario en el vestuario: "Fue el peor partido que jugamos. No hicieron nada de lo planificado así que prefiero no analizar lo que ocurrió. Vamos a pasar directamente a lo que viene". Y lo que venía era Perú, con la misión de ganar por al menos cuatro goles para meterse en la deseada final. Aunque esta es una historia que corresponde a otro capítulo (ver nota sobre el polémico 6-0 contra Perú).
EL DOBLE COMANDO POSITIVO EN EL 78 Y NEGATIVO EN RUSIA 2018
Una de las imágenes icónicas que arrojó la participación de la Selección en la última Copa del Mundo fue la de Javier Mascherano dándole indicaciones a Jorge Sampaoli en un entrenamiento. Otro de los momentos que quedaron grabados fue cuando el propio técnico pareció preguntarle a uno de sus dirigidos si debía poner al Kun (Agüero) durante un partido. Lo cierto es que el diálogo entre plantel y cuerpo técnico siempre existió. Pero hay formas y formas.
"Nosotros (los jugadores) queríamos poner un cuarto volante porque creíamos que no podíamos jugar con tres delanteros y lo charlamos con Menotti. Yo no tenía problemas en salir del equipo si era para beneficiarlo, pero el Flaco quería sí o sí que jugara con Kempes y Bertoni", revela Luque. Ardiles, Ortiz, Villa y Valencia eran futbolistas que no sentían la marca y, si bien el Tolo Gallego era un 5 incansable, a veces no podía hacer todos los relevos.
Leopoldo Jacinto traza un paralelismo histórico entre la selección campeona del 78 y la que fue eliminada por Francia el año pasado: "Un entrenador con trabajo está convencido de su táctica y estrategia. Menotti tenía eso, te convencía. Ahí está la diferencia con Sampaoli. Nosotros sabíamos por qué jugaba Valencia o salía el Negro Ortiz, había fundamento. El entrenador tiene que estar seguro, no tener dudas, porque el jugador es un bicho bárbaro que se da cuenta de las cosas adentro del campo".
Así fue que el hoy director de Selecciones Nacionales inculcó en su equipo la entrega. Por eso Ortiz aportaba en la marca y Kempes, con su presencia y característica de enganche con lucha y gol, maquillaban los agujeros a la hora del retroceso.
Como Messi y Mascherano dialogaron en el Mundial de Rusia, también hubo un cónclave secreto en el 78. En el vestuario se encerraron los más grandes con el líder del cuerpo técnico: Fillol, Passarella, Gallego, Kempes, Ardiles y Luque. Ahí expusieron la idea de plantarse en cancha con futbolistas de más marca. Menotti jamás lo tomó como una ofensa, les agradeció por su preocupación pero continuó con su plan.
"El jugador no impone sino que da una opinión o sugiere. Cuando el Flaco nos pidió que sigamos con el plan previsto, lo defendimos a muerte", asegura Luque. Así fue que el DT convenció a Luque de retroceder unos metros para agarrar al 5 rival. Si jugaba Valencia, tenía que dejar un surco en su sector. Ortiz tenía que hacerle sombra al 4 adversario. Y Kempes batallar sin perder el oxígeno necesario para pisar el área rival.
LA CHARLA DE MENOTTI EN LA FINAL Y EL PLUS DE PIZZAROTTI
Cuentan que el preparador físico que más tarde retornaría a la Selección de la mano de Daniel Alberto Passarella de cara a las Eliminatorias de Francia 98, fue vital para la conquista. Lo describen como un adelantado en su época. Proveniente del atletismo, hacía hincapié en la velocidad y presión.
Menotti lo conocía de Huracán, sabía de su inteligencia para potenciar el físico de los futbolistas y por eso le puso el buzo albiceleste (incluso también en España 82). Cosechaba los frutos sembrados por su colaborador.
El Profe, que falleció en 2007, también fue testigo de la la última charla táctica de Menotti. Fue la más corta de todo el Mundial (no llegó a durar 12 minutos).
En uno de los salones que tenía la Fundación Natalio Salvatori en la localidad bonaerense de José C. Paz donde se concentraba Argentina, el pizarrón estaba listo -a pesar de que Menotti nunca lo usaba- y el humo de un cigarrillo que se había fumado se escapaba por un ventilete abierto.
"Muchachos, llegamos a la final, el objetivo que nos habíamos propuesto. Y el motivo de que lo hayamos conseguido no es por responsabilidad mía ni del cuerpo técnico. Fueron ustedes los que pelearon, se rompieron el alma y, en un porcentaje muy elevado, cumplieron con la táctica y estrategia que les di…", comenzó el entrenador. El Flaco fue directo, al grano. No se explayó demasiado en cuestiones tácticas ni tampoco se sobrepasó con el aspecto motivacional. Quizás inconscientemente sabía que tendría que guardar saliva de cara a la previa del tiempo suplementario en el estadio Monumental.
La efervescencia ante la posibilidad de ser campeón mundial por primera vez y la explosión del gol de Mario Alberto Kempes que adelantó a Argentina el 25 de junio de 1978 fueron empañadas por el empate de Nick Nanninga a los 82′. El tiro en el palo de Resenbrink, cuando habían pasado unos segundos de los 45 del segundo tiempo, paralizó a los corazones de todo un país. Esa angustia fue espantada desde la garganta de Menotti.
El árbitro italiano Sergio Gonella ya había pitado el final de los 90 y se venían los tiempos extras. Los jugadores albicelestes formaron un racimo y se dirigieron hacia el banco de suplentes local, en el que hoy da indicaciones Marcelo Gallardo con su River. Del otro lado los naranjas hicieron lo mismo rodeando al austríaco Ernst Happel. Un bidón grande de color celeste, símil al que se vende en las estaciones de servicio con líquido refrigerante para los autos, se pasaba de mano en mano en el plantel nacional y rehidrataba a sus componentes. Un masajista holandés se arrodillaba al costado del campo de la cancha masajeando cuanto isquiotibial se le pusiera enfrente.
Ya estaba echada la suerte y Menotti vocíferó para callar algunos reclamos y recriminaciones clásicas por jugadas que no habían salido como se esperaba. Tácitamente basó su última charla en el resto físico propio gracias a la preparación de Pizzarotti.
"Muchachos, no lo ganamos en los 90 porque erramos (aunque ellos también). Basta de reproches. Dénse vuelta y miren allá. Lo único que les falta (a los holandeses) es que un tipo les esté soplando el culo por el cansancio. Ahora vamos a entrar y les vamos a hacer 3 ó 4 goles". Esta fue la arenga definitoria. Menotti falló en la cantidad de tantos que Argentina iba a convertir (hizo otro Kempes y cerró el 3-1 Bertoni) pero dio en el blanco con su discurso.
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