El increíble caso del nadador argentino que tenía todo para ser campeón olímpico y perdió su chance por culpa de un ómnibus

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La noche le había sembrado un sueño sublime. Ahora tan solo le tocaba clasificar en las Semifinales de los 100 metros estilo Mariposa. Sobre esto no cabían dudas, pues sus marcas preliminares le daban amplísimo margen. Su marca eliminatoria lograda sin esfuerzo de una semi o una final apenas superaba los 55″. Más aún, tenía mejor tiempo que Mark Spitz, quien se convertiría más tarde en leyenda y a quien, además, había ayudado a entrenar en el prestigioso Santa Clara Swimming Club de California en los últimos dos años y medio.

Alrededor del mediodía de aquel 20 de Octubre de 1968 él y su profesor, Juan Carlos Bird, hicieron lo que todos los atletas, dirigentes y oficiales: se pusieron en la fila para abordar el primer ómnibus oficial dispuesto por el Comité Organizador. Querían llegar con bastante anticipación a la Alberca Olímpica Francisco Márquez.

El trayecto, según los viajes anteriores, podría estimarse en una hora, a lo sumo. Eso fue lo que demoraron para ir a los entrenamientos y también el día previo, cuando corrió los 100 metros libres con el único objetivo de "ablandarse".

El bus G.M.C era largo –14 filas de dos asientos a ambos lados– alto y cuadrado. Y aunque la suspensión amortiguaba poco las cunetas que lo hacían saltar, sus más de cincuenta pasajeros disfrutaban del incomparable clima olímpico: juventud, color, ilusiones, esperanzas, orgullo y sueños.

En la fila 4, del lado de la ventanilla, iba Luis Alberto Nicolao. El gran paradigma de la natación argentina, quien a los 7 años le temía al agua, a los 9 habría de aceptar meterse en una piscina y a los 11 ganaría su primera carrera. Al mirar con algo de preocupación hacia afuera, pues el tránsito le resultaba más lento e intrincado que el de los días anteriores, éste enorme campeón tenía derecho a evocar su pasado glorioso: campeón Sudamericano en Cali (Colombia) a los 14 años y representante olímpico por primera vez a los 16 años en Roma 1960. Tras el regreso, su estilo con la patada Delfín, su enorme vocación, su sentido sobre el deporte y la competencia, produjeron lo que por entonces era un milagro: ser el primer nadador sudamericano en bajar el minuto en los 100 metros Mariposa.

Aquella mañana preanunciaba un clima ideal en los 2240 metros de altitud del Distrito Federal, ya que a esa hora la temperatura no sobrepasaba los 23°. El sol era amistoso y el aire llegaba a través de las ventanillas como una brisa fresca. El ómnibus avanzaba a paso de hombre y había mucha gente en las calles. Nicolao y el profesor Bird comenzaron a sentir los latidos precipitados de la angustia. El destino final de ese trayecto era la piscina olímpica, que quedaba en la Av. División del Norte 2333 esquina Río Churubusco, en el barrio General Anaya. Unos seis kilómetros desde la Villa Olímpica. Allí lo esperaba esa hermosa pileta de agua azul transparente de 50 metros de largo por 21 metros de ancho. Luis Alberto sabía que la profundidad era de 1.80 metros en los extremos y 2.10 en el centro, de manera que en cualquiera de los ocho andariveles que le tocare podría desplegar su particular y magnífico estilo de la doble patada. Tal vez, y a pesar del estrés que padecía mientras viajaba. recordaría aquel 27 de abril de 1964 cuando clavó 57″ en la pileta de Guanabara, Río de Janeiro, a donde había ido a hacer el intento de bajar el minuto por invitación de Joao Havelange, quien por entonces era el presidente de la Confederación Brasileña de Deportes. Tras esa plusmarca, que superó una propia de tres días antes, con 58.4″ en la misma piscina, Nicolao se convertía en el recordman Mundial de los 100 metros estilo Mariposa y abría una enorme esperanza para los Juegos Olímpicos de Tokio '64.

.- ¿Por qué razón estamos parados?, ¿Amigo, cuál es el problema?.-

.-"Es que se está corriendo la maratón y está todo cortado… fíjese, no puedo avanzar por ningún lado. lo ve, hay vallas y policías por todas partes que no nos dejan pasar", fue respondiendo el chofer a cada angustiado pasajero, pues en ese transporte iban voleibolistas, atletas, jueces y dirigentes.

Era cierto. Por Ángel de la Independencia, la Catedral Metropolitana, el Paseo de la Reforma, la Torre Latinoamericana, Polanco o el Castillo de Chapultepec, las motos de la policía le abrían paso al primer pelotón cuyo líder era el etíope Mamo Wolde, digno sucesor de Abebe Bikila, quien había ganado descalzo en Roma y calzado en Tokio. La gente estaba loca por ver pasar al mexicano Alfredo Espinoza, quien venía 4° detrás del japonés Kenji Kimihara y el neozelandés Mike Ryan. Pero en el ómnibus crecía la angustia. Era una extraña sensación. No se iría a ningún lado bajándose y se llegaría cada vez más tarde permaneciendo sobre él. Luis Alberto Nicolao, el discípulo de esa gran leyenda que fue Alberto Carranza (campeón junior en 1931), su maestro en el club Ateneo de la Juventud, el Olimpia de Oro en 1961, la gran estrella olímpica de Tokio '64, el recordman mundial de los 100 Mariposa, el campeón sudamericano 24 veces seguidas, el medalla de bronce en 3 Juegos Panamericanos consecutivos, el campeón nacional de Estados Unidos en 1965, la gran esperanza argentina, caía en la desesperación tras cuatro años de hacer lo que muy pocos deportistas serían capaces de realizar: dedicar un periodo olímpico, que son los cuatro años que median entre unos juegos y los siguientes, preparándose fuera de su casa, de su ámbito y de su país para lograr una medalla.

¿Dónde estamos? No importa. El ómnibus llevaba tres horas desde el momento de la partida en la Villa Olímpica. Podría ser en el Monumento a la Revolución o en el Palacio de Bellas Artes. Allí iba sentado junto a todos los demás atletas un hombre, que volviendo desde Tokio tras los Juegos Olímpicos fue invitado a quedarse en los Estados Unidos para entrenar en el famoso Santa Clara Swimming Club bajo las órdenes de George Haines, el prestigioso entrenador del equipo norteamericano de natación. Nicolao desembarcó en Miami desde Tokio. Habló por teléfono con sus padres, logró que le dieran permiso para quedarse y así, con su bolsito casi sin dinero y su profundo amor por la natación, comenzó la segunda parte de su prodigiosa historia. Porque había que llegar desde Miami a California. Y lo hizo como chofer ocasional de uno de los tantos autos cuyos dueños los dejan en un aeropuerto y siguen a su destino en otro medio de transporte pagándole a alguien para que los lleve de regreso. Este hombre desesperado por la demora para llegar con anticipación a una competencia olímpica para le que se preparó durante cuatro años de su vida en plenitud, arribó a San Francisco como chofer, consiguió alojamiento en una casa de familia en Palo Alto, trabajó en una estación de servicio levantándose a las 3:45 de cada día hasta que logró por propio mérito la beca en la Universidad de Stanford para estudiar Ciencias Políticas, carrera que completó con excelentes notas. No fue la única Universidad en la que había aplicado para tan codiciada beca. También lo habían aprobado Yale, Berkeley, Harvard y la del Sur de California, en la que fue recibido y tentado por los famoso artistas Glenn Ford, Johnny Weissmuller (el Tarzán de la ficción cinematográfica) y hasta Esther Williams, la actriz de "Escuela de Sirenas", entre tantos otros éxitos en los '50 y '60.

La Maratón Olímpica había hecho colapsar las calles. No es que los 9 millones de habitantes que tenía el Distrito Federal estuviesen en las calles, pero con los cientos de miles a lo largo del recorrido alcanzaba para que el tránsito interrumpiera increíblemente lo que se conoce como "Corredor Olímpico". Una franja vehicular trazada en las ciudades sedes por donde sólo transitan los vehículos oficiales. Esta Maratón de México uniría sus 42 kilómetros entre Tlatelolco y el estadio Olímpico Universitario y aunque el ganador estuvo en las 2 horas con 20 minutos hubo que esperar que los 74 atletas de 41 países completaran el recorrido sin que un policía o un agente de tránsito habilitara un cruce por donde continuar. Al borde de un ataque de nervios, Luis Alberto Nicolao padecía la impotencia de saberse víctima y no poder hacer nada por sus sueños. Probablemente recordaría con nostalgia que para lograr la beca de la Universidad de Stanford debió primero aprender inglés en el Foothill College como un alumno regular y lograr trabajos transitorios para pagar la cuota como miembro del Santa Clara Swimming. Sólo así lograría ser dirigido por un gran entrenador como George Haines y convivir con nadadores de élite como Mark Spitz, ganador de siete medallas de Oro en Munich '72, récord sólo superado por Michael Phelps. O acaso aquel último escollo que para ser admitido en Stanford era obligatorio presentar algún aval sobre sus condiciones tanto humanas como estudiantiles. Nico se lo pidió a su padre que estaba en la Argentina. Este hizo gestiones y apareció un aval escrito de puño y letra que decía la siguiente: "Se trata de un excelente alumno, si se aplica". Y lo firmaba el doctor Arturo Umberto Illia, ex Presidente de la Nación Argentina. Una vez más Don Arturo tuvo razón. Nicolao fue un gran alumno y un brillante deportista.

Cuando casi cuatro horas después de la partida el ómnibus detuvo su marcha frente a las columnas griegas del ingreso semicircular y blanco de la Alberca Francisco Márquez, Luis Alberto Nicolao y su profesor Juan Carlos Bird salieron volando hacia los vestuarios. Ya era tarde, las Semifinales de los 100 metros Mariposa se estaban corriendo…

Todos los extranjeros pidieron por él. Desde el entrenador norteamericano, que preparó al equipo mexicano, Ronald Johnson hasta la mas grande y emblemática figura de la natación mexicana Felipe "El Tibio" Muñoz, campeón olímpico de los 200 metros pecho. Se intentaron apelaciones, permitirle que marque el tiempo y según tal marca homologada dejarlo participar de la gran final. La Federación Internacional de Natación lo consideró, lo debatió y su respuesta fue negativa.

Luis Alberto Nicolao nunca más volvió a competir y arrastra 49 años de silenciosa angustia. ¿Cómo explicar la cosa más frustrante de una vida? Por cierto, lo sabrán sus cinco hijos. También sabrán que su padre es una de las personas mejor consideradas en el en el universo olímpico. Y que Beijing lo contó como uno de los principales consultores para organizar sus Juegos Olímpicos de 2008 y aún hoy lo cuida como asesor de futuros objetivos deportivos.

Hace un mes cumplió 73 años. Y cuando algún padre lo consulta para saber a cuánto podría llegar la vocación de su hijo por ser nadador, Luis Alberto, quien vive una parte de la semana en Mar del Plata y otra parte en la Capital Federal, se tira al agua, les enseña, los evalúa y después de medir sus condiciones les dará un diagnóstico. Hoy ha elegido a dos discípulos, a quienes les ve futuro. ¿O será que al nadar junto a ellos son los adolescentes quienes le estimulan el presente alimentando su indisoluble amor por la natación?

Habría una sola manera de explicar este infortunio olímpico que cambió la historia. El podio de los 100 metros mariposa lo ocuparon tres nadadores norteamericanos. La prueba la ganó Douglas Russell con 55.9″ (Oro); el segundo fue el enorme Mark Spitz con 56.4″ (Plata) y el tercero resultó Ross Walles con 57.2″ (Bronce). Pues bien, el tiempo homologado de Luis Alberto Nicolao era de "55.2.

Hay una gloria que se escribe. Hay una gloria que se ve. Y también hay una gloria merecida que no fue. Sobre el pecho de Luis Alberto Nicolao ha quedado grabada una medalla dorada, es fácil advertirla, ha traspasado su piel. Para siempre.

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