
El Museo del Prado cerró el último año con una situación financiera excepcional, reflejo de una administración rigurosa y de una política de captación de recursos diversificada. El superávit alcanzó los 22,8 millones de euros, una cifra inédita para la pinacoteca nacional y que se atribuye sobre todo al notable desempeño en la venta de entradas y al auge sostenido de visitantes.
Gran parte de este resultado financiero se explica por la venta de entradas, que generó 27 millones de euros —un 13% más que el año anterior—, lo que permitió al Prado superar la barrera de los 3,4 millones de visitantes en un solo ejercicio. Según información oficial del Museo, los ingresos propios sumaron más de 37 millones de euros, al contabilizar también otros conceptos como patrocinios (6 millones de euros), audioguías (1,6 millones de euros) y actividades diversas. La estructura de financiación combina estos recursos con las aportaciones públicas, que alcanzaron los 48 millones de euros.

Las subvenciones estatales continúan siendo vitales para el desarrollo institucional del Prado. Este apartado representó la mayor partida de ingresos totales, permitiendo financiar tanto los programas expositivos como la importante rehabilitación del Salón de Reinos, a la que se destinaron 20,5 millones de euros. La transparencia y el control del gasto guiaron todos los procesos: la masa salarial supuso el principal desembolso —casi 25 millones de euros—, seguida de los gastos corrientes (22,9 millones de euros).
Estos datos figuran en las cuentas aprobadas por el pleno del Patronato del museo, que en 2024 también incorporó nuevas figuras a su dirección y renovó mandatos clave hasta 2030. De esta forma, la institución refuerza su compromiso con un modelo de gestión robusto, que equilibra la excelencia cultural con la eficiencia económica.

Récord histórico de visitantes y apertura a nuevos públicos
El Prado no solo pareció invulnerable a la incertidumbre global de la industria turística, sino que volvió a batir su récord anual de asistentes. Hasta el 7 de diciembre de 2024 se registraron 3.258.328 visitas, superando la histórica marca del año anterior. Este flujo extraordinario convirtió a la pinacoteca madrileña en uno de los polos culturales más concurridos del mundo. Uno de los motores de este logro ha sido la apuesta institucional por atraer a públicos más diversos y ampliar la accesibilidad.
El director Miguel Falomir resaltó que el objetivo va más allá de incrementar la cifra total: la estrategia es “abrir la institución a nuevos públicos”, en palabras recogidas en declaraciones oficiales. En este contexto, la política de accesibilidad del Prado jugó un papel fundamental. Cerca del 45% de los asistentes en 2024 pudieron ingresar gratuitamente, beneficiándose de franjas horarias específicas y tarifas especiales orientadas a estudiantes, menores y colectivos vulnerables.

A nivel internacional, el Prado consolidó su perfil global. Un 60% de los visitantes fueron extranjeros, en plena efervescencia del turismo en Madrid. En este sentido, la oferta cultural del museo sirvió de imán para viajeros de todos los continentes, situando a la capital española entre los destinos artísticos más valorados de Europa.
Entre las iniciativas más celebradas figura el exitoso programa “Prado de noche”, que abre las salas principales en horario nocturno el primer sábado de cada mes —de 20:30 a 23:30—, generando una experiencia singular. Los días de especial afluencia, como el Día y Noche de los Museos (con 14.497 visitantes en un solo día), subrayan el dinamismo y la conexión entre la institución y su comunidad. Estas políticas, así como la versatilidad de la programación y la ampliación del horario, consolidaron la posición del museo como espacio plural y abierto, sin perder de vista la excelencia ni el rigor en la conservación y difusión de su acervo.

El Prado y su constelación de obras emblemáticas: el magnetismo de “El Jardín de las Delicias”
Si el propio edificio y su gestión económica marcan récords, son las obras colgadas en sus muros las que provocan la fascinación y los desplazamientos de multitudes. El Prado preserva un acervo de más de 34.000 piezas, entre las cuales brillan algunas de las creaciones más influyentes de la historia del arte. La selección de obras maestras que ornamentan sus salas contribuye de manera insustituible al atractivo global de la institución.
Destaca en primer lugar “Las Meninas” de Diego Velázquez, un óleo que sigue deslumbrando por su complejidad técnica y su audaz tratamiento de la perspectiva. La infanta Margarita, rodeada de sus damas, sirve de núcleo a una composición que invita permanentemente a la reinterpretación y ha marcado un hito en la historia del barroco.

Otra pieza icónica es “La maja desnuda” de Francisco de Goya, célebre por desafiar los cánones de su época y plasmar una visión moderna y realista de la belleza femenina. Por su parte, “Saturno devorando a su hijo”, también de Goya, encarna el dramatismo de las Pinturas Negras y explora con intensidad poco común el mito clásico y la psique humana.
El Greco aporta a la colección el enigmático retrato de “El caballero de la mano en el pecho”, mientras que Joaquín Sorolla introduce la vibrante luz mediterránea con “Chicos en la playa”. Otras obras fundamentales son “La rendición de Breda” (Velázquez), “Judit en el banquete de Holofernes” (Rembrandt), “Las Tres Gracias” (Rubens) y “Los fusilamientos del 3 de mayo” (Goya), una composición que testimonia el sufrimiento y la resistencia nacional ante la ocupación napoleónica.
En este firmamento de genialidad, sobresale con luz propia “El Jardín de las Delicias” de Hieronymus Bosch —El Bosco—. Ubicada en la sala 056A, esta obra suscita las mayores concentraciones de público y es la más observada del museo, tal como confirma el estudio de la Universidad Miguel Hernández de Murcia, que calcula una media de 4 minutos de atención por visitante —tiempo muy superior al que reciben otras piezas—. El tríptico, compuesto por tres paneles, presenta una narrativa visual que transita desde el Paraíso (panel izquierdo) hasta el Infierno (panel derecho), pasando por el hipnótico universo central que da nombre a la obra.

El catálogo simbólico que despliega El Bosco fascinó a generaciones de estudiosos y sigue convocando miradas curiosas de todas las edades. La historia de la adquisición de la obra añade incluso una dimensión novelesca: arrebatada en el siglo XVI por el duque de Alba a la familia Nassau y objeto de disputas y traslados hasta su ingreso definitivo en el Prado en 1933, “El Jardín de las Delicias” subsiste como un enigma, tanto por su simbología cuanto por la trayectoria que la llevó hasta el principal museo español. Actualmente, el museo y la comunidad cultural impulsan el reconocimiento de su autor y hasta la Real Academia Española evalúa la inclusión del adjetivo “bosquiano” en su diccionario para distinguir todo lo relativo a este innovador pintor.
Las iniciativas institucionales, como la celebración del “Día de Jheronimus van Aken” y la puesta en valor de su obra, subrayan el compromiso del Prado con la divulgación, la investigación y la renovación constante de sus propuestas. En cada sala, detrás de cada lienzo, la historia, la gestión y el arte dialogan para hacer del museo un espacio de referencia mundial.
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