
El mundo no es un cine continuado. Hay rupturas que deshacen en las manos la idea de evolución. Hay catástrofes que radicalizan esas tragedias lógicas, previsibles, cotidianas. Una de ellas —inexorable, con toda su singularidad— es la pandemia que nos tiene encerrados —a veces con más paranoia, otras que con más liviandad— desde hace un año y medio. Los contagios siguen en ascenso, las vacunas llegan de a poco, las muertes configuran un número aterrador. De pronto, aprendimos a convivir con el monstruo, que se tornó parte de eso que algunos llaman el aquí y ahora. Hubo otras catástrofes, muy distintas; una un particular, muy humana, muy racional fue el Holocausto. No se puede escribir poesía después de Auschwitz, dijo el filósofo Theodor Adorno. Sus palabras exactas fueron: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Algo cambió en la sensibilidad social a partir de aquella oscuridad. ¿Cuál es el porvenir que se deja entrever en estos momentos? ¿Qué puede la poesía, qué pueden los poetas, frente a una incertidumbre calamitosa?
Infobae Cultura conversó con quienes tejen con paciencia el oficio de la poesía. Sofía Gómez Pisa nació en 1990, publicó de Ella, la muerte o dios, Natival Digital y el reciente poemario publicado por Elemento Disruptivo La culpa ya no es de tus padres. Mario Arteca es platense, generación 1960, periodista y autor de casi treinta libros de poesía; el último se titula Un mal sueño sin sonido y fue editado por EDULP, la editorial de la Universidad Nacional de La Plata. Preguntas y respuestas a la distancia conforman esta conversación colectiva. Guadalupe Larrere vive en Australia, nació en Bahía Blanca en 1993, es economista y Casi transparente (Bärenhaus) es su primer poemario. Alejandro Archain nació en 1953 en San Fernando, publicó A tientas, Las orillas de la palabra y Querencia, el último, por Paradiso; dirigió la filial argentina del Fondo de Cultura Económica y hoy dirige la editorial de la universidad Nacional de Tres de Febrero. Por último, Cynthia Langier, porteña de 1971, es psicoanalista y publicó los poemarios Y la gata se relame (Modesto Rimba, 2016) y El ojo retrovisor (Griselda García Editora, 2021).
—Muchos poetas han dejado de escribir o han escrito mucho más desde que empezó la pandemia. ¿Cuánto se modificó en ustedes el hábito de escritura en el último año y medio?
—Mario Arteca: Mi caso debe ser parecido al de muchos: al principio del aislamiento supuse que el valor tiempo corría a favor de la escritura. Pensaba en armar, como casi todos, un “diario de pandemia”, algo que registrara una situación excepcional para un escritor, aunque enseguida me di cuenta que a todos lo que “no escribían” les sucedía lo mismo. Lo que en un primer momento fue escrito con un orden narrativo, se convirtió en algo más ensayístico, aunque después derivó en textos poéticos. Ahora bien, al estar lógicamente mucho tiempo conmigo mismo más allá de lo habitual, la disposición temporal para la escritura se fue desplazando hacia horarios más diurnos. Y sobre todo, trabajar no necesariamente desde la computadora, sino desde un cuaderno artesanal, hermoso, que me hiciera Julio Fuks, y donde nunca encontraba una excusa convincente para utilizarlo. Bueno, en ese cuaderno empecé a anotar frases no sólo mías, sino de novelas o ensayos que venía leyendo, y que después fueron la materia prima de dos libros que terminé en plena pandemia. Esa instrumentación fue el cambio de hábito más elocuente.
—Guadalupe Larrere: En julio de 2019 vine a instalarme por primera vez a Australia, justo cuando se publicaba mi único libro de poesía. Previo a eso, un poco por voluntad propia y otro poco por un deseo irrefrenable, me había confinado en mi departamento de Núñez casi por tres meses a revisar, a escribir, a aburrirme, a pensar y a sentir. Entré en un estado apático, casi depresivo, tan profundamente vacío; creé un paréntesis, frené el tiempo, abandoné la carrera y en cambio me senté a ver al mundo girar y a la gente pasar. Observé a las cosas ser a pesar de todo. Me confiné, me ordené, edité mi libro, y me fui. Fue un gran reset. Cuando empezó la pandemia en marzo de 2020 volví a Australia después de una visita a Argentina. Tuve 15 días de cuarentena obligatoria en los que de nuevo, explotó mi creatividad. Las cuarentenas, a fin de cuentas, las he vivido como una oportunidad excepcional para hacer lo que se me da la gana adentro de mi propio mundo, sin cargo de consciencia, sin costo de oportunidad. Respecto a la escritura en particular, la cuarentena ha sido el modo en que la intimidad y el presente cobraron rotunda relevancia, pues la intimidad y el presente es lo único que pasa, y lo único que importa. Con todo esto, la poesía, es una fiesta.

—Alejandro Archain: Tuve dos etapas bien distintas. Cuando comenzó la pandemia, y la cuarentena correspondiente, dediqué mucho tiempo a la lectura y también a la escritura. Los primeros meses leí mucho y luego comencé a corregir un libro que venía trabajando desde hacía ya tiempo. Lo trabajé a partir de mayo o junio y, finalmente, lo publiqué en octubre. El libro se llama Querencia, y salió publicado por Paradiso ediciones. Venía de un momento muy difícil, en enero había fallecido mi hermana y el encierro de la pandemia fue una especie de retiro muy necesario para mí. Se mezcló lo que estaba sucediendo a todo el mundo, con algo muy personal. Además Querencia es un libro donde aparece mi mundo de infancia, sus mitos y recuerdos. Así que la introspección me ayudó a conectarme mucho con aquellos recuerdos y sentimientos. Este año funcionó de otra manera, con mayor dispersión. Creo que tuve una mezcla de cansancio por el esfuerzo y la energía puesta en el libro que terminé y publiqué, junto con el cansancio propio de la situación que todos seguimos viviendo. Ahora estoy tratando de retomar la relación con mis lecturas y mis nuevos trabajos de escritura.
—Sofía Gómez Pisa: En el último año y medio mis hábitos de escritura se modificaron en torno a las temáticas sobre las cúales solía escribir. Los modos se modificaron claro, pasé de escribir por segmentos a escribir de un tirón varios versos. La producción puedo pensarla como menor a otros años pero más esquematizada y lineal.
—Cynthia Langier: Desafortunadamente o no, nunca adquirí un hábito para la escritura. En distintas oportunidades me dije que necesitaba una rutina, un método prolijo para escribir. Pensaba que cierta disciplina mejoraría alguna cosa. En lo personal, no fue posible. De modo que dejé de proponérmelo de manera fallida y solo escribo cuando puedo o cuando me arrojo al impulso imperioso de hacerlo. Resultó ser la forma más genuina de decir lo que quiero decir. Durante el 2020 trabajé mucho en la corrección de mi último libro, El ojo retrovisor, que finalmente fue publicado con el sello editorial Griselda García. Fue el resultado de un trabajo precioso que culminó en el marco de esta pandemia.

—¿Cambió, además, cierta percepción poética cotidiana desde que nos encerramos por el virus?
—Cynthia Langier: Creo que la percepción poética está siendo signada por esta coyuntura mundial tremenda. La vida cotidiana cambió de un modo radical. La manera de ver las cosas y las prioridades son otras. El registro de lo que observo y siento se agudiza cada día. El lazo al otro, cobró una dimensión enorme. Extrañar, lidiar con las ausencias, las pérdidas, el dolor y el miedo. En el 2020 participé de un proyecto colectivo muy hermoso, del cual resultó Postales de cuarentena, un libro que reunió fotos y textos de la pandemia. La experiencia con otros de ponerle palabra a la imagen. Distintas maneras de mirar y nombrar el mundo de hoy.
—Alejandro Archain: Diría que cambió nuestra subjetividad con respecto al mundo y a nuestra vida cotidiana. La plasmación poética puede venir o no, como sucede habitualmente con cualquier proceso creativo. De hecho el libro que yo publiqué no está vinculado al tema pandemia, tampoco lo que estoy trabajando ahora. Seguramente hay poetas, escritores o artistas de otras disciplinas, que estarán trabajando hoy en forma más directa con los materiales que surgen de la pandemia y del encierro. En mi caso, necesito una decantación, que puede generar algo o no, pero que necesita su tiempo A lo que ya veníamos viviendo, me refiero a las cuestiones que nos preocupan y motivan, se sumó algo que no hace más que profundizarlas. Nos hemos metido más para adentro en todo sentido. Cambió la manera de comunicarnos o de reunirnos. Todo se ha hecho en forma virtual . Extrañamos el contacto físico, lo corporal, y eso cambia mucho las relaciones. No se saldrá fácilmente, será de a poco. También el miedo, la muerte, el duelo (la imposibilidad física de despedir a los que han fallecido) traen cambios. Un mundo incierto, desigual y contradictorio, sobre el que opera la catástrofe sanitaria. Se irá viendo con el tiempo cómo se interpreta, cómo se nombra esta nueva realidad. Tal vez necesitemos nuevas palabras para nombrarlo, o maneras de construir. La pandemia desnuda, profundiza y problematiza aún más la incertidumbre, la desigualdad social y la catástrofe ecológica que hace mucho tiempo vivimos. El encierro físico es la materialización de un encierro previo en las dificultades cotidianas.
—Guadalupe Larrere: Los momentos más apáticos son también en los que me he sentido más libre, libre de la obligación de vivir y de amar la vida. Los estados depresivos, o como me gustaba a mi llamarlos, neutrales, me han dado la libertad de renombrar. La poesía es una expresión de libertad y también un paréntesis para vivir o morir libre de mandatos de significados. Es un espacio para crear. La poesía te permite romper con un orden y, mientras se está gestando otro, vivir en el presente poético. Esta, para mi, es justamente la lógica de esta cuarentena; el mundo como lo conocíamos ya no existe más, y mientras se configura el mundo nuevo, vivimos en el paréntesis de la cuarentena. Vivimos en el pleno presente donde la única posibilidad es la poesía. La cotidianidad es el verbo y desde donde nace el deseo. Las prosas del pasado sirven sólo de recuerdo, el futuro es una incógnita.

—Mario Arteca: En los primeros meses, no advertía demasiadas transformaciones en mi modo de intervenir en la realidad y volcarlo en textos. Pero después, sí. Lo que cambió, en todo este contexto de resguardo, es la relación del afuera con el adentro, donde la percepción poética se vio obligada (eso lo sé ahora) a donarle a ese afuera una imaginación que reemplazaba el contacto directo, lo que puso en un mismo plano una interioridad que debiera darse a velocidad controlada. Todo se ha vuelto más directo y, en mi caso, se dio con un “diálogo forzoso” con los objetos y con la casa misma. Ahí se produce una adulteración de la temática, porque la lengua también se aísla para trabajar en su propia supervivencia.
—Sofía Gómez Pisa: En torno a la pregunta de cambiar la percepción, en mi caso la respuesta es sí, por supuesto. Vivo la pandemia como un estado de post-ficción, como una distopía cumplida, hecha realidad. Eso hizo que mi poesía se adentrara en nuevos mundos, como el de la dark web y los videojuegos, quizás para encontrar refugio o metáforas del virus.
—¿Creen que el valor de la poesía se modificará, para bien o para mal, cuando todo esto termine, si es que algún día termina?
—Mario Arteca: No lo creo, realmente. Puede haber una temática (el confinamiento, lo virósico, etc.) que se vuelva recurrente, por un tiempo más, aunque eso está más cercano a la categoría de testimonio, que no está mal. Pero los temas sobre los que trabaja la poesía y su manera de ejecutarlos, no creo que sufran grandes modificaciones. Habrá que ver qué sucede con la lengua, que es donde se operan las mayores torsiones de la escritura. La verdad, no observo a futuro demasiados cambios. Tal vez me equivoque.

—Alejandro Archain: No, no lo creo. Tampoco creo que se pueda colocar a la poesía en una escala de valores. Seguramente sí al ánimo, la intimidad, la reflexión, y todas las cuestiones que son inherentes a la creación en general, y en este caso a la poesía en particular. Ya durante la pandemia estamos viendo que el estado anterior del mundo no hace más que profundizar sus características, no cambiarlas. No soy optimista al respecto. La actual pandemia seguramente terminará, pero habrá nuevas mutaciones y tendremos que acostumbrarnos a vivir en ese mundo. La poesía seguirá absorbiendo, interpretando, develando o cantando todo lo que suceda. Así lo ha hecho siempre, y lo seguirá haciendo.
—Cynthia Langier: ¿Si se va a modificar el valor de la poesía? No. La poesía es y será siempre, un modo de vivir y de ver el mundo. La poesía nos habita. Que no seremos los mismos cuando todo pase (porque pasará, estoy segura), eso sí. Si las vivencias y experiencias nos modifican, sin dudas creo que esta pandemia también lo hará. Ya estamos modificados. Yo no soy la misma, mi madre no es la misma, mis hijos, mi compañera tampoco. La otredad es otra. El palo borracho de la entrada de casa está distinto. Todo cambia.
—Guadalupe Larrere: Creo que el valor del presente se ha modificado. Y con ello, inevitablemente, el valor de la poesía. Hoy es difícil proyectar y tampoco suma mucho vivir en la nostalgia del pasado. También se ha revalorizado lo poético de lo éxtimo. Lo propio, vale. Cuando todo esté definido, estaremos confinadxs dentro del nuevo orden, la nueva normalidad. Pero entonces, sí que sabremos todas las cosas que podemos hacer en el cuarto propio.
—Sofía Gómez Pisa: Me cuesta imaginar a estas alturas que nos deparará el futuro. Sin embargo, creo que es el momento de experimentar con la ficción, con la creación de otros universos. Como todo relato de época, cuando los libros creados en la pandemia se lean, dejarán una huella necesaria en la historia. Para comprender lo que pasamos y cómo estos nuevos modos de habitar el día a día influyeron en los textos. Ya que la poesía no es solo un reflejo de nosotros mismos, sino también de la historia y la sociopolítica en la que está inserta. Y he ahí su valor incalculable.
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