La belleza del día: “Un banquete de bodas boyardo”, de Konstantin Makovski

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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“Un banquete de bodas boyardo”, de Konstantin Makovski, en el Hillwood Estate, Museum & Gardens, de Washington, EE.UU.
“Un banquete de bodas boyardo”, de Konstantin Makovski, en el Hillwood Estate, Museum & Gardens, de Washington, EE.UU.

El ruso Konstantin Makovski (1839-1915) recorrió en sus obras muchísimos temas y de todos hizo algo hermoso, sublime. Pinturas de esas que quitan el aliento, que obligan a los sentidos a extenderse porque sino, no se sería justo con el espíritu.

Hijo de un pintor amateur y una madre compositora, se destacó desde joven en la Escuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Moscú, que su progenitor había ayudado a fundar, donde recibió su primera medalla de oro, para luego ser también brillante en la Academia Imperial de Bellas Artes de San Petersburgo, donde fue profesor hasta el ‘69.

No hubo límites para la pincelada de Makovski, quien como otros tantos pintores de su región, fueron devorados por el relato político-histórico de la historia del arte, eliminados del disfrute del público, menospreciados por no haber sido parte de las vanguardias centro-europeas.

En el ‘70, Makovski rompió con el academicismo, se hartó de la dirección que el arte oficial estaba tomando, e ingresó en el colectivo de Arte de Pintores de San Petersburgo, liderado por Iván Kramskói, que hizo foco en la pintura de género y social. También fue miembro fundador de la Sociedad de Exposiciones Artísticas Itinerantes, creada como forma de protesta contra la Academia Imperial de las Artes, donde también estuvieron los maravillosos Iliá Repin, Konstantin Savitski y Vasily Perov, entre otros.

Makovski tuvo un giro en su carrera después de un viaje por Egipto y Serbia, a partir del cual comienza a dejar de lado la “pintura social”, por una indagación más profunda en los colores y las formas.

Un banquete de bodas boyardo, una pieza de 1883, ingresa en el interés del artista por las viejas costumbres de su país. Es una pintura de género, sí, pero a la vez histórica, porque bucea en el mundo de las tradiciones perdidas, de aquello que los avances tecnológicos, las migraciones, y los cuestiones políticas, lógicamente, han convertido más en recuerdos.

La pintura muestra un brindis del siglo XVI ó XVII, en un banquete de bodas después de un matrimonio boyar, la nobleza rural rusa que se caracterizaba por su indumentaria de abrigos hasta los pies de brocado y terciopelo, altos gorros de marta cibelina y largas barbas.

Se retrata el instante en que los recién casados deben besarse, un momento muy importante ya que tradicionalmente está destinado a hacer el vino sea más dulce. La pareja, que se encuentra en la cabecera, acaba de conocerse. Él le presenta a su novia a los invitados, aunque esa sea la primera vez que la ve sin velo. De la expresión de la novia se aprecia la incomodidad, un gesto de triste resignación. En la mesa todos esperan el encuentro, la alientan, la animan, sobre todo la “Dama de la Ceremonia” que le habla a ella al oído.

La obra, que ganó una medalla de oro en la Exposición Universal celebrada en Amberes, Bélgica en 1885, es un despliegue de técnica y detalles. No solo a través de las vestimentas y las expresiones de los rostros, incluso la comida y bebida servidas en sus copas de plata, y el cofre de marfil con un cuenco de plata en primer plano, revelan un puntillismo por lo mínimo, que no sobrecargan el lienzo, sino que lo vuelven disfrutable en cada centímetro.

La novia y las otras mujeres llevan kokoshniki, el tocado femenino tradicional, pero a su vez el artista agrega el detalle de las perlas, exaltando aún más la importancia de la reunión y el estatus de los participantes. Del otro lado de la mesa, un hombre trae un cisne asado en una fuente enorme. Quizá sea este el detalle que más entristece a la novia, porque, sabe que es el último plato y que luego deberá retirarse al dormitorio con su marido.

La obra, que hoy se encuentra en el Hillwood Estate, Museum & Gardens, de Washington, fue adquirida por el joyero y coleccionista de arte estadounidense Charles William Schumann en 1885 por U$D 15,000; subastada por sus familiares en 1936 por USD $ 2.500 y posteriormente adquirida de manera privada por Robert Ripley, creador de Ripley’s Believe It or Not!. Cambio de manos varias veces más hasta que llegó al espacio en el que se encuentra tras la muerte de Marjorie Merriweather Post, empresaria, socialité, filántropa y propietaria de General Foods.

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