Débora Mundani: "Si uno no se sale de sí mismo no puede escribir nada"

En su casa de Martínez, la docente y novelista recibió a Infobae para hablar de su último libro, “La convención”, pero también de los discursos que circulan en las empresas, en los bancos, en este capitalismo que pone a la meritocracia como único camino posible de salvación. Una charla sobre literatura en tiempos de autosuperación e ilusiones motivacionales

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Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)
Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)

"Escribo novela", dice y se queda pensando. Hace una pausa y larga una risotada. Demasiada solemnidad, ¿no? Retoma, convencida: "Bueno, sí, me gusta y me sale escribir novelas". La que habla es Débora Mundani, comunicóloga, docente y escritora; novelista, sobre todo. Estamos en su casa de Martínez, en el partido bonaerense de San Isidro. Ceba un mate —uno, dos, después ya se pierde en las palabras— y habla de literatura. Es su mundo, su universo, aunque no siempre fue así. Le costó hacer fluir ese deseo, antes debió allanar el camino. Hoy cuenta con cuatro novelas: Batán, Por cuarenta mil años, El río y ahora, la última, salida de imprenta hace pocos meses, editada por Corregidor para su colección "Narrativas al sur del río bravo", se llama La convención.

"De lunes a viernes, entre las 8.45 hs y las 9.45 hs de la mañana, las calles del Microcentro porteño vistas desde arriba parecen tierra removida por millones de hormigas. De las bocas de los subtes, de los colectivos, del Bajo, del Sur, cruzando la Plaza de Mayo, van apareciendo los empleados para dirigirse a las distintas casas centrales de todas las entidades bancarias." Así comienza La convención, una novela que retrata, en principio, el mundo bancario, el mismo que Débora Mundani vivió durante muchísimos años.

"Antes de largarme a la vida exclusivamente docente y académica —dice en esta entrevista con Infobae Cultura— mi experiencia profesional fue en empresas del sistema financiero: en bancos. Trabajé muchísimas años y con culturas empresariales sumamente distintas. Trabajé en un banco alemán. Como todos se imaginan cómo son los alemanes, así funcionaba el Deutsche Bank. Trabajé en una empresa norteamericana y finalmente en una empresa de capitales mixtos, estatales y privados, y para mí eso fue como una revelación. A mí lo que me interesaba era trabajar con las lógicas empresariales."

Después de este primer capítulo, una suerte de drone que parece señalar que sólo en el cielo se puede estar a salvo porque ahí, abajo, en las calles del Microcentro, todo es caos y sobreexplotación, la historia adquiere distintos niveles. Emma es la protagonista, ella es filósofa pero trabaja en un banco —nada raro para un país como este— y desde su ingenuidad desintoxicada se relaciona con todo ese entramado laboral de meritocracia revelándolo. La convención es una radiografía del espíritu motivacional de las grandes empresas argentinas y de cómo sus empleados, hombres y mujeres dispuestos a sacrificar algo más que su fuerza de trabajo, sueñan con morder un pedazo de éxito.

"Una de las cosas que me interesaba trabajar en la novela es la idea de autosuperación. En la trama, aparece el director de Recursos Humanos que es corredor, se cae y está ahí, colgado de las ramas de un árbol. Y ahí, incluso en una situación tan extrema donde lo que podés perder es la vida, el tipo se sigue diciendo su mantra motivacional. Yo fácilmente diría pelotudeces, pero lo que me interesaba es explorar cómo está incorporada esta lógica del new age, del zen y esta cuestión que se ha rentabilizado. Seguramente en la India tendrá otro sentido el mundo zen y budista. La resiliencia, por ejemplo, que era una palabra que cuando la empecé a escribir en la novela no estaba tan expandida como hoy. Cuando alguien tiene un accidente y logra superarse se dice 'qué capacidad que tiene esta persona para superar y transformarse'. Y sí, todo el tiempo nos estamos transformando, el tema es cómo eso es discurso y cómo eso domina los discursos sociales".

“La convención” de Débora Mundani
“La convención” de Débora Mundani

Algún día, tal vez no este, Débora Mundani decidió, al fin, definirse como novelista. No fue fácil. "Me gustan los cuentos también, su ingeniería, incluso como lectora me cuesta disfrutarlos sólo por el placer de la lectura. Siempre los leo pensando en la estructura. Hay una inteligencia muy fuerte al servicio del cuento. A la hora de escribir cuentos me pasa que pienso mucho, me cuesta mucho encontrarle una forma especial, una lógica propia. Eso me lleva tiempo. pero la verdad es que yo soy larguera, por eso escribo novelas", concluye. Escribió varios cuentos que circulan en distintas antologías. Pero su primera novela, Batán, era originalmente un cuento. Lo escribió en el taller de Guillermo Saccomanno y terminó en el concurso de la Fundación Avon. "De ahí salieron muchas grandes escritoras. Ahora hay muchísimos concursos, pero hace diez años atrás no estaba esta dinámica", explica.

"Lo que me pasa con la novela —agrega— es que me olvido que escribo; en el cuento no. Yo estudié Comunicación, ¿y viste cuál es el mal del comunicólogo? Una vez que descubrís la semiología y todo eso ves todo 'en clave de'. Todo es discurso. Pero la novela todavía no se desprendió del placer de la lectura. Sigue estando. Tal vez por eso me gusta escribirla. De todos los textos narrativos es el que me permite sumergirme casi sin pensarlo".

Todos esos años en los que trabajó en el sistema financiero dieron su fruto. Esta novela resume —quizás de forma simplificada y distorsionada— todas sus experiencias. ¿Acaso no es mejor escribir a partir de la experiencia y la investigación? Este es un buen caso. Como sea, Débora Mundani hizo algo más que robarle, como dice, tiempo y tinta al sistema financiero. Lo que logró fue analizarlo con minuciosidad.

"El otro día salió en los medios —recuerda la autora— que una empresa de seguros, que tiene sede en distintos países de Latinoamérica, hizo un casting en todas sus sucursales. Entre los elegidos armó una especie de Bailando por un Sueño donde cada uno mostraba sus habilidades. Y el director del departamento de Recursos Humanos, que se llama Talento Humano, si yo lo ponía en la novela no me lo creían, dijo: 'Lo increíble es que sean empleados, podrían ser artistas'. Pero y si no trabajamos, ¿qué hacemos?, además de la idea que el artista no es un trabajador. Todo ésto que está pasando en muchas empresas es, de mínima, curioso. Ya no alcanza con el 'ponete la camiseta' y asumir la cultura de la empresa, ahora pareciera que las empresas se quieren acercar a las cosas que nos gustan a nosotros. Es una lógica inversa".

—¿Qué lógica es la que rige todo este juego?
—Nos parece increíble que estas cosas sucedan, pero vivimos desde hace muchísimos años bajo la lógica de la espectacularización de todo. Esa es una clave para entender todo esto. Si todo es un evento, ¿cómo no van a hacer las empresas las propias actividades internas con esa lógica? Si hoy se piensa hasta un cumpleaños de un nene o nena de tres años con una lógica de evento, ¿cómo no van a apropiarse de eso las empresas cuando es absolutamente rentable desde el reconocimiento? Los empleados, además de ser empleados, son mil cosas. Es como dice este hombre: 'qué increíble que sean empleados'. No, lo increíble es que vos creas que son sólo eso, y que no hagan otra cosa en su vida. Es más, se supone que trabajamos para sostener todo lo otro. Pero claro, desde la lógica de la empresa, sólo servimos a la empresa.

—En La convención, el banco realiza una fiesta para los elegidos y aparece un cartel que dice "El mundo nunca es suficiente"…
—Sí. La pregunta es por qué los empleados se terminan creyendo esta idea de que todos podemos llegar a puestos gerenciales, de que podemos ser elegidos, y elegidos por quién. Está esta idea, también, de que esforzándote podés más. De ahí, en la novela, una de las empleadas llora en el baño porque nunca alcanza lo que hace. Bueno, está lleno de estos empleados que creen que dan todo y nunca alcanza. Y conviven con esta insatisfacción.

—La meritocracia…
—Te cuento algo. Yo doy clases en la Facultad de Ciencias Sociales pero también, y desde hace poco, en el nivel secundario, que es algo bastante nuevo para mí. Estábamos viendo El espejo africano, el libro de Liliana Bodoc, que habla de la esclavitud. Una de las estudiantes, cuando hace el comentario sobre el libro, dice que es posible, con esfuerzo, superarse y salir de situaciones difíciles. Y les pregunté a todos: 'chicos, ¿ustedes realmente creen que sólo con esfuerzo se sale de la esclavitud?' Aparte habían investigado sobre la esclavitud, sabían lo que les pasaba a los que se escapaban, que los colgaban de los brazos hasta que se les desprendían del cuerpo. Entonces yo tomé esto para después trabajar en la novela: cómo opera un discurso de autosuperación que pierde de vista la condiciones materiales en las cuales nosotros nos movemos. No podemos responsabilizar a chicos jóvenes cómo lo usan pero sí hacerlos pensar sobre el uso. Por suerte, y gracias a los astros, no fue un libro teórico. Mi preocupación no es teórica, es conceptual.

Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)
Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)

—¿Desde cuándo empiezan a calar estos discursos, porque todo esto es relativamente nuevo?
—El desarrollo que hace el capitalismo nos muestra que cada vez necesitamos hacer más para tener lo mismo que teníamos o para no perder derechos y cuestiones materiales. Eso se ve muy bien en el gobierno actual. Desde lo material hasta lo discursivo. Es un gobierno que ha logrado construir un discurso en el cual muchos inicialmente creyeron en que esforzándose las cosas iban a cambiar. 'Hay que pagar la fiesta', dicen. No es propio del PRO, es un discurso que está circulando desde hace unos cuantos años. Antes la opresión era una opresión por la fuerza. Después hubo un período histórico donde se conquistaron muchos derechos sociales, no me refiero sólo a la Argentina. Después las empresas vinieron a imponer una lógica de rentabilidad que aparte es la que justifica el mundo. Hoy en todas las sociedades las marcas viven su momento de apogeo. De hecho, cuando se habla de quiénes imponen hoy el juego del poder son las grandes corporaciones. Los gobiernos nacionales están a su merced. Sin ir más lejos, pensemos la relación entre tarifas y discurso social y cómo nos hemos creído que pagábamos poco, que no teníamos que estar subvencionados. Cada uno pensará lo que quiera al respecto, pero si todos teníamos la posibilidad de elegir de no estar subvencionados, ¿por qué no hubo una compulsa masiva para ir a las empresa y pedir la baja del subsidio? Bueno, hay un discurso que habilita esa idea del sacrificio. También podemos pensarla en los cuerpos: cuidarse, hacer dieta; lo mismo con el esfuerzo en los estudios, lo veo en los jóvenes en estos colegios tan exigentes. Se nos dice que para todo tenemos que esforzarnos. No es una cuestión que sólo está en la empresa, lo que sucede es que las empresas han sabido apropiarse muy bien de algo que nosotros venimos haciendo síntoma durante un montón de tiempo.

—¿Y en qué lugar está el placer? Porque hay algo de eso presente en estos discursos.
—También está esta idea de disfrutar el momento. Pareciera que viviéramos en un eterno carpe diem. Si te lo ponés a pensar son lógicas contradictorias pero creo que una sostiene a la otra. Es obvio que si te tenés que esforzar, esforzar, esforzar, llega el disfrute. Uno tiene su permitido. En la novela, la convención es el permitido que se da la empresa, porque sino es una olla a presión. La empresa pide mucho pero da, aunque no le da a todos, sólo a los elegidos. Y el resto vive con la esperanza de ser elegido. Acá el disfrute es, justamente, hacer mierda al otro. Ese es el tema: el disfrute es que te elijan a vos, pero no a los otros. El disfrute siempre es excluyente, no es colectivo. Sí, hay como una fantasía de 'nosotros, los elegidos'. Por eso es un disfrute que deja afuera al otro en un gesto de burla, en un gesto abusivo. Esa es la lógica de la meritocracia.

Cuando Débora Mundani era chica, su escritora favorita era Elsa Bornemann. Su relación con los libros eran intensa. Su madre, asidua lectora, la llevaba a la Feria del libro cada vez que podía, y su padre era profesor de literatura; juntos había construido una gran biblioteca. "Yo leía mucho, no entendía nada seguramente, pero me daba mucha curiosidad eso que pasaba en los libros", cuenta. Además, heredada libros de sus primos, muchísimos. "Cuando llegaban bolsas a mi casa, mis hermanos imaginaban pelotas y autitos o ropa, pero yo sólo pensaba en los libros", recuerda.

Después, en la adolescencia prácticamente no leyó, aunque la llama no se apagó: con otras compañeras hacían esporádicas pero intensas lecturas compartidas. Luego, hubo un resurgir. Fue cuando entró en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. "Ahí se despertó ese deseo que estaba latente, porque en el secundario la literatura era un bodrio total, y me retrajo en vez de incentivarme. En la facultad tuve una materia, Taller de Expresión con Irene Klein, que me devolvió a lo mejor de la literatura", dice y, acto seguido, casi naturalmente, empezó un taller literario. ¿El docente? Guillermo Saccomanno.

—¿Estaba presente en esos talleres la idea de ser escritora?
—Cuentan que a los seis años dije: 'voy a ser mamá y escritora'. Qué se yo. Cosas que uno dice. Pero sí: soy mamá y escritora. Yo quería escribir, me costaba imaginarme el momento después de la escritura. El mundo de la edición, de las editoriales, la búsqueda de la editorial, el mundo de los concursos, eso llegó mucho tiempo después. De hecho, la primera novela que escribí es El río, que la terminé alrededor del 2002 y la publiqué recién en 2015, porque no hacía nada con la novela. La mandé a concurso recién en 2009 que ganó la primera mención en Clarín, en lo que ahora es el Premio Ñ. Hasta que dejé el banco no me presenté a ningún concurso. Tenía dos novelas terminadas, El río y Batán. Mi tema era escribir, hasta que me empecé a animar a todo lo que venía después.

“El río” de Débora Mundani
“El río” de Débora Mundani

—Vos das talleres literarios, ¿se puede formar escritores? ¿Se puede ir a un taller literario para convertirse en escritor?
—Los que dicen 'quiero ser escritor o escritora', a veces se imaginan lo que trae el mundo del arte. A mí esa parte es la que más me ahuyenta. Mirá, yo no me muevo en el mundo literario con pose de escritora, con lo cual creo que los que se acercan al taller tampoco vienen al 'taller de la escritora'. Lo que me gusta del taller es encontrar un espacio donde, junto a los alumnos, podamos reflexionar sobre teoría literaria, lecturas, técnicas de escritura y que en el mejor de los casos, si salen textos buenos, se van a encontrar con un otro. Pero cuando uno escribe con el objetivo original de ser escritor y ser conocido y que te publiquen me parece que perdés de vista el texto. Entonces, yo hago mucho hincapié en eso. Después, que esos textos encuentren su lugar en el mundo literario depende de tantas cosas… no necesariamente de que el texto sea bueno. Hay muchos colegas, con el mayor de los respetos lo digo, que tienen más virtud en cómo se desenvuelven en el mundo literario que en sus propios textos. Hay escritores y escritoras que tienen un sólo libro y tienen un lugar bastante importante en el campo. Pero eso para mí no es opinable. A mí lo que me interesa es escribir, escribir bien, y sobre todo pensar por qué y para qué estoy escribiendo lo que estoy escribiendo.

—¿Qué tipo de personas van a los talleres?
—De todo. Está el que viene porque no sabe si hacer un curso de bonsai o estar en el taller. Bueno, ese mejor que no venga al taller. Y no… También pasa mucho que terapeutas les dicen a sus pacientes: 'Vos tendrías que escribir lo que te está pasando'. Sí, todos. No hace falta un taller para eso. Esto que digo es un flor de negocio para los terapeutas: que hagan ellos un buen taller de escritura y que trabajen en paralelo escritura con sus propios pacientes. Sería genial. Entonces no nos vendrían personas que, muchas veces, no encuentran en este espacio el espacio que creían encontrar. Sobre todo porque no todos los talleristas tenemos paciencia.

—Imagino que muchas personas van a contar su vida…
Si uno no se sale de sí mismo no puedo escribir nada. Sí, puede escribir algunas cosas, llevar un buen diario. Pero son contados los casos. Por algo los diarios geniales de escritores que podemos contar son muy pocos. Quizás si entre los dos nos ponemos a sumar llegamos a veinte. Y de hecho lo que nos tienta no es cómo estaban escritos sino esta cosa medio voyeur que tenemos sobre cómo hacían para padecer su existencia. Ves los diarios de Sylvia Plath y te preguntás: ¿se podía sufrir tanto? Por supuesto que además, como escribía muy bien, podía conceptualizar el dolor de una manera que los demás mortales no. Pero bueno, a nadie le importa nuestro diario porque sí.

Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)
Débora Mundani (Foto: Lihue Althabe)

—La última: ¿tiene la literatura una función en esta sociedad?
—La pregunta creo que sería: ¿para quiénes? Para los que hacemos ciencias sociales, sí, por supuesto, la literatura tienen una función, y parte de mi propia necesidad de escribir surge de eso, de encontrar formas literarias que puedan expresar ideas y problemas que yo rondo. Hay temas que a mí me interesan, como el mundo del trabajo y las relaciones de poder, pero si yo escribo teóricamente sobre eso escribiría un ensayo, no una novela. En ese sentido, para muchos la literatura tiene una función que es más de tipo crítica y reflexiva. Creo que para los lectores en generales la literatura tiene una gran función que es la de, por un momento, llevarnos a otra parte. Por medio de la literatura uno va adquiriendo ciertas formas, no me gusta decirle herramientas, de comprensión. Yo no voy a nacer en otro continente, tampoco voy a ser abducida por un ovni, ni voy a terminar en medio de la guerra de Medio Oriente, sin embargo puedo comprender el desamparo que pueden sentir el desamparo que pueden sentir algunas de estas personas por medio de la lectura. Seguramente ese desamparo yo lo pueda poner en una persona que no puede cruzar la 9 de Julio porque perdió el bastón, no sé. ¿Y qué tiene que ver? No sé qué tiene que ver, pero algo de eso que uno leyó le puede servir para trazar claves de interpretación, aunque uno no sepa que fue así. Sino, ¿por qué el mundo de la ficción ocupa tanto espacio en nuestras vidas? También creo que hay literatura y ficción audiovisual que a mi criterio son malísimas, y que están pensadas a propósito con la lógica del entretenimiento. ¿Qué es el entretenimiento? Sacar a alguien de un tiempo, estar entre dos tiempos. Pero bueno, cada uno encuentra sus formas evasivas.

—Y muchas veces, o la mayoría, esos productos de entretenimiento, como los llamás, son los principales productores de esa lógica que hablábamos antes: meritocracia, autosuperación y descontextualización.
—Claro. Aparte son masivas. Cuando en La convención utilizan la lógica de la espectacularización o del mundo del entretenimiento se inspiran en productos masivos de la industria cultural. Supongamos que tomaban de ejemplo Madame Bovary, y te hablo de un personaje recontra conocida en la literatura, pero conocido por nosotros. A un empleado común y corriente de cualquier empresa o administración estatal tal vez ni sabe que existe Flaubert. Tal vez su propia vida se parezca a la de Madame Bovary. Pero claro, por supuesto, se van a inspirar en estos productos de la industria cultural que conocen. Pero bueno, ¿qué función tiene la literatura? Yo creo que, en principio, es importante que exista. Lo veo dando clases en los distintos niveles donde he trabajado. Es una muy buena manera de poder pensar situaciones de la vida real a partir de ejemplos literarios, para poder pensar los vínculos, para poder pensar cómo una sociedad se comportaba de una determinada manera y no de otra. Pero ahí ya vuelvo a mi disciplina y a la docencia en general. ¿Si la literatura puede salvar vidas? No creo, aunque si una persona que está pensando en suicidarse se encuentra con un buen libro probablemente postergue el suicidio, aunque eso no quita que no lo vaya a hacer después.

 

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