Ricardo Romero: "Cada época tiene el monstruo que se merece"

El autor de "El conserje y la eternidad" recibió a Infobae en su departamento para hablar del monstruo que protagoniza su nueva novela. Una charla sobre literatura, vampiros, edición, mercado y cómo construir un personaje totalmente opaco

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(Martín Rosenzveig)
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Ricardo Romero se hace presente desde la penumbra. Su departamento está dentro de un edificio antiquísimo sobre la Avenida Caseros y luego del saludo y el reconocimiento por el portero eléctrico, su cuerpo aparece de menor a mayor por un pasillo oscuro. Quizás sea la mimetización con su último personaje lo que le da ese aura: en El conserje y la eternidad (Alfaguara, 2017), Juan Drodman es encargado, portero y conserje pero, además, es un vampiro. No lo dice, no aparece esa palabra en toda la novela, pero sus actos lo delatan. Secuestra personas que rondan por el edificio que cuida, se alimenta de ellas y luego las deja morir. La historia está dividida en tres partes que responden a tres épocas. La primera es junio de 1955 cuando ocurrieron los bombardeos a Plaza de Mayo, Casa Rosada y el edificio de la CGT que dejaron 308 muertos y casi 800 heridos. La segunda es abril de 1982, momento en el que, además de estar instalada la dictadura cívico militar, se llevaba a cabo la Guerra de Malvinas. La tercera es diciembre del 2001 cuando la revuelta popular denominada Argentinazo provocó la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa. En las tres épocas, el vampiro escribe en un cuaderno todo lo que ve, lo que piensa y lo que hace. La bitácora de un monstruo que vive entre nosotros.

"El conserje… empezó como un guión pero de eso hace como tres o cuatro años ya y lo dejé plantado. Después lo retomé para hacerlo novela y fue bastante rápido. Cambió bastante en relación a lo que era el guión pero básicamente ya tenía una estructura que se presentaba sola: estas tres épocas, el conserje. Lo que más apareció con la novela fue la relación del conserje con la escritura, y eso fue lo que me entusiasmó", le dice Romero a Infobae sentado en un sillón moderno de su departamento que está en un punto medio entre el Parque Lezama y la estación Constitución. Es notorio que allí vive un escritor: está lleno de libros. A veces se levanta, va hacia la biblioteca y trae alguno para mostrarlo con fascinación. Así lo hace con Thomas Wolfe, uno de sus últimos descubrimientos. Van apenas algunos minutos de charla y su hospitalidad contrasta de sobremanera con la oscuridad del personaje de su último libro: "un vampiro bien porteño y trabajador" creado con retazos de literatura gótica y cine clase B. "Lo que sucede soy yo", escribe en el cuaderno.

“El conserje y la eternidad” de Ricardo Romero
“El conserje y la eternidad” de Ricardo Romero

— El protagonista en un momento dice: "Escribo para que esto sea otra cosa". Vos, ¿para qué escribís?

— Hay algo de eso. Justo me pidieron para una revista que salió hace poco que se llama Sonámbula un texto sobre Twin Peaks. A mí me encanta Twin Peaks y dije: "Bueno, dale", y me cuesta horrores escribir. Al mismo tiempo estoy escribiendo una novela.  A mí me resulta más fácil pensar a través de la ficción. Cuando intento pensar por fuera me siento torpe. Es un ámbito que me resulta incómodo, y no incómodo en el buen sentido, que me desafía, sino que me siento con ropa que no es mía. En cambio la ficción me permite ver cosas desde muchos ángulos, y la escritura misma va haciendo que las cosas se transformen. Es lo que le pasa al conserje: una vez que eso aparece por escrito se transforma, realmente se transforma: sus experiencias, su soledad, su rutina, todo adquiere otro cariz. A veces eso le interesa y a veces eso lo perturba. Va yendo y viniendo de la escritura, y sobre todo no quiere releer porque sino eso sería entrar en un círculo del que no podría salir.

— Además tiene una identidad en permanente construcción, como si no tuviera pasado.

— Nosotros cuando construimos nuestra identidad, sobre todo en la adolescencia, siempre estás con pares. Estás adentro de determinado círculo y tratás de participar. Él no tiene a nadie con quien relacionarse, con quien medirse, ni siquiera a quien oponerse. Tampoco conoce su naturaleza. Para mí parte de lo monstruoso es el desconocimiento de esa naturaleza, entonces ahí en la escritura está esa búsqueda de identidad y el registro de esa búsqueda, y para que no se le pierda tampoco porque también tiene un problema de memoria. No sabe si hay cosas que ya las pensó, que ya las vivió, está bastante perdido a pesar de que es una criatura bastante disciplinada y sabe las cosas que tiene que manejar para sobrevivir.

— Y hay también una humanización de lo monstruoso, ¿lo buscaste eso?

— Yo creo que eso es inevitable porque uno no puede desprenderse. Lo ideal tal vez hubiese que no haya humanización alguna salvo la mascarada que él necesita para pasar desapercibido.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

— Decías que la identidad se construye a través de los pares pero también del contexto, de la época. ¿Por qué elegiste esas tres épocas para retratar?

— Lo primero que quise pensar fueron los momentos históricos conflictivos en donde, por un lado, su rutina de supervivencia se viera afectada; pero, por otro lado, su rutina de supervivencia pudiera pasar desapercibida a partir de lo que la gente mira, porque está mirando otra cosa, lo que sucede. Y además porque siempre me interesan los momentos históricos en donde se supone que está ocurriendo la historia con mayúscula pero al mismo tiempo están pasando otras cosas, y cómo las historias menores e individuales se cruzan entre sí y cómo muchas veces se ignoran entre sí, a pesar de que se influencian unas de otras.

— Nunca está claro que el conserje sea un vampiro. Los nombres que aparecen en la división de los capítulos dan un poco cuenta de eso, pero nunca aparece la palabra vampiro en la novela.

— No, la palabra nunca aparece. Y lo que me interesa de todas esas criaturas es que, si bien tienen una genealogía vampírica y ciertas características esenciales de lo que es un vampiro, son muy distintas entre sí. Incluso hay algunos muy absurdas, otras muy poéticas, son de distintas partes del mundo donde esa figura de alguna manera está presente. Quería ver cómo podía trabajar sobre esa criatura, sobre eso mito, en relación a nuestro mundo. Cuando pensamos los monstruos de diferentes épocas, cada época tiene el monstruo que se merece. El de la nuestra es el zombie, es lo que nos merecemos: masivo, anónimo, sin inteligencia, consumidor nato. Pero trayendo una criatura que viene más que nada del romanticismo, o que en realidad en el romanticismo adquirió la entidad de personaje porque viene de mucho antes, pero con Drácula, con Carmilla se convirtió en un personaje reconocible, ¿qué pasaba ahora? ¿qué atributos perdía? Porque además, si empezás a ver las sagas tipo Crepúsculo banalizan y empobrecen el mito. Pareciera que el problema es pensar la maldad. No considero que el conserje sea una criatura maligna, es una criatura con la que mejor no cruzarse en un pasillo a oscuras. No tiene maldad, simplemente hace lo que necesita para sobrevivir como lo hacemos nosotros.

(Martín Rosenzveig)
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— En ese sentido no tiene moral.

— Es que la moral es humana, y él no está dentro de la lógica humana. Es algo completamente ajeno para él. La única cosa que lo hace elegir una víctima en lugar de otra tiene que ver con más con el sentido práctico: quiénes les van a durar, de qué manera se pueden trasladar, quién podría llegar a ocasionarles problemas con su desaparición. Se maneja en esos términos, y no le importa nada más. En ningún momento pregunta lo que está pasando con el bombardeo, simplemente al verse afectado por la situación trata de sobrellevarla.

— Tampoco provoca empatía.

— No, empatía no creo. Uno de los desafíos era no sentirme tentado a generar empatía con el personaje. La empatía posible para mí viene por el lado de la poesía. Cuando él entra en algunos laberintos del lenguaje y se queda perplejo ante algunas frases que surgen y palabras, creo que lo que él encuentra ahí también lo podemos encontrar nosotros. Ese es nuestro punto de conexión. Pero más allá de eso no, no hay en él ningún rasgo de piedad o crueldad. Hay una curiosidad que lo va transformando un ser un poco vicioso, digamos.

— En un momento me acordé del Minotauro de Borges, el de La casa de Asterión, porque no puede sensibilizarse con nadie, desconoce todo.

— Es la soledad más plena. La eternidad en realidad no es su característica de supervivencia, él no es eterno. La eternidad es su percepción de su existencia: un presente continuo en donde las alteraciones no quedan grabadas ni marcadas a fuego, en donde él no es transformado por su relación con los otros. Cuando se vuelve a encontrar con Lucrecia mucho tiempo después le cuesta mucho reconocerla, y también al resto de los personajes: tiene ese problema de no recordar las caras. Es un ensimismamiento muy desesperante.

(Martín Rosenzveig)
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Ricardo Romero nació en Paraná, Entre Ríos, en el año 1976. Cumplió los 18, terminó la escuela y se fue a estudiar a Córdoba Letras Modernas. Las últimas materias de la carrera las rindió de forma libre desde Paraná y, tras algunos años de incertidumbre, se fue a vivir a Buenos Aires. Hace 15 años que vive acá y desde entonces construyó lo que podría llamarse una carrera literaria. Comenzó con el libro de cuentos Tantas noches como sean necesarias en 2006 y siguió con las novelas Ninguna parte (2003), El síndrome Rasputín (2008), Los bailarines del fin del mundo (2009), Perros de la lluvia (2011), El spleen de los muertos (2013), Historia de Roque Rey (2014) y La habitación del presidente (2015). Con apenas 41 años, Ricardo Romero es una voz fuerte dentro de la escena literaria local. La entonó de forma trabajosa, con meticulosidad y mucha voluntad. Sin embargo, cuando habla se lo nota relajado, como si todas las páginas escritas no le hubieran provocado ningún cansancio.

— ¿Cómo ves la literatura argentina contemporánea? ¿Cómo creés que dialoga este libro con la tradición actual?

— Hoy hay mucha variedad, muchas búsquedas, muchas formas de pensar la literatura con tradiciones distintas, hay de todo por suerte. Si se quiere este libro está vinculado al terror, al menos por la genealogía del personaje, y hoy por hoy hay una literatura argentina de terror que se está escribiendo y de manera muy interesante. La cara más visible es Mariana Enrriquez, pero otros autores que trabajan muy bien el género son Luciano Lamberti y Diego Muzzio, por ejemplo. Lo que sí veo que pasa es que esas etiquetas que se utilizan para decir "esto es policial" están corridas ahora, y eso permite que uno fluctúe y recorra distintos cambios, y eso me parece muy interesante.

(Martín Rosenzveig)
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— Viviste el mundo de los dos lados, antes y después de internet, ¿cómo cambió la forma de narrar en esta bisagra?

— No me llevo muy bien con las redes sociales, trato de que no interfieran. Siempre se habla de la soledad del escritor a la hora de enfrentarse a lo que quiere escribir, hoy el paisaje frente a eso ha cambiado mucho, porque antes la contaminación o lo que te podía llegar a perturbar estaba afuera; ahora lo tenés en la misma herramienta que querés utilizar para escribir, es a un click de distancia. Muchas veces te querés sentar a escribir, abrís el mail y se vuelve un problema serio. Puede haber un escritor que no le pase, pero la mayoría de los escritores que hablo tienen un tema ahí. No creo que eso haya modificado mi forma de escribir, salvo en que me exije una voluntad más férrea, lo cual me gusta, porque me gusta que la escritura tenga mucho que ver con la voluntad y la disciplina, con el hecho de me siento a escribir y dejo de pensar en boludeces.

— Trabajás como editor, estás en Gárgola y en Negro absoluto, ¿cómo ves el panorama en materia de edición? ¿cuál es el peso de las editoriales independientes?

— Yo trabajo de editor pero la verdad que cuando me pongo a escribir la edición no me interesa tanto. Conozco editores que están las 24 horas del día pensando en eso y con una gran pasión. Lo mayor de este fenómeno de las editoriales independientes es que se han profesionalizado, trabajan con mucho empuje, mucha energía para hacer las cosas pero además que las saben hacer. Antes era otra cosa: los libros estaban lindos pero faltaba corrección, no sabían cómo distribuirlos. No estaba pensada toda la estructura. La sola existencia de la Feria de Editores, es una locura todo lo que se genera ahí. Está muy bueno que todo eso ocurra, además de las posibilidades de publicación que hay, pero al mismo tiempo generan una problemática: descubrís mucha gente muy ansiosa por publicar. Resulta más fácil publicar entonces la gente, en vez de relajarse y sentarse a escribir, te escriben diciendo "tengo una idea". No sé, la verdad que no sé. Mucha gente va a talleres pensando en publicar y no en lo más importante que es la escritura. Además cualquier editor te lo dice: es impredecible lo que puede llegar a terminar vendiendo, qué va a pasar con un libro. Esa es una batalla, no ya de los editores, sino de los autores.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

— Hablás de la ansiedad por publicar y muchos talleristas suelen decir que la gran mayoría de las cosas que se llevan son textos donde los protagonistas son ellos mismos.

— En Gárgola teníamos la colección "Laura palmer no ha muerto", durante tres años hicimos un concurso de novela y la verdad es que la mitad de las novelas que nos llegaban eran todas muy parecidas en ese sentido, porque claro, son tipos de mi generación que más o menos están contando una experiencia vital que más o menos tiene que ver con lo que vos viviste. Incluso había escenas que se repetían. Me acuerdo de una vez que nos preocupamos en serio porque una misma escena se repetía en tres novelas: en una fiesta una mina se emborracha, se queda dormida y el protagonista o el narrador se masturba al lado mirándola. ¡En tres novelas distintas la misma escena! Era muy extraño. No sé qué decía de todos nosotros pero algo decía. Yo no tengo problema con la literatura del yo, de hecho uno de los autores que más me impresionó en estos últimos años fue Thomas Wolfe, pero claro son proyectos muy ambiciosos, pero de lo único que habla es de él, de su vida. El tema es que no es él solo: es su familia, el pueblo, entra y recorre esos mundos con una vitalidad y una profundidad… El problema es cuando es yo, yo, yo y mi malestar. Me parece que si tu yo no se proyecta hacia las problemáticas de todos o de la época o de tu familia es muy difícil que surja algo interesante.

— ¿Creés que es un problema de época?

— No, creo que siempre ha estado y que es lo que siempre más a mano tenés para contar es tu propia experiencia. El tema es que ahora con las redes ya todo eso se vuelve más visible. Parece que todos podemos contar todo y que todo lo que nos pasa es interesante, pero en definitiva todo eso va decantando. La diferencia es cuando vos sentís, y no siempre es claro en las razones, es cuando hay un proyecto de escritura, un proyecto vital en relación a la escritura. La literatura tiene que estar preguntando y generando un discurso que esté en contra de los discursos más grandes y hegemónicos. Cuando hablás desde tu lugar y simplemente sos un joven y no te asomás al abismo que implica cualquier existencia me parece aburrido. Además empieza a suceder eso de que la figura de quien escribe queda adelante de la escritura, y a mí me parece poco interesante.

(Martín Rosenzveig)
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— Sobre todo en estos tiempos donde parece imposible vivir de la literatura.

— Todo lo que venga de la literatura, un viajecito, unos mangos, me parece maravilloso, pero jamás me planteé vivir de la escritura, porque además la escritura es el espacio donde yo me siento bien, donde hago lo que quiero hacer. nadie me pide que escriba algo determinado, yo hago ahí lo que quiero, ahí no le rindo cuentas a nadie, más allá de que con el tiempo uno se va relacionando con editores y gente que se interesa en lo que uno hace. En última instancia lo que vos tenés que respetar es esa pulsión de escritura que en un principio no tenía que ver con nadie.

— Si la literatura es algo alejado al mercado, ¿cuál creés que es su función?

— La idea de función tiene que ver con algo que es ajeno a la literatura. Si me apuran pienso que en relación que tenemos como sociedad a que algo funcione o que algo tenga una funcionalidad, la literatura no tiene ninguna. Es minoritaria, pasa desapercibida, llega tarde a unos lugares y muy temprano a otros. Así y todo creo que es fundamental porque es el lugar donde uno puede cuestionar el resto de los discursos con los que armamos la realidad. En la literatura las palabras comienzan a tener vida propia. El significado cristalizado que suele tener en otros espacios sea políticos, científicos, sociológicos, eso ya se mueve, se desliza, se pierde. Te devuelve esas palabras con algo distinto. Ahí es donde me parece que se puede usar la palabra función, pero yo la usaría con mucha reserva.

 

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