"La campaña por el matrimonio igualitario va a estudiarse en las escuelas"

El periodista y activista LGBT Bruno Bimbi habló con Infobae sobre su nuevo libro "El fin del armario", su rol en las campañas que consiguieron el casamiento gay en Argentina y Brasil, y su propio proceso de "coming out"

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Bruno Bimbi
Bruno Bimbi, periodista y activista
Retrato de época, ensayo autobiográfico, manifiesto implacable y a la vez accesible, el nuevo libro del periodista y activista social Bruno Bimbi El fin del armario (Marea Editorial) recurre a la fluidez de registros para hablar, en el año de la fluidez sexual, sobre la homosexualidad en el siglo XXI, repasando cómo se llegó a la relativa (al menos en Occidente) aceptación social -y en materia de legislación- de las personas y relaciones gays, pero sin olvidar las batallas pendientes por los derechos LGBT y aquellos lugares del mundo donde la discriminación y opresión puede llegar incluso a ser mortal.
Bimbi, que fue parte integral de la campaña que propulsó la legalización del casamiento gay en Argentina en 2010 (su libro Matrimonio Igualitario relata ese logro en detalle), confía en que cada día parece más cercano “ese nuevo mundo en el que los armarios serán piezas de museo” pero, irónicamente, es testigo de primera mano del avance de la homofobia en el país donde reside desde hace varios años, Brasil, que pese a haber aprobado recientemente el matrimonio igualitario (Bimbi también trabajó en esa campaña), registró en 2016 1 muerto cada 25 horas asesinado por su condición sexual.
Sobre todos estos temas Infobae habló con Bimbi en un intercambio vía mail realizado la semana pasada. A continuación, el reportaje.
—Quería preguntarte primero sobre el titulo del libro. El fin del armario, ¿cuánto de eso hay en realidad y cuánto de deseo?
 
—El título refleja en parte una crónica de época y en parte una expresión de deseos. Por un lado, trae muchas historias que muestran ese cambio que está dándose en todo el mundo, lento pero imparable. En Los últimos homosexuales, el sociólogo Ernesto Meccia presenta las narrativas de un grupo de homosexuales porteños de más de más de 40 años, que vivieron una época que él define como de tránsito entre la homosexualidad y la gaycidad. En uno de los capítulos de El fin del armario, hablo del libro de Ernesto y digo que, si por alguno de esos extraños fenómenos que sólo ocurren en Hollywood, un joven gay porteño despertase una mañana en la década del setenta y otro joven homosexual de aquellos años ocupase su lugar en 2011, ambos se encontrarían con mundos irreconocibles. Pero la diferencia entre las experiencias de esos dos homosexuales viajando en el tiempo —como en Volver al futuro— y las de personajes como Marty McFly y doc Emmett Brown es que lo que cambiaría para aquellos no es apenas la tecnología, los modelos de los autos, la música, la ropa o las costumbres, sino algo mucho más radical. La manera en la que la sociedad trató a los homosexuales no cambió tanto entre el siglo XVIII y el siglo XIX, o durante buena parte del siglo XX, pero el cambio fue brutal en las últimas décadas. Para un gay de los 50 o los 70, no es apenas el matrimonio igualitario, que sería algo tan increíble como para un negro de la Alabama de los 50 ver a Barack Obama presidente de los Estados Unidos; de hecho, cosas más básicas serían increíbles, como las discotecas gay friendly, la homosexualidad retratada naturalmente en el cine y la televisión o la posibilidad de que una pareja gay vaya de la mano por la calle. Y para un gay de esta época, sería imposible adaptarse a la vida de antes, buscando sexo rápido en las “teteras” y teniendo que esconderle su orientación sexual a casi todo el mundo. Entonces, el fin del armario sin dudas está más cerca que nunca antes en la historia. Estamos viviendo los últimos años de un ciclo histórico que duró siglos y probablemente, dentro de no mucho tiempo, contarle a un chico que “en nuestra época” una pareja gay no se podía casar va a sonar tan incomprensible como cuando nos contaron a nosotros que en el pasado las mujeres no podían votar o que había escuelas diferenciadas para blancos y negros en lugares como Estados Unidos o Sudáfrica. El futuro llegó hace rato, como cantan los Redondos. En ese sentido, el fin del armario es una realidad, algo que está pasando. Pero, por otro lado, ese proceso aún no acabó y todavía queda un camino por recorrer, que depende mucho del lugar del mundo donde estés. Aún hay decenas de países donde la homosexualidad es un crimen, y en algunos de ellos, como Irán y Arabia Saudita, se castiga con la pena de muerte. Mi libro no podría publicarse en Rusia y un medio de Corea del Norte no te dejaría hacer esta entrevista. Inclusive en Argentina falta mucho para desterrar completamente los prejuicios, aunque estemos mucho mejor que en buena parte del mundo. En ese sentido, entonces, el título del libro es una expresión de deseos. Hay mucho por hacer y, por eso también, hay mucho por contar, explicar, discutir, conversar.
 
—¿Cuánto creés que tuvo que ver la aprobación de la ley de matrimonio igualitario en Argentina en 2010 con la apertura y tolerancia que se vive en nuestra sociedad?
 
—Sin dudas, la campaña por el matrimonio igualitario fue un punto de inflexión, que en el futuro se va a estudiar en la escuela. Argentina tiene hoy la legislación sobre derechos civiles de la población LGBT más avanzada del mundo y hemos conseguido construir un consenso político y cultural que permite que haya políticas de Estado que no cambien cuando cambia un gobierno. La ley de matrimonio igualitario tuvo el apoyo público de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri, entre muchos otros políticos de derecha e izquierda, las encuestas eran favorables, la mayoría de los medios defendió esos avances como algo positivo y todo ese proceso nos hizo avanzar en cinco años lo que a otros países les llevaría cincuenta. Yo estoy muy orgulloso de haber formado parte del pequeño grupo de activistas que imaginó eso que en 2006 parecía imposible y pensó y organizó una campaña que lo consiguió. Laburamos muchísimo para conseguirlo. Al final, fue un movimiento social enorme, pero todo empezó en una charla de unas cinco personas en la casa de María Rachid. Y al principio todos nos decían que estábamos locos, que jamás lo conseguiríamos. “¿Argentina aprobando el matrimonio gay? Imposible”. Yo creía entonces, y lo sigo creyendo, que el debate fue incluso más importante que la ley. Durante meses, en el tramo final, todo el país hablaba del tema en la cena familiar, en el trabajo, en la fila del supermercado, salía en televisión, en los diarios. Miles de personas salieron del armario para poder hablar de sus derechos en primera persona. Aún hay prejuicios, claro, pero mucho menos que antes. Después del matrimonio vinieron la ley de identidad de género y otros avances, pero, más importante, vino un cambio cultural por el que muchos pibes quizás no pierdan su adolescencia. Es un país mejor y ayudó mucho a la región. Mi libro sobre el matrimonio igualitario en Argentina inspiró la campaña en Brasil, que ya lo conseguimos, y en Ecuador, que aún lo están peleando, entre otros países. Argentina es un ejemplo para muchos y un caso de estudio. A veces pienso que nosotros hicimos eso y no lo puedo creer.
El matrimonio igualitario fue aprobado durante la madrugada del 15 de julio del 2010
El matrimonio igualitario fue aprobado durante la madrugada del 15 de julio del 2010
—¿Cuales fueron las principales diferencias en las campañas por el matrimonio igualitario en Argentina y Brasil?
 
—La campaña de Brasil fue organizada por el diputado Jean Wyllys, que es el primer activista gay que llega al Congreso. Jean leyó mi libro y me pidió que lo ayudara a hacer en Brasil algo parecido a lo que hicimos en Argentina y me hiciera cargo de la coordinación de la campaña, que compartí con un activista brasileño. En muchas cosas fue igual. Por ejemplo, los videos de apoyo que hicimos con los artistas fueron muy parecidos a los que hizo Alejandro Vanelli en Argentina. Pero la conquista del matrimonio igualitario llegó por otro camino: fue una decisión de la Justicia. Hubo primero un fallo de la Corte, anterior a nuestra campaña, que reconoció los derechos de las parejas de hecho, algo así como un concubinato. Y después, nosotros conseguimos la segunda victoria, que fue la decisión del Consejo Nacional de Justicia que legalizó el matrimonio civil entre personas del mismo sexo. Las parejas del mismo sexo ya se pueden casar, igual que en Argentina, pero el Congreso no debatió el tema, el Código Civil no cambió y el gobierno de Dilma no dijo ni mu. Los políticos brasileños fueron de modo general terriblemente cobardes y lo siguen siendo. Y eso significó que conquistamos el derecho a casarnos, pero no existió todo ese debate social del que te hablaba antes. Fue un fallo judicial sin debate político y social. Entonces, no hubo un cambio cultural, apenas un cambio legal. 
 
—Precisamente vivís hace años en Brasil, un país que a la vez es una suerte de meca de turismo gay y cuenta con mucha población evangélica y homofóbica. ¿Cómo se explica esa dicotomía y qué “lado” te parece que está triunfando?
 
—Brasil es una paradoja. Es un país que tiene, al mismo tiempo, las marchas del orgullo más multitudinarias del mundo y la mayor tasa de crímenes de odio contra LGBTs, con más de 300 asesinatos por año. Creo que los dos principales problemas son, por un lado, el crecimiento de la mafia evangélica fundamentalista y, por el otro, su sistema político, que lleva a los principales partidos a hacer alianzas con los sectores más retrógrados para formar mayorías parlamentarias, y eso deja en el camino los derechos humanos. Dedico varios capítulos del libro a hablar sobre el fundamentalismo evangélico brasileño, porque es algo que se conoce poco en la Argentina y creo que es muy importante entenderlo. Esa mafia es la mayor amenaza a la democracia en la región. Y no es casualidad que fue el principal operador de la bancada evangélica en el Congreso, Eduardo Cunha, quien organizó el golpe de Estado contra Dilma, que antes había sido aliada de todos ellos, por necesidad política. El PT tiene una responsabilidad enorme porque no los enfrentó, sino que los buscó como aliados y los ayudó a crecer. Esa gente es muy peligrosa, son una corporación económica y política mafiosa. En el corto plazo, son ellos los que están ganando. Brasil es más homofóbico, más violento, menos laico, más fundamentalista y menos democrático que hace una década o dos. Retrocedió en el tiempo. Pero, en el largo plazo, ellos pierden, porque Brasil forma parte del mundo y de una región que está avanzando, y no puede quedarse aislado como los países de Medio Oriente o Corea del Norte. Esta semana, en la revisión anual de la ONU, el Vaticano le pidió a Brasil oficialmente que eliminara el matrimonio igualitario y el gobierno de Temer, que es lo más retrógrado que existe, dijo que no, porque sería un papelón internacional y no pueden, aunque les gustaría hacerlo. 
—Me asombró leyendo tu libro que vos salieras del closet relativamente tarde, en tu juventud. ¿Podrías hablar un poco de cómo fue tu proceso personal de coming out?
 
—En mi caso, creo que lo más difícil fue la propia aceptación. Después, todo mejora. Fue en un momento de crisis personal, mi hermano murió en un accidente de tránsito —un hijo de puta asesino lo atropelló y escapó, y si bien lo encontraron después, salió libre porque tenía relación con un ex intendente del PJ y debe haber pagado bien a los jueces— y, en medio de ese momento en el que mi cabeza explotaba por otras cosas, salir del armario no fue algo difícil, fue hasta liberador. Tampoco fue conflictivo a nivel familiar porque tengo una familia muy piola, mis viejos son de la generación de la revolución sexual y la utopía socialista, ambos son ateos y no me educaron con prejuicios. Igualmente, no hubo ese momento de reunión familiar y coming out con todo el mundo. Por mi militancia, la salida del armario fue algo muy público y no tuve esa conversación en casa. Me acuerdo de que uno de los primeros amigos a los que se lo conté, Mariano, me dijo: “Vos vas a terminar siendo presidente de algún grupo LGBT”, y en el momento me pareció gracioso y le dije que ni en pedo. Dos años después estaba en una reunión en la Casa Rosada con Aníbal Fernández tratando de convencerlo de que hablara con Kirchner sobre el matrimonio igualitario y al año siguiente estaba conduciendo el acto de cierre de la marcha del orgullo en la plaza del Congreso y hablando sobre el tema en los medios. En la sesión que debatió la ley de matrimonio, el diputado Cuccovillo habló de su hijo gay y contó que había conversado sobre eso con una amiga que era la madre de uno de los militantes que dirigía la campaña por el matrimonio igualitario y, cuando lo escuché por televisión, supe que estaba hablando de mi vieja, pero ella no me dijo nada. Después, cuando publiqué mi primer libro, Matrimonio igualitario, me pidió un ejemplar para ella y otro para mi tío, que ya falleció. Mi tío siempre fue un tipo conservador, tanguero, con patillas, en una época votaba a Álvaro Alsogaray, pero era muy buen tipo. Y me llamó para decirme que “eso que hicieron ustedes del matrimonio igualitario me parece muy bien”.
tapa libro el fin del armario
—Sos militante socialista, además de militante por los derechos LGBT. ¿Te hizo alguna vez ruido la historia de homofobia que arrastra la izquierda y sentiste o te hicieron sentir alguna vez que ese no era el lugar para vos?
 
—Hay homofobia en la izquierda y en la derecha, aunque sean de distinto origen. Hay un viejo artículo de Nahuel Moreno sobre la “moral revolucionaria” que parece del Opus Dei, y la persecución contra los gays en los primeros años de la revolución cubana fue una barbaridad, pero en esa misma época, las cosas no estaban mucho mejor en las principales potencias capitalistas. De la Cuba que mandaba a los gays a campos de trabajo forzado a la Cuba de hoy muchas cosas cambiaron –las UMAP cerraron, leyes que excluían a los gays de la docencia fueron anuladas por el Tribunal Supremo en 1975 y hasta Fidel pidió perdón–, como fueron cambiando, al mismo tiempo, en países capitalistas. En junio de 1969, la policía de Nueva York entró violentamente en el Stonewall Inn, lo que dio lugar a la histórica revuelta de la que nació el orgullo gay. En Inglaterra y Gales, las relaciones sexuales entre dos hombres mayores de 21 años dejaron de ser ilegales recién en 1967. El artículo 175 del Código Penal alemán, que criminalizaba el sexo entre varones, continuó vigente del lado capitalista y del socialista hasta 1994, años después de la caída del Muro de Berlín. O sea, la lucha contra la homofobia (o contra el machismo, el racismo o el antisemitismo) fue y sigue siendo necesaria en la derecha y en la izquierda, en países socialistas y capitalistas. Yo siempre milité en la izquierda, pero no soy marxista, aunque haya aprendido muchas cosas del marxismo, en parte porque no me convence la idea de ser “ista” de ningún apellido y no creo en los discursos totalizadores, en esa idea de que hay un modelo social, económico y político perfecto que sirve para cualquier lugar y para siempre. Me parece demasiado dogmático, casi religioso: muchos marxistas citan a Marx, Lenin o Trotsky como si citaran versículos de la Biblia, y yo soy ateo estilo Dawkins. Creo que la teoría marxista es muy útil y necesaria para entender muchísimas cosas sobre el funcionamiento de la sociedad, de la economía y de la historia política, y me parece evidente que la lucha de clases es un dato de la realidad, pero Marx publicó el primer tomo de El capital en 1867 y desde entonces pasó mucha agua abajo del puente. El propio concepto de ‘clase’ ya necesita de un update urgente, porque la configuración de las relaciones de trabajo cambió y porque existen otras formas de opresión que no tienen que ver con la dicotomía burguesía versus proletariado. Y ahí está el primer problema por el que las luchas identitarias (las feministas, el movimiento negro por los derechos civiles, los LGBT y otros) entran en contradicción con los sectores más dogmáticos del marxismo, que desprecian cualquier reivindicación que no pueda encajarse en el concepto de lucha de clases. Si no hablás de economía, callate. Escribí hace poco un largo artículo sobre eso, que quien quiera leer puede buscar en internet y responde mucho más detalladamente a tu pregunta; se titula “A tu revolución le falta fresa”, que es una referencia a la película cubana Fresa y chocolate. En ese texto discuto las relaciones de la izquierda con las políticas identitarias y, en especial, con el movimiento LGBT, y planteo un debate con relación a lo que dicen autores como Slavoj Žižek, Vladimir Safatle, Daniel Bensaïd, Nancy Fraser y Nahuel Moreno. 
 
—¿En qué aspectos creés que todavía no se han hecho avances significativos en materia de derechos LGBT? ¿Y qué se puede hacer para modificar esa situación?
 
—Voy a hablar específicamente del caso argentino. Quizás uno de los temas más importantes en nuestro país y en otros en los que se avanzó en derechos civiles sea la cuestión de la niñez, la adolescencia y la juventud, que aún es todo un tabú. Como digo en el libro, de todas las cosas que nos robaron a los gays, la adolescencia es la más injusta. Ese período de la vida es único y no podemos recuperarlo. A mí me hubiese gustado tener mi primer novio a la misma edad en que mis amigos tuvieron su primera novia, comenzar a vivir mi sexualidad abiertamente sin tener que “descubrirme” primero y enfrentar resistencias internas y externas, invitar a mi chico a cenar a casa con mi familia como hacía mi hermano con su chica, vivir la experiencia del primer beso y la primera relación sexual a esa edad en la que es un momento mágico de pasaje a la edad adulta. El prejuicio nos priva de todo eso, que todos los demás chicos de la misma edad viven naturalmente y sin que sea motivo de preocupación para nadie. Nacemos en el armario, porque desde el mismo momento del parto, toda una expectativa se crea a nuestro alrededor. La heterosexualidad se presume y se transforma en una imposición silenciosa, y la homosexualidad es vista como algo más “sexual” que la heterosexualidad, que mejor mantener lejos de los chicos. Si una pareja heterosexual se da un beso en un bar, todo bien, pero si es una pareja gay no va a faltar quien diga “hay chicos acá”, lo cual también es un mensaje para esos chicos. En cada cumpleaños, va a haber un tío o una tía que nos pregunta si tenemos novia, a nadie se le ocurre otra posibilidad, y escuchamos cientos de comentarios sobre los gays que nos alertan que ser “eso” significaría pasarla mal. Desde chicos aprendemos que los gays son esa gente rara a la que tratan bastante mal, de modo que obviamente empezamos a reprimir nuestros sentimientos para protegernos de la estupidez ajena. Si a un compañero de la escuela le gusta una chica, se lo va a contar a todo el mundo, inclusive a los padres, que le van a dar consejos. Si a nosotros nos gusta un chico, lo vamos a esconder hasta de nosotros mismos: vamos a disfrazar esos sentimientos como “amistad”, “admiración” o cualquier otra cosa. Vamos a pensar “qué linda remera”, aunque lo que nos llamó la atención fue el pibe que la lleva puesta. Y vamos a tratar de cumplir las expectativas de la familia, el barrio, los amigos, todos menos nosotros mismos. O, si nos damos cuenta temprano, nos va a dar mucho miedo y lo vamos a esconder, o a tratar de cambiar, hasta descubrir que no se puede. Porque, en algún momento, todo eso se hace insostenible y nos damos cuenta de lo que en el fondo siempre supimos y no nos animábamos a aceptar, y dejamos de querer cambiar. Y ahí empezamos a vivir de verdad y a ser más felices, pero muchas veces, cuando eso finalmente sucede, la adolescencia ya se nos terminó y hay un montón de experiencias importantísimas que nunca vamos a tener y que nos van a faltar en la vida adulta, porque pasar por esas cosas en la adolescencia es necesario. Hoy en día, gracias a todos los cambios que hubo en estos años en la Argentina, hay chicos a los que esto no les pasa más. Inclusive algunos que llevan a su novio a cenar a la casa de sus padres y salen juntos con sus amigos de la escuela, como cualquier otra parejita de esa edad. Eso debería ser la cosa más natural del mundo. Yo me alegro mucho de que nuestro activismo haya ayudado a provocar ese cambio, pero me gustaría tener la máquina del tiempo para vivir algunas cosas que me perdí y que habrían estado muy buenas.
 
—Por ultimo, si tuvieses que elegir tus 3 personajes homosexuales preferidos de la historia, de cualquier ámbito, ¿a quiénes elegirías y por qué?
 
—Alan Turing, Harvey Milk y Pedro Zerolo. El primero porque su historia de vida es algo realmente fascinante, que cuento en el libro. Entre otras cosas, el tipo inventó el modelo teórico que dio lugar a lo que hoy conocemos como computación, sin el cual no existiría lo que hoy conocemos como computadoras ni nada de lo que vino después; creó una teoría y una máquina que sirvió para descifrar el código secreto de los nazis, ayudando así a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial; sentó las bases para el desarrollo de la inteligencia artificial; desarrolló teorías que inspiraron los estudios lingüísticos de Chomsky, y todo eso y mucho más lo hizo en apenas 42 años de vida. Fue condenado a la castración química por el Estado británico, que hoy lo considera oficialmente un héroe, por ser homosexual. Fue humillado y tratado como escoria y oficialmente se suicidó, aunque hay quienes creen que lo mataron. Era un genio y fue tratado como una basura por ser gay, pero la humanidad aún hoy se beneficia por sus descubrimientos. Milk y Zerolo porque fueron dos activistas extraordinarios del movimiento gay que tienen mucho que ver con todo lo que hemos conquistado en las últimas décadas. Le dediqué el libro a Pedro, que murió recientemente, muy joven, de cáncer de páncreas. Era uno de mis mejores amigos, casi un hermano, y fue quien me convenció de transformarme en un activista. Era mi héroe, literalmente, y una de las personas más maravillosas que conocí en la vida.
 
Por Rodrigo Duarte

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