Cosas que desearía haber sabido antes de empezar a ir a terapia

Por Hannah Ewens; traducido por Mario Abad

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Calum Heath
Calum Heath

Si es la primera vez que acudes a terapia conversacional, estos consejos te pueden ser muy útiles para sacar el máximo partido a las sesiones.

Tengo 25 años, de los cuales he pasado diez yendo a terapia, concretamente a un psicólogo infantil, a numerosas sesiones de terapia y psicoterapia conductual cognitiva (TCC) de la seguridad social y a varios psicoterapeutas privados.

Si esto fuera un matrimonio, podríamos decir que estoy celebrando mis bodas de hojalata/aluminio, un metal que supuestamente representa hasta qué punto puede doblarse una relación sin llegar a romperse.

La analogía resulta adecuada, pues ha habido momentos en que me entraban ganas de enlatarlo todo y dejarlo, convencida de que no funcionaba, para luego volver arrastrándome a la consulta con el rabo entre las piernas.

Me he sometido a terapia para tratar episodios de depresión, ansiedad, trastorno disfórico premenstrual (TDPM), psicosis y disociación, manía o trastornos alimentarios y otras cosas cuya categorización no está muy clara entre los expertos. Ni mucho menos pretendo insinuar que conozco cómo funciona la terapia para cada tipo de trastorno y soy consciente de que las personas reaccionan a los tratamientos de salud mental de forma distinta. Sin embargo, a base de ensayo/error, he aprendido una serie de cosas que me habría gustado que alguien me dijera antes de empezar mi largo periplo terapéutico.

Someterse a terapia no es fácil

Una advertencia antes de empezar: en mi país, Reino Unido, la seguridad social tiene enormes deficiencias presupuestarias, hasta el punto de que las personas que necesitan tratamiento para la salud mental pueden encontrarse en el más absoluto desamparo. Uno no se hace una idea de cómo están los servicios de salud mental hasta que lleva meses en lista de espera para tratarse un episodio de depresión y, cuando por fin llega el día, ve que son sólo diez sesiones de media hora, una cada semana, y que si faltas a una sola sesión o llamas para adelantar una porque estás fatal, te suspenden el tratamiento. En resumen, si tienes una enfermedad mental crónica y necesitas un tratamiento psicológico a largo plazo, más vale que te encomiendes a algún santo.

Dicho esto, tienes que evitar sentirte culpable por recibir este tipo de tratamiento sólo porque sea tan difícil de acceder a él. No pienses que "no estás tan mal" como para necesitarlo, porque así entras en un ciclo de negación con el que sólo te estás perjudicando. Asimismo, tampoco debes sentirte culpable si tienes un trastorno y puedes permitirte pagar un tratamiento.

Busca un profesional con el que te sientas bien

Los psicólogos también son personas, y las personas a veces pueden resultar muy molestas. Tal vez no sea imprescindible que tu terapeuta te caiga bien —no vas a ir a tomarte unas cervezas con esa persona—, pero al menos debe parecerte agradable y, sobre todo, debe gustarte su enfoque.

Hay profesionales que se muestran muy empáticos. Yo iba a uno que era tan buena persona que siempre se pasaba de la hora que duraba la visita, a veces llegando las sesiones incluso a durar dos o tres horas, y me recomendaba películas y series que sabía que podían gustarme. Ir a su casa era un poco como pagar por visitar a tu abuelo, pero con una conversación más existencial.

Al salir, él me despedía con la mano desde la puerta, y cuando doblaba la esquina yo rompía a llorar pensando en lo bueno que era conmigo, lo cual era un incómodo recordatorio de que yo no estaba siendo buena conmigo misma.

Otros profesionales son más fríos y clínicos, y dejan que proyectes lo que quieras. Te sientas abatida en su sillón, con la nariz congestionada y la respiración alterada por el llanto tras haber sacado a la luz detalles viscerales de algún trauma, y ves que su rostro es como un espejo. Casi te entran ganas de decirle, "Perdona, ¿has escuchado la miserable historia que acabo de contarte?".

Ninguno de los dos enfoques es erróneo, siempre y cuando tú respondas bien y te sientas a gusto con ellos. Por algún motivo perverso, yo he llegado a disfrutar con este último.

Si vas por lo privado, tienes todo el derecho de despacharlos o serles infieles probando con alguien más sin que se enteren. No cometas la estupidez de quedarte con lo que tienes simplemente porque te has comprometido y te parece un poco violento decir a estas alturas que no funciona. Y si has conseguido que te traten por la seguridad social, razón de más para no conformarte.

Si la persona que te visita está aún formándose y se limita a leer un guion o a encogerse de hombros cuando le haces preguntas de tipo personal (me ha pasado dos veces), no dudes en decirle a tu médico de cabecera que te gustaría que te visitara otra persona. Teniendo en cuenta que hay muchas posibilidades de que el tratamiento de diez semanas termine de forma abrupta antes de lo previsto, te mereces sacar el máximo partido de él.

Esas ganas de cambiar de terapeuta pueden llegar en cualquier momento, y si algo he aprendido, es que hay profesionales que son capaces de ayudarte a resolver un problema y, en cambio, no son los más adecuados para arrojar luz sobre otro. Una vez, tras una ruptura dolorosa, me di cuenta de que había ciertos aspectos relacionados con la sexualidad que quería tratar y de que mi terapeuta —un hombre heterosexual especializado en relaciones— no estaba entendiendo la esencia de lo que intentaba transmitir. Al final lo planté y ya no concerté la siguiente cita.

No me atreví a despedirme de él cara a cara y, aunque fuera un poco infantil, era lo que tenía que hacer. Poco después encontré a una psicóloga capaz de aportar más en ese tema concreto.

Querrás caerles bien, pero tienes que superar ese sentimiento rápidamente

Está en nuestra naturaleza querer agradar a los demás. Si eres de esas personas, atiende bien.

A veces, sin darme cuenta, cuando le estoy contando una historia a mi terapeuta hago pausas dramáticas o acentúo mis palabras con gestos de las manos con el único fin de entretenerla. Si consigo arrancarle una sonrisa, lo considero un logro personal.

Del mismo modo, cuando disfruto de un periodo de estabilidad mental, de camino a la consulta, a veces me asalta la preocupación por si la aburro y me pongo a buscar en mi memoria a corto plazo para rescatar cualquier anécdota absurda que me haya ocurrido y de la que pueda surgir una conversación.

Pero del mismo modo que ellos no han de gustarte, tú tampoco has de gustarles a ellos. Si no te enfrentas a esta realidad, esta acabará por cambiar su dinámica de trabajo, entorpeciendo cualquier posible avance. Los psicólogos están para ayudarte, no para que los entretengas, y no imagines que por el hecho de que seas tú quien da cuenta de todos los detalles escabrosos se está produciendo algún tipo de desequilibrio de poder.

No le ocultes cosas

Teniendo en cuenta lo anterior, hay un aspecto muy importante: la sinceridad. Habla con total franqueza. A mí me ha costado años aprender a no guardarme información, y estoy segura de que lo he hecho con cada nuevo profesional que me trataba: "Si le cuento esto, va a pensar que soy una zorra o mala persona o una idiota". Esto puede deberse, en parte, a la diferencia de edad —mis terapeutas siempre han sido mayores que yo— y en parte al hecho de que a veces resulta muy violento e incómodo revelar algunas cosas.

Pero, ¿qué sentido tiene callarlas? Seguramente esa persona ha oído cosas mucho peores que las que tú les puedas contar, y nunca van a poder ayudarte como es debido si sigues ocultándoles la verdad. Debes aprender a ver a tu terapeuta como una extensión de ti misma.

Hazle saber desde el principio lo que esperas del tratamiento

La vez que sentí que se había resuelto un problema rápidamente con un terapeuta fue cuando decidí cambiar a una mujer para hablar de sexo. Sabía con gran precisión cuáles eran mis problemas, dónde sospechaba que estaba la raíz de los mismos y que quería solventarlos para que no enturbiaran futuras relaciones. En la primera sesión entré en la consulta de la terapeuta como si fuera la ejecutiva aburrida de alguna empresa, con una lista de objetivos, y después de soltarle el rollo, ella se limitó a levantar una ceja y a decir, "¡Vaya!".

Puede parecer obvio, pero cuanto más les facilites el trabajo, más rápidamente llegaréis a la raíz del problema. De hecho, a veces el simple hecho de tener un plan y una serie de objetivos resulta curativo, y en los peores momentos, repetirlos como un mantra puede ser muy útil.

Respecto a la comunicación: si una vez finalizado el tratamiento con la seguridad social ves que no has mejorado ni alcanzado tus metas, debes insistir en seguir con el tratamiento.

Calum Heath
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Cuando termine la sesión, no recordarás el consejo que te podía ayudar, o al menos no los detalles

Durante las sesiones de terapia, entre los dos irán aportando pequeños fragmentos hasta que, de repente, tu psicóloga dará con una explicación maravillosa que hará que se te revuelvan las tripas hasta reconfigurarse. Todo cobrará sentido y por fin tu cerebro, tu vida entera, será mejor. En cuanto salgas por la puerta, intentarás recordar todo lo que habían hablado… y no podrás. Tendrás el recuerdo borroso y sentirás rabia y desconcierto en partes iguales.

Me pasó algo similar a principios de este año, cuando intentaba llegar al fondo de mi problema con los compromisos y mi tendencia a sabotear mis propias relaciones. Estábamos ahondando en aquellos largos periodos en los que mis padres, una vez separados, se vieron obligados a vivir durante años bajo el mismo techo por nosotros y por falta de dinero, esa época en la que todo el mundo iba de puntitas por la casa. Mientras tanto, todos los meses yo libraba mi batalla personal con el TDPM y la conducta suicida e iba a terapia infantil.

Mi terapeuta me planteaba las típicas situaciones hipotéticas que suelen plantear los terapeutas: "Imagina que vas a buscar a tu madre para contarle un problema. ¿En qué parte de la casa la encontrarás? ¿Cómo reaccionará?", y "¿Cómo hace eso sentir a tu yo joven? ¿Qué haces al sentirte ignorada?".

Luego, la mujer realizaba un análisis pasmosamente preciso que requería que me sintiera como una unidad individual para salvaguardar mi salud mental, porque las relaciones son temporales y pueden deprimir y dañarte. Todo eso, cuando lo ves por escrito, resulta obvio, pero cuando se lo oí decir a ella, me marcó por completo.

Ahora, cuando salgo de una sesión, siempre tomo algunas notas para quedarme con algo de lo que hemos hablado. Sin embargo, a veces hay que aceptar que eso que tanto sentido tenía es algo que está alojado en algún lugar de tu subconsciente. La razón por la que resulta tan conmovedor en el momento suele ser porque es la primera vez que lo escuchas. Y sin darte cuenta, has dado un paso hacia delante.

Has de tener claro que tu terapeuta no va a decirte qué hacer, sino darte consejo

Una vez tuve una psicóloga que siempre me animaba a que tomara una decisión de las que te cambian la vida. Finalmente tomé esa decisión, aunque no puedo dejar de pensar que lo hice porque me instaron a ello. La función de los terapeutas es dar consejo, hacer sugerencias, guiarte; nunca dejes que te lleven a hacer algo que no quieres. Cada decisión que tomes respecto a tu salud mental debe estar siempre bajo tu control.

Después de diez años de tratamientos, no sé si siempre he sido así de dada a explicarlo todo sobre mí o si lo hago automáticamente por la costumbre de hacerlo, como la vaca que se dirige mecánicamente a su puesto para que la ordeñen. En persona soy una completa desvergonzada. No es fácil ruborizarme. No hay nada en la vida peor que lo que ocurre entre las cuatro paredes de la consulta todas las semanas. Y este sentimiento también se traslada a las relaciones. La terapia ha mejorado mi capacidad de relacionarme con los demás más de lo que puedo cuantificar.

No tengo reparos en hablar con cualquier desconocido sobre cualquier cosa, pero como normalmente estoy a pocos días de poder hablar de mi salud mental, no siento la necesidad de sacar a colación ese tema a no ser que esté muy desesperada. De hecho, es lo último de lo que me apetece hablar. A mis amigos hombres les encanta porque conmigo pueden hablar de cosas que no se sienten cómodos hablando con sus compañeros.

Las personas con las que salgo o tengo una relación están encantadas porque usan mis sesiones para tratar cualquier problema que pueda surgir entre nosotros. Es como terapia de parejas pero sin que ellos tengan que pagar o asistir.

Haz la tarea, aunque te parezca que no sirva para nada

En términos generales, la psicoterapia indaga sobre las razones que te llevan a plantearte un pensamiento erróneo, mientras que la TCC se centra más bien en cómo puedes gestionar, lidiar con o cambiar ese pensamiento erróneo. No me gusta la TCC. Algunos de sus defensores se molestarían conmigo por decir esto, pero no creo que este modelo de terapia deba considerarse la panacea para la ansiedad o la depresión, como a veces parece que se la considera.

Gran parte del tratamiento consiste en llenar una serie de pruebas. Al hacerlo, me sentía ridícula de tener que marcar todas esas casillas y llenar columnas cuando a duras penas los temblores que sufría me permitían teclear algo coherente en la laptop. Recuerdo mostrarme reticente a ese proceso porque me parecía un método condescendiente, inútil e insultante para mi brillante inteligencia y mi persona emocional. Finalmente, dejé de lado la arrogancia y llegué a estar lo suficientemente desesperada como para hacerlo, y me ayudó un poco.

Creerás que te están espiando

Yo siempre sospechaba que mis terapeutas sentían curiosidad por saber más sobre mí y buscaban información en Google. Debo decir en mi defensa que una vez un psicólogo mencionó algo que yo nunca había sacado a colación en nuestras conversaciones. Se lo comenté y él me dijo, como si fuera lo más normal del mundo, que había estado husmeando en mi cuenta de Twitter. Tuvo la delicadeza de pasar por alto mis tuits sobre Tinder, la terapia, mis ligues y mis borracheras.

Todos mis terapeutas sabían a qué me dedicaba en cada momento. Ahora, cada vez que escribo un artículo sobre sexo o salud mental, me los imagino leyéndolo y comparando mi yo real con mi yo de internet, quizá planificando su próximo ensayo sobre psicología. Mi terapeuta podría estar leyendo esto ahora mismo. Si es así, que sepas que ahora estoy disponible los miércoles, misma hora.

No puedes visualizar tu vida si no eres dueña de ella

Siempre me he preguntado si la terapia no se habrá convertido en una especie de lujo cómodo y caro. Cuando mi terapeuta me dice que se va a ir tres semanas de crucero, la semana antes de que se vaya pienso, Qué egoísta. Y ¿qué espera que haga yo? ¿Cuidar yo sola de mí misma? Hay gente que me pregunta si no va a llegar un punto en que me quede sin cosas que contarle, pero no, eso no va a pasar.

Hay momentos en los que pienso que eso de salir de la visita de las ocho de la mañana, visiblemente afectada, e ir corriendo al trabajo sin tomar un pequeño descanso para procesar lo ocurrido no puede ser bueno, que podría prescindir de todo esto.

Pero, por otro lado, ¿por qué no iba a seguir con la terapia? No recuerdo haber estado tan bien durante tanto tiempo como ahora. Hay gente que se pasa la vida entera tomando medicamentos; yo los voy tomando y dejando. ¿Qué le importa a la gente en qué me gaste mi dinero o cómo administre mi salud? Las pocas veces que he dejado el tratamiento en estos diez años, he sufrido una recaída, y cuando por fin conseguía encontrar una terapeuta, me costaba mucho más recuperarme y volver al punto en el que estaba.

Mi mayor temor es pensar que estoy a un paso de la locura, de ese trastorno grave del que ya no hay vuelta atrás. Sé que existe la posibilidad de que pierda la realidad, de que mi mente cree cosas que no existen. Lo tengo muy presente. Por eso pago a una profesional que sabe de qué habla para que me reafirme y me diga que soy una persona normal, y que no estoy enferma todas las semanas.

Tal vez un día pueda dejar la terapia, pero por ahora me siento cómoda con la idea de hablar de mí misma durante 20, 30 o 40 años más.

Publicado originalmente en VICE.com