
Para muchos jóvenes, el teletrabajo dejó de ser el sueño de la flexibilidad para convertirse en un reflejo de aislamiento y desconexión. Si bien ueciben su sueldo y cumplen sus tareas, sienten un vacío común: la falta de vida social y la dificultad para construir una carrera a través de una pantalla. Ante este escenario, las nuevas generaciones comienzan a dejar atrás el trabajo remoto y buscan algo que no se consigue solo con una buena conexión.
Uno de los principales factores que explican este fenómeno es la soledad. Diversos estudios muestran que los integrantes de la generación Z son los que más reportan sentirse aislados trabajando desde casa.
Un informe de la aseguradora Bupa, citado por The Times, indica que el 40% de los jóvenes empleados experimentan aislamiento al teletrabajar. Muchos de ellos iniciaron sus carreras en plena pandemia y nunca llegaron a vivir la experiencia de la oficina.
El vacío que deja la falta de contacto humano se refleja también en las encuestas de Gallup, que señalan que solo el 23% de los jóvenes prefiere un esquema completamente remoto, frente a porcentajes mucho más altos en generaciones anteriores. A esa falta de pertenencia se suma la dificultad de construir vínculos más allá de las tareas laborales, un aspecto que para las nuevas generaciones resulta determinante a la hora de pensar su desarrollo profesional.

Mentoría limitada y visibilidad reducida
El trabajo remoto también ha demostrado limitar las oportunidades de aprendizaje. Para quienes recién ingresan al mercado, los consejos espontáneos, la mentoría informal y la posibilidad de ser vistos por superiores son claves en el crecimiento. Sin embargo, esas dinámicas se pierden en la virtualidad. Reuniones por videollamada y correos electrónicos resultan insuficientes para suplir lo que se aprende en una charla de pasillo o en la observación directa de colegas con más experiencia.
Un análisis publicado por el Financial Times señala que muchos jóvenes que nunca trabajaron en una oficina temen no contar con las habilidades necesarias para progresar. No se trata solo de conocimientos técnicos, sino de competencias blandas que se adquieren en la práctica diaria: desde cómo presentar una idea en una reunión hasta la manera de negociar un proyecto. La falta de exposición limita su visibilidad y posterga el desarrollo de sus carreras.
Zoom, desgaste y desconexión emocional
El teletrabajo se sostiene en la virtualidad, pero la dependencia de plataformas como Zoom o Teams también trajo consecuencias negativas. El fenómeno conocido como Zoom fatigue, investigado por la Universidad de Stanford, describe el agotamiento generado por las videollamadas constantes. Estar frente a la cámara, mantener la atención durante horas y procesar la comunicación no verbal a través de una pantalla producen cansancio, ansiedad y estrés.

A esto se suma la desconexión emocional. La ausencia de contacto presencial reduce la motivación y la sensación de formar parte de un equipo. Sin esos estímulos, las jornadas terminan resultando mecánicas: se cumplen tareas, se entregan resultados, pero se pierde la dimensión social que muchas veces sostiene el compromiso laboral. La experiencia laboral se volvió demasiado plana al depender únicamente de una pantalla.
El atractivo de lo presencial: rituales y pertenencia
La oficina, para los más jóvenes, ofrece algo que el trabajo remoto no puede reproducir: rituales de convivencia y sentido de pertenencia. Desde las charlas informales en la cafetería hasta los encuentros espontáneos en pasillos o ascensores, esos momentos construyen cultura organizacional y fortalecen vínculos que más tarde son claves para el crecimiento profesional.
Según The Times, volver a la oficina representa una oportunidad de aprendizaje en un espacio donde las “charlas alrededor del dispensador de agua” y encuentros casuales potencian el desarrollo colectivo. El contacto diario, más allá de lo laboral, se percibe como un valor agregado para quienes todavía están formando su identidad profesional.

El equilibrio que busca Gen Z: preferencia por lo híbrido
A pesar de esta tendencia a valorar lo presencial, los jóvenes tampoco desean volver a la rutina rígida de oficina de lunes a viernes. Lo que buscan, según encuestas de la consultora FDM Group, es un modelo híbrido. Tres de cada cuatro trabajadores de entre 18 y 25 años aseguran preferir un esquema que combine días presenciales con jornadas remotas. De esa manera logran balancear el aprendizaje y la vida social con la flexibilidad que valoran.
Cerca del 80 % de los jóvenes quiere pasar más tiempo en la oficina cada semana, aunque sin renunciar por completo al teletrabajo, según investigaciones publicadas por el medio especializado ITPro. Esa preferencia marca un nuevo paradigma laboral en el que la flexibilidad no significa aislamiento, sino complementariedad.
Desgaste mental, ansiedad y falta de límites claros
El teletrabajo también contribuyó a diluir las fronteras entre vida laboral y personal. Para muchos jóvenes, la habitación se convirtió en oficina, comedor y espacio de descanso al mismo tiempo. Esa superposición de roles genera estrés y dificulta establecer rutinas saludables. La falta de límites claros entre horarios de trabajo y de descanso alimenta la ansiedad y el agotamiento.

Distintos informes de psicología laboral, como los difundidos por la revista Psychreg, revelan que la generación Z es la que más reporta problemas de ansiedad y burnout. El home office, en lugar de aliviar esa carga, la profundiza al eliminar las pausas naturales que impone la vida de oficina, desde el viaje diario hasta los recreos sociales. En este punto, los expertos advierten que el trabajo desde casa puede ser un factor que acelere el desgaste mental en los más jóvenes.
La oficina como escenario de futuro
Las nuevas generaciones no rechazan el teletrabajo por completo, pero tampoco lo acepta como modelo dominante. Lo que emerge es una preferencia clara por esquemas que combinen flexibilidad con interacción humana.
Para muchos jóvenes, el regreso a la oficina no significa retroceder, sino acceder a un espacio donde se construyen aprendizajes, contactos y una identidad profesional compartida.
En ese sentido, la oficina vuelve a presentarse como algo más que un lugar de producción: es un escenario de socialización, de visibilidad y de comunidad. Si el home office puso a prueba los límites de la vida individual frente a la pantalla, la vuelta a lo presencial representa la posibilidad de recuperar lo colectivo.
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