Indonesia, entre las promesas de futuro y los peligros a la vuelta de la esquina

Es una de las economías más grandes y de los países más habitados del mundo, aunque tiene altos niveles de pobreza y corrupción. La convivencia pacífica de décadas entre diferentes religiones está amenazada por un creciente ingreso del fundamentalismo islámico

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Joko Widodo celebra su elección como presidente de Indonesia el pasado 17 abril (AFP)
Joko Widodo celebra su elección como presidente de Indonesia el pasado 17 abril (AFP)

Indonesia ocupa el número 16 en el ranking de las economías mundiales y se espera que para 2030 avance hasta el quinto lugar. Es, además, la principal economía del Sudeste Asiático con un crecimiento promedio del 5% anual en los últimos cinco años. Es el cuarto país más habitado del mundo con más de 260 millones de personas, de las cuales, casi el 90%, profesan el Islam.

Estas características, sumadas a su estratégica ubicación geográfica en el Océano Pacifico, entre el Sudeste Asiático y Oceanía, la convierten en un actor geopolítico de suma importancia y un garante de la estabilidad regional. Sin embargo no todas las perspectivas son promisorias.
Muchos de los desafíos que debe abordar el gobierno del presidente Joko Widodo, oficialmente reelecto el pasado 17 de abril, son compartidos por el resto de los países emergentes: pobreza, desigualdad, inseguridad y problemas ambientales. El Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU muestra que la mayoría de los indonesios tienen una mala calidad de vida, a pesar que la economía del país se encuentre en un sostenido crecimiento.

Otro desafío es el mejoramiento de sistemas de comunicaciones e infraestructura, que resulta urgente tanto para modernizar y potenciar a sectores rurales, quienes enfrentan mayores dificultades económicas, como para hacer frente a las consecuencias de terremotos y tsunamis, propios de la condición geológica del archipiélago.

La corrupción es uno de los elementos centrales que conspira contra el crecimiento del país ya que enrarece el clima de negocios a la vez que es un obstáculo para mejorar la vida de la población en todas sus dimensiones. Por eso, la cuestión forma parte de los principales reclamos sociales. El país aún ocupa el puesto 89 sobre 180 países del ranking de percepción de corrupción.

Un gran laboratorio entre la tolerancia y el radicalismo religioso

El territorio que conforma Indonesia alberga cientos de culturas y lenguas: 300 etnias nativas con más de 700 lenguas y dialectos, que habitan un archipiélago que supera las 17.000 islas. Desde la primera Constitución de 1945 el país se organizó bajo cinco principios rectores conocidos como "Pancasila", que establecieron la creencia en un solo Dios, la vigencia de un ideal humanista, promovieron la unidad nacional en un territorio fragmentado y apelaron a la democracia y a la justicia social como ideales compartidos.

El monoteísmo oficial implicó la posibilidad de aceptar varias religiones pero sin adscribir normativamente a ninguna en particular. Por lo tanto, aunque la gran mayoría de la población profesa el Islam, se trata de una visión secularizada. En gran medida, esto se debe a que fue introducido pacíficamente a través del comercio, en lugar de la conquista y la ocupación, como había sucedido en Medio Oriente o el Norte de África.

En 1997, el país sufrió la conocida crisis económica que impactó severamente en la región, con un fuerte incremento de los niveles de pobreza y desempleo. Esto fue acompañado por disputas étnicas y nacionalistas, sumadas a la inestabilidad propia del fin de una terrible dictadura y el inicio de una transición democrática en 1998. En ese contexto, una serie de atentados terroristas perpetrados entre fines del siglo XX y los primeros años del XXI, hicieron temer la instalación de grupos vinculados a Al Qaeda y la consolidación de los partidos religiosos conservadores.

Sin embargo, Indonesia logró contener la expansión de estos sectores y conformar un equilibrio, a veces precario, que permite la convivencia inter-étnica. Bajo la primera presidencia de Widodo, la infiltración radical se renovó, pero esta vez de la mano del Estado Islámico (ISIS), que se adjudicó una serie mortíferos ataques a Iglesias cristianas.

Indonesia se enfrenta, entonces, a que el malestar social pueda nuevamente derivar en alteraciones políticas y ser un campo fértil para un nuevo crecimiento del radicalismo religioso. Esto no es una cuestión menor en el país donde vive la mayor cantidad de musulmanes del mundo.

Las elecciones reflejaron esa tensión. Además de la discusión sobre la economía, la corrupción y el desarrollo, el Islam se coló en la campaña a punto tal que Widodo, considerado un moderado, debió designar como vicepresidente a Ma'ruf Amin, un poderoso clérigo que, entre otras acciones sectarias, tuvo un rol activo en la caída y encarcelamiento, del gobernador cristiano de Yakarta, la populosa capital del país.

Automóviles quemados en la calles de Yakarta durante las protestas por los resultados electorales convocadas por el opositor Prabowo Subianto, el 22 de mayo
Automóviles quemados en la calles de Yakarta durante las protestas por los resultados electorales convocadas por el opositor Prabowo Subianto, el 22 de mayo

La oposición ha sabido aprovechar el descontento social a través del liderazgo de Prabowo Subianto, un militar retirado, miembro de la elite política tradicional, quien ha recibido el aval del partido islámico más numeroso por sus promesas de apoyo a los líderes musulmanes, así como un mayor financiamiento para las escuelas religiosas.

Prabowo, si bien derrotado, obtuvo el 44,5% de los votos y ya ha impugnado el resultado; para presionar a la Agencia de Supervisión Electoral, ha convocado a sus seguidores a manifestaciones que han arrojado una importante cantidad de muertos y heridos.

Algunas de las características de Indonesia hacen del país un verdadero "laboratorio": es la tercera democracia más grande del mundo, con 192 millones de votantes de lenguas y religiones diferentes eligiendo libremente entre decenas de miles de candidatos. La votación se realiza en un solo día, en un territorio de difícil acceso a través de miles de pequeñas islas.

La participación activa de la sociedad y la convivencia pacífica y democrática son un activo que los indonesios deberán defender y que Widodo tendrá que atesorar los próximos 5 años de su segundo mandato presidencial.

El éxito de esta experiencia podrá aportar al crecimiento de la prosperidad indonesia, a la estabilidad regional y también, podrá mostrar caminos posibles para otras sociedades que comparten similares niveles de fragmentación social, política y religiosa.