
Todo comenzó con un tuit: “Hazte un favor y trabaja a distancia en la Ciudad de México: es realmente mágico”. Lo publicó alguien que fue extranjera en México. Su nombre es Becca Sherman. Y aunque su intención genuina, asegura, no fue otra que compartir el atractivo de la capital mexicana, su mensaje detonó una conversación que, aunque no es nueva, urge a los ciudadanos de la metrópoli porque representa un problema que solo se va intensificando: la gentrificación.
“Por favor no. Esta ciudad se está volviendo más y más cara todos los días en parte debido a personas como tú y ni siquiera te das cuenta o te preocupas por ello”, fue una de las respuestas más populares hecha a esa publicación.
Y es que esta mujer englobó el problema actual de la ciudad en menos de 15 palabras. También se convirtió en el ejemplo perfecto. En los último años, la CDMX empezó a experimentar un curioso fenómeno: un par de zonas, Roma y Condesa para ser específicos, empezaron a poblarse por extranjeros que trabajan de manera remota, es decir, con trabajos pagados y cotizados en su lugar de origen, mientras residen en la capital de México.

¿Por qué? Pues porque en monedas como el dólar o el euro, los precios para vivir en la Ciudad de México se vuelven más que asequibles. Ganar en esas divisas y gastarlas en pesos mexicanos resulta una verdadera ganga. En el caso de las viviendas, aquellas rentas que quedarían de precio medio a elevado para un salario mexicano, para los extranjeros resultan muy bajas.
Entonces se volvió cada vez más común ver a los nómadas digitales en, específicamente, la CDMX. La pandemia del COVID-19 obligó a los trabajos no esenciales a adoptar la modalidad del home office, lo que solo hizo que ese tipo de movimiento se incrementara.
Todo bien hasta que esa tendencia afectó directamente a los residentes capitalinos mexicanos. Y es que sin una regulación de alquileres y con extranjeros pagando cualquier precio que al rentero se le antojara, los alquileres empezaron a dispararse sin dejar a los inquilinos otra opción que desplazarse para encontrar una renta que se adecuara a sus posibilidades.
Ahí radica toda la polémica que ha generado ese tuit, y entre las varias cuestiones que han surgido, están aquellas que, desde el terreno legal, permiten que ese tipo de movilización quede permitida. También, junto a ese punto, está la comparación con el proceso que tiene que llevar un ciudadanos mexicano para hacer el movimiento a la inversa.

Para empezar, la ley mexicana es flexible con los extranjeros. Aunque de más está aclarar que no con todos. Pues por un lado están los migrantes que vienen de Centroamérica y incluso se cosieron la boca en días pasados en protesta contra la inacción de las autoridades mexicanas que no les conceden la paapelería necesaria para desplazarse hacia el norte de México.
Y por el otro, están los ciudadanos estadounidenses o europeos a quienes prácticamente no se les pide nada, más que el pasapote, si su intención es estar solo por turismo o placer en el país, es decir, sin trabajar bajo el régimen tributario mexicano. Para los nómadas digitales esta opción les queda como anillo al dedo. Solo tienen permiso de estar hasta 180 días. En caso de que quieran quedarse más tiempo, solo tienen que salir del país aunque sea un día y volver a entrar. Así empiezan a correr los siguientes (prácticamente) seis meses. Incluso el trámite de una visa temporal es bastante sencillo en esos casos. Solo tienen que acreditar que reciben ingresos, entregar copias de papeles oficiales como el pasaporte y pagar USD 48, alrededor de mil pesos mexicanos.

Mientras que a la inversa, la situación se torna bastante distinta. Empezando por el cambio de divisas. La ventaja de gastar dólares o euros en pesos mexicanos, implica lo contrario cuando se trata de hacerlo al revés.
En el caso de la movilidad, lo laxo de la ley mexicana también se ve totalmente contrariada por, como ejemplo, la de EEUU. Para entrar ese país, sin importar si es un día o 180, no basta tener al día el pasaporte, sino que un ciudadano mexicano debe tramitar una visa, llamada B1/B2. Puede ser de hasta por 10 años. Su costo en este 2022 es de USD 244, cerca de 5 mil pesos mexicanos, y no a todo el mundo se le otorga, sino que se tienen que comprobar requisitos como ingresos, tener un trabajo solvente en México, entre otras cosas, con tal de dejar claro que la intención no es ir y quedarse tiempo indefinido en ese país.
Si se tiene la visa B1/B2, en teoría se puede ingresar a EEUU hasta 180 días también. Aunque la decisión final la tienen los agentes de migración quienes, al llegar a ese territorio, analizarán las condiciones y el motivo de viaje del mexicano/a. Entonces pueden decidir concederles menos días de estancia o simplemente negarles el ingreso.
En tanto, Becca se disculpó por la connotación negativa de su mensaje detallando que ella incluso solo estuvo una semana en Ciudad de México, aunque entendía a la perfección la causa que le reclamaban.
“Vaya, Twitter es salvaje, ¿eh? Quería agregar a esto, ya que simpatizo al 100% con las reacciones negativas: he sentido lo mismo sobre la gentrificación en los lugares donde he vivido. Espero que esto abra las puertas para conversaciones productivas sobre: viajes responsables tanto dentro como fuera de esta aplicación”.
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