La inspiradora menos pensada de Greta Thunberg: por qué Margaret Thatcher fue pionera en la lucha contra el cambio climático

A pesar de sus políticas conservadoras, la primera ministra británica se preocupaba tanto por el calentamiento global que fue la primera política importante que habló del tema ante la ONU y propuso medidas globales, reveló Herself Alone, el último tomo de su biografía

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En 1988 la primera ministra británica dio un discurso tan vanguardista sobre el cambio climático que la prensa sólo reflejó lo que entendió: su crítica a la contaminación. (ITV/Shutterstock)
En 1988 la primera ministra británica dio un discurso tan vanguardista sobre el cambio climático que la prensa sólo reflejó lo que entendió: su crítica a la contaminación. (ITV/Shutterstock)

Ya muy pocos niegan los peligros que el cambio climático causado por la acción humana imponen a la Tierra, y por eso también amenazan a la población global con desplazamientos, hambre y epidemias, entre otras tragedias. La adolescente Greta Thunberg encarna el temor de los jóvenes a futuros catastróficos por el calentamiento global y “huelga climática” se convirtió en la expresión de 2019, según el diccionario Collins. Sin embargo, en la década de 1980 era un tema de científicos, que todos los políticos de importancia ignoraban.

Excepto una: la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher.

Aunque suena ilógico para una conservadora que desplegó un programa neoliberal, en el inicio de una ola que aumentó Ronald Reagan en los Estados Unidos y contagió al mundo, Thatcher creía que los gases del efecto invernadero eran un peligro tan grande como las guerras convencionales. Varios segmentos, y en particular un largo capítulo, de Herself Alone, el tercer y último tomo de la biografía de la ex primera ministra que acaba de publicar Charles Moore, se dedica a explicar por qué ella fue una pionera en la lucha contra el cambio climático.

El discurso de Thatcher sobre cambio climático en la ONU

Antes de recibirse de abogada y dedicarse a la política, Thatcher se había graduado en química, su primera pasión. El pensamiento científico solía colarse en su gestión en el Reino Unido: fue una de las gobernantes que más atendía el consejo de expertos en las más variadas áreas, para tedio de algunos de sus funcionarios que encontraban inútiles esas reuniones con tecnócratas. Moore escribió sobre “la emoción que sintieron muchos científicos cuando, desde 1988 en adelante, ella comenzó a hablarles sobre reducir el cambio climático: nunca habían visto algo así en una autoridad".

La pasión de Thatcher por el medio ambiente comenzó en 1988, cuando la invitaron a dar el discurso en la cena anual de la Royal Society, el 27 de septiembre. Sus colaboradores quisieron matar la cita en el acto, porque ningún rédito político saldría de ella. Pero Thatcher se negó: “La Royal Society es bastante especial, porque yo soy miembro”. Estaba muy orgullosa de su pertenencia al cuerpo científico más eminente de Gran Bretaña. Le gustaba decir, cuando la celebraban por ser la primera mujer primera ministra, que "era más importante que fuera la primera ministra que tenía un título en ciencias”.

Cuando aceptó la invitación no tenía idea de qué hablaría. Sólo sabía que quería que fuera algo de alto impacto. Moore la recordó como alguien a quien le gustaba “predicar ideas arrolladoras”, como “el sermón de la montaña”, comparó.

Hoy existe tanta conciencia sobre el problema que “huelga climática” se convirtió en la expresión de 2019, según el diccionario Collins. (REUTERS/Corinna Kern)
Hoy existe tanta conciencia sobre el problema que “huelga climática” se convirtió en la expresión de 2019, según el diccionario Collins. (REUTERS/Corinna Kern)

“Como siempre, los funcionarios enviaron varias ideas preparatorias, en distintas líneas bastante convencionales. Como siempre, Thatcher las rechazó”, siguió el biógrafo. Al conversar sobre el discurso con Dominic Morris, de su despacho privado, a finales de agosto, sacó de su bolso un artículo de New Scientist: “¡Esto es fascinante!”, le dijo. "El informe, titulado ‘El desafío del cambio climático’ ofrecía un relato sintético del calentamiento global causado por el ser humano y la amenaza que eso podría significar para el equilibrio del planeta. Según la perspectiva de Morris, ‘fue una pura iniciativa de la primera ministra; pensó: «He aquí una gran idea»’. Y ese iba a ser el tema de su discurso”.

Su equipo se quedó pasmado. "Richard Wilson, el coordinador de políticas del gabinete de entonces, recordó: ‘Regresé de vacaciones y en [Downing Street] 10 me dicen que estaba muy entusiasmada sobre el cambio climático. Yo nunca había escuchado hablar del tema”.

Un discurso "un poquito soporífero”

La comida en la Royal Society —de etiqueta, en el Fishmongers’ Hall— no necesitaba necesariamente de un discurso con un contenido serio y argumentativo, “pero eso es lo que Thatcher pronunció”, contó Herself Alone. “Declaró que debido a la población en aumento, el mayor uso de combustibles fósiles, el metano y los nitratos que producían la modernización agrícola y la deforestación se había verificado ‘un enorme incremento del dióxido de carbono’ en la atmósfera”.

—Es posible —advirtió— que con todos estos cambios enormes concentrados en un periodo tan breve hayamos comenzado sin querer un experimento masivo en el propio sistema del planeta.

“Algunos temen que estamos creando una trampa de calor global que podría llevar a la inestabilidad climática”, advirtió Thatcher en 1988.
“Algunos temen que estamos creando una trampa de calor global que podría llevar a la inestabilidad climática”, advirtió Thatcher en 1988.

Thatcher detalló los cambios en la química atmosférica causados por los gases del efecto invernadero. “Su discurso, pensó Morris, fue ‘un poquito soporífero’". Pero le llamaron la atención sus líneas centrales: “Algunos temen que estamos creando una trampa de calor global que podría llevar a la inestabilidad climática”, dijo la primera ministra. “Los aumentos de temperatura podrían llegar a 1ºC por década, una cifra asombrosamente alta”. El posible efecto del derretimiento consecuente de los hielos, explicó, la había dejado preocupada desde que se había enterado del fenómeno un año antes, en la Conferencia del Commonwealth en Vancouver. Mencionó “la preocupación por el agujero en la capa de ozono que la Investigación Antártica Británica había descubierto en 1985 y por la ‘deposición ácida’ (más conocida como ‘lluvia ácida’)”.

No anunció iniciativas políticas —eso hubiera sido, además de prematuro, una enorme ventaja para sus críticos y su competencia entre los tories— pero apostó a corregir los problemas: "La prosperidad estable se puede lograr en el mundo entero siempre que se nutra y se proteja el medio ambiente. Cuidar este equilibrio de la naturaleza es por lo tanto uno de los grandes desafíos de finales del siglo XX, y uno para el cual, estoy segura, se solicitará su consejo muchas veces”.

La intervención de Thatcher fue tan inesperada que los medios no estaban preparados. Recibió poca prensa, y toda se centró en su interés en “reducir la contaminación”.

Los científicos, sin embargo, admiraron “su sentido de la oportunidad”, como recordó John Houghton, director general de la Oficina Meteorológica. “Habló antes de la conferencia del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) de noviembre”.

Antes de ser abogada y política, Thatcher se había graduado en ciencias, y eso parece haberla ayudado a convertirse en pionera del combate contra el cambio climático. (Keystone/Getty Images)
Antes de ser abogada y política, Thatcher se había graduado en ciencias, y eso parece haberla ayudado a convertirse en pionera del combate contra el cambio climático. (Keystone/Getty Images)

Thatcher se vio a sí misma como “la graduada de ciencias que sentía que podía entender temas arcanos para la mayor parte de los políticos” y “la ávida perseguidora de la verdad a la que le encantaba predicar una nueva cruzada”. Pero también le preocupaba que “su conservadurismo fuera visto como demasiado materialista”. Además, luego del gran daño que la huelga de mineros de 1984 había producido a su imagen, a pesar de que resultó ganadora, “sugerir que el carbón dañaba la Tierra y que por ende se necesitarían otras fuentes de energía le resultó muy conveniente”, evaluó Moore.

¿Quién inspiró a la inspiradora?

Dos semanas después de la Royal Society, en la conferencia anual del Partido Conservador, Thatcher repitió su temor de “una especie de trampa de calor global y sus consecuencias para nuestro clima” y presentó a su gobierno como la combinación perfecta de “preocupación y conocimiento científico para reconciliar el desarrollo industrial con un medioambiental limpio”.

Se veía a sí misma dirigiendo la búsqueda de soluciones globales. Dijo que quería que Gran Bretaña “ayudara a los países pobres a proteger sus árboles y a plantar nuevos”, asegurara la capa de ozono y redujera el uso de combustibles fósiles, siendo la energía nuclear su alternativa preferida. “Nosotros, los conservadores, no sólo somos amigos de la Tierra: somos sus guardianes y sus encargados por generaciones futuras. El centro de la filosofía tory y el argumento en defensa del medio ambiente son una misma cosa. Ninguna generación tiene la propiedad vitalicia de la Tierra. Todo lo que tenemos es la ocupación de por vida, con un arrendamiento que incluye la realización de reparaciones”.

Pero más allá del interés genuino que Thatcher comenzó a mostrar por las cuestiones ambientalistas desde 1988, hubo alguien que la introdujo a esas concepciones. No era un científico, sino un diplomático: Crispin Tickell.

Sir Crispin Tickell, el diplomático que interesó a Thatcher sobre los problemas del calentamiento global. (www.mrfcj.org/Wikipedia)
Sir Crispin Tickell, el diplomático que interesó a Thatcher sobre los problemas del calentamiento global. (www.mrfcj.org/Wikipedia)

Tickell mantenía un interés personal en el cambio climático desde la década de 1970; a gusto de Moore, “se volvió un poco evangelizador sobre el asunto”. En 1984, cuando trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores, acompañó a Thatcher a un encuentro con el presidente francés, François Mitterrand, y durante el viaje de regreso aprovechó para abordar el tema. La convenció de que incluyera el cambio climático en la agenda del G7 que se reuniría en Londres ese año. Fue la primera vez que el tema se mencionó en el comunicado del foro, que reconoció “la dimensión internacional de los problemas ambientales”. Tickell le regaló a la primera ministra el libro Gaia, de James Lovelock, y luego la presentó al científico.

Tickell no escribió el discurso para la Royal Society, pero algunas de sus ideas fueron incluidas en el texto, como “esta es la clase de tarea para la cual se creó la Organización de las Naciones Unidas” (ONU) y “se podría recomendar un impuesto mundial sobre los precios de los combustibles para apoyar una mejora en la eficiencia energética”. Su proyecto de una Ley sobre la Atmósfera no llegó a interesar a Thatcher. En el gabinete, otros directamente pensaban que sus concepciones eran extravagantes y “dinamita política” en lo concerniente al petróleo y el carbón.

Y el tema llegó al mundo

Tampoco fue Thatcher la única que se ocupaba del tema entonces. “El primer ministro francés, Michel Rocard, tenía planes para una nueva institución internacional con amplios poderes legales sobre asuntos ambientales”, explicó Moore. Pero ella quería ser quien asumiera la iniciativa y el liderazgo, así que se opuso al plan de Rocard: “No —escribió a un costado del documento que le había enviado el francés—, el lugar es la ONU y no necesitamos un organismo oportunista. Nosotros haremos las cosas ahora”.

(REUTERS/Chalinee Thirasupa)
(REUTERS/Chalinee Thirasupa)

Tras la organización de una conferencia internacional sobre clorofluorocarbonos, los químicos que dañaban la capa de ozono, “el tema del calentamiento global se deslizó rápidamente de algo que no interesaba a los líderes internacionales a una competencia por ver quién podía ser el más limpio y el más verde”, ironizó Herself Alone. “Los gurús del clima comenzaron a convertirse en figuras prominentes”. Tickell identificó, en una conferencia sobre medioambiental en Colorado, al senador Al Gore, quien “demostró un raro dominio técnico del tema”.

Thatcher organizó una jornada para varios miembros de su gabinete con expertos que les brindarían “una evaluación de la ciencia hasta el momento”, opciones para “mitigar el efecto invernadero” y “respuestas posibles de la industria, los individuos y los gobiernos en el contexto internacional”. Los científicos estaban felices: se sentían escuchados y la formación de Thatcher le permitía hacer “las preguntas correctas” para mantener un diálogo fascinante. Los funcionarios, en cambio, parecían un poco perdidos y miraban sus relojes cada tanto.

En marzo de 1989 Thatcher impulsó la conferencia “Para salvar la capa de ozono”, con el auspicio de la ONU, y manifestó su esperanza de “acuerdos para reducir los gases en un 85% durante la próxima década”. A la reunión asistió William Reilly, el administrador de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los Estados Unidos, con una carta del presidente George H.W. Bush en la que manifestaba su apoyo a la “agenda en común sobre el medio ambiente”, sin más precisiones porque, en realidad, no estaban de acuerdo. Al concluir el encuentro Thatcher anunció que el Reino Unido aumentaba su aporte al Programa Ambiental de la ONU (UNEP) de £ 1,5 millones a de £ 3 millones.

El entonces presidente de los Estados Unidos, George H.W. Bush, dio un apoyo general a Thatcher, pero no estaba de acuerdo con las políticas que la británica impulsaba, como limitar las emisiones globales. (AP/Marcy Nighswander)
El entonces presidente de los Estados Unidos, George H.W. Bush, dio un apoyo general a Thatcher, pero no estaba de acuerdo con las políticas que la británica impulsaba, como limitar las emisiones globales. (AP/Marcy Nighswander)

Pero entonces sucedió algo que quitó entusiasmo a Thatcher. En las elecciones parlamentarias, los Verdes, que habían obtenido hasta entonces resultados marginales, llegaron al récord de 14% de votos. Dominic Morris recordó: “Su tema estaba ayudando a un partido que dañaba al de ella”, escribió Moore. La primera ministra le dio un respiro a Gaia.

En el gran escenario: la Asamblea General de la ONU

Hasta que a mediados de 1989 Tickell la instó a llevar el cambio climático a la Asamblea General de la ONU. Era la oportunidad de recuperar la iniciativa sobre otros países y dejar atrás la política interior. Como asesor especial para su discurso participó el economista verde David Pearce, lo cual preocupó al canciller Nigel Lawson: las teorías del profesor sobre “desarrollo sustentable”, le dijo, eran “un concepto operativo: lamentablemente, no se sostienen”.

Thatcher siguió adelante. Hizo una suerte de ensayo al presentar la cuestión en su ponencia en la reunión de jefes de estado del Commonwealth, en Kuala Lumpur, en octubre, donde chocó con la suspicacia de algunos mandatarios de países subdesarrollados: ¿buscaba ella acaso negarles los beneficios de la industrialización? No obstante, la británica logró que en la declaración final el tema entrara, en un delicado equilibrio con la necesidad del desarrollo.

Por fin el 8 de noviembre, cuando le tocó dar el discurso principal ante la ONU en pleno, dio “su versión más elocuente y elevada del asunto”. El cambio climático no era una novedad, dijo, pero el que se comenzaba a sufrir en el siglo XX sí lo era: lo causaban “la humanidad y sus actividades”, advirtió.

“Mientras que los peligros políticos convencionales —la amenaza de la aniquilación global, las guerras regionales— parecen estar en retroceso, estamos tomado conciencia de otro peligro insidioso. A su manera, es tan amenazante como los peligros habituales que han preocupado a la diplomacia internacional durante siglos. Es la perspectiva de un daño irreparable a la atmósfera, a los océanos, a la Tierra misma”.

En un discurso histórico ante la ONU en pleno, Thatcher comparó el cambio climático con la destrucción de las guerras: "Es la perspectiva de un daño irreparable a la atmósfera, a los océanos, a la Tierra misma”.
En un discurso histórico ante la ONU en pleno, Thatcher comparó el cambio climático con la destrucción de las guerras: "Es la perspectiva de un daño irreparable a la atmósfera, a los océanos, a la Tierra misma”.

Los cambios en eras anteriores se habían dado cuando “la población mundial tenía una fracción de su tamaño actual” y se habían debido a fuerzas naturales: “cambios en la órbita de la Tierra, cambios en la cantidad de radiación emitida por el sol, los consiguientes efectos sobre el plancton en el océano y en los procesos volcánicos”. Era algo que no se podía prevenir ni controlar, agregó, sólo observar y a lo sumo predecir.

Pero los cambios producidos por los seres humanos eran otra cosa: “Lo que estamos haciendo ahora al mundo al degradar las superficies de la tierra, contaminar las aguas y emitir gases del efecto invernadero al aire a un ritmo sin precedentes, todo esto es nuevo en la experiencia de la Tierra", subrayó. "Es la humanidad y sus actividades las que están cambiando el medio ambiente de nuestro planeta de manera dañina y peligrosa”.

Más fácil hablar que hacer

Todo muy bonito, resumió el biógrafo, pero sólo verbalmente: “En general a Thatcher le resultó más difícil aplicar sus ideas verdes al meollo de las políticas prácticas que vocearlas en grandes discursos”. En el trabajo encontró que salvar el planeta chocaba con sus visiones de la economía. Ella, por ejemplo, estaba embarcada en la privatización del servicio de electricidad: si las restricciones al uso de carbón se imponían antes de la venta, el precio de venta se reduciría.

La adolescente sueca Greta Thunberg en una de las marchas "Fridays for Future" que ella inspiró con sus huelgas por la protección del medioambiente. (REUTERS/Fabrizio Bensch)
La adolescente sueca Greta Thunberg en una de las marchas "Fridays for Future" que ella inspiró con sus huelgas por la protección del medioambiente. (REUTERS/Fabrizio Bensch)

No obstante, tras el informe de la IPCC que predijo un aumento de la temperatura global de entre 1,3ºC y 2,5ºC hacia 2020 en comparación con los niveles pre-industriales, anunció que el Reino Unido establecería sus propios objetivos para ayudar a estabilizar las emisiones globales hacia 2005. Muchos de sus funcionarios trataron de disuadirla: los precios de la energía "se podrían duplicar”. A pesar de las advertencias, prefirió alinearse con otros países europeos contra la política de Bush en los Estados Unidos, que se negaba a cualquier meta de límites.

Cuando, en la siguiente conferencia internacional sobre la capa de ozono, los países en desarrollo pidieron recursos para financiar las medidas de protección, Thatcher apoyó la creación de un fondo de USD 260 millones. El gobierno de Bush se escandalizó: su jefe de Gabinete, John Sununu, dijo que “los países en desarrollo siempre están buscando dinero” y que “todo el mundo siente que esto no es más que otro intento de meter sus manos en nuestros bolsillos”. Thatcher le escribió a Bush, lo cual causó muchas discusiones en la Casa Blanca; por fin Bush aceptó.

Una de sus últimos discursos como primera ministra fue sobre ambientalismo: habló en la Segunda Conferencia sobre Clima Mundial en noviembre de 1990, dos semanas antes de verse forzada a renunciar. En los primeros tiempos fuera del poder, cuando estaba completamente desorientada sobre su futuro, le sugirieron la posibilidad de ser secretaria general de la ONU, pero dijo que no tenía paciencia para tanto trabajo de comités. ¿Y qué tal la dirección de “un instituto internacional para despertar conciencia sobre el calentamiento global”? Podía ser “un retoño ambientalista de la ONU”, escribió Moore; "El próximo trabajo de Maggie será hacer que el mundo se vuelva verde”, tituló un periódico. Finalmente eso no sucedió, y la vida política de Thatcher fuera del poder olvidó su gestión pionera por el medioambiente.

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