Por Flavia Tomaello
En medio de una ciudad que se hunde en una laguna del Adriático cada año 2 milímetros, tal vez producto de los 30 millones anuales de turistas que recibe, la tradición del carnaval en Venecia es todo lo contrario a la latina.
Cuando en 1299 bajo el gobierno del dux Pietro Gradenigo -máxima autoridad de la República de Venecia- Christopher Tolive, uno de sus secretarios, tuvo la "inclusiva" idea de permitir a la población acomodada mezclarse con "el vulgo", dio origen al carnaval. El disfraz era la clave para ocultar identidades. Ser anónimo, el objetivo.
Para el local, la festividad remite a la magia, el deterioro y la decadencia del espíritu tradicional veneciano. Durante el siglo XVIII fue su expresión más barroca, con seis meses de festejos, lujuria y desborde. Bajo la ocupación de Napoleón, a partir de 1797, fue prohibido bajo el temor de las conspiraciones que podían tejerse detrás de las máscaras.
Federico Fellini con su Casanova de 1976 hizo nacer la nostalgia y para 1979 el Carnaval había renacido de un modo más práctico.
El mundo de los negocios de la Serenissima ha hecho historia entre puentes y canales. Ocultarse detrás de capas, sombreros y máscaras era un salvoconducto a la fortuna non santa. Los venecianos llegaron a estar más tiempo de incógnito que a cara descubierta. Para el siglo XVIII esto se había limitado a 3 meses al año.
Disfraz para mostrarse
Este año del 16 al 5 de marzo, la dicotomía veneciana lleva a los locales a cubrir las calles y canales en esas fechas, mientras se resisten a la invasión turística todo el año. Para abrir el carnaval, todos participan del Festival de Venecia, un evento que cada temporada transforma al Rio di Cannaregio en un escenario en el agua, totalmente cubierto de venecianos mostrándose, compitiendo para que les tomen una foto.
Para el artesano Gualtiero Dall'Osto "cada persona saca la máscara que lleva dentro. Es como convertirse en actor, rastrear dentro de sí mismo otras personalidades y exponerlas a la vista pública. Eso es lo que intentamos expresar los que las hacemos". Los diseñadores locales "crean para venecianos", sentencia.
Nunca como en esta época están ávidos de ser fotografiados: se los ve por todas partes, viajan al trabajo con máscara, organizan fiestas a puertas cerradas, y se vuelcan a las calles. Es el momento en que el puente de los Suspiros siente celos.
El inicio fue con la Fiesta Veneciana en el agua. En uno de los brazos se produce el desfile de las carrozas: Cannaregio se vuelve un escenario acuático donde se deslizan barcas y góndolas. Luego, la inauguración oficial se llevó a cabo con un desfile de las propuestas acuáticas desde la Punta de la Dogana, justo frente a San Marco, para volver a desembocar en Cannaregio. Al finalizar el recorrido, se inició la degustación de los bocadillos venecianos en los diferentes locales gastronómicos.
El 2 de marzo se puede participar de la compulsa "Il Concorso della Maschera più bella" (el concurso de la máscara más bella). Se realizará desde las 10 de la mañana en la Piazza de San Marco. Allí se luce lo más genuino del carnaval, puesto que es donde los locales exhiben sus puestas, en muchos casos se trata de piezas heredadas por generaciones.
La máscara de Italia
La ciudad que -según los estudios demográficos- moriría en el 2040, se convierte en el escenario ideal para que los locales vuelquen todas sus tradiciones, disfraces, comida, máscaras, dulces, confeti y serpentinas, alegría y diversión, glamour y música.
Vivir en alguna de las 118 islas de Venecia es no tener miedo a estar aislado. A reconocerse en una escenografía permanente y circularla con naturalidad. Un espacio a la medida del hombre. La ciudad se mueve al ritmo de la marea. Los puentes son paréntesis para saltear los canales.
Se camina mucho, se toma el vaporetto (el colectivo acuático) o el tragget (la góndola de los pobres). "Se disfruta del aire más puro de toda Europa -cuenta Nicola Tognon, vecino de Ca 'Cendon- sin la contaminación del tránsito". Se escucha el silencio de su ausencia.
El sábado se compra en el mercado del Rialto todo fresco, incluso el pescado traído desde la laguna esa misma madrugada. En los jardines de la Bienal se instalan los lecheros, en Dorsoduro, el mercado flotante de fruta y verdura.
Se degusta un spuntino (bocadillo) en la cicchettería frecuentada por Casanova, Do Mori, el especialista en tapas venecianas desde 1462. El bacaro, la taberna, es el living de todo veneciano. Siempre es hora para tomar un spritz: "el" aperitivo.
Se emigra a la Giudecca o a Castelo, sin turistas. Se pasea por los zattere (ex muelles a espaldas del Gran Canal) y se concurre a las funciones de La Fenice. Los venecianos escuchan su ciudad: no sólo la ópera, también los postigos, la caricia sostenida de olas calmas, el taconeo a cualquier hora de la madrugada y las campanas.
"Se come baccalà mantecato (versión del bacalao), los gnocchi de San Zeno, sarde in saor (anchoas y cebolla) -explica el ex pescador y hoy chef propietario de Bistro Ai Tini, Gianni Albanese-. Los caramelos del carnaval, los golossei, las frittelle y los galani, dos especies pasteleras para comer con máscara".
Todo terminará con el vuelo del Ángel, un viaje aéreo que une el Campanario de la Piazza San Marco con el Palacio Ducal el 3 de de marzo.
Espíritu rococó deslucido en una neblina misteriosa de un pasado muy presente. Venecia es un gran teatro. Sus habitantes, en tanto, los esquivos actores con caprichos de estrella que sólo en la función de gala del Carnaval se sienten en el papel de sus vidas.
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