El mundo de la perfumería parece invitar sólo a experiencias sensoriales, recuerdos y emociones, pero detrás de cada fragancia se esconde un proceso científico y tecnológico riguroso. Para Val Díez, vicepresidenta de la Academia del Perfume en España, la creación de un perfume combina lógica y arte de manera excepcional.
Aunque suele percibirse sólo como un producto de lujo, el perfume es el resultado de una ingeniería precisa donde se mezclan química avanzada, innovación tecnológica y sostenibilidad. “En el laboratorio, se utilizan en promedio mil quinientas sustancias para crear una fragancia, aunque en algunos casos pueden llegar a usarse... ¡hasta cien mil!″, detalla Díez en una entrevista con la edición española de EL PAÍS.
El desarrollo de una fragancia implica no solamente el conocimiento de cientos de ingredientes naturales y sintéticos, sino también la capacidad de combinarlos para recrear olores que evoquen experiencias complejas. Los maestros perfumistas, figuras escasas en el mundo y muy especializadas, dedican años a entrenar su olfato y su memoria para identificar miles de “acordes” y memorizar combinaciones que les permiten construir olores específicos que transmiten emociones.
Además, este proceso involucra una conexión única entre el cerebro y el olfato, donde cada esencia es una mezcla de ciencia y creatividad.
En la exploración de los orígenes del perfume, Clara Buedo, periodista y autora del libro Historia del perfume, descubre que esta práctica tiene raíces milenarias que se reflejan en las modernas industrias de fragancias. “Mucho de lo que vemos hoy en la industria del perfume se inspira en el pasado”, afirma Buedo.
La transición del perfume desde lo sagrado hacia el lujo se hizo evidente en la antigua Roma, donde el uso de resinas aromáticas se incorporaba en ceremonias religiosas con un sentido casi opulento. Según Buedo, en Roma “se quemaban resinas rozando la obscenidad”; las fragancias habían comenzado a ser vistas no sólo como símbolo de devoción sino como un artículo capaz de atraer y retener poder y riqueza.
Fue precisamente en esta época que se comenzó a prestar atención al diseño de los frascos de perfume, los cuales pasaron de ser simples contenedores a elaboradas piezas artesanales. Como resume Buedo: el perfume “empieza a virar la función inicial del perfume, que era algo sagrado y de culto, hacia un aspecto más lujoso”.
La industria del perfume creció gracias a la creatividad de las primeras civilizaciones que vieron en el aroma un gran potencial comercial, una idea que sigue vigente hoy en día. Desde ese momento, el perfume ya no era sólo un vehículo de trascendencia espiritual, sino un bien de consumo apreciado en las cortes y entre las clases altas, un lujo que continuaría evolucionando hasta convertirse en el codiciado producto que hoy conocemos.
En muchas civilizaciones antiguas, su uso estaba reservado a las clases privilegiadas o a los círculos religiosos, lo que le otorgaba un carácter exclusivo y misterioso.
En Egipto, por ejemplo, los ingredientes aromáticos como el incienso y la mirra eran tan valiosos que formaban parte de las ofrendas a los dioses y acompañaban a los faraones en su viaje al más allá. Los egipcios incluso crearon una deidad, Nefertum, vinculada al perfume, reconociendo así el valor místico de las fragancias.
En el caso de las culturas orientales, el perfume adquirió un rol único como parte de la vida cotidiana y la espiritualidad familiar. Según explica Clara Buedo, en países como China y Japón las fragancias tenían una dimensión familiar e íntima; las familias creaban sus propias mezclas aromáticas, que eran transmitidas como un legado de generación en generación. Este tipo de práctica dotaba a cada hogar de una identidad olfativa propia, elevando el perfume a un patrimonio cultural que trascendía lo individual.
Otro ejemplo se encuentra en la civilización islámica, donde la perfumería clásica utilizaba bases de aceite en lugar de alcohol, debido a creencias religiosas que sostenían que el alcohol podía atrapar el alma de los ingredientes vegetales. En este contexto, el perfume era no sólo un artículo de lujo, sino también una expresión de respeto y devoción espiritual, marcando una diferencia significativa con las fragancias desarrolladas en Europa.
En el siglo XIX, con el avance de la ciencia y la síntesis de moléculas artificiales, el perfume comenzó a democratizarse. En este período, surgió en la burguesía europea el concepto de la “mujer ángel del hogar”, para quien se diseñaban aromas florales y delicados que simbolizaban pureza y feminidad.
El negocio huele cada vez mejor
España se ha consolidado como uno de los principales productores y exportadores de perfumes en el mundo, situándose sólo detrás de Francia y superando a países como Estados Unidos, Italia y Alemania. Esta destacada posición no es casual sino el resultado de años de influencia cultural, rutas comerciales estratégicas y una rica biodiversidad.
Val Díez, vicepresidenta de la Academia del Perfume, explica que la historia de España, con su intercambio de culturas y su ubicación en rutas comerciales jugó un papel fundamental en la evolución del país como potencia en el sector. Desde tiempos de la conquista y exploración, los comerciantes españoles llevaron consigo nuevas especias y esencias, integrando ingredientes de todas partes del mundo en sus fórmulas.
La relevancia de España en el mercado de la perfumería también se refleja en sus cifras económicas. En 2023, la industria de la perfumería y cosmética en el país generó ingresos por 10.400 millones de euros, un crecimiento del 12,1% respecto al año anterior, mientras que las exportaciones aumentaron un 20%.
Este impulso muestra que el perfume no sólo es un artículo de lujo, sino también un símbolo de autoestima y bienestar, que ha visto un auge particular después de la pandemia. Para muchos, el uso de fragancias se ha convertido en un acto de cuidado personal y recuperación emocional tras los momentos difíciles de los últimos años.