En su nuevo libro Loca, la psicóloga Lorena Pronsky explora la salud mental a través de la vida de Carola, una mujer que enfrenta la depresión. En diálogo con Infobae, la autora comparte cómo este libro nació de un proceso profundamente doloroso y personal, en el cual eligió narrar la experiencia de la protagonista desde una perspectiva íntima y emocional, dejando de lado el enfoque clínico para retratar de manera auténtica la lucha interna y física de la protagonista.
Lorena es licenciada en Psicología y posee una destacada experiencia en el área de la psicología clínica y en el tratamiento de adicciones. Brinda conferencias en Argentina y otros países; y es autora de libros como Rota se camina igual, Cúrame y Despierta, que la han consagrado como referente para miles de lectores que buscan mejorar y sanar sus vínculos.
Loca es su primera novela. A través de las experiencias de la protagonista, lleva al lector por un camino complejo y de constante autoconocimiento. En este viaje terapéutico, Carola aprende a separar aquello que atenta contra su bienestar de todo lo que lo favorece. Con humor filoso y realista, el texto está repleto de enseñanzas donde la amistad, los lazos familiares, los vínculos sexoafectivos y el erotismo, apoyados en un trabajo introspectivo permanente, cobran especial relevancia.
— En el libro hay una crítica sobre cómo la sociedad trata a las personas que sufren trastornos de salud mental, la falsa ayuda en redes sociales y cómo se minimizan los padecimientos. ¿Sentís que eso es algo que sucede frecuentemente?
— Sí, lo veo en consultorio, en la clínica y en mí, en mis amigas, en la calle y lo veo por estar en las redes, que es un agobio permanente esta cuestión de la felicidad como una meta. Es una pregunta constante, un hostigamiento de quién es feliz, de cómo es feliz, de la fórmula de la felicidad y de los cuatro pasos para alcanzarla. Es un hostigamiento y quién no llega a esa meta utópica siente la frustración de que está haciendo algo mal, de que no está en la misma frecuencia o sintonía de lo que las redes sociales predican porque todas son fórmulas que vienen a prometer, incluso usan esa palabra: “Yo te prometo que si haces esto te vas a sentir bien” y es muy cruel. Uno no llega a eso que nos están diciendo porque no existe. La vida es otra cosa. Llegan a decir: “La gente que no es feliz jode, porque la gente que está contenta está haciendo otra cosa” y para quién padece un cuadro en el estado anímico, quién está atravesando una situación de duelo, de pérdida o está triste, siente que jode, que es tóxico y es un cansancio.
— ¿Sentís que socialmente se dejan de lado personas porque están atravesando una dificultad o problemas en su salud mental?
— Sí. Hoy por hoy todo está etiquetado: el que está mal es tóxico. No se entiende cuál es la diferencia entre la angustia y el ser tóxico, entonces uno de los tips que te dan para poder ser feliz es alejar a la gente tóxica porque esta gente invade tu mundo y te “chupa la energía”, entonces uno le tiene miedo a la angustia del otro, la angustia no es convocante, y claramente no es convocante, pero esto no quiere decir que el otro sea tóxico o que tenga mala energía. Uno puede conectar con el otro desde la angustia y es hermoso que te abra su mundo interior. Uno no puede entender que eso es para decirle: “Gracias. Me estás abriendo tu parte interna”. Después se verá, dentro de meses o años, tal vez me va a tocar a mí. Las relaciones hace un tiempo eran eso: un ida y vuelta. Es entender que falta comprensión y por eso quise contar la historia desde una persona, una protagonista, porque una cosa es leer lo que es un cuadro de depresión, de angustia, de distimia y ver las causas, pero otra cosa es estar en ese cuerpo de esa persona. Hay una parte en la que ella visita al primer psiquiatra que le dice: “Empezá con las clases de mindfulness y a respirar” y Carola le dice: “No puedo respirar, me duele respirar”. Uno escucha un montón de veces: “Cuando no te funciona la voluntad, apelá a la disciplina”, pero para tener disciplina también tenés que tener voluntad y el problema en un cuadro de depresión es que justamente la voluntad está enferma, entonces apelar a la voluntad es totalmente paradójico y supone una exigencia para quién lo está padeciendo que no puede afrontar. Los comentarios de la gente que padece este cuadro es la desesperación porque el otro entienda que no es que no quiere, no puede. No es que no le pone onda, que no le pone la voluntad, que es tóxica, es entender que no puede, que por el momento no puede y las personas a veces no tienen tiempo para el no poder del otro.
— ¿Cuál es la mejor manera de acompañar a una persona que está atravesando una depresión o que tiene algún otro problema anímico?
— En esta novela aparecen las amistades como un pilar fundamental, una de ellas, Sofía, que es la que se mete en el barro junto con ella, la que no puede entenderlo, es bioquímica y tiene un pensamiento muy estructurado. Le dice: “Te están guiando mal o la medicación no te hace efecto. Vayamos al fondo de esto”. Esta compañía de poder entender que a veces las amigas de ella iban a la casa a dormir la siesta, a acostarse a su lado y le daban de comer en la boca porque Carola no podía cortar, es informarse y preguntar: “¿Qué es lo que necesitas? ¿En qué te puedo ayudar?” porque el modo a veces en el que uno quiere ayudar no es funcional a quién está padeciendo esa situación y nos ha pasado a todos que a veces no queremos salir del estado de angustia, como por ejemplo en una pérdida. El duelo es como el tercer tiempo que te da la vida para poder extrañar a ese familiar, hablar de ese familiar, llorar a ese familiar y es decir: “Ok. Dejame hacerlo, necesito hacerlo”. Tiene que ver con entender y aceptar que el modo que el otro tiene para transitar el dolor es muy subjetivo.
Loca
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— En el libro Carola se cuestiona el desajuste entre su vida real y la que había imaginado como profesional, madre e hija. ¿Creés que proyectar un futuro ideal nos guía hacia nuestros deseos o nos condena a la frustración si no se cumple?
— Yo creo que una buena solución a eso es esta posibilidad de entender que uno cambia, se va modificando. No estamos en un portarretratos y los deseos van cambiando, entonces si yo me pongo obstinada a perseguir algo que deseaba a los 12 años simplemente porque lo desee y porque pensé que ese era mi proyecto de vida, me voy a frustrar. La frustración aparece cuando las expectativas son mayores de lo que la realidad puede darme y esto nos pasa a todos. Tenemos una vida paralela, en el caso de ella se iba a esa realidad paralela como para descansar un poco, hoy hay gente que se droga, toma alcohol o lo que sea, son formas de escaparse un poco de la realidad. Carola no encontraba forma de tener una vida que ella quería y que se había esperanzado de que eso la iba a salvar. Esta cuestión que uno se dice: “Cuando tenga esto voy a ser feliz”. Creo que es una pelea que todos tenemos entre lo que pensamos que la vida nos debería haber dado y la vida que uno lleva. La distancia que hay entre una y la otra es la distancia de frustración.
— Está también muy presente el sentimiento de culpa en la protagonista por cómo se manejó, de no sentirse suficiente como madre, de no ser la psicóloga que sus pacientes esperan, de estar deprimida y de no disfrutar lo que tiene. ¿Por qué elegiste que la culpa esté tan presente a lo largo del libro?
— En la depresión el paciente siente culpa. Piensa en cuántas vivencias arruina por haber estado triste, deprimido. Ve que la vida le pasa por al lado y no puede ingresar a la vida: no puede ser esa madre activa, esa pareja o esa amiga que por ahí el otro espera porque está atada por un cuadro anímico donde la parte física importa un montón. Uno por ahí habla del estado mental, pero el cuadro de depresión afecta el estado físico. Se sufre cansancio, agotamiento, incapacidad de levantarse de la cama, entonces ¿cómo no va a generar culpa? Cuando viene un hijo y le pide algo y Carola no puede pararse en la cama para servirle un vaso con agua, tiene culpa. Después, en un contexto más amplio, la culpa es un invento social, no habría culpa si no hubiera expectativas. Si uno no tiene expectativa de que debería ser de semejante forma, uno no sentiría culpa por no ser de esa forma. Creo que es todo un constructo social y que está marcado por ideales a los que uno sigue también, porque podríamos perseguir a un ideal que se me parezca un poco o no esté tan arriba. Hoy igual está bajando un poco está cuestión de ser la madre perfecta, pero uno no llega a todo, como mujer fuimos ganando espacios pero los vamos sumando. Entonces, para nosotras es un disparate estar en todos lados y con una exigencia de un 10: no puedo ser la psicóloga 10, la escritora 10, la mamá 10, la pareja 10, a veces ni puedo ser.
— Hay momentos en la novela donde Carola se paraliza al tomar decisiones porque no se siente “su mejor versión” todavía.
— Siempre se busca ese momento de perfección. En algunas consultas aparecen frases como: “Cuando esté más flaca”, “Cuando me entre ese pantalón”, “Cuando me pueda comprar esas botas”, “Cuando termine de resolver el problema que tengo” y es la vida. Yo siempre le digo a los pacientes que es al revés y en el libro está un poco en lo que le dice Sofia: “No es cuando estés preparada. Eso te va a ayudar a sentirte mejor”. No es estar en la sala de espera hasta que uno esté bien para poder hacer, es hacer para que eso te retroalimente. A veces hay que mandarse porque uno sale alimentado desde ahí, pero entiendo que cuesta mucho en un montón de situaciones, inclusive me pasó con el libro. Cuando yo se lo estaba entregando a Silvia, quien me lo estaba editando, en la última devolución me dice: “Me encantó el final. Cerró perfecto”. “No, Sil. Pero tengo un montón para seguir escribiendo, para seguir contando, aparte lo pensé y lo puedo hacer mejor y escribirlo mucho mejor”, le respondí. Ella, con tranquilidad y realmente inmutada, me dijo: “Para otra novela está bárbaro, pero esta se terminó acá”. Yo sentía que podía hacerlo mejor siempre, que tenía otro final. “No, para. Lo voy a hacer mejor, puedo hacerlo mejor”, era mi análisis, pero ella me dijo: “Sí, sí, vas a escribir mejor y vas a tener un montón, pero no ahora. Este es el final para esta novela”. Es la inseguridad y el miedo. Si es por mí sigo escribiendo, que nos pasa un montón a la gente escribe, a los editores, pasan cuatro años reversionando y revisando porque uno no quiere soltar, pero no quiere soltar lo que supone o la idea de una mejor versión y para mí eso fue aprendizaje. Lloré, me enojé, pero al final dije: “Tiene razón”.
— ¿Sentís que aprendiste de vos misma después de escribir este libro?
— Este libro lo tuve en la cabeza creo que desde el primer libro que escribí. Estuvo dando vueltas en muchos de los libros anteriores, hay mucho de mí, como decía el otro día una lectora: “Siento que el libro resiste archivo de cualquier cosa que haya contado en algún momento desde mi primer libro”. Creo que tuve que haber escrito todos los libros anteriores para poder llegar a este. En cuanto a escribirlo me debe haber llevado unos seis o siete meses, pero fue sin embargo el libro que más trabajo llevó en mi cabeza. Era como en la serie de la chica que juega al ajedrez Gambito de dama que mira el techo y va moviendo las fichas. Lo iba escribiendo en mi cabeza y cuando me senté a escribir ya estaba procesado, me era fácil porque no podía dejar de pensarlo. Hay mucho mío en Carola y hay mucho de Carola en mí, por eso la dejé que sea. Yo cuando algún personaje hacía daño o hacía algo malo tiendo, desde la psicología, buscaba justificar ese acto. Tiendo a decir: “Lo que pasa con la vida que tuvo” y un día mi editora me dijo: “¿Qué haces? No salves a los personajes, dejalos que sean, fue así, no expliques, no justifiques, no racionalices, no seas psicóloga ahora”. Estuvo muy bueno entender cuántas veces salvo en la vida y me quiero salvar también, explicando por qué hice lo que hice. A partir de ahí empecé a escribir distinto.