
Nació en el Chaco pero, siendo apenas bebé de días, Lizy Tagliani se instaló en Buenos Aires junto a su mamá, Celestina Gallardo. Su infancia no fue nada fácil. Y no sólo por su condición humilde, sino también por haber decidido ser leal a su identidad de género en una época teñida por los prejuicios. Sin embargo, ella nunca perdió tiempo en el "qué dirán". Al contrario, con el apoyo incondicional de su madre, se hizo cada vez más fuerte. Y hoy se consagra como una de las conductoras más exitosas de la Argentina al frente de El precio justo, por Telefe.
—¿Cómo te sentís en el programa?
—Estoy feliz, porque me divierto muchísimo y la paso bárbaro. Cuando salgo de los juegos, la producción me deja hacer lo que se me ocurra. ¡No paso rutina! A mí me presentan y yo salgo…
—¿Tenías temor antes de arrancar con esta conducción?
—Miedo no tenía. Pero, al principio, cuando me daban para hacer los juegos parecía Teté Coustarot, porque quería ser muy correcta. Entonces me dijeron: "¡No! La gente quiere verte a vos. ¿Imaginate que prendan la tele y digan: 'Esta no es la Lizy que nosotros conocemos'. Tenés que ser auténtica". Y ahí ya me relajé.
—¿Cómo es interactuar directamente con el público?
—Es una alegría enorme, porque eso es lo que más me gusta. ¿Cómo te puedo explicar? Yo vengo de muy abajo. Entonces, todo lo que me cuentan yo lo viví. No es que soy famosa desde los cuatro años y me perdí un montón de cosas. Yo sé lo que es no poder comprar algo, andar en bondi, laburar, tener a un pariente internado…¡Nada me sorprende! Y eso hace que tenga mucha empatía con la gente.

—Decís que empezaste de muy abajo. ¿Qué te pasa cuando mirás hacia atrás?
—Lo que hago es agradecerle a mi mamá. Digo: "¡Qué ovarios!". Porque, sin ella, yo no podría haber hecho nada. Ella fue la que me impulsó, la que me acompañó, la que me enseñó a no discriminar, la que me hizo entender que yo no era ni más ni menos que nadie… Me acuerdo que, en aquel momento, se decía: "Yo te acepto como sos". Y cuando alguien no me aceptaba, mi vieja me decía que nadie me tenía por qué aceptar. De última, si alguien no me aceptaba a mí yo no aceptaba a esa persona y punto.
—¿No te afectaba?
—Si yo me angustiaba porque alguien no me invitaba a algún lado, mi mamá me decía: "Cuando yo te fui a tener a vos estaba sola. Naciste sola. Así que todo lo que quieras hacer, lo vas a poder hacer sola. No necesitás de nadie". Yo siempre tuve un apoyo muy grande de mi mamá y de los hombres que la acompañaron, porque la amaban a ella y, con su carácter, no la iban a contradecir… Fue una mujer que se murió sin tomar una aspirina para calmar el dolor. ¡Imaginate la fuerza que tenía!
—Era una avanzada, porque cuando vos naciste la mentalidad de la sociedad era otra…
—Claro, y era muy difícil. Pero a ella no le importaba. A los siete años le planteé por primera vez mis inquietudes y pasó de largo, no tengo grandes recuerdos de eso. Pero a los 13 se lo dije concretamente y nunca más usé ropa de hombre. Y eso que ella era casi analfabeta. Siempre cuento que firmaba escribiendo su nombre, Celestina Gallardo, y lo aclaraba de la misma forma. Por eso, yo a veces en las redes escribo "güebo" o "haiga". Yo sé que no se dice así, pero es mi manera de homenajearla, porque ella me mandaba con la lista al almacén y me ponía: "Traé güebos y fijate que haiga harina". Sin embargo, en otros aspectos era brillante.

—¿Su inteligencia no pasaba por los libros sino por su filosofía de vida?
—Tal cual. Me acuerdo que comíamos pan duro al horno con un poco de aceite y ajo y esa era nuestra cena. Pero ella nunca me dijo: "No tenemos para comer". Ella llamaba "a cenar" y servía eso. Así que yo nunca me planee: "No tenemos esto porque somos pobres". Yo me dí cuenta de que era pobre cuando vi la casa de mi compañera Zulma.
—¿Cómo fue?
—Ella era la hija del fotógrafo y tenía una casa hermosa, con dos piezas, un baño y picaportes en las puertas. ¡Nosotros cerrábamos con una cadena y un candado! Así que yo pensaba que ella era multimillonaria, por más que no tuviera ni revoque en las paredes. Y, cuando pasábamos por el frente de mi casa, que era una piecita con techo de cartón, yo le decía que abajo había otra inmensa como para no sentirme menos que ella.
—¿Nunca te autocompadeciste?
—No, jamás. De hecho, me encantaba estar en mi casa. Me iba con mi mamá a trabajar a lo de sus patronas, a las que yo les decía "tías", y me encantaba estar ahí. Yo conocí una ducha a los 13 años cuando me llevó a trabajar a una casa y yo sentí que estaba en Disney. Pero, igual, yo siempre quería volver a la mía. Nunca envidié nada, porque a mí me encantaba llegar a mi casa.
—Es que, más allá de las paredes, era tu hogar….
—Claro. Con la cucha de mis perros y todas las carencias, era mi hogar. Mi mamá cocinaba en un calentador número cinco que tenía que sacar afuera por el olor a kerosene. ¡Y yo era feliz!

—Tu mamá te recalcó que te fue a tener "sola", pero tu papá tuvo otra hija de la que vos te entérate recién ahora…
—¡Sí! No sé muy bien cómo fue la historia. Yo, a él nunca lo vi. Y mi mamá nunca me dijo nada. Pero a veces hablaba con gente grande y, como yo siempre fui muy chusma, escuchaba. Ella me veía caminar y decía: "Tijera en pinta". Y, cuando fui creciendo, empecé a relacionar que sería mi padre. Así fui atando cabos. Y sabía que él tenía una hija, pero no sabía ni dónde ni cuándo. En cambio mi hermana sí sabía todo de mí. Yo nací el 12 de septiembre de 1970 y ella el 19 de septiembre del mismo año. Y ahí estuvo el conflicto. Lo que no sé es si las dos mujeres eran oficiales o si alguna era la amante y por ahí no lo sabía.
—¿Tu mamá se llevó el secreto a la tumba?
—Se llevó todo a la tumba. Hubo cosas que nunca las habló. Y yo me enteré de un montón de cuestiones después de que ella murió. Pero lo de mi hermana es lo que más me impacto. La contacté a partir de una foto mía que le dio mi papá a mi abuela y decía: "Este es mi hijo Luisito". El le pidió que no se la diera a nadie y ella la tuvo hasta que murió. Cuando vendieron la casa y empezaron a repartir las cosas, apareció y mi hermana se enteró de mí por los medios, cuando yo mostré otra copia de la misma foto que tenía en casa. O sea que, si no hubiese sido famosa, no hubiese sabido nunca de su existencia.
—¿Cómo se llama tu hermana?
—Matilde.
—¿Llegaste a conocerla ya?
—No. A mis tías si las conocí, pero a mi hermana todavía no. Estamos en contacto permanente, pero las dos trabajamos mucho. Y además, como a ella no le gustan los medios y en el Chaco se revolucionó todo con esto, estoy esperando a que el tema se aplaque como para que el encuentro pueda ser íntimo. Pero yo estoy feliz de saber que tengo una hermana. Porque para mí, que pensaba que no tenía a nadie, es una sensación muy linda saber que tengo a alguien de mi familia.
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