Litto Nebbia: "De chico vivía en una pensión, y con mis padres nos turnábamos para comer porque teníamos sólo un plato y dos cubiertos"

El legendario cantautor dialogó con Teleshow sobre su autobiografía, reflexionó acerca de su infancia, y hasta se animó a hablar de su época de exiliado y de la actualidad

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Litto Nebbia (68) es una leyenda de la música argentina: además de ser uno de los cantautores más populares, está considerado como uno de los fundadores del rock nacional. Con una historia muy particular, el creador de La balsa acaba de sacar su autobiografía, en la que utiliza un recurso muy particular: va avanzando y retrocediendo en el tiempo, pero sin perder el hilo de la historia.

Más allá de referirse a sus emblemáticas canciones, Nebbia escribió libremente sobre situaciones que tenía necesidad de contar, recordar o bien analizar a lo largo de los años. Sacar este libro a la calle no fue tarea fácil: si bien hace dos años que lo viene preparando, decidió compaginarlo como si fuera una película.

Hoy, los que son apasionados de la música y del rock pueden disfrutar de sus historias y anécdotas. Pero lo que más énfasis le da a su historia personal es el gran apoyo que recibió de chico de sus padres músicos. Los Nebbia vivían de manera bohemia en una pensión en Rosario (la ciudad natal de Litto), y muchas veces no tenían qué comer; y si había, debían turnarse ya que apenas contaban con un plato y un juego de cubiertos.

Pero eso no fue sólo un obstáculo. Su pasión por la música le permitió trascender y conseguir notoriedad en el medio, aunque en los 80 sufrió el exilio: el cantante terminó viviendo tres años y medio en México; tuvo que volver a empezar. En su regreso, cerca de los 90, estuvo 11 meses al frente del cargo de director del Centro de Divulgación musical que funciona en el predio del Teatro General San Martín.

Litto es, sin dudas, un músico que nunca dejó oportunidades ni aventuras por emprender. Un detalle no menor: a partir de los 25 años decidió no cantar ninguna canción anterior porque nunca dejó ese espíritu emprendedor de investigar y seguir buscando nuevas melodías. Sólo con ese amor de vocación, que le fue inculcado por sus padres, sin la avaricia de quien pretende ser millonario o va detrás de la perfección física, Nebbia ya dejó su huella.

Y pasará a la historia por lo que consiguió en su profesión, pero además, porque cada diálogo con él deja algo nuevo que aprender…

—Litto, ¿cómo era su familia?

—Madre, padre y yo: los tres solos, los tres bohemios. Tuve la suerte, el privilegio, de criarme bajo esa educación. Cuando yo tenía cinco años, mis viejos querían que fuera músico. A mí me encantaba la música y el cine.

—¿Qué le enseñaron sus padres?

—Mis viejos me pasaron un poder de vocación muy grande con la música. Y una de las cosas más importantes que me transmitieron mis viejos fue diciéndome: "Tenés que estudiar, tenés que componer música, tenés que hacer cosas originales, no tenés que copiar a nadie". Mis viejos me machacaban con esas cosas. Y en ningún momento lo que me enseñaban estaba relacionado a una esperanza ni de ganar dinero, ni de tener éxito, ni nada. Era por el placer de dedicarse a una rama del arte porque te iba a hacer bien como persona, y espiritualmente. Yo valoro eso. Hoy en día me doy más cuenta de eso porque hay familias donde los padres se equivocan: quieren lo mejor para su hijo, pero de entrada quieren que sea millonario.

—Que sea famoso…

—Claro. Y eso no alcanza para la vida. Yo creo que pasa por otro lado y está bárbaro que te enseñen de pequeño a ser libre, que hagas lo que vos sentís. Y si después te va bien en el mundo, lo disfrutarás humildemente, como es mi caso personal.

—De hecho una de sus frases del libro dice: "Ahora la gente construye canciones, no compone".

—Claro. Para mí la composición era, y sigue siendo, como un invento. En un momento solitario, que estás en tu casa con un piano o con una guitarra, te ponés a hacer algo y te aparece una canción, te aparece una música, te aparece una letra… Después viene la realización de esa canción porque decís que le vas hacer tal y cual arreglo de querer poner violín, chelo, lo que sea. Luego irás al estudio de grabación; el siguiente paso será grabar el disco; y por último paso te irás de gira. Y para repetir eso que originalmente empezó con vos, solo, en un lugar. Pero cuando me refiero a la construcción, es cuando escucho por ahí cosas que, me doy cuenta, han sido escritas pensando en que esto va a dar tal y cual resultado económico. Eso es tenebroso para con el arte.

—¿Su comienzo en la música fue como autodidacta?

—Creo que aprendí mucho de la música a través de empezar a escribir las canciones porque las primeras no solamente eran muy simples: no eran lo que yo quería. No me daba la armonía, lo que yo quería meter. Hasta que va pasando el tiempo y te vas poniendo práctico en un universo tuyo de sonidos, con la rítmica, con los acordes, con la manera de cantar y la letra. Ahí es donde decís: "Bueno, estas canciones me representan y son mi mundo personal".

—¿Como fue dejar sexto grado?

—Lo hice porque mi vieja estaba enferma y quería cuidarla. Después lo rendí libre. Lo que pasa es que yo estaba todo el día con el cine y la música, leyendo: sabía un montón de cosas y era muy chiquito. Un día se me ocurre decirle a mi madre: "Marta, ¿para qué estudio esto si yo no voy a trabajar de eso?". Mi vieja me dijo: "Tenés razón, no vayas más". Y al otro día no fui nunca más. ¿Qué hice? Redoblé la apuesta con la música y ahí ya comencé a componer más, a estudiar más la guitarra, me pasé horas y horas en la pensión donde vivíamos tratando de inventar melodías, intentando poner una letra.

—¿Es cierto que en esos años se turnaba con sus padres para comer?

—Sí. Hubo una época en que teníamos un plato y un solo juego de cubiertos: teníamos que comer de a uno, no podíamos comer los tres. Cuando lo cuento parece que es un chiste o una exageración, pero eso era así.

—¿Comían día por medio? 

—Las veces que no teníamos un mango, sí.

—En el libro usted habla de la evolución tecnológica, pero de una involución humana. ¿Como sería eso?

—Creo que hay demasiada preocupación por lo material, y eso hace olvidar lo otro. Y eso está bravo, no lo veo bien porque de pronto se habla que en el mundo de la comunicación con un teléfono podés hacer maravillas, pero la gente habla cada vez menos. Cada vez se cuentan menos cosas.

—¿Qué es lo que más le preocupa de la sociedad actual, más allá de la tecnología?

—Me preocupan varias cosas. Me preocupa esta desigualdad que crece cada vez más en todo el planeta, entre una gente y otra, desigualdad con el poder adquisitivo mínimo, con la ropa, la casa, lo digno que cualquiera necesita para vivir. Y por otro lado me preocupa que cada vez se hable y se difunda un sistema de vida que no todo el mundo puede alcanzar, que está relacionado exclusivamente con el dinero. Yo creo que finalmente eso es una joda porque trae violencia, trae ansiedad de parte de algunas personas, y también tiene que ver con una cantidad de cosas que después ocurren, y no nos gusta.

—¿Cree que con el tiempo la grieta se fue agrandando?

—Creo que hay una especie de deporte argentino. Desde que yo era chico es como que había dos Argentina. En un momento eso parecía que estaba acentuado en el deporte: soy rosarino y soy de Rosario Central, y allá la rivalidad con Newell's es peor que el Boca–River. Pero esto ha ido creciendo y después se ha empezado a dividir a nivel social, y ahora, últimamente, político-partidario. Todo eso atrasa, no sirve absolutamente para nada. Lo mejor para nuestro país es saber convivir con el que tengas al lado. Cada uno tiene su idea pero todos al final tenemos un objetivo en común, se supone. Entonces cuando me hablan de grieta, no entro en eso. A veces veo que los programas tratan de buscar una verdad, pero finalmente no consiguen ninguna verdad: lo que consiguen es discutir como urracas parlanchinas. Para mí sirve más poder estar charlando más tranquilos, como estamos charlando ahora, y nada más.

—¿Bajó el nivel en la música?

—Baja por esta locura de querer conseguir algo que sea un éxito en el momento, y eso hace olvidar el punto de partida del arte, de lo que es hacer algo bello, algo noble, algo que sea ingenioso. Entonces la búsqueda de que se logre gran capacidad material y gran asistencia masiva hace que vaya bajando el nivel porque el mismo tipo que produce, cree que tiene que llevarse fácil a la gente. En realidad el que lo está buscando fácil es el que lo produce, pero eso es subestimar también a la gente. Quiero decir, no toda la gente quiere comer ravioles o carne. Este matiz que debería seguir existiendo culturalmente es lo que diferencia a cada sociedad en cada lugar del mundo.

—¿Cree que hay menos tolerancia al fracaso?

—Sí. Hay menos tolerancia a lo que sea. He visto esas cosas tremendas que son colas de chicos para participar de un concurso; pero supongamos que van tres mil y entran 20, o sea que 2980 quedan afuera. Después veo alguno de los chicos irse a su casa llorando, decepcionado y digo: "Pobrecitos, cómo se equivocaron, ¿de qué están llorando si todavía no hicieron nada, si no perdieron nada?". Perdieron en una cola, nada más. Eso no es el arte. Eso no es dedicarse a la música.

—Estuvo exiliado en la época de la dictadura. ¿Qué recuerdos tiene de esa etapa?

—Cuando terminó el Mundial del 78 me fui a México porque quería ir a un país donde pudiera seguir escribiendo las canciones en nuestro idioma. Me podría haber ido a España pero decidí seguir por América, y me bajé ahí, a la aventura. No conocía absolutamente a nadie y empecé a pedir trabajo en las universidades como pianista. Los mexicanos me ayudaron mucho, es un pueblo muy solidario, con gente bastante parecida a nuestros lugares del Interior. Me hice grandes amigos mexicanos que tengo hasta hoy en día. Al final me quedé tres años y medio y empecé a tocar por todos lados hasta que después regresé al país, vi que se estaba cayendo el proceso, la dictadura, y ya podía entrar.

—¿Cuándo compuso el tema "Quien quiere oír que oiga"?

—Lo hice para la película de Evita, que justamente se llama Quien quiere oír, que oiga. Es una ópera prima de un gran director que se nos fue, Eduardo Mignogna, un poeta, un gran escritor. Mignogna me decía que me iba a pasar unos pequeños textos extraídos de unas cartas que Eva le escribía a Perón cuando estaba preso. Eran unas cartitas muy tiernas, muy lindas, y otras cartas eran extractos de uno de los discursos de Eva. Algunos eran muy fuertes y uno, el del renunciamiento, es cuando ella dice exactamente la frase: "Quien quiera oír, que oiga".

—Y en "La Balsa", ese joven que está desilusionado en el mundo que vive, ¿era usted en ese momento?

—Sí. Es un canto típico, un poco de adolescente búsqueda de la libertad. Hay un montón de canciones de la primera época donde yo trataba de hablar de la libertad, de lo que pedíamos como jóvenes, cuando no había comprensión de parte de tus mayores, siempre había un rechazo.

—¿Que otros problemas sufrió en esa época?

—Con la policía, cuando venían a los lugares y te pedían el documento. Era una molestia total. Uno siempre estaba con eso y era muy natural que uno escribiera una canción hablando de que quería estar tranquilo, estar libre. Ahora, si vos escribías la canción diciendo en forma directa que necesitabas libertad, lo primero que te podía pasar era que te la censuraran o la prohibieran, y desaparecías completamente del ambiente. Entonces escribí una letra en donde yo hablaba de eso, pero lo adornaba como si te estuviera contando una fábula. Por eso en "La Balsa" el tipo dice que va a conseguir maderas, que va a construir esa embarcación para irse, porque no se banca lo que pasa en el mundo que está, por eso el pajarito le dice a la lluvia que está en el nido y que quiere salir a volar. Me inventaba eso y de esa manera no te la censuraban. Y la mayoría de las personas de mi generación sabía perfectamente a qué me estaba refiriendo con esas fábulas.

—¿Sufrió algún episodio de represión?

—Sí. Me tuve que ir del país porque estuve un año y pico prohibido. Era una prohibición muy fea porque nunca tenés idea de qué estás acusado, y tampoco sabés de dónde viene. Entonces, ¿qué me pasaba? Primero estaba prohibido y no pasaban el disco en ninguna radio. Después tenía un día un programa de televisión, y cuando iba me decían que no podía salir porque a la mañana les había llegado una orden de que era una persona censurada acá. Persona no grata. Vos decías "¿Quién?", y te decían "De arriba". Nunca nadie te decía cómo era. Llega un momento en que vivís en un estado nervioso y además siempre con el miedo o el peligro de que te pueda pasar algo físico, o peor, porque esa época era brava y además porque esta gente se ponía más nerviosa y ya veía sospechas hasta en la baldosa. Por eso cometieron tantas injusticias y tomaron a tanta gente porque era una desesperación de querer agarrar a este, al amigo del amigo, y así. Era tremendo, y yo estaba en esa lista puesto como otros tantos artistas, o no artistas. Después de un año y pico de que me seguían por la calle, me jodían, me molestaban, llamaban a mi madre amenazándola, un día dije que si yo quería seguir adelante con lo que hacía, me tenía que ir a algún lado para estar más tranquilo.

—¿Cuál diría que es su fortaleza?

—La fortaleza, si se lo puede llamar así, es tener gran poder de vocación con algo que amás mucho, que querés mucho. Eso te mantiene en un equilibrio bárbaro porque seguís para adelante haciendo algo, y si en algún momento el viento está bravo, seguís igual. No haces una evaluación de "Esto no lo voy a poder hacer", o "Esto no me va a salir". Esa fortaleza tiene que ver siempre con una idea espiritual que tenés alrededor del asunto. Es nada más que eso.