Flor Vigna: “No había descubierto nada del sexo y Lucho me enseñó otra conexión”

A solas, en su nueva “casa-estudio” donde gestó Una en un millón, su tercer tema, habla del costo que pagó por “dejar de ser cagona”. Y del amor “al fin sano” con Luciano Castro. La primera “cita accidentada” en la que debió pedir auxilio a su mamá. Por qué lo rechazó cuando él le propuso una relación. Y cómo, dos meses después, ella le pidió que sea su novio con un anillo que lleva grabado el lema de los dos

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A Solas - Flor Vigna Con Sebastián Soldano

Fue durante una de sus tantos pasos por boxes. Vueltas al origen. O como le llame a esos momentos en que llega “destruida” a casa de su madre buscando definir deseos o necesidades y “madurar la valentía” para asimilarlos. “Y en tiempos de un nuevo paradigma de amor propio que intenta quitarnos la venda de lo automático en la resolución del día a día”, como describe, dice que la frase más simple le resultó clave. Escuchar: “Hija, ¿realmente te gusta lo que hacés?”, la puso de cara a su primer amor: la música. Y, más aún, al prejuicio que se había repetido una y mil veces: “Hay sueños que no son para mí”. Entonces, Florencia Giannina Vigna (27), que hasta ahí siempre había sido “la elegida” de alguien más –Marcelo Tinelli, Pedro Alfonso o Nicolás Vázquez–, por primera vez se elegía a sí misma: “Cruda, fiel, independiente y autogestiva”.

“Una en un millón”, su tercer sencillo –el primero fue “Uy” y el segundo “Suelto”, en feat con Miss Bolivia–, baja la bandera de largada en nuestra charla, pero en camino inverso: hacia el inicio de esta “aventura pendiente”, según titula. Ubica el primer registro de esta pasión a los 14 años, “cuando ir a bailar al club significaba meterme en una película, lejos de los problemas que se vivían en casa”. En ese contexto, la música, para ella, fue “una aliada, un rescate, la libertad”. Pero la fantasía de hacer la propia quedaba guardada en cajones, junto a tantas poesías, cuentos y reflexiones que escribía en el intento de “fabricar” canciones. Cajones a los que, “erróneamente”, decidió ponerles llave cuando “aquel profe de canto, hijo de re mil” la invitó a dedicarse a la danza. Fue en la Fundación Julio Bocca donde, entre clase y clase, debía cambiar los rollos de papel higiénico en los baños o atender los teléfonos, entre otras tareas que le valieran la beca que había recibido. “Me dijo: ´No te metas en materias musicales; bailá, que es lo que te sale bien´. Me pegó un rótulo en vez de alentarme a abrazar eso que me inquietaba, haciéndome creer que hay cosas para las que se nace”, dice. “Tomo clases de canto tres veces por semana, con dos profesoras, una que se focaliza en el coaching corporal y actoral, y la otra en la vocalización, en la gimnasia de la voz. Porque si hay algo que entendí, después de tanto tiempo, es que aprender te lanza al infinito”.

Flor Vigna, a los dos años
Flor Vigna, a los dos años
Florencia en unas vacaciones en 1998
Florencia en unas vacaciones en 1998

Nunca logró ser una “chica Cris Morena” y pasó años como extra de SUTEP (Sindicato Único de Trabajadores de Espectáculo Público) hasta conseguir rol en su primera publicidad en la que, finalmente, solo mostraron su sonrisa, pero “me salvó el viaje de egresados”, dice. La frustración fue su suerte hasta los 18 años, cuando entró en Combate (El Nueve). “Si actúo es por la influencia de mi hermano (Miguel Ángel Vigna, 35), actor, director y el mejor titiritero de este país. Digamos, el artista que más admiro”, asegura. Y su gran compañero de tantas horas de soledad en aquella casa de Floresta en la que el apremio económico obligaba a las ausencias. Durante un periodo de su más tierna infancia durmió en la parte de atrás del local multirubro que sus padres habían abierto como kiosco. “Hasta que se dieron cuenta de que vender jabón en polvo y suavizante, sumaba. Y después, que si compraban tangas en Once podían hacer cinco o diez pesos más. Entonces el barrio supo que en lo de Miguel y Vivi conseguían de todo”, cuenta. “Mi casa me daba vergüenza y me acuerdo que de camino al colegio iba recogiendo sillones, muebles, cosas que veía por ahí con la idea de reciclarlas para adornarla un poco”. Y no solo se refiere a la ingenuidad con que miraba la realidad, sino al juego que resultaba digerirla. “En casa todos se encargaban de ponerle color a todo eso que vivíamos. De hacer la vida más linda”, cuenta. Incluso, en tiempos en los que su padre –”un gran intentador de la vida”– estuvo al filo de la muerte por un enfisema pulmonar. “Y casi no me enteré”, recuerda Flor. Dice que tener algo “muy cursi” con los suyos. “No podemos estar demasiado separados. De hecho los cinco vivimos a cuadras uno del otro. Tengo la luna en cáncer, la necesidad imperiosa de reunir a mis afectos”.

Flor Vigna, de 7 años, en el cuarto de la casa de Floresta, en el que creció
Flor Vigna, de 7 años, en el cuarto de la casa de Floresta, en el que creció
Miguel Angel Vigna, hermano de Florencia, en plena rutina como titiritero
Miguel Angel Vigna, hermano de Florencia, en plena rutina como titiritero

“La economía nos golpeaba fuerte y mis viejos iban y venían entre peleas y separaciones”, recuerda. Fueron días en los que “la casa de mi amiga Cintia me resultaba perfecta. Había música. Sus padres se adoraban. ¡Y me dejaban repetir los Choco Krispis!”. Pero mientras la señorita Amelia, de tercer grado, citaba a sus padres para saber el motivo por el cual Florencia había bajado su rendimiento, Picho (como apoda a su hermano), la distraía. “Me enseñó a usar mis pies como títeres y a tener charlas con Gruñón y Fanti, como les llamaba”, relata. “Y como había pasado años obsesionado con tener un hermano varón, me vestía de vaquero o me hacía un turbante con toallas para que fuese su invitado en el supuesto programa que conducía”, recuerda. “No. No tenía la Barbie Río de Janeiro ni ningún otro juguete de moda. Pero lo tenía a él y a su habilidad para abrir universos. Hoy miro hacia atrás y estoy convencida de que no es casual que nos hayamos dedicado al teatro. Las carencias, la imposibilidad de consumismo, la necesidad de imaginación, nos hizo pensar diferente, verle otro color a la vida. Y esa capacidad, además, nos hizo fuertes para resistir cualquier bala”.

Linkea aquel pasado con el espacio que habita. Su primera propiedad. “Una casa que me gustó por viejita. Porque estaba llena de humedad. Semi destruida. Porque sentí un paralelismo entre ella y yo. Le dije: ´Yo te voy a dejar hermosa, casita´. Así le fui poniendo onda”, revela. “Yo quería un sitio que, al llegar, me devolviese ese universo que vive en mi cabeza”. Se trata de un espacio abierto pero con ámbitos marcados: un sector de relajación con inmensos almohadones de colores, un mini living de lectura junto a la ventana, un sector musical donde conviven un teclado, dos guitarras y bongós, entre otros instrumentos, un comedor junto a dos sillones colgantes y varios percheros con su vestuario distribuidos donde quepan. “Aquí preparamos las córeos del último video clip. Éramos 19, entre músicos y bailarines. Y hasta Lucho (Luciano Castro, 47), ensayó para el rodaje de una película con un director re zarpado”, cuenta. “Que este sea un espacio común, es un sueño cumplido”. Tanto como el de refrendar con él, el sacrificio de sus padres y las lecciones de superación que dice haber aprendido a lo largo de su historia.

Flor Vigna y su mamá
Flor Vigna y su mamá
Flor Vigna, su hermana Leyla y su mamá, Viviana Pereyra, pocos años atrás
Flor Vigna, su hermana Leyla y su mamá, Viviana Pereyra, pocos años atrás
Flor Vigna y su hermana Leya, de 16 años
Flor Vigna y su hermana Leya, de 16 años

En estos términos, sobre el podio de referentes, su madre es uno. “Mi faro”, la nomina. “Nació en Bolivia. Quedó huérfana cuando era muy chiquita. Llegó al país con su abuela, con quien atravesó situaciones muy dolorosas. Y creció en un orfanato de monjas, haciendo de todo: cocinando, limpiando y estudiando”, cuenta Flor. “A los 19 quedó embarazada de mi hermano sin tener nada. Pero nada. La peleó con dos hijos y perdió muchos embarazos. Tantos, que los médicos le dijeron que ya no podría tener más bebes. Como cuando le advirtieron que por un grave problema en sus ojos podría quedar ciega. Jamás se dio por vencida. Siempre buscó caminos alternativos. Hoy, mi hermanita Leyla tiene 16 años, y mi mamá, aunque deba someterse a controles de por vida, nunca debió entrar a un quirófano por temas de su visión”, dice. Ante su hija, Viviana Pereyra es sabia. Y además, su contadora. “Un ejemplo de empuje”, define. El oráculo al que recurre para hacer “las primeras catarsis” ante cualquier conflicto. “Y ella me enseña a ser responsable de las angustias. De cada dolor. De cada problema. ´¿Vas a quedarte llorando o pensamos en algo?´, me apura. Una vez me envió un mensaje al que le hice captura de pantalla y cada tanto lo subo a mis redes a pedido de algún seguidor. Dice que si uno no se atreve a pedirle a la vida, ella te da aquello que los otros creen que debe tocarte. Y yo creo en eso. Si uno no es el guionista de su propia historia, termina siendo la sobra de las demás”.

Flor Vigna con Nico Vázquez y Benjamín Rojas, en el saludo final de Una semana nada más
Flor Vigna con Nico Vázquez y Benjamín Rojas, en el saludo final de Una semana nada más

Así fue como Vigna afiló el lápiz. A fines de 2020 tomó una decisión tan sorpresiva como cuestionada por colegas y fanáticos: abandonaría su rol en Una semana nada más, el fenómeno teatral de los últimos tiempos. El éxito y su exigencia, “no me dejaba tiempo para algo nuevo”, explica. El efecto pandemia ya había hecho de las suyas. La baja de otros proyectos televisivos, sus “no” a las ofertas “poco afines” (como la de ser panelista de un famoso ciclo) y “el hecho de que estaba más sola que un perro en el amor”, la empujaron a hacerse cargo de su pasión latente, a que había archivado en aquellos viejos cajones. Tomó clases de piano y levantó pilas de hojas con sus ensayos y temas incipientes. “¿Iba a seguir sin animarme por esperar ese laburo perfecto? ¿Seguiría pagando un precio tan alto por ser cagona?”, pensó. “Muchas veces me había quedado en lugares de grandes oportunidades, pero en los que, por miedo o vergüenza, no fui yo al ciento por ciento. Entonces no me sentía ni funcional ni auténtica”, revela. “Por ejemplo, en ShowMatch (ElTrece) fui feliz, sí. Pero bailando, no respondiendo todo eso me preguntaban sobre situaciones de mi vida que ni había madurado. Era: ´Hablá mal de tal persona´, ´No, no quiero...´, ‘¡Entonces no servís!’. Eso me hacía sentir una boluda y a ojos de los demás, muy tímida. Alguien que podía ser vista como incapaz, tal vez, de ser una buena actriz. Así aprendí a separar y diferenciar dos conceptos: victimismo y responsabilidad”, dice. “Y yo quiero ser responsable. Quedarme en un lugar que me guste. Hacer lo que me guste. De la forma en que me guste. Y diseñando la vida que me guste”.

Flor Vigna (Foto: Gastón Taylor)
Flor Vigna (Foto: Gastón Taylor)

Sin dudas, en pos de su sueño, el costo que prefirió asumir fue el económico. Y apostó a la autogestión. Respecto del por qué, teniendo en cuenta que su popularidad podría haber atraído a decenas de productores, Flor es contundente: “Fuimos a tocar puertas, nos ofrecieron dos mangos. Y pensando en la autenticidad que no queríamos perder, entendimos que tal vez sería la mejor manera de aprender y de disfrutar del viaje”. No tuvo nada propio que vender. “Toqué ahorros y, por primera vez en mi vida, debí empezar a hablar de plata, de sindicatos, de inversiones. El secreto está en la click de la cabeza, en el cambio de creencias. Hoy prefiero ir en bici a todos lados y encontrarle la vuelta a la subsistencia para gastar solo en mi sueño, porque lo vale”, cuenta. Y en este camino, la memoria de los tiempos difíciles sobrevuela con otra lección de mamá. “Ella me enseñó la relación presupuesto-ocurrencia. Todo el tiempo me acordé del cumpleaños que quise festejar en el pelotero Arco iris, donde lo hacían todos (y en el que años después protagonizaría una campaña publicitaria). Y ese saloncito era tan caro que ella revirtió mi capricho con una propuesta. Me dijo: ´Con menos de lo que gastaríamos ahí, podemos ir a Once y comprar pinturitas, los anillos peludos que estaban de moda, cotillón, remeritas, cotillón y hacemos una pijamada en casa. Cuando termine, te quedás con todo´. Con creatividad, me quitó del rebaño. ¡Y me enseñó a comprar en Once!”, dice con gracia. “Para mi ultimo videoclip compré ahí los lentes negros para todos a 200 pesos”. Sí, el volantazo profesional y el salto a la autogestión le dio miedo. “Y sigo teniendo”, aclara. E hilvana así una frase de Madonna que suele inspirarla. “Ella dice: ´Si le temo, lo hago´. Ese es el punto que nos hace diferentes. Lo que nos hace valiente. Donde está el cuco, nadie entra. Entonces, seremos menos ahí adentro”.

Los shows de realidad que la popularizaron también la obligaron a la reflexión de cuán vulnerable es frente a la exposición. E iremos por partes. Tardó, pero aprendió a defender su posición. “Mica Viciconte (32) fue el mejor opuesto complementario que pudo darme la vida”, dispara sobre su archirrival en Combate. “Con su personalidad y después de tantos conflictos, ella me enseñó que en este medio, achicarse es poner en riesgo todo lo conseguido. Fue como si el destino me dijese: ´Voy a ponerte a esta rubia en el camino para que te despiertes un poco´. Me enseñó a discutir, a hacer valer mis ideas con palabra y corazón. Hoy, Mica, es casi como un ex”, describe con gracia. Otro issue es la capacidad de parar de pecho a la crítica. En realidad, a “cinturear” a los haters, a los que describe como “el mejor fan club”, por el impulso hacia la superación. “Soy de esencia sensible y siempre me ganarán las emociones, pero respecto de los juzgamientos, ya tengo algo más de cayitos”, cuenta. Es aquí cuando trae a Lali Espósito (30) a esta conversación. Dice que ella, como otras colegas actrices que se han abierto camino hacia la música, tuvo mucho que ver con su coraje. “Su generosidad es inmensa”, revela. “Después de lanzar ‘Uy’, no solo lo recomendó, sino que además me envió audios contándome parte de su experiencia”. Pero lo que subraya es su calidad de “muy productora de sus productos” y, sobre todo, “la más hábil para pasarse por el traste las críticas de varios”. Y ahí está el tema.

“El mejor consejo de los grandes es: ´El qué dirán, para bien o para mal, es solo una ilusión. Seguí, seguí y seguí. El tiempo demuestra qué bien puesto tenés los pantalones´. Y al que no lo entienda, o se empeñe en las comparaciones, le digo: anímense a producir un videoclip con el presupuesto que yo tuve”. Entre paréntesis, una habilidad que destaca de sí: “Estoy tan acostumbrada a la vorágine 2x1, como le digo a la posibilidad de hacer dos cosas a la vez, que de no haber sido quien soy, hoy estaría asistiendo a alguna figura o produciendo algún programa (la carrera que fantaseó desde muy chica). En definitiva, mi gran meta en este camino”, cuenta. Regresando a la crítica y sus derivados, “Una en un millón” sirve de ejemplo. “El tema te recuerda que uno es único. Y cuando así nos asumimos, podremos ver nuestro 360. Ahí nace un poder tan grande que a nadie le convendrá que lo descubras”, señala. No obstante, el batallar contra los golpes de la exposición no escapa de otro proceso “espiritual” para Florencia. “Eso me llevó a tener muy buenas charlas con mi vieja. Le dije: ´Che, má, quiero arrancar terapia. Necesito una introspección más profunda’. Un paso que de haber trabajado de otra cosa, en otro lado, no hubiese dado jamás”, analiza. “Sí, los ámbitos en donde me he desarrollado me dieron realización, crecimientos y oportunidades, pero también han sabido meter el dedo. Mandándome así a averiguar quién soy. Y estuvo buenísimo”, asegura.

Flor Vigna, única
Flor Vigna, única

“Introspección” es un término recurrente en su relato. Vigna cultiva su espiritualidad, un hábito incitado por su madre, maestra de Reiki y guía de Biodecodificación, Bioneuroemoción y consteladora familiar. “Me gusta ir un poquito a todos lados: Filosofía, Astrología, Numerología... Soy muy mística”, dice. Tuvo un coach de vida. Y en los últimos tiempos se avocó al Eneagrama de personalidad, que estudia los eneatipos de cada quien en un sistema de empatías y complementaciones. “Yo creo mucho en el poder de la mente. Y estoy pendiente de mis creencias limitantes, esos lineamientos o preconceptos que consumiste e incorporaste de películas, de la sociedad, de tus seres queridos, que muchas veces tienen que ver con fracasos y frustraciones ajenos, que te bajan de modo natural. Por ejemplo, yo me replanteé mucho: ´¿Por qué no voy a poder ser cantante? ¿Porque ya soy actriz? ¿Por qué no voy a poder invertir? ¿Porque tengo 27 años?´. Fui despojándome de excusas y de la comodidad. Me desafié”, dice. “En 2019 tuve un cuaderno que se llamaba ´Diseño de vida´ en el que escribía las 10 cosas que quería y las 10 que no quería. Como fan de la visualización, activé los motores en ese sentido y no te imaginás todo lo que logré materializar”, comenta. “Entre otras cosas, guionar y producir mis videoclips y trabajar con amigos”, ejemplifica. “Con Tavito, mi productor musical, que toca con Los Ratones Paranoicos desde muy chico y ahora lo hace con David Lebón. Un músico muy zarpado. Me encanta estar grabando con él y de repente abrir un vinito y hablar de nuestros sueños. Hoy estar en la Bresh mirando la luna y decirnos: ´Algún día esto será nuestro´. Y con Andrea, mi mejor amiga, quien renunció a su trabajo en una concesionaria para laburar con nosotros. Gente que le da valor a la experiencia, que te recuerda de que va todo esto más allá de la ambición. Porque de eso se trata. Tal como dice mi anillito (frase grabada): Disfrutar del viaje”.

Hablamos de cierto cambio en su expresión. Se advierte menos cohibida en discurso y apariencia. Vigna hoy se habilita la sensualidad. Pero para hablar de ese tránsito, se remite a la edición 2017 del Bailando, cuando una de las integrantes del jurado esgrimió una frase desafortunada respecto de sus logros en el certamen. “La palabra puta asustaba mucho en aquel contexto sociocultural tan machista. Era la forma más básica de desacreditar a una mujer, como si se tratase de un insulto”, dice. “E indefectiblemente, como los prejuicios te desdibujan, yo prefería no mostrar el culo. ¡Por las dudas!”. Así en la pista como en la vida. “Lamentablemente era más fácil parecer un chaboncito cuando tenés que tomarte el colectivo a la una de la mañana. O cuando formás parte de una barrita de flacos que hacen Parkour. Finalmente aprendí que mi intelectualidad, o el hecho de que se tomasen en serio mis criterios, no dependen de un escote”, cuenta. Encontró inspiración en Beyoncé. “¡Wow, esa mujer! Cómo ubica su vibración para hipnotizarte con sus curvas, con sus piernas, con su carne de un lado al otro. Nadie hubiese le dicho puta por moverse y mostrarse de esa forma. Entendí que su baile, su voz, su sensualidad, trascendían todo”.

Flor Vigna o "China" y Luciano Castro, "Lucho" o "Estribillo", en la intimidad
Flor Vigna o "China" y Luciano Castro, "Lucho" o "Estribillo", en la intimidad

Cuestiona la educación en ese sentido. “Durante años y años a las mujeres hubo cosas que no nos contaron. Por ejemplo: ¿por qué resulta obvio que el hombre se masturba y nosotras no?”. Dice que una de sus amigas, médica, expone en su casa cuadros con los distintos tipos de vulvas. Y que en “mesa chica”, como llama a las reuniones de mujeres con su círculo íntimo, se cuestiona el poco rendimiento masculino en el sexo oral. “Basta de creer que el sexo es un servicio o es un show que hay que hacer para ellos”, sostiene. “Tenemos un gran poder y por siglos se nos inculcó el miedo de usarlo. La seducción femenina es poética. Y fui aprendiendo a soltar mi sensualidad en una coreo como un hecho artístico, como un lenguaje sin el más mínimo reparo en que alguien suponga que soy puta por eso. ¿Saben qué? Puede ser que tenga 28 mil cosas por aprender, pero soy esto y no me hago cargo de quien no sepa verlo”, dispara. Entre tanto, desliza una confidencia que viene al caso de su análisis: “Era muy virga. Flor Virga (bromea). Yo no descubrí nada del sexo hasta después de los 25 años. Apenas sabía hacer un misionero. Y admito que fue una responsabilidad mía”, señala. Aunque alguna vez aseguró que con su ex, al llegar a casa, en vez de hacer el amor miraban programas chinos que los inspirase a producir contenido. “Entre amigas coincidimos que después de algún tiempo sola es normal volver a tener vergüenza de estar desnuda en frente de alguien. Es como un recomenzar. Y tal vez fue así que redescubrí ese universo. Me redescubrí a mí misma por un nuevo amor”, reflexiona. “Pasó con Lucho. Cuando él me dijo: ´Qué lindo que es ese lunar que tenés ahí´, yo me enamoré de ese lunar. De un lunar al que jamás le había puesto atención. La conexión con otro, con su mirada, con su piel, te hace percibirte de otra forma. Y todo, hasta el entrelazamiento de los cuerpos, comienza a tener otra connotación. El morbo te resulta banal y lo que sentís, lo que pasa entre los dos, pasa a ser místico”.

Flor Vigna y Luciano Castro emulando la icónica producción fotográfica de Pamela Anderson y Tommy Lee
Flor Vigna y Luciano Castro emulando la icónica producción fotográfica de Pamela Anderson y Tommy Lee

Redescubrió y se redescubrió en la intimidad. “Lucho tiene algo muy lindo. De cuidado, de preguntar qué quiero y necesito”, cuenta. “Me enseñó a amarme y a que yo también puedo ser mimada”. Y la quiera “al natural”, dice. “Un día me miró desnuda y me dijo: ´Nunca te operes´. No dejo de aprender de él y de sus miradas”, cuenta. Lo intuye. “Miro a Lucho y pienso: ´Yo te conozco de otra vida´. Tenemos demasiado en común”, subraya. Y, por un momento, hará foco en aspectos más terrenales. “Hay muchos puntos en común en nuestras historias. Los dos venimos de familias muy humildes. De chico vivió en el mismo barrio que yo. Claro que no nos cruzamos por la diferencia de edad (19 años) pero hablamos de los mismos lugares: el Club All Boys, el Argentinos Juniors y el bar Tokyo, que tanto hemos frecuentado en diferentes etapas”, dice. “Además, nuestras carreras empezaron en formatos parecidos (Combate y Jugate conmigo): chicos desenvolviendo sus personalidades en un contexto de equipo y abriéndose camino hacia otros ámbitos como el de la actuación, por ejemplo. Él, como yo, es muy productor de lo que hace a través de la cooperativa que mantiene con amigos y pasamos horas hablando de nuestras metas”, comenta.

Compañeros de gym: Luciano Castro y Flor Vigna
Compañeros de gym: Luciano Castro y Flor Vigna

Alguna de las primeras mañanas de agosto 2021. Salón de musculación de un popular gimnasio de Vicente López. “Lucho va a entrenar como un mendigo. Así vive en la diaria, totalmente desarmado. Usando las dos remeras que dejó acá, y que son las peores”, dice con gracia. “Tal cual lo vi venir ese día. Cuando se me acercó todo zarrapastroso, con esa voz de camionero hermosa que tiene, ya hubo algo que me llamó mucho la atención, y es la simpleza. Y yo me identifiqué. literal y metafóricamente hablando, no me banco el maquillaje durante mucho tiempo. Entonces me enamora profundamente ese aspecto de él”, asegura. “Me encaró y me dijo: ´Che, ¿cómo estás? ¿Todo bien? Vamos a laburar juntos, ¿sabías?´. Le respondí: ´Huy, sí, pero no podemos hablar nada por el contrato de confidencialidad...´. Y remató: ´Bueno, pero podemos hablar de otras cosas´. Y bueno... Ahí empezamos a hablar de otras cosas”, suelta con picardía. El proyecto que los haría compañeros de elenco era la serie Robo mundial, una comedia de Star Original Productions que plantea el robo de la Copa del Campeonato Mundial de Fútbol. Y Castro había sido convocado para interpretar al líder del grupo de compañeros de trabajo dispuestos a convertirse en delincuentes. Pero finalmente ninguno de los fue de la partida. La invitación a “hablar de otras cosas”, fue el hecho que le valió al actor el mote de Estribillo, como lo tiene agendado en su WhatsApp: “Lo llamo así porque cuando quiere algo se saltea todas las estrofas”, explica Vigna. Él, en cambio, la apoda Chancha (“por lo que como y lo que ronco”) y Tanque (“por lo maciza que le resulto”).

Flor Vigna y Luciano Castro, el responsable en aquel momento de haber teñido el pelo de la cantante
Flor Vigna y Luciano Castro, el responsable en aquel momento de haber teñido el pelo de la cantante

La primera cita fue una merienda en casa de Florencia. “Preferí que sea de tarde porque de noche es más difícil echar a la gente”, dice. “Me hice la cheta y pedí por delivery un budín de banana, que nunca se comió, y una limonada. Al rato de haber recibido el pedido, lo miré y pensé: ´¡Soy una rata! Esto es re poco...´. Así que volví a pedir otras cositas para quedar bien, ¿viste? Y al salir a buscarlas se me cerró la puerta. Quedé en la calle, sin llaves ni celular. Tuve que pedirle ayuda a mamá y encima blanquear a medias la situación: ´Mirá, má, está por venir un chico..´. No le conté quién era en ese momento. ´Necesito que vengas a abrirme´. Tenía miedo de que se cruzaran en la vereda, de que se enterase el barrio. Eso hizo que tuviese menos tiempo y no pude ni maquillarme. Así que desde un principio, él conoció la posta. Entró y yo estaba re nerviosa, le dije: ´Bueno, mirá, compré esto para merendar’. Y nos tiramos en el piso. Acá, donde están los almohadones (señala). En casa todo el mundo se sienta en el piso, como que me gusta esa cosa vudú de comer así. Pero cuando lo vi, así, tan alto, pensé: ´Huy, este es re duro... no va a poder. ¡Y no sabés cómo elonga! Éramos dos locos elongando mientras charlábamos de una cosa y otra. Así, desde el inicio, nuestro amor tuvo algo corporal”, cuenta. Aunque recuerda que “él me quiso dar un beso al minuto 15, más o menos, y yo dije: ´Hey, hey, hey... pará pará”, porque como dice, “la vergüenza a veces me tapa la calentura”. No obstante, llegó. Y fue al despedirse. Después del primero –”que fue chiquito, con mordida de labio”–, ella pidió un segundo: “¿Podrías darme otro?”. Y por más que en ese momento debió partir, “no nos separamos más”.

Luciano Castro y Sabrinas Rojas, junto a sus respectivas nuevas parejas, Flor Vigna y El Tucu López, y sus hijos, Esperanza y Fausto
Luciano Castro y Sabrinas Rojas, junto a sus respectivas nuevas parejas, Flor Vigna y El Tucu López, y sus hijos, Esperanza y Fausto

Dice que no existió especulación ni estrategia ni convenio alguno con las fechas de oficialización entre su pareja y la de Sabrina Rojas (41) y Luis El Tucu López (41). Que todo se dio tan naturalmente como la vinculación entre los cuatro. Tal es así, que “cuando cada uno estuvo cada vez más seguro de sus parejas, hicimos una comida. Los cuatro, más sus hijos”, cuenta Vigna. “Y jugamos a un juego de mesa que consiste en sacar cartas con preguntas consignas. Por ejemplo: `¿Cuándo fue la última vez que te sentiste incómodo?´. Entonces me enamoré más. Ese universo nuevo para mí, me cautivó. Estaba un sitio en el cual el código era sumar. Y la familia estaba primero”, sostiene. “Hay algo que me gustó mucho al conocerlo: cómo es él con Sabri. Muchos dicen: ´Conocés a tu pareja cuando te separás´. Y yo lo vi. Vi cómo es su post amor, cómo es él con sus hijos... El pasado 16 de marzo le hicimos a Lucho un cumpleaños sorpresa y lo organizamos con Sabri. Y fue genial”, dice. “Cuando ella me habla de Lucho como ´un buen hombre´, eso a mí me enamora. Me da una garantía terrible que alguien que fue una persona tan importante en su vida hable así de él”, relata. “La historia que empezamos a escribir juntos en esta página en blanco es la de un chabón que tiene amor por la vida. Que tiene ganas de vivir”, destaca. “Y lo que me juega a favor, con todo esto, es que él vivió 19 años más que yo. Entonces me hace valorar todo esto que me está pasando aquí, ahora. Me cuenta sus experiencias. Me motiva. Y a mí, ese punto de vista de un artista que admiro tanto y que ya pasó tantas cosas, es inédito. Algo que nunca nadie me dio”, relata. “Por ejemplo, durante todo el mes de febrero alquilamos una ´quinta musical´, con Tavito y Andre, donde grabaron 12 canciones, algunas alternativas y fumonas, con el plan de publicarlas con sus respectivos clips cada mes”, cuenta. “Entonces, Lucho venía, nos cocinaba, nos hacía entrenar... Un genio. Mis amigos lo aman. Y para mí, después de tantas buenas y malas que ha vivido en su vida, es un gran consejero”.

Luciano Castro y Flor Vigna
Luciano Castro y Flor Vigna

Llevan el mismo diseño de anillo con la palabra Disfrutar. “Ya un lema entre los dos”, explica. “Fue con él que le pedí que fuese mi novio. En realidad, Lucho me lo había propuesto cuando yo aún no estaba lista. En una conversación me tiró: ´Te lo digo a vos, que sos mi novia...´. Y lo paré: “No, no. Yo no soy tu novia’. Entonces me retrucó: ´¿Pero querés serlo?´. A lo que le respondí: ´Mirá, yo todavía necesito un par de horas más conmigo, con mi soledad, con mi espacio. Un tiempo más para entenderme´. La gran crisis existencial de mi vida había sido por amor. Y me faltaba un respiro”, cuenta. De hecho, una futura canción dirá: “Yo quería estar solita y él se me apareció”, ilustrando ese momento. En fin. “Cuando sentí que ya era el momento, dos meses después, le escribí una serie de cartitas con frases que solemos decirnos siempre, y las distribuí por toda la casa. Al final del camino estaban los anillos. Entonces le pregunté: ´¿Querés ser mi compañero de disfrute?’. Y me dio un ´Sí´ muy seguro. Y nos pusimos de novios. Pero con este lema: el de disfrutar. Y de no solo enamorarnos del otro, sino también de enamorarnos de nosotros mismos. Que es un pacto que tengo hecho conmigo”, relata. “Porque ya no vuelvo más a esos amores en los que te desvivís, das todo y luego te quedás vacía. Yo ahora estoy en un amor de paridad”.

“Amor sano o nada”, es el acuerdo que firmó consigo misma. “Para amores tóxicos, ya no. No, no...”, asegura. Se refiere a Nicolás Occhiato (29). “Creo que me equivoqué. Que nos equivocamos”, sentencia a la distancia. “En su momento cometí el error de vivir para el otro. Estaba tan convencida de que era el hombre de mi vida que di todo y más. Pensar que nada tiene sentido sin el otro. Ves que es todo o nada con esa persona y eso es realmente muy peligroso”, dice. “Hoy, Nico y yo estamos en un gran momento. Hablamos mucho por temas de laburo y tenemos súper claro que vivimos siete años muy lindos y que las últimas dos veces que volvimos no fueron necesarias. Hoy no puedo decir que somos amigos como con Tavito, por ejemplo, pero sí que si necesita algo yo estaré ahí. Y viceversa”, cuenta. “Eso es también lo que me gusta del vínculo entre Lucho y Sabri. Es fundamental mantener el respeto y la buena comunicación con quienes fueron muy importantes en nuestras vidas”, señala. “Lucho y yo tenemos otra frase de cabecera: ´Hablando seremos enormes´”.

Ya hubo presentaciones e interacciones familiares de ambos lados y hasta “pizzeadas” lideradas por Castro, con las manos en la masa. “Mi vieja adora a Lucho”, revela Florencia. “Me dice que es un tipo muy inteligente. Muy sensible. Ella ve que me cuida mucho y eso la hace feliz”, relata. No obstante, más allá de Castro, y “por enseñanzas propias”, Viviana, “una mujer que parió tantas cosas”, siempre le recuerda: “Una no es de nadie”. Y aunque Vigna tenga presente sus “notas mentales” respecto del amor, asegura que Luciano le plantea el amor más libre que experimentó jamás. “Él siempre me dice: ´China, sé que para amarte a vos debés sentirte libre. Porque sin libertad no podés vivir´”.

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