El inicio de la última emisión de La Noche de Mirtha estuvo marcado por un momento de profunda emoción cuando Mirtha Legrand rindió homenaje a su hermano José Martínez Suárez, quien habría alcanzado los 100 años, el 2 de octubre. La conductora, visiblemente conmovida, dedicó unas palabras a la memoria de quien definió como un referente del cine argentino y, sobre todo, como su ser querido.

Durante la apertura del programa, Mirtha Legrand recordó que José Martínez Suárez fue un destacado director de cine argentino, guionista y productor, y subrayó el vínculo personal que los unía. En sus palabras, expresó: “José Martínez Suárez hubiera cumplido 100 años el jueves pasado. Fue un gran director de cine argentino, guionista y productor y sobre todo mi amado hermano. Mi recuerdo para él... Para vos, Josecito”.
La emisión continuó con la presentación de los invitados que compartirían la mesa esa noche: Ceder Coval, la doctora Elva Marcovecchio, Gonzalo Asís, Graciela Ocaña y Gabriel Oliveri. En ese contexto, Mirtha Legrand aprovechó para felicitar especialmente a Graciela Borges, quien había sido distinguida con el galardón Doctor Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires.
El clima de reconocimiento llevó a la conductora a realizar un comentario distendido, aportando un matiz de humor al programa. “Yo también soy doctora”, afirmó Mirtha Legrand, y añadió con complicidad hacia su equipo y la audiencia: “Desde ahora me llaman doctora”.
En cuanto a su hermano José, el director de cina solía decir: “La gente es muy cariñosa pero tal vez exagera un poco. La fama es puro cuento. Solamente soy un hombre que trata de hacer bien su trabajo”.
José Martínez Suárez falleció a los 93 años en el año 2019. Fue director, guionista y formador de generaciones dedicadas al cine. Aunque para muchos su nombre se asocia de inmediato con el de su célebre hermana, Martínez Suárez construyó una identidad propia en el mundo del cine. Su palabra era respetada y su figura admirada, tanto por su labor como director del Festival de Cine de Mar del Plata como por su rol de formador.
Su carrera comenzó de manera fortuita en los estudios Lumiton, donde siendo adolescente acompañaba a sus hermanas durante un rodaje. Fascinado por el trabajo detrás de cámaras, se integró al equipo técnico y, según relató en una entrevista con Anfibia, ese espacio se convirtió en su “segundo hogar”. Allí aprendió todos los oficios del cine, desde la administración hasta la asistencia de dirección, en un ambiente donde los mayores transmitían su saber a los más jóvenes.

El aprendizaje constante fue una característica de Martínez Suárez desde la infancia. En la escuela, buscaba ser castigado para poder leer en la dirección, y tras la muerte de su padre, a los 11 años, encontró refugio en el cine, llegando a ver 700 películas en un solo verano. Junto a su madre y hermanas se trasladó a Buenos Aires, donde su pasión por el séptimo arte se consolidó. Su primer documental, Altos hornos Zapla (1959), precedió a su debut en la ficción con El crack (1960), una obra que abordaba las maniobras oscuras en el fútbol argentino.
La filmografía de Martínez Suárez incluye títulos como Dar la cara (1962), Viaje de una noche de verano (1965), la coautoría del guion de La Mary (1974) junto a Daniel Tinayre, Los chantas (1974), Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) y su último largometraje, Noches sin lunas ni soles (1984).

Paralelamente, se dedicó a la docencia universitaria y a la mentoría personalizada de guionistas y cineastas. Su método consistía en leer y corregir guiones de manera individual, una práctica que derivó en la creación de talleres legendarios.
El rigor y la exigencia eran marcas de su enseñanza. A quienes deseaban inscribirse en sus talleres, primero les preguntaba si habían visto El Ciudadano y luego les entregaba una lista de 100 películas imprescindibles. Solo quienes aceptaban el reto se convertían en sus alumnos, entre los que se cuentan figuras como Lucrecia Martel, Juan José Campanella y Gustavo Taretto. El técnico en imagen digital y colorista Javier Hick recordó que en cada clase recibía un libro para leer, no necesariamente de cine, porque, como subrayaba el maestro, “la buena literatura es la principal herramienta de la buena escritura”.

Sus consejos, considerados por sus discípulos como “excelentes o brillantes”, se sumaban a una memoria prodigiosa y a una capacidad de transmitir entusiasmo por el cine. Entre sus frases recurrentes destacaba: “Podés filmar con una luz pésima y con encuadres desprolijos, pero si contás una buena historia vas a mantener al espectador sentado en la butaca”. También diferenciaba entre películas “muy buenas, buenas y necesarias”, y consideraba Ocho y medio de Fellini y El Ciudadano de Orson Welles como sus obras de referencia.

Vivía en un departamento sobre Avenida Libertador, obsequio de su hermana, y prefería desplazarse en colectivo, incluso cuando dirigía el Festival de Cine de Mar del Plata, rechazaba el uso de autos oficiales o choferes, argumentando que le resultaba un gasto innecesario y, en tono humorístico, afirmaba ser “muy tacaño… con el dinero ajeno”. Su austeridad era tan notoria como su erudición.
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