Bo Derek: un matrimonio fugitivo, diez minutos inolvidables y una madurez plena

Pese al escándalo se casó con un hombre treinta años mayor. Corrió por una playa peinada con trenzas afro y se transformó en mito sexual. Hoy lejos de la fama, se considera una mujer feliz

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Bo Derek (Crédito: Shutterstock)
Bo Derek (Crédito: Shutterstock)

Cuando una soleada tarde californiana Mary Cathleen Collins atendió el teléfono, un tal John Derek le propuso filmar en Grecia. Mary tenía 15 años y una belleza llamativa por lo que había protagonizado varios anuncios de cosméticos, pero era la primera vez que la convocaban para una película. Interesada, pero menor de edad, dijo que debía consultarlo con su mamá. Apenas colgó, buscó un planisferio para chequear dónde quedaba Grecia, luego esperó a su madre. Un rato después, la mujer escuchó a su hija y la animó a aceptar con una condición: la acompañaría. Mary dio un saltito de alegría y empezó a preparar sus valijas. Del otro lado del mundo, la esperaba una gran aventura pero también un hombre del que se enamoraría locamente y por el que abandonaría su país, su vida. Ese hombre la transformaría en Bo Derek.

Hasta ese llamado era una adolescente con las mismas inquietudes que la mayoría de las chicas de Long Beach. Le gustaba el sol, la playa y pasar horas surfeando, tanto que fue capaz de “ratearse” un mes de la escuela con tal de disfrutar entre las olas. Por su profesión de maquilladora, su madre Ann- Margret sabía distinguir muy bien entre una belleza fabricada y otra natural, por eso cuando se le pasó el enojo por la “rateada”, la incentivó a participar en algunos comerciales. Aunque medía apenas 1,62; las publicidades llegaban pero la gran oportunidad no, hasta que llamó Derek.

Bo Derek de joven (Crédito: Shutterstock)
Bo Derek de joven (Crédito: Shutterstock)

Madre e hija suspendieron la escuela y volaron hasta Mykonos donde se rodaría Fantasies. Sabían que el film no contaba con un gran presupuesto y que por eso las grabaciones durarían apenas diez días. Así que excepto perder unos días de clase y disfrutar de unas vacaciones pagas en Grecia nada sería muy terrible. John Derek, el director, tenía 30 años más que Mary y fama de seductor. Había estado casado con Ursula Andress y Pati Behrs, pero desde hacía cinco años estaba en pareja con la hermosa Linda Evans. En cuanto al guion era –como dirían las abuelas- bastante “subido de tono” pero parecía una gran oportunidad.

El primer día que Derek vio a la debutante pensó que estaba en problemas. La chica venía de la publicidad y su experiencia en cine era nula. John había sido un artista con futuro de galán, pero en su camino se cruzaron Humphrey Bogart y Montgomery Clift, dos galanazos, y comprendió que ante semejante competencia mejor era una retirada digna. Probó como fotógrafo con bastante éxito y luego como director.

Los primeros días de filmación la situación fue tensa. En un costado Ann- Margret supervisaba todo y en el otro, Linda mediaba entre su marido y la debutante. Al primero le pedía paciencia y a la segunda, tranquilidad. Pero del odio al amor hay un solo paso y ese paso se dio. Porque mientras la esposa mediaba y la madre fiscalizaba, el hombre de 46 se enamoró de la jovencita de 16. Cuando Linda supo que su esposo se había enamorado de otra sintió que el mundo se venía abajo, pero recordó que cuando él se enamoró de ella también estaba con otra y aceptó su derrota. Pensó que seguramente su ahora ex esposo pronto se cansaría de esa jovencita menor que sus dos hijos, pero ella no se quedaría a esperarlo.

John y Bo Derek (Crédito: Shutterstock)
John y Bo Derek (Crédito: Shutterstock)

Pero si para Linda este romance era un dolor, para Ann- Margret era un horror. Como mujer veía que el amor que Mary sentía por el director era genuino, pero como madre también sabía que su hija era una menor y que aunque ella no lo entendía así, esa relación era un abuso. Pero la adolescente, rebautizada por su amado como Bo Derek, anunció que jamás volvería a la escuela y que se quedaría en Europa. Así evitaría que las leyes detuvieran a su pareja. Hubo llantos, hubo súplicas y gritos, pero la muchacha no cedió. Llegaron a un acuerdo, se quedaría viviendo en Europa pero regresaría con frecuencia a California para demostrar que estaba bien y en una de esas –se esperanzaba la madre- hasta se terminaría su capricho.

La pareja vivió un tiempo en Alemania donde las leyes no consideraban su relación un delito, también se instalaron unas semanas en México. Cuando Bo cumplió 18 se casaron en Las Vegas.

Cuatro años después le llegó a Bo la propuesta de encarnar a una “mujer perfecta”. Debía correr en una playa y con su belleza dejar turulato a George Webber, un hombre común encarnado por Dudley Moore en la película 10. La mujer perfecta. La escena era corta y no parecía gran cosa, pero a su marido se le ocurrió una idea que transformaría a su joven esposa en un boom erótico. Como muchas mujeres con su biotipo, la cabellera de Bo era rubia y lánguida. Muy linda pero también muy similar a otras. Apelando a su instinto de fotógrafo, le sugirió/ordenó que se peinara con decenas de trencitas mínimas con adornos en sus puntas, peinado que solían usar las mujeres africanas y las caribeñas. Bo accedió.

Escena de Bo Derek saliendo del mar

Apenas la vio Blake Edwards, el director aprobó su decisión. Ella sonrió pero no pudo evitar un mohín de disgusto cuando le dijeron que lo que debía hacer era correr por la playa. Justo la actividad que más detestaba. Edwards le ordenó correr y correr. Le hizo repetir la escena varias veces, primero en México y luego en Hawai. Como tenía fama de chistoso, Bo llegó a dudar si se trataba de una broma muy pesada. En un momento, pensó “Seré famosa por lo que más odio: correr”. No se equivocaba.

Porque cuando la película se estrenó, esos diez minutos de carrera la convirtieron en “la” sex symbol. No había adolescente, joven ni adulto que no buscara su imagen en fotografías. Su peinado fue imitado por miles de mujeres y todavía hoy figura entre los más icónicos de la historia del cine. John pensó que era momento de retomar su carrera de director. Si el poster donde su mujer aparecía arrodillada en la arena, cubierta solo con una blusa transparente, había vendido más de medio millón de copias, con que la mitad pagara una entrada de cine estaba hecho.

Primero filmó Tarzán, el hombre mono, una historia que se centraba más en el cuerpo de Bo/Jane que en las desventuras del protagonista. La película fue un éxito de taquilla, un fracaso de crítica y ella ganó un premio Razzie. Insistió con el cine erótico en Bolero donde causó sensación cuando la filmó montando un caballo totalmente desnuda. El público se dividió. Una mitad quedó encandilada nuevamente con su belleza y la otra mitad pensó que montar así, además de incómodo, era muy poco higiénico. El matrimonio reincidió en Los fantasmas no saben hacerlo, otro subproducto erótico en el que aparecía un Anthony Quinn en decadencia y un millonario bastante mediático llamado Donald Trump. La película le valió una nominación, ya no a peor actriz del momento sino del siglo.

Aunque en la pantalla digamos que era floja, su naturalidad para desnudarse era encantadora. Había crecido en un entorno de playa, con una gran libertad y como ella misma decía le costaba mucho más actuar una escena violenta que desnudarse. De hecho ya desde chica pensaba que le resultaba “tonto y bastante hipócrita” comprobar que si cubría tres pequeñas partes del cuerpo con tres pequeños trozos de tela era una persona “decente”. Por eso, cuando Hugh Heffner la convocó para protagonizar la tapa de Playboy lejos de escandalizarse se sintió halagada. Solo pidió que el fotógrafo fuera su marido. La experiencia fue tan buena como las ventas, así que la repitieron en cinco números más, todo un récord.

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En la década del 90 casi no se la vio en pantalla. No fue tanto por falta de propuestas sino porque su marido empezó a padecer achaques de salud propios de la edad y se dedicó a cuidarlo. El director falleció el 22 de mayo de 1998. Contra todos los pronósticos habían estado casi un cuarto de siglo juntos.

Llevaba cinco años viuda cuando un representante le organizó una cita con el actor John Corbett, que se hizo conocido como uno de los novios del personaje de Carrie en Sex and the city. Bo era cuatro años más grande que él y 40 centímetros más baja, pero Cupido hizo su trabajo y ya llevan dos décadas juntos. Viven en un rancho de California que comparten con la hermana de Bo, su cuñado y sus dos sobrinos.

En los últimos años, la actriz hizo algunas apariciones en programas de tv como Fashion house, en un capítulo de CSI Miami y en películas clase B. Su gran pasión no es la actuación sino los animales, en especial los caballos. Le encanta montar –aunque sospechamos que ya no lo hace desnuda- y además de dedicarse a la crianza de caballos participó de varias campañas contra su tráfico y maltrato. Plasmó su pasión en un libro que tituló Lecciones de montar. Todo lo importante en la vida lo he aprendido de los caballos. Militante del partido Republicano, apoyó públicamente la guerra contra Irak llevada por George Bush.

Bo Derek y su esposo, John Corbett (Crédito: Shutterstock)
Bo Derek y su esposo, John Corbett (Crédito: Shutterstock)

Con 64 años conserva su belleza. Pertenece al selecto grupo de los que “envejecen bien” sin necesidad de cirugías o dolorosos tratamientos. Asegura que lo mejor de la fama es que se puede levantar el teléfono “y que la persona que admirás te atienda”, algo que ni los reyes a veces consiguen. No extraña los tiempos donde no podía ir a un aeropuerto sin que la gente se arremolinara a su alrededor, pero sabe que, si se mete en problemas, siempre habrá algún cincuentón o cincuentona dispuesto a ayudarla. Es que ninguno de ellos olvidará a esa muchacha con trencitas y malla que mientras hacía lo que más odiaba se transformó en la mujer perfecta.

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