Solía ser un rumor entre fiscales que intentaban explicarse por qué nadie se animaba a traducir todo este problema: un intérprete había supuestamente terminado con una bala en la cabeza luego de traducir una escucha telefónica entre pesados asiáticos, su cadáver hallado en una zanja, un hombre de la propia comunidad. Encontrar a alguien que analice e interprete las comunicaciones de la mafia china en Argentina, usualmente en el dialecto de la provincia de Fujian, solía ser algo sumamente difícil; los pocos voluntarios daban su versión con resultados poco satisfactorios.
“Te bolaceaban, te decían que en la escucha no hablaban de nada”, afirma un histórico en la Justicia acostumbrado a este tipo de expedientes. En ocasiones, agregados policiales de la Embajada China local dieron su colaboración para causas insignia, pero desentrañar lo que la mafia china dice, o quién lo dice, es un problema más allá del idioma. La mafia no solo habla por teléfono: habla por escrito, en las hojas A4 que son sus edictos de sentencia, los aprietes que sus sicarios y operadores cuelgan en los comercios chinos que desean extorsionar.
30 mil dólares es la tarifa histórica. Eso, o un tiro en la cabeza.
El fiscal Alejandro Musso, titular de la UFI de Vicente López Oeste, se para junto a su equipo sobre la nueva frontera del delito argentino: a lo largo de 2019 y 2020, una poderosa mafia asiática que opera desde Tigre fue acusada de una serie de extorsiones armadas y tentativas de homicidio a comerciantes de la Zona Norte, ataques a punta de pistola a plena luz del día y ante cámaras de seguridad a comerciantes inflexibles. Los acusados de cometer los ataques: barrabravas, desocupados en un país sin fútbol. Musso tiene tres detenidos, entre ellos Roberto Rinaldi y Daniel Laluz, hijos del temido Richard Laluz, enemigo de Rafael di Zeo, uno de los capos más feroces de La 12, muerto en 2019. Rinaldi, que no lleva el apellido de su padre, fue acusado de balear a tres comerciantes, con cuatro hechos en menos de dos meses a comienzos de este año.

La mafia para la cual trabajan es misteriosa, pero no un misterio. Víctimas e imputados se niegan a describir su estructura y su nombre. “Se hacen los boludos”, dice un investigador clave. La organización no opera solo en Zona Norte: avanza en Capital en comercios de grandes dimensiones a la sombra o al costado de tríadas históricamente mucho más poderosas.
“El Viejo Qiu” era el supuesto jefe máximo de esta organización para la jurisdicción del norte del Conurbano, un ciudadano asiático de 81 años con varios domicilios registrados en la zona de Tigre y operaciones bancarias a su nombre: murió semanas atrás tras contraer coronavirus. Una mujer de 45 años, Qui Dongxiang, alias “María”, fue arrestada junto a su marido Shumei Yao, que se intentó trenzar a golpes con la Policía Bonaerense mientras encontraban su nueva pistola 9 milímetros.
Hoy, una pericia caligráfica de una experta del Poder Judicial en manos de Musso, una medida investigativa rara vez vista en la persecución de las tríadas asiáticas en Argentina, complica a la pareja como los autores de las amenazas de la banda. Nueve mensajes fueron analizados, comparados con una agenda secuestrada en el allanamiento del 21 de febrero de este año, además de muestras de escritura tomadas a ambos detenidos.
La pericia, entregada esta semana, tuvo como objeto “conocer todos aquellos elementos del grafismo que se mantienen constantes, como así también, las alternativas de conformación, los gestos gráficos y automatismos existentes, poniendo especial atención en dimensiones, inclinaciones, proporciones, inflexiones del pulso como así también velocidades y presionados, que identifican a cada uno de los autores de dichas muestras escriturales”, asegura el documento al que accedió Infobae. El análisis determinó que Qui Dongxiang fue la presunta autora de las amenazas. Esa es otra rareza: pocas veces se ve una mujer de la comunidad china involucrada en el esquema de violencia.
Las amenazas de la banda también tenían una novedad: aceptaban mensajes de WhatsApp, cuando históricamente la mafia china como colectivo empleaba la aplicación WeChat para hablar entre sí, o líneas de teléfono descartables.
Una muestra tomada a la mujer detenida y un cotejo con su letra pudieron determinar su presunta responsabilidad. La clave, por otra parte, estuvo en los números.
“Con respecto al confronte con las inscripciones indubitadas y base de cotejo ya validadas como perteneciente a Qui Dongxiang, es posible establecer la comunidad gráfica de números y letras de nuestro alfabeto en las esquelas incriminadas individualizadas con los números 2, 3, 4 y 5 donde se lee la palabra WhatsApp seguido de números de teléfono donde se han hallado elementos semejantes, tanto formales como estructurales, que permiten atribuir su autoría a un común origen gráfico”, concluyó el estudio.
Sin embargo, para Shumei Yao, las pruebas para identificarlo entre los textos fueron consideradas insuficientes.
El estudio abre un abanico de posibilidades en cuanto a nuevas hipótesis para indicar responsabilidades. Mientras tanto, la causa continúa.
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