
El 1 de mayo de 1967, en una suite de Las Vegas, Estados Unidos, Elvis Presley se casó con Priscilla Beaulieu. Así, el hombre más deseado por las mujeres de todo el mundo, dejaba su soltería de la mano de la mujer que amaba perdidamente. Pero claro, en general, cuando la palabra “fin” no llega inmediatamente después de la boda como en las viejas telenovelas de la tarde, las historias suelen no terminar de forma tan idílica como sus protagonistas hubieran deseado. Y esta no fue la excepción a la regla.
Eran muy jóvenes cuando se conocieron. El cantante, que ya estaba en pleno apogeo de su carrera gracias a su irresistible voz, su look provocador y su sensual movimiento de pelvis, tenía apenas 24 años. Y ella, una joven nacida Brooklyn pero que residía en Alemania con su familia, había cumplido tan solo 14. Elvis venía de hacer Haertbreak Hotel, lo que definitivamente lo había consagrado, cuando lo mandaron a hacer el servicio militar en el 1° Batallón de Tanques medianos y el destino quiso que se encontrara allí con Priscilla. Se la presentó uno de sus amigos en una fiesta juvenil. Y él cayó inmediatamente rendido ante sus encantos.
“Vaya, eres solo una niña”, le dijo el Rey del rock & roll al verla. Y sí: aunque la diferencia de edad entre ambos no era tanta, la joven recién estaba entrando a la adolescencia y, de más está decirlo, era menor de edad. Sin embargo, ni su madre ni su padrastro -su padre biológico había fallecido poco después de su nacimiento-, pudieron hacer nada para evitar que un par de años más tarde ella tomara la decisión de irse a vivir con Presley a Graceland, la famosa mansión que él poseía en Memphis. Hasta ese momento, el noviazgo se había mantenido oculto hasta para los compañeros de colegio de Priscilla. Pero, desde entonces, los flashes se encargaron de acompañarlos a toda hora y en todo lugar, registrando cada instancia de la relación.

Obviamente, a Priscilla le faltaba aprender mucho antes de convertirse en una adulta. Y Elvis se encargó de moldearla a su gusto. La anotó en un colegio de monjas para que pudiera terminar el secundario. Y se ocupó, personalmente, de elegir desde su ropa y maquillaje, hasta las actividades que tenía que realizar y las que no. Pero claro, acompañar a semejante estrella de rock, no era una tarea fácil. Así que, por momentos, la joven se sentía sobre exigida. Pensaba que tenía que estar siempre dispuesta a vivir una aventura, siempre sonriente y siempre espléndida para poder estar a la altura de las circunstancias. Y eso, muchas veces, hacía que sus necesidades personales quedaran en un segundo plano.
Lo cierto es que, siete años después de aquel primer encuentro, Presley sintió que su novia ya estaba preparada para dar el gran paso. Y le propuso matrimonio en la Navidad de 1966 -según dicen por consejo de su mánager-, a lo que ella respondió con un enfático “sí”. La celebración tuvo lugar en una suite del Hotel Aladdin, duró apenas 8 minutos y fueron muy pocos los invitados que tuvieron la posibilidad de presenciarla. Sin embargo, la boda tuvo repercusión a nivel internacional, que era lo que se buscaba para echar por tierra las habladurías. Y el rostro de los recién casados ilustró las portadas de los diarios de todo el mundo. Pero no vivieron felices ni comieron perdices. Al contrario, lo que vino después fue más cercano a un escándalo.
Poco a poco, la pareja empezó a sentir algunos cimbronazos. Y la relación fue deteriorándose cada vez más, sobre todo, por las constantes giras de Elvis que lo obligaban a pasar mucho tiempo fuera de su casa. Al punto que, para el 1 de febrero de 1968, cuando nació la única hija de la pareja, Lisa Marie Presley, poco quedaba de aquel fuego inicial. Las constantes infidelidades del cantante, que ella confirmó leyendo el correo privado que le llegaba a su domicilio, habían hecho mella en el corazón de Priscilla. Y a eso se le sumaron las adicciones...

Presley no soportaba el paso del tiempo. Se sentía cansado de la exposición, de los escenarios y de ese ritmo frenético que implicaba el hecho de ser el mayor ídolo del rock desde los ’50. Tenía demasiada presión. Y ya no era un jovencito. Entonces recurrió a las pastillas, que intentaba hacerle compartir a su esposa y que terminaron atentando contra su salud. Antihistamínicos, tranquilizantes, barbitúricos, somníferos, hormonas, laxantes...El combo era explosivo. Y Priscilla, simplemente, dijo basta.
No era fácil para una mujer que solo había besado a un hombre en toda su vida, tomar la decisión de ponerle fin a un matrimonio por aquellos años. Pero, aún amándolo profundamente, sacó la fuerza necesaria como para ponerle un punto final a esa relación que ya le estaba haciendo mucho daño. Finalmente, el 23 de febrero de 1972 sobrevino la separación. Y, un año más tarde, ambos firmaron el divorcio definitivo.
De todas formas, el vínculo entre ellos siguió siendo amoroso tras la ruptura. Priscilla sentía que, pese a sus debilidades, Elvis era una buena persona. Y que la quería genuinamente. Así que lo recibía en su casa cada vez que él, de manera inesperada, decidía visitarla. Desde el primer día, él encontró en ella la contención que necesitaba en medio de la locura que implicaba vivir rodeado de periodistas y fanáticos. Y, aún después de que ambos rehicieran sus vida -ella con su instructor de karate, Mike Stone, y él con la compositora Linda Thompson, con quien convivió hasta 1976- nunca se negó a escucharlo hablar cada vez que estaba pasando por un mal momento. Hasta aquel fatídico 16 de agosto de 1977, cuando la joven novia del cantante, Ginger Alden, lo encontró muerto en el baño de su mansión.
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