Cuando se menciona el “Camino de la Muerte”, la imagen que inmediatamente surge en la mente de cualquier viajero o curioso es la de un trayecto rodeado por el riesgo constante, donde la vida pende de un hilo. Y, literalmente, así lo es en esa ruta de Bolivia, que tiene una extensión de 80 kilómetros y está marcada por un solo punto de quiebre: la verticalidad de los acantilados.
Con tan solo tres metros de ancho en muchos de sus tramos y paredes rocosas que caen hasta 800 metros hacia el abismo, cada kilómetro del recorrido -que conecta la ciudad de La Paz con el municipio de Coroico- es un desafío mortal. De hecho, se encuentra entre las rutas más peligrosas del mundo.
Desde su creación, en la década del 30, esa ruta fue testigo de miles de accidentes que se cobraron víctimas en cada curva. En algunos puntos, ni siquiera los guardarraíles pueden frenar el avance fatal del deslizamiento, dejando a quienes se atrevan a recorrerla una sensación de vulnerabilidad infinita.

A pesar de las advertencias sobre el peligro inminente, el youtuber cordobés Ricardo Lorenz -conocido en las redes como “Yago x América- decidió emprender el reto a bordo de su moto en dos oportunidades.
La travesía comenzó en la capital boliviana, ciudad enclavada en una altura de 3.650 metros sobre el nivel del mar, desde donde ascendió hasta la cumbre, a 4.700 metros, antes de comenzar el abrupto descenso hacia la zona de Yungas.
“En ese tramo, recorrí 35 kilómetros de descenso continuo hasta alcanzar los 1.100 metros de altitud, enfrentando pendientes pronunciadas, ripio suelto y caídas verticales abismales”, describió.

La normativa vial en caminos de alta montaña bolivianos obliga a que el vehículo que desciende tome el borde exterior, precisamente para facilitar las maniobras del que asciende. “Hay una parte donde el camino no supera los dos metros de ancho y tenés precipicio... así que hay que ir con mucho cuidado”, advirtió Yago.
El “Camino de la Muerte” fue construida por prisioneros paraguayos durante la Guerra del Chaco (1932–1935), que enfrentó a Bolivia y Paraguay. Fue durante décadas la única conexión viable entre La Paz y la región de Yungas, lo que la convirtió en una arteria crítica, y al mismo tiempo letal.
A través de las piedras de las montañas, las huellas del pasado permanecen en cada curva, como un recordatorio de lo que costó construirlo. No es difícil entender por qué, en 1995, el Banco Interamericano de Desarrollo lo calificó como el camino más peligroso del mundo.

“La lluvia constante y la niebla densa, que reducen la visibilidad a casi nada, hacen que la travesía sea aún más peligrosa. Las piedras sueltas, que se desprenden de las montañas, se suman a un terreno resbaladizo que si venís distraído no dan tregua”, remarcó Yago.
Durante el descenso, la selva de Yungas ofrece un contraste dramático: vegetación densa, humedad persistente y una rica biodiversidad. Es una reserva de vida silvestre, un refugio natural donde habitan 16 especies de mamíferos y 94 tipos de aves.
Los árboles que se aferran a las laderas, las especies endémicas que se ocultan en los rincones más recónditos, y el silencio espeso de la niebla, le dan un aire casi místico. Sin embargo, la naturaleza también se vio alterada por el aumento del tránsito vehicular e impulsó a muchas especies a desplazarse. “Me dijeron que allí vivía el oso con anteojos, pero no me crucé ni uno en todo el trayecto”, se lamentó Yago.
Uno de los tramos más icónicos es el “Velo de la Novia”, donde el camino pasa por debajo de una cascada, y el “Balcón del Diablo”, con una caída vertical de 800 metros. “Es impresionante. Es la parte más peligrosa, donde hay muchas cruces conmemorativas colocadas por familiares de víctimas de accidentes”, recordó.
Otro de los puntos más emblemáticos es el “Mirador de San Juan”, que se encuentra a mitad de camino, en una curva estrecha donde el sendero de ripio se adosa al barranco. “Desde ese mirador, la caída vertical hacia la vegetación de los Yungas puede superar los 500 metros, lo que ofrece una vista impresionante, pero también una sensación de vértigo porque no tiene barandas ni plataforma de seguridad”, describió Yago.
En 2013, cuando el motociclista circuló por allí por primera vez, el tránsito era limitado. “Me crucé solo con las motos de algunos lugareños porque lo hice en una época en que se supone que no es la ideal”, especificó al referirse a la temporada de lluvias que azota la zona entre diciembre y marzo.

Nueve años después, Yago regresó a Bolivia como guía de una travesía en moto, que no solo lo llevó por esa ruta fatal, sino también por otros destinos como el Salar de Uyuni y Potosí. A pesar del tiempo transcurrido, notó pocos cambios. “La única diferencia es que hay carteles más adecuados al turismo, incluso traducidos al inglés, con advertencias más precisas”, comparó.
Aunque esa carretera fue reemplazada en 2007 por otra ruta asfaltada para el tránsito pesado, la antigua sigue abierta al turismo, sobre todo para aquellos que quieran recorrerla en bicicleta. “El camino prácticamente quedó abandonado. Es solo para los curiosos”, precisó Yago.
Fue así como la Ruta Nacional 3 (RN3) o nueva carretera a los Yungas sirvió para descongestionar el tránsito pesado de la antigua carretera, mejorar la seguridad y reducir significativamente la cantidad de accidentes fatales que ocurrían en el camino original.

Actualmente, la “Ruta de la Muerte” se mantiene como un atractivo para viajeros que buscan adrenalina y paisajes únicos. Pero para quienes se adentran en ella, sigue siendo necesario el respeto por su historia y sus riesgos. “No es solo una ruta, es una experiencia que puede poner en riesgo tu vida”, concluyó Yago sobre uno de los recorridos más imponentes del mundo.
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