
Durante abril de 1971, el grupo The Rolling Stones partía al exilio en el sur de Francia. Los Rolling huían, casi quebrados financieramente, de la presión impositiva del gobierno laborista de Harold Wilson. El asesor económico del grupo les aconsejó irse por lo menos dos años para juntar la plata con que pagar. El 7 de abril partieron en un vuelo privado a París y desde allí a la Costa Azul.
Eran, ya para esa época, el mejor conjunto de rock and roll de todos los tiempos. Su salida de Inglaterra fue una conmoción, especialmente entre los jóvenes inmersos en ese idioma generacional, la música, que “podía cambiar al mundo”. Ya no eran 5 sino 4+1, y se explica: el quinto había sido Brian Jones, muerto en julio de 1969 en extrañas circunstancias. Su sucesor fue Mick Taylor que veía de tocar con el gran blusero John Mayall.

La historia cuenta que a Mick Jagger, Keith Richards, Bill Wyman y Charlie Watts se plegaron, especialmente contratados para ir a Francia, tres grandes músicos de la época. Ellos fueron el saxofonista Bobby Keys; el trompetista James Jim Price y el pianista Nicky Hopkins. Imaginariamente, y aunque para muchos sean tirados al azar, detrás de los tres entraron los sones de Duane Allman, Leon Rusell, Gram Parsons, Joe Cocker, Delaney and Bonnie, Jorma Kaukonen, Chuck Berry, Little Richards y muchos más; la “crema” de la Costa Oeste de los EEUU.
Comenzaron a distribuirse en diferentes casas. Jagger y Bianca lo hicieron en Niza; Watts en Avignon y los Richards (Keith, Anita Pallenberg, y su hijo Marlon) alquilaron la Ville Nellcote en el pueblo de Villefranche-sur-Mer, una casa enorme con dos plantas y un gran sótano, y embarcadero propio. Keith contó que esa casa la había construido Byrd, un almirante inglés. Se olvido, también, de contar que en los años 40 había sido la sede regional de la Gestapo. Los Richards fueron felices porque nadie los reconocía y podían caminar libremente sin el asedio de los fans. Keith, contó, estaba doblemente feliz porque el pueblo no estaba muy lejos de Marsella, donde se podían conseguir “productos ilegales”: heroína, cocaína, marihuana y hachis.

Un tiempo antes, los productores recorrieron los estudios de grabación de la zona, también cines y auditorios, sin encontrar el lugar perfecto para realizar las sesiones de grabación. Entonces trajeron desde Londres el camión estudio-móvil y con eso solucionaron dos problemas: la calidad musical y el problema del idioma de los técnicos (no sabían francés). Establecieron la sala de grabación en el sótano y, tras esta decisión, todos vivieron en Nellcote para evitar viajes riesgosos en auto después de horas de trabajo.

Junto con los ocho músicos nombrados vinieron sus esposas, hijos, técnicos, amigos y groupies, conformando una tribu de 70-80 personas. “Terminé allí –relató Bobby Keys—porque es donde fueron todos, me invitaron. El sur de Francia y un joven de 20 años era una buena combinación. El cocinero Fat Jacques cocinaba para todo el mundo, y no había horarios fijos, hasta que un día desfalleció de tanta fiesta”.

Eran dos mundos que se tocaban en la misma villa. Arriba gente durmiendo en camas, sillones, en el piso y el sótano donde de a poco se producía el proceso creativo. “El sótano era un lugar, húmedo, lúgubre, un sauna, sinceramente no sé cómo pudieron trabajar así”, dijo Pallenberg. Ese lugar, de paredes húmedas, con el piso regado de botellas vacías de Jack Daniel’s y ceniceros plagados de cualquier cosa, se convirtió en el centro del universo Stone y hora tras hora, día tras día, se fueron conformando las bandas del álbum.
El método parecía ser siempre el mismo. Se soltaban con diferentes acordes y riff, luego Mick y Keith ponían la letra y nacía el tema. La canción era entonada como 20 veces hasta se macerara. El ingeniero de sonido, Andy Johns contó que tocaban mal durante dos o tres días, hasta que en un momento Richards lo miraba a los ojos al baterista Watts y Wyman inclinaba su bajo a 80º y convertían esta música maravillosa en una bendición. John imaginaba estar viviendo el clima de La Dolce Vita de Fellini.

A veces trabajaban separados. Mientras algunos estaban en el sótano, Keith y su amigo Gram Parsons (murió a los 26 años de sobredosis) repasaban los acordes de Sweet Virginia, uno de los temas más recordados. En otra ocasión, Keith se levantó, tras 24 horas de sueño, y no había nadie de sus compañeros. Bajó y junto con Jimmy Miller, en batería, y el saxo de Bobby Keys grabó el demo de Happy, un exitazo. Por ahí circula la foto de Keys, sentado en el piso en calzoncillos, tocando el tema. Comenzamos desorganizados, improvisábamos, y al final se convertía en una cosa genial, espontánea como el hipo, comentó con su voy sureña americana Bobby Keys.
Un día Keith le dijo a Mick Jagger: “Ya está, hemos terminado”. Y partieron a Los Ángeles para mezclar los temas con una ayudita de Doctor John, Billy Preston y otros amigos.

El LP Exile on Main Street salió a la venta el 12 de mayo de 1972 y se convirtió en uno de los Top Ten de los 100 discos más reconocidos de toda la historia del rock and roll. Si alguno no cree lo que se dice, lea al imparcial crítico Robert Dimery en su “1001 discos que hay que escuchar antes de morir” y verá que Exile On Main Stteet es uno ellos.
De a poco, los miembros del grupo y de la tribu se dispersaron y Ville Nellcote cerró sus puertas. Ya no se escucharían, a través de sus aberturas, el sonido de Rip this Joint (el rock más fuerte que publicitaron, porque el demo Claudine es sólo para coleccionistas fanáticos) y las voces de Merle Haggard y George Jones, dos grandes del country que Richards admiraba, se apagaron.
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