La extraordinaria vida del argentino de 21 años que viaja por el mundo reportando especies en peligro de extinción

Nicolás Marín Benitez es fotógrafo submarino. Trabaja con diferentes equipos de investigación tomando imágenes en el fondo del mar y compartiendo el material con biólogos marinos. Registró tiburones ballenas, tortugas. Hoy está en Aruba, donde llegó luego de ser parte de la expedición alrededor del mundo organizada por Enrique Piñeyro, a quien contactó por Instagram

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La historia de Nicolás Marín

Nicolás estaba buceando en el Mar Caribe cuando de repente apareció un tiburón enorme frente a él. No había visto nunca uno así de grande, de casi 12 metros de largo. Lo primero que hizo fue mirarlo y quedarse quieto unos segundos, cuando recuperó el temple, levantó su cámara de fotos y apuntó de frente al animal. Entonces comenzó a sentir que el pez lo chupaba, que lo succionaba hacia dentro de su boca. “Cuando la abre, puede medir hasta dos metros, yo parado en ella incluso”, recuerda.

Hoy piensa en ese día y su cara se ilumina. Cuando salió del mar, lo primero que hizo fue llamar a su familia llorando de emoción. Después, ir a la computadora para bajar las fotos que había hecho. Era su primer encuentro con el famoso tiburón ballena.

“Yo había visto un video de un buzo que succionado y tragado entero por un tiburón ballena, el pez más grande del océano, y que unos segundos después lo escupía, porque no comen carne, se alimentan de plancton, entonces si bien la situación me asustaba, sabía que no me quería comer”, dice.

Mientras lo chupaba hacia sí, Nicolás fue sacando fotos. Cada vez se acercaba más a su boca, tanto que podía ver dentro de su cuerpo. “Y en el último segundo, se ve que él me vio a mí y me esquivó, porque no estaba queriendo chupar a mí sino que esa es su manera de atraer el plancton que come. Entonces me pasó por abajo y al irse casi me roza con su aleta. Yo no lo podía creer, y ahí mismo hice la que hoy es mi foto favorita: el tiburón ballena visto desde atrás, majestuoso mientras se retira”, dice. La foto es esta:

El tiburón ballena visto desde atrás. Puede medir más de 12 metros. (Foto: Nicolás Marín)
El tiburón ballena visto desde atrás. Puede medir más de 12 metros. (Foto: Nicolás Marín)

Nicolás es Nicolás Marín Benítez, un chico de 21 años de la localidad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires. Cada vez que le preguntan, se define así: “Soy un fotógrafo submarino que trabaja con equipo de biólogos reportando comportamientos de especies en peligro de extinción, y también soy activista en cuestiones ambientales, con un mensaje en defensa de los océanos”. Tiene claro el discurso, pero no por ensayarlo sino porque de un tiempo a esta parte todo en su vida se alineó detrás de su oficio de fotógrafo submarino.

Mucho tuvo que ver ese tiburón ballena majestuoso, pero mucho tuvo que ver también su infancia y los documentales que veía por televisión. “Todo empezó cuando era chico, que solía pasar muchas horas viendo National Geographic, Animal Planet o programas así. Pero yo lo veía como algo muy lejano, me preguntaba: ¿por qué esas personas están ahí? ¿por qué esas personas están en el océano con tiburones? ¿y por qué además están fotografiándolos? Era un mundo súper extraño”, cuenta.

Pero durante un tiempo, ese mundo extraño quedó lejos. A los nueve años empezó a practicar tenis y todo en su vida se ordenó atrás del deporte. Muy pronto se federó, empezó a girar por torneos nacionales, luego internacionales, y llegó a pensar que esa iba a ser su vida. Incluso fue a Estados Unidos a jugar el Orange Bowl, el torneo juvenil más importante del tenis. Le iba bien, pero los entrenamientos se interponían con sus estudios, y en un momento tuvo que tomar una decisión.

“Yo no quería ser un frustrado toda mi vida, y sentía que si me dedicaba al tenis y no funcionaba lo iba a ser. Así que un día a mis 17 años decidí dejar de jugar y nunca más toqué una raqueta”, cuenta. Fue entonces cuando volvieron a su cabeza los documentales sobre la naturaleza.

Nicolás Marín sumergido en el Mar Caribe durante una expedición de snorkel. Detrás, un barco hundido.
Nicolás Marín sumergido en el Mar Caribe durante una expedición de snorkel. Detrás, un barco hundido.

Primero se despertó el activismo ambiental. Parte de la generación de Greta Thunberg, Nicolás comenzó a consumir información sobre el planeta y a preocuparse cada vez más. Comenzó a ir a marchas, a manifestaciones, a hacer posteos en redes sociales, luego fotos, luego videos, más tarde hizo cursos de marketing y profesionalizó esos contenidos, y antes de darse cuenta ya era una especie de referente joven dentro del activismo.

El próximo paso lo definió todo: se anotó para trabajar en México en un proyecto de fotografía submarina. Una empresa estadounidense buscaba candidatos que quisieran aprender a bucear para acompañar a un equipo de buzos y hacer fotografías. Era una búsqueda internacional, ofrecían casa, comida y formación de buceo en Cozumel. Nicolás se presentó y, todavía no se explica cómo, fue el elegido. Tenía solo 19 años. A partir de allí, todo cambió.

“La primera vez que respiré abajo del agua para mí fue increíble. Era una sensación que no sé si la podría explicar en palabras. Metí mi cabeza por primera vez y me puse el regulador, que es el equipo con el que respirás abajo del agua, e hice dos respiraciones profundas y dije: ‘Soy un pez, claramente soy un pez, ahora puedo involucrarme y sentirme yo también parte de ese ecosistema’”, recuerda.

“Ahí fue cuando despertaron mis intereses como artista de la naturaleza. Ahí sentí que realmente podía volcar todo mi trabajo artístico abajo del agua, y mezclarlo con el mensaje de activismo”, agrega.

Una de las fotos que realizó Nicolás
Una de las fotos que realizó Nicolás

Comenzó a mandar su curriculum a diferentes ONGs e institutos de investigación. Comenzó a publicar sus fotos, a tener un público en las redes sociales. Seguía buceando, aprendiendo y comunicando. Entre tanto, tuvo su encuentro con el tiburón ballena.

“La primera vez que fui a bucear al océano en aguas abiertas me impresionaba cualquier cosa: un pez trompeta que pasaba, algún animal chiquito, lo que sea. Me daba impresión porque se acercaban a mí y era un mundo totalmente extraño, era como muy que lo veía solo en la televisión. Y después, a medida que fui sumando inmersiones, fui sumando más buceos, en una tuve ese encuentro con el pez más grande del océano. Y ahí ya fue una locura. Ver sus colores, su grandeza… absolutamente todo, y en un ámbito tan grande como es el océano”, dice.

Después de México, volvió a la Argentina y siguió con sus actividades, una fusión entre el arte, el activismo y la investigación. Organizó limpiezas de playas en la Costa Atlántica, hizo activaciones ambientales con marcas, se puso contacto con gente del CONICET y fue invitado a Puerto Madryn para reportar especies subamarinas trabajando en conjunto con biólogos, y hasta fue invitado por un grupo de científicos a pasar un tiempo en la Antártida (algo que pasará a fines de este año).

Pero no terminó allí: entre tanto, un día Nicolás vio la cobertura que publicó Infobae sobre la pesca ilegal en el mar argentino y quedó impactado con la impresionante ciudad de luces que flota en el océano. Leyó que el ideólogo de ese sobrevuelo era Enrique Piñeyro, se puso en contacto con el equipo de trabajo del piloto, se presentó y dijo que en el futuro le encantaría poder colaborar. No fue más que un contacto por Instagram en algún momento de abril del 2021. Le respondieron muy amablemente que lo tendrían en cuenta.

Nicolás Marín en la Isla de Sal, en Cabo Verde, la primera parada del viaje al que fue invitado por Enrique Piñeyro.
Nicolás Marín en la Isla de Sal, en Cabo Verde, la primera parada del viaje al que fue invitado por Enrique Piñeyro.

El tiempo pasó y un día, mientras Nicolás andaba en skate cerca de Mar del Plata, lo llamaron. Piñeyro había organizado una expedición a Senegal y luego al Caribe para intentar buscar la isla de plástico en el Pacífico, y quería invitarlo a Nicolás para que pudiera registrarlo todo.

“Yo no lo podía creer. Inmediatamente me puse a llorar con lágrimas, era una oportunidad única, y acepté al instante obviamente. Estaba muy emocionado”, dice.

En cuatro días se organizó la logística y Nicolás fue, junto con este cronista de Infobae, uno de los únicos dos argentinos invitados a la expedición. Voló a Cabo Verde, luego sobrevoló Senegal en busca de la flota pesquera extranjera, aterrizó en las Bahamas, ahí se enteró junto a todo el equipo de la expedición que sería imposible volar a la isla de plástico porque no estaban dadas las condiciones meteorológicas, y luego voló a Aruba, donde terminó la aventura. Allí se quedó sin embargo -allí está a la publicación de esta nota-, donde sale a bucear todos los días para encontrar y registrar especies marinas.

“Mi misión como Nico, para todo lo que hago, es difundir el mensaje de la naturaleza. Es algo medio trillado, puede ser, pero me interesa eso de ser la voz de la naturaleza. Pero más desde otro plano, desde su origen. Porque... ¿en qué momento nosotros nos planteamos crear un nuevo mundo cuando realmente el mundo ya estaba creado? El planeta Tierra ya está formado por naturaleza, por animales, por especies… Es una máquina perfecta que está balanceada y nosotros sin embargo vinimos a crear nuestro mundo con grandes ciudades, grandes industrias, y devastando todo lo que realmente es el verdadero mundo”, dice, cuando se le pregunta por qué hace lo que hace.

“Yo me replanteo cuál es nuestro propósito como especie humana, si realmente seguir destruyendo todo o lograr una conexión, porque creo que cuando logramos una conexión con la naturaleza, ahí podemos ser nosotros mismos. Entonces el mensaje para mí es si queremos vivir en un mundo con la naturaleza, o de la naturaleza”, agrega.

"Cuando me invitaron al viaje con Enrique no lo podía creer. Inmediatamente me puse a llorar con lágrimas, era una oportunidad única", cuenta. La foto es en Cabo Verde, durante ese viaje.
"Cuando me invitaron al viaje con Enrique no lo podía creer. Inmediatamente me puse a llorar con lágrimas, era una oportunidad única", cuenta. La foto es en Cabo Verde, durante ese viaje.

Cuando habla, es como si una mezcla de emoción y adrenalina se apoderara de él. Y sube la velocidad de lo que dice para que nada le quede adentro. “Sé que estoy en un camino, sé que ésto no es el final, sé que todo el tiempo es un nuevo comienzo, sé que todo el tiempo se van abriendo nuevas ramas… Entonces trato de pensar a la vida como eso, como un camino, pero en el camino ir haciendo, ir moviéndome para que cuando sea grande pueda ver todo lo que recorrí, y para poder decir: ‘Estuve vivo, no solamente solo existí'”. Y hace un pausa.

Es fácil que a Nicolás se le llenen los ojos de lágrimas. Le pasa cuando piensa en su familia, en su madre, en su padre, en su abuela -que lo acompaña, ahora, desde otro plano-. Es fácil que llore cuando habla de todas las cosas que le pasan, y no lo esconde. Algo de eso de bucear en las profundidades parece ir habérsele impregnado.

“Hay una gran diferencia entre existir y vivir. Existir, existimos todos, respiramos… ¿Pero vivir? Hay que vivir la vida, hay que ir por más... Así que voy por ahí: yendo a vivir la vida”, dice. Y se pone el regulador.

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