Nació en medio de la guerra de Irak, desarmó minas antipersonales, casi muere dos veces, y hoy es empresario en Argentina

Diari Subhan Latif mantuvo a su familia desde los 10 años: vendió caramelos, pozos sépticos, ovejas, y hasta hizo pasar trabajadores ilegales. Casi muere congelado, en medio de un buque en el mar, donde embarcó como polizonte buscando llegar a Europa. Finalmente, en 2002, recaló en nuestro país. Aquí vive después de casi 20 años: se casó, tiene una hija y una empresa. Para él, “los argentinos no valoran el país que tienen”

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Aunque los papeles sitúan su nacimiento el 1 de enero de 1979, Diari Subhan Latif sabe que no llegó al mundo ese día. En esa fecha el que nació fue su hermano, a quien no conoció porque murió de bebé. De él no solo heredó su cumpleaños, sino, también, su nombre.

Donde vivían los Latif, en las montañas del norte de Irak, eran épocas de guerras y de horrores, de misiles y de muerte. No eran tiempos para preocuparse por papeles o nombres prestados. Lo único que sí sabe Diari es que nació en algún momento del año 1981.

Allá arriba, en la montaña

En los pagos de Diari Subhan Latif los apellidos no eran importantes para los documentos. A los hijos se les ponía un nombre y, seguido, llevaban adosados el de su padre y el de su abuelo. Diari, hijo de Subhan, nieto de Latif. Así de simple era en Irak.

Saddam Hussein acababa de acceder a comandar el país, luego de haber sido líder de facto por varios años, cuando se embarcó en la guerra contra Irán, que duró de 1980 a 1988, y en la que murieron un millón de iraquíes. En esa contienda, el ejército iraquí que comandaba Saddam con dura mano de dictador, comenzó el hostigamiento al pueblo indígena kurdo de las tierras altas y montañosas de la Mesopotamia. Entre esos habitantes estaba la familia Latif.

Diari -agachado- con sus hermanos en el Kurdistán iraquí
Diari -agachado- con sus hermanos en el Kurdistán iraquí

Los kurdos, asentados en áreas petroleras muy ricas, han aspirado infructuosamente a tener su propio Estado. Conforman uno de los grupos étnicos más grandes de Medio Oriente: tienen su idioma, su cultura, su modo de vestir. Y, si bien en su mayoría son musulmanes, en su seno contienen casi todas las religiones. En un principio, terminada la Primera Guerra Mundial, estuvieron muy cerca de obtener un territorio propio. El 10 de agosto de 1920, se firmó el Tratado de Sèvres, donde se delimitaban las fronteras de lo que sería Kurdistán, pero ese acuerdo nunca entró en vigor. En otro tratado, que firmaron las potencias dos años después, Turquía ganó la pulseada. Los kurdos se quedaron sin nada y comenzaron una diáspora que sigue hasta hoy.

La zona en la que vivía Diari fue devastada una y otra vez. Curiosamente, no solo por los bombardeos iraníes que llegaban del otro lado de la frontera en medio de la guerra, sino, también, por los ataques del ejército del propio Irak. Saddam quería ocupar esa zona con bases militares, correr al pueblo kurdo que estaba instalado allí y terminar con las milicias peshmerga, la resistencia kurda.

Esa era la historia que impregnaba la vida de esta familia.

Diari es Diari

Alrededor de 1979, las autoridades obligan a bajar de la montaña a todos los que viven en la zona. Expulsados y resignados abandonan sus tierras y descienden. Desde la población de Banishar donde vivían, los Latif bajan unos veinticinco kilómetros hasta Shanadari con sus hijos mayores. Es aquí donde el más pequeño de los chicos, con solo ocho meses de vida, muere.

Najiba, su desconsolada madre, ya está embarazada de otro bebé. Decide que si tienen un niño lo llamarán igual, en su honor. Por falta de recursos, cuando en 1981 nace el nuevo bebé y es varón, deciden darle el documento del bebé fallecido. Diari es Diari.

La casa donde nace el segundo Diari está hecha con piedras de la zona y techo de barro. Es una buena vivienda. El patriarca de la familia es comerciante. En medio de las tensiones permanentes, sobrevive de contrabandear, entre Irán e Irak, pistachos, ciruelas secas, semillas de zapallo y de sandía. Llega a tener ocho locales donde vende sus mercancías.

Diari con sus compañeros de colegio. Él es el de camisa mostaza, chaleco y reloj
Diari con sus compañeros de colegio. Él es el de camisa mostaza, chaleco y reloj

En esta casa, Subhan Latif Aziz construye con sus propias manos un sótano para poner a salvo a su familia cada vez que del cielo llueve la muerte.

Allí se esconden, durante días, mientras los bombardean. Comen a oscuras o a la luz de unas velas, hasta que la cosa se calma y pueden volver a la superficie. Pero la seguridad nunca es total.

Durante el casamiento de un familiar, en casa de unos tíos, un misil iraní revienta en medio de la fiesta. La familia directa de Diari tiene suerte, pero doce invitados han muerto despedazados ante sus miradas impotentes.

Para este entonces, la familia se ha agrandado y han nacido dos hermanos más. Huelen que el peligro es inminente. Tendrán que volverse a mudar. Buscan resguardo en la población de Tapysafa, donde les prestan una casa. Cuatro meses después, el panorama ha mejorado y regresan a Shanadari.

Diari empieza primer grado con 7 años, pero ya ha vivido mucho más que otros chicos de su misma edad alrededor del planeta. Un día, jugando en el colegio, se rompe la pierna derecha y así se frustra su aprendizaje escolar de ese año. Poco después, enyesado, está disfrutando de una tarde apacible en la terraza de su casa cuando Subhan, que escruta el horizonte con sus largavistas, le anuncia algo aterrador: “Dicen que Saddam va a atacar con bombas químicas. Tenemos que irnos de aquí”.

El mismo día que las fuerzas iraquíes atacan con bombas químicas la ciudad de Halabja (el 16 de marzo de 1988) y genera una masacre entre los kurdos, Subhan saca del pueblo a su mujer y a sus hijos con lo puesto. Están demasiado cerca del horror. Llevan dinero en efectivo, pero dejan todo el resto. Se suben a un camión de carga y parten sin tiempo para derramar lágrimas. Sobrevivir es lo único que importa.

La ciudad que dejan se convertirá en escombros.

Los conflictos militares los han vuelto a expulsar del mapa.

Diari en Irán
Diari en Irán

El pueblo kurdo está amenazado. El ejército de Saddam busca a sus jóvenes para incorporarlos, por la fuerza, a la guerra. Por otro lado, la peshmarga, los combatientes kurdos que luchan por conservar un territorio, son perseguidos por el ejército iraquí que los considera terroristas.

En medio de ese fuego cruzado, las familias kurdas se las ingenian para subsistir. Los Latif llegan a Kanipanka, una población más pequeña, pero los acontecimientos vuelven a empujarlos a escapar. Cada vez más cansados y con menos recursos, se dirigen a una ciudad llamada Solimania. Recalan en un enorme hospital abandonado, con otros cientos de familias. A ellos les toca una gran habitación que dividen en dos con una pared de durlock: una parte es para la familia de Diari y otra, para la de un tío. En esta ciudad, Diari logra terminar primer grado. Recuerda hoy que recorría “los 5 kilómetros de trayecto hasta la escuela en un lento tractor”.

Estando ahí, termina la guerra entre Irak e Irán. Pero la alegría no será duradera.

Una nueva guerra y la muerte del patriarca

En 1989; el Gobierno iraquí decide juntar a esos pueblos que había hecho descender de las altas montañas en una ciudad a la que llaman Halabja Nueva. En sus alrededores, en un lugar denominado Barika, se instala la familia Latif junto con todos aquellos que eran oriundos de la misma zona. Vecinos y familiares se reencuentran. Ahora sí, Subhan construye una buena casa y comienza una vida más placentera. Nacen los dos hermanos más pequeños. Ya suman ocho los hijos vivos de la pareja.

La felicidad es breve. Subhan se queda sin trabajo. Decide entonces que, para mantener a su gran familia, lo mejor es ir a ganar dinero a Bagdad, la capital del país. Consigue un contrato en una fábrica de cuadernos. Se instala allá y vuelve a sus pagos dos días por mes. Es el año 1990.

En uno de sus tantos viajes, Subhan llega de Bagdad preocupado y cargado de provisiones: harina, arroz y otros alimentos. Les comunica que ve negro el futuro, que habrá problemas, porque Saddam ha invadido Kuwait. La tiene clara: comenzaba la Guerra del Golfo.

Diari con su hermano Dara en Irán
Diari con su hermano Dara en Irán

Los deja bien aprovisionados, y retorna a Bagdad, pero ya no regresaría vivo.

Una noche, después de comer con sus compañeros de trabajo, cuando Subhan está cruzando una avenida, una camioneta Land Cruiser lo atropella. Lo mata al instante.

Su cuerpo vuelve a su ciudad en un ataúd envuelto con una bandera negra. Diari se cuela con su hermano y sus primos dentro de la mezquita cerrada donde van a velar a su padre. Al ver el cajón tapado cree que se han equivocado, que su padre no está allí de verdad. Una fugaz alegría, porque su primo mayor abre el ataúd y lo enfrenta con la muerte, cara a cara.

Han quedado solos con su madre.

Es por esos tiempos que un día, al salir del colegio, lo sorprende un bombardeo. Alterna el cuerpo a tierra con corridas a toda velocidad. Llega a su casa intacto. Se ha transformado en un sobreviviente de 10 años. Kurdo en persa significa “héroe”, así se siente él. Ya lo sabe, algunos jóvenes son reclutados con violencia por el ejército iraquí; otros deciden unirse voluntariamente a los combatientes kurdos que empiezan a reconquistar la zona de Kurdistán. Él es muy chico, pero siente el peso de mantener a su familia. ¿Cómo va a conseguirles comida ahora que su padre no está? Algo tiene que hacer. Decide trabajar. Agarra una bandeja y la llena con caramelos y chucherías. Se pone bajo el sol que pela a más de 40 grados y vende durante horas.

Diari con sus compañeros de contrabando en Irán
Diari con sus compañeros de contrabando en Irán

No le va nada mal. Empieza a colaborar en casa con un poco de dinero. Tiempo después se anima y, con sus propias manos, construye un kiosco de material.

Ha nacido el Diari emprendedor.

Saddam, el dictador

Las amenazas de Saddam Hussein, el líder de Irak, contra los kurdos resurgen. Anuncia que volverá atacar la zona y que matará a todos.

Esta vez, nadie espera ninguna señal, saben que es cierto. Rápidamente los pueblos kurdos, unas seis millones de personas, dejan sus casas y caminan rumbo a la frontera con Irán. Los Latif lo abandonan todo, una vez más. Para escapar del ataque caminarán unos cincuenta kilómetros. Tantos son los que huyen que la masa de gente se mueve con lentitud por la montaña. Estamos en el año 1991.

Una caminata helada por las alturas, con muchos hijos pequeños y sin comida, resulta dramática. Comparten dos frazadas y un nylon para protegerse de la lluvia.

“En esa montaña, el nylon valía más que una Ferrari”, reconoce Diari.

Fue una de esas noches que Diari robó. Arrebató unos panes a otra familia y salió corriendo. No toleraba oír llorar de hambre a sus hermanos.

Logran cruzar, e Irán les abre la frontera. Llegan de a miles a un campo de refugiados. Diari aprende a vender agua en botellas a los soldados para obtener algunos billetes. Sus habilidades como futuro comerciante están aflorando.

Un tiempo después podrán volver a su país, pero a otra ciudad, y deberán vivir en una carpa. En esos meses, los hermanos Latif han tenido todas las pestes posibles, pero han sobrevivido.

Diari en Irán
Diari en Irán

De pozos sépticos a minas antipersonales

Cuando logran retornar a Barika, encuentran que todo está casi intacto. Solo les han robado la bicicleta. A Diari se le ocurre comprar una heladera de telgopor y empezar a vender helado. Le va tan bien que contrata a dos amigos, a quienes les compra heladeras para que vendan para él. Sin embargo, con los meses, la gente comienza a irse del pueblo y Diari convence a su madre para mudarse más cerca de la ciudad.

Vende su casa por 50 dólares. Con ese dinero compra trigo para tener harina y poder hacer pan. Piensa que así no les faltará comida por un buen tiempo.

Como las casas se venden para ser desarmadas (lo que valían eran los bloques de concreto con que estaban hechas), Diari le ofrece al que compró la suya ayudarlo a cambio de dinero. Lo hace con tanto empeño que el hombre lo contrata para desarmar otras edificaciones. Como buen buscavidas, Diari descubre algo más con qué ganarse el sustento: los pozos sépticos. Están construidos con un material muy resistente, puede romperlos y vender el material. Busca aquellos que están abandonados y se pone manos a la obra. Gana buen dinero, pero se cansa del enorme esfuerzo que esa tarea requiere. Decide probar como lustrabotas, parece mucho más fácil. Pero esa tarea le hace mal anímicamente, se siente un esclavo. Él aspira a más. Entonces, con un amigo que tiene un detector de metales, se lanza a buscar tesoros metálicos por la montaña. Van en busca de balas, cobre y aluminio. Justamente las minas antipersonales tienen en su interior ese aluminio.

Aprende, como un preciso relojero, a desarmar las peligrosas minas sembradas por la guerra. Caminan, con cuidado, sobre piedras para evitar convertirse en víctimas. Cuando las encuentran las desactivan y extraen el aluminio que llevan dentro.

“Diez minas daban un kilo de aluminio que nosotros vendíamos muy bien”, hace memoria Diari.

Diari con amigos en Irán
Diari con amigos en Irán

Lo que encuentran, lo venden en el mercado.

La aventura termina pésimo. Un día, su amigo Ali pisa una mina y pierde su pierna derecha.

Contrabando a Irán

Una vez más, Diari cambia de rumbo. Decide dedicarse a vender frutas y verduras. Con sus habilidades comerciales crece con velocidad. Él ya mantiene su casa, donde viven nueve personas. No da abasto y emplea a sus primos. Quiere progresar, y se obsesiona con ir a comprar buena mercadería a Teherán, la capital iraní.

No tiene pasaporte así que viajar será una expedición de riesgo. Debe cruzar las montañas caminando y arreglárselas para que no lo descubran. Las dos veces que lo intenta termina en la cárcel, con la cabeza rapada. Regresa a su casa avergonzado mientras escucha los ruegos de su madre para que no vuelva a intentarlo. Diari no es fácil de detener.

Un amigo le cuenta que vendió ovejas a Irán y que las llevó por las montañas. Él se ilumina: esa es la mejor forma de sortear la frontera.

Diari está convencido de que no puede esperar a que el mundo cambie, necesita él producir el cambio. El plan es cruzar la frontera, con un amigo, llevando doscientas ovejas vendidas a Irán.

El cruce dura tres noches de caminata durante las cuales deben espantar a los lobos salvajes que atacan a los corderos. Una vez del otro lado, sus cómplices los suben al camión de dos pisos donde van cargados los animales. Rodeados de lana viva, en el primer piso del vehículo soportan el pis ovejuno que cae desde el segundo nivel. Llegan bañados en orín, pero felices.

En Teherán, trabaja un tiempo y vuelve con dinero. En su cabeza tiene ahora otra idea mejor: llevar trabajadores iraquíes ilegales a la gran ciudad del país vecino. Sería un negocio muy redituable. Durante un año vive, entonces, contrabandeando trabajadores.

Diari en Irán
Diari en Irán

“¿Miedo? No, no tenía miedo. Porque los iraníes no decían demasiado, sabían que éramos pobres llevando pobres a trabajar”, confiesa.

Su veta de comerciante lo lleva a invertir lo ganado en ochenta estufas que compra en Irán para abastecer su región, pero en la frontera lo descubren y le expropian la mercancía. Diari no se derrumba, pero lo ocurrido lo lleva a una decisión límite.

“Tengo que irme a Europa. No podemos seguir así”, le dice a su impotente madre, que no sabe cómo desalentarlo. Su hermano mayor ya estudiaba sociología, y él necesitaba ser el proveedor del dinero familiar.

La quimera europea

Se organiza y reúne a once hombres sin documentos para emprender la aventura de llegar a Europa. El plan es cruzar desde Irán a Turquía y, luego, pasar a Grecia. Tienen, según sus cálculos, un 75 por ciento de chances de morir en el intento, pero sienten que vale la pena correr el riesgo.

Cuando ingresan por las montañas a Turquía, nevaba y hacía mucho frío. Tienen la mala suerte de ser sorprendidos por soldados turcos que, en medio de la noche, les disparan sin ver. Nueve de ellos corren hacia atrás y reingresan a Irán. Diari y su primo, en cambio, se tiran en la nieve aterrados y se quedan muy quietos, como muertos. Son las tres de la madrugada. No se animan a moverse, a pesar del frío, hasta tres horas después. Cuando quieren levantarse, no pueden. Tienen las piernas congeladas.

Diari (arriba, el segundo desde la izquierda), junto con sus hermanos, hermanas y su madre, Najiba
Diari (arriba, el segundo desde la izquierda), junto con sus hermanos, hermanas y su madre, Najiba

“Esa noche no morimos de milagro. No podíamos caminar. Empezamos a movernos, poco a poco, y la sangre empezó a circular muy lentamente. Nos tomó un par de horas poder pararnos y dar algunos pasos”, relata sin dramatismos.

Diari se da cuenta de que están al filo de la muerte o de perder las piernas. Sin embargo, logran descender a los tumbos. Están vivos. Después de ocho horas de caminata por la nieve y sin un claro rumbo, encuentran una casa. Es un milagro: son kurdos. Duermen, comen y descansan para unirse, poco después, a otro grupo de cuarenta personas que tiene el mismo objetivo de llegar a Europa.

La marcha es cansadora. Su primo se agota y no quiere caminar más. Diari lo patea y le grita que siga, que no puede parar. Para ayudarlo carga su mochila: “Yo era de montaña, estaba acostumbrado a caminar mucho”, reconoce.

Un señor del grupo no da más. No tiene a ningún familiar que lo aliente y empuje a seguir. Se queda relegado. Diari sabe que morirá. Es el precio que todos están dispuestos a pagar.

Un par de días después, alguien los denuncia y terminan en la cárcel durante un mes. Los envían de vuelta a Irak.

En tiempos de Saddam los desertores eran castigados con la muerte. Se libran de ello porque los entregan a manos de los kurdos que militan en la frontera. Se han salvado.

El sueño europeo había durado dos meses. Diari, con 18 años, ya se sentía viejo de alma.

Diari con su mujer, Amara, y su hija Maya
Diari con su mujer, Amara, y su hija Maya

Polizonte rumbo a Angola

Sabía que como kurdo iraquí no conseguiría un pasaporte. Sin ese documento, la tarea de emprender otro viaje era extremadamente difícil. A pesar de ello, Diari elucubra otro plan. Irá al puerto iraní de Bandar-Abas y esperará hasta conseguir un barco en el que pueda huir a Australia. Ese es su gran sueño.

Llega al puerto con una mochila, pero enferma de malaria. Se siente morir. Cuando se recupera, trabaja vendiendo bananas. Como no llega el barco que desea, con otras ocho personas, decide buscar suerte en Emiratos Árabes. Contratan una lancha para cruzar ilegalmente con un conductor que resulta drogadicto. Tienen que elegir un día en que el mar esté muy bravo. De esa manera, la policía marítima no los encontrará. Esta vez, Diari saben que tienen un 80 por ciento de chances de morir ahogados en el Golfo de Omán.

Cuando están en la lancha el miedo lo invade. Las olas en el medio de la noche son como una pared, una montaña oscura. “Pensé en mi madre… ¡pobre mi madre, todo lo que la había hecho sufrir!, y cerré los ojos”, cuenta. Pero sortean las olas y tocan tierra de madrugada.

La aventura árabe tampoco funciona. Días después son descubiertos y devueltos a Irán. “¡Menos mal que otra vez nos salvamos de que nos entreguen a la policía! Nos dejaron en el puerto”, aclara.

Obcecado, decide esperar algún barco para navegar hacia tierras más promisorias. Le han contado que vendrá uno de bandera griega en el que sería posible colarse. Se juntan siete jóvenes decididos a jugarse la vida. El plan es embarcar las bolsas de cemento que el carguero flotante llevará a Angola, África. Mientras lo hacen dejarán dos huecos para esconderse allí como polizontes. El barco griego arriba y el plan se consuma. Tienen por delante una travesía de veinte días. Con el movimiento del barco temen ser aplastados por la carga. Cuando se les acaban las provisiones encuentran la manera de subir a cubierta hasta la cocina de la nave para robar comida. Los descubren, pero el capitán les tiene compasión. Avisa a las autoridades y a la ONU que lleva siete polizontes. Es entonces cuando les comunica la buena nueva: están a salvo porque tienen estatus de “refugiados políticos”. A partir de ahora, pueden bajar en el país que quieran durante la ruta marítima.

Argentina, la nueva tierra

Diari se opone a descender en Angola, no tiene sentido bajar en un país peor que el suyo. Sus compañeros hacen lo mismo. Paga veinte dólares para hacer un llamado desde un celular ajeno. Logra avisarle a su prima, Kahnm Latif (hoy presidenta de los derechos de las mujeres de Irak) que ha llegado vivo.

El siguiente destino es Argentina. “Yo solo había escuchado hablar de Maradona y del Che Guevara… no sabía nada de Argentina”, confiesa Diari divertido.

La oficina porteña de Diari
La oficina porteña de Diari

El 1 de enero de 2002, Diari pisa suelo argentino en Rosario. Los comienzos son difíciles. La crisis del país no ayuda. Cuando se le acaba el dinero que le da la ONU termina por trasladarse a Buenos Aires. El año 2004 lo encuentra viviendo con la ayuda que le mandan sus parientes en sobres por correo.

En la capital porteña, Diari queda deslumbrado con el barrio de Once. El comercio y el bullicio de la zona le resultan gratos y familiares. Gracias a un amigo egipcio, que lo lleva a recorrer sus calles, un día decide empezar a confeccionar bastones para danzas árabes. Luego, comenzó a fabricar caderines. Cuando no pudo más hacerlo solo, consiguió gente que hiciera lo que él luego vendía.

Trabajaba duro y ahorraba todo lo que podía. Dejó la pensión y se alquiló un mejor departamento.

En el año 2005, ya tenía un buen pasar. Con los trece mil dólares que tenía ahorrados y un pasaporte legal en mano, sacó un pasaje a Siria, vía Londres, para comprar mercadería. Aprovechará el viaje para visitar a su familia en Irak. Encuentra que las cosas marchan mucho mejor. Saddam ya no está en el poder.

Vuelve a la Argentina con su cargamento para enterarse de que para lo que estaba haciendo tenía que ser importador. No piensa bajar los brazos: consigue un despachante de aduana y obtiene los papeles necesarios. Lo ha logrado.

A partir de allí, el capítulo argentino anda muy bien. Con enorme esfuerzo y préstamos de amigos, compra un galpón para sus mercancías, unas oficinas y alquila un lindo departamento en el barrio de Las Cañitas. También se aventura con locales por toda la costa, desde Santa Teresita a Pinamar.

En el año 2013, se casa con Amara, una brasileña hija de un libanés y una iraquí. Y en 2017, tiene a Maya, su hija de 3 años, que es su gran debilidad.

¿Cómo no iba a poder progresar en la Argentina un chico capaz de romper pozos ciegos o de desarticular minas mortales, como si fuera un experto en explosivos, para ganarse la subsistencia?

Diari con sus hermanos de visita en Argentina
Diari con sus hermanos de visita en Argentina

Ya sin guerras, sin hambre, con una profesión y papeles en regla, Diari siente que consiguió todo por lo que tanto ha luchado. Festeja sus logros, pero no olvida sus orígenes ni puede desentenderse de quienes la pasan mal. Está convencido de que “las religiones son un problema para la humanidad. ¿Por qué todos los que van a La Meca, al Vaticano o a Israel no le dan ese dinero a los niños del mundo para que no pasen hambre? ¿No sería eso lo que querría Dios? No me gustan los fanatismos. Si uno hace el mal, el mal te vuelve. Si tenés buen corazón, te vuelven cosas buenas. Esa es mi experiencia”.

En su empresa hoy son siete trabajando. Importa productos de bazar y de regalería desde China, India, Emiratos Árabes, Egipto, Malasia y Panamá. Después de casi veinte años de vivir en el país se siente argentino y cree que ya no se iría a ninguna otra parte: “Tengo empleados de Venezuela que se quejan por cómo está su país y yo les cuento que lo que yo viví allá era cien veces peor”. También asegura: ”Los argentinos no valoran el país que tienen. Hay que disfrutar la vida que tenemos y ayudar al resto. Cuando te morís, el dinero no te lo podés llevar. Yo conseguí en mi vida todo lo que me propuse, lo que quise lo logré”. Cuando se le pregunta cuál fue su receta, responde sin dudar: “Tener fe en mí mismo y trabajar sin parar”.

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