Bailaron tango por el mundo, la cuarentena los dejó sin trabajo, subsistieron vendiendo barbijos y hoy buscan volver a brillar

Emocionaron a Europa y parte de América, fueron convocados en el “Bailando” y para la apertura de los Juegos Olímpicos de Buenos Aires, en 2018. Ahora esperan ganar un subsidio del Fondo de las Artes para hacer realidad un proyecto propio

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Carlos Cisneros y Verónica López.
Carlos Cisneros y Verónica López.

Danza y aplausos. Viajes y teatros. Fervor en Europa, Estados Unidos, América del Sur. Verónica López (46) y Carlos Cisneros (26) no recuerdan la cantidad de escenarios sobre los que bailaron en las ciudades más grandes del mundo. Fueron cientos. Pero aún hace eco en sus oídos la ovación que recibieron a principios de marzo al despedirse de la gira en Lima, Perú, junto a la compañía de Mora Godoy, bailarina y productora.

No sabían que aquella sería la última gira ni que los sonidos de esos aplausos y los de sus propios zapatos lustrados bailando sobre la pista iban a cambiar por el ruido incesante de las máquinas de coser y los silencios de las madrugadas de un taller de Aldo Bonzi donde cosen barbijos para sobrevivir.

“En Alemania, además de aplaudir con sus manos, cuando algo les gusta mucho, el público golpea los pies contra el piso. Escuchar ese repiquetear y sentirlo ascender a mi pecho por las plantas de los pies fue una de las experiencias más hermosas que viví. Esa fue una de las tantas cosas que hoy extraño tanto”, confía Verónica a Infobae.

Carlos Cisneros y Verónica López en la apertura de los Juegos Olímpicos de Buenos Aires 2018.
Carlos Cisneros y Verónica López en la apertura de los Juegos Olímpicos de Buenos Aires 2018.

“A los dos meses y medio de la cuarentena ya había gastado mis ahorros y no tenía manera de seguir subsistiendo. Estaba atormentado y lo único que pensé fue en llamar a Felicia, la vestuarista de la compañía en la que bailaba y que tiene un taller de costura. Le conté que no sabía coser, pero que tenía muchas ganas de aprender y que necesitaba trabajar con urgencia”, cuenta Carlos Cisneros a Infobae y admite que sintió algo de alivio cuando la mujer le dijo que le daría un empleo para ayudarlo.

La misma desazón sintió Verónica, su amiga y pareja de tango desde hace más de 3 años, que además de bailar todas las noches atendía un puesto de accesorios de moda y bijouterie en una galería de Constitución. Ese trabajo le aseguraba los ingresos para llevar un plato de comida a sus dos pequeñas hijas. “Cuando empezó el aislamiento dejamos de bailar y cerraron todo. ¡No sabía qué hacer! Sin galerías, ni teatros, ni clases de baile nos quedamos no solo sin nuestro trabajo sino también sin sueños ni dinero. Por eso cuando Carlitos comenzó a coser barbijos le ofrecí venderlos por internet”, cuenta la mujer que a los 6 años supo que quería ser bailarina e ingresó a la Escuela Nacional de Danza del Teatro Colón.

Las primeras tandas de barbijos que confeccionó Carlos fueron donados a hospitales y personal de la salud de la zona sur del Conurbano. “Eran de friselina y los llevamos a la Clínica Modelo de Burzaco y a otros centros sanitarios cercanos. Después comenzamos a hacer tapabocas de tela para la venta. Nunca voy a olvidar a nuestro primer comprador: un hombre que encontré en las calles de Avellaneda, cerca del barrio que me acobijó cuando llegué a Buenos Aires temeroso por dejar mi provincia, Santiago del Estero”, revela emocionado el hombre que llegó a “la gran ciudad” en busca de cumplir el sueño de ser bailarín profesional.

Carlos Cisneros en plena confección de tapabocas. No sabía coser, pero ahora ve en esa actividad un "plan B" para cuando deje de bailar.
Carlos Cisneros en plena confección de tapabocas. No sabía coser, pero ahora ve en esa actividad un "plan B" para cuando deje de bailar.

A Carlos, los primeros meses de cuarentena le hicieron creer que los proyectos de tener junto a Verónica su propia compañía de danza -idea que terminaron de delinear en aquella gira por Lima- debían ser enterrados ante la incertidumbre del futuro. Para él, las cosas estaban cada vez peor.

“Alquilaba un departamento en Avellaneda y vivía solo, pero a fines de julio, cuando mi presupuesto se redujo mucho, tuve que mudarme porque no podía seguir pagándolo y comencé a compartir vivienda con un amigo en San Telmo”. Cada mañana sale temprano para llegar al taller en Aldo Bonzi, La Matanza, luego de una hora y media de viaje y sin horario de regreso ya que la jornada dependerá de los pedidos con los que deban cumplir.

“Muchas veces nos llegaron pedidos para entregar de un día para otro 200 barbijos... ¡Imaginate! Hemos llegado a quedarnos cosiendo toda la noche y sin freno para poder cumplir”, recuerda.

Carlos también hace de modelo para vender los barbijos que confecciona.
Carlos también hace de modelo para vender los barbijos que confecciona.

Pese a tantos malos tragos y Carlos hoy siente que de toda experiencia puede sacar algo positivo: “Gracias a esto empecé a meterme en el mundo de la costura y realmente me gusta mucho porque no pensé que podría expresarme a través de ella. Y hoy la veo como una segunda opción laboral porque los bailarines debemos tener siempre un plan B y también un plan C y D porque todos somos monotributistas, y eso no es bueno a futuro”, asegura.

Ver luz en la oscuridad le costó más a Verónica porque además de vender lo que su amigo confecciona comenzó a “ofrecer frutas y verduras en todos los grupos barriales de Facebook, pero no me fue bien. Siendo realistas, ¡fracasé! Invertí lo poco que tenía y el proyecto no funcionó. Eso me deprimió mucho porque empecé a vivir de mis pocos ahorros y no me quedó otra que pedirle ayuda a mi mamá, que es jubilada, y me prestó lo que pudo”, revela con tristeza la bailarina y se queja porque “en todos estos meses no recibimos la ayuda económica prometida para la actividad”.

La flexibilización de la cuarentena cambió un poco su presente, pero no como lo que esperaba. “Volví a abrir el puesto de la galería, sigo con la venta de los accesorios de moda y los tapabocas. Gano lo justo para reponer la mercadería y de eso queda un poco para comprar comida”, confiesa preocupada porque anhela el retorno de la actividad, con lo que se había ilusionado cuando anunciaron la apertura de los teatros.

Carlos y Verónica en uno de los Mundiales de Tango.
Carlos y Verónica en uno de los Mundiales de Tango.

Con la reapertura de los teatros, las compañías se esperanzan con su regreso a los escenarios, pero para la danza, especialmente el tango (que es imposible bailarlo sin contacto físico), aún no tiene fecha de retorno. Pese a ello, los bailarines ya pueden ensayar.

“Con Verónica estamos ilusionados y tenemos ganas de audicionar cuando se pueda. Hace unos días presentamos una obra en el Fondo Nacional de las Artes”, adelanta Carlos y Verónica completa: “Peleamos por ganar el concurso para poder tener un subsidio que nos ayude a realizar nuestro proyecto audiovisual que tiene que ver con nuestro arte”.

Carlos y Verónica junto a sus amigos bailarines durante un ensayo. Todos anhelan ganar el concurso del Fondo Nacional de las Artes.
Carlos y Verónica junto a sus amigos bailarines durante un ensayo. Todos anhelan ganar el concurso del Fondo Nacional de las Artes.

Para ese proyecto convocaron a doce parejas de bailarines de ritmos variados para realizar una fusión escénica pocas veces vista. “Estamos nerviosos y ansiosos esperando el resultado del concurso en el que pusimos todo”, asegura Carlos. Y Verónica finaliza emocionada: “Bailando se viven experiencias muy profundas a nivel interior y poder hacerlo como antes es lo que más deseo”.

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