Cómo es la extraña vida en el barco de Greenpeace que patrulla el océano en busca de saqueadores

Tripulantes que no hablan, un médico que deambula misteriosamente por la nave, un sauna secreto y una banda musical que ensaya en un helipuerto. Cómo es la rutina de los activistas que navegan desde el Atlántico norte para denunciar a los pescadores que arrasan con el océano y reclaman un tratado que proteja al menos el 30% de nuestros mares.

Compartir
Compartir articulo
Parte de la tripulación del Esperanza (en total son 22) preparados para salir a una acción. Los trajes de protección pesan cinco kilos pero son mandatorios para salir a los zodiac (los gomones con los que se acercan a otros barcos). Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace
Parte de la tripulación del Esperanza (en total son 22) preparados para salir a una acción. Los trajes de protección pesan cinco kilos pero son mandatorios para salir a los zodiac (los gomones con los que se acercan a otros barcos). Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace

-7:30. Good morning.

La puerta del camarote se abre apenas y Joshua Ingram asoma su cabeza. Anuncia la hora y sigue su recorrida. Lo mismo cada vez, lo mismo cada día: quienes estamos invitados en el Esperanza debemos despertarnos cada mañana a las siete y media y arrancar la jornada. A esa hora por la ventana se cuela una luz tímida que rebota en el océano y entra al camarote. Cada amanecer es un misterio: ¿estaremos cubiertos por niebla? ¿habrá barcos alrededor? ¿habremos vuelto a tierra? Los planes y las condiciones dentro del mar cambian de manera permanente.

Lo que no cambia es Joshua entrando a la habitación y anunciando el horario. No hay tiempo para meditar demasiado, el desayuno es entre las 7:30 y las 8:00 así que hay que saltar de la cama y salir al salón comedor. Queda poco espacio para la queja: los tripulantes arrancan su día mucho más temprano. A las visitas apenas nos toca desayunar y anotar nuestro nombre en una lista de tareas diarias: alguien debe limpiar los pasillos, alguien los baños, las duchas, la sala de estar y hacer la lavandería.

Los tres oficiales a cargo del puente (la sala de maniobra del barco), tienen la misión de conducir la nave, eso que en las películas de piratas se reducía a llevar el timón y gritar que alcen las velas. Pero acá no hay gritos ni velas. Lo que hay turnos corridos de cuatro horas cada uno, es decir: cuatro horas durante la noche conducen el barco, cuatro horas lo mismo durante el día. Después descansan o hacen otras tareas.

El capitán del barco, Sergyi Demydov, y la segunda oficial, Karin Bjork, en el puente de mando. "Me gusta este trabajo porque al estar tres meses afuera de casa, realmente disfruto cuando vuelvo", cuenta Karin.
El capitán del barco, Sergyi Demydov, y la segunda oficial, Karin Bjork, en el puente de mando. "Me gusta este trabajo porque al estar tres meses afuera de casa, realmente disfruto cuando vuelvo", cuenta Karin.

A diferencia de los pesqueros o la industria privada marítima -donde sigue siendo un universo de puros hombres-, en el barco de Greenpeace dos de los tres oficiales son mujeres: Simona Stoeva (tercera oficial a bordo, búlgara de 26 años), y Karin Bjork (segunda oficial, finlandesa, también de 26). Luego del capitán y del primer oficial, ellas son la autoridad a bordo.

“¿Por qué hago esto? Porque me gusta. Quería hacer algo diferente y empecé a estudiar para dedicarme a navegar. Soy la primera en mi familia”, cuenta Simona. Karin empezó a trabajar en el mar a los 18 años. Ya lleva casi nueve de experiencia y en algún momento es probable que sea capitana (el Rainbow, embarcación emblemática de la ONG, tiene una capitana mujer).

“Querría ser capitana pero por los otros, por el orgullo que podría darle a mis padres supongo, pero no tanto por mí”, cuenta. Su trabajo actual parece bastante más divertido que el de Sergyi Demydov (el actual capitán del Esperanza). A él se lo ve poco en el puente y mucho en su oficina mandando mails para certificar tal o cual cosa o hacer pedidos para cuando lleguen a tierra. Eso que en las películas de piratas se graficaba en Jack Sparrow, acá se asemeja más al gerente de una oficina.

Pero volvamos a las siete y media de la mañana. Amanecemos en algún lugar del Atlántico y bajamos a desayunar. Las reglas en el comedor son sencillas: 1) Cada uno lava lo que usa tras cada comida; 2) No se puede sacar siquiera el celular en esa sala. Quien lo hace será duramente castigado: tendrá que pagar una ronda de cerveza para todo el barco, que se cobrará en los tiempos libres.

Podríamos dividir la vida dentro del Esperanza en dos: la de los oficiales que se ocupan de las maniobras del barco, y la de los ingenieros.

Los segundos son los encargados de cuidar los motores del barco. No es tarea sencilla: se trata de un barco construido en Gdansk, Polonia, por una empresa rusa en 1984. Sus mañas son muchas, pero como la gran parte de las fabricaciones soviéticas, es una embarcación confiable. Su origen en parte explica que haya tantos tripulantes de Europa del este (el capitán por caso es ucraniano), y explica también que la sala de control de máquinas fue bautizada como “Chernobyl”.

El colombiano Luis Fernando Vasquez, segundo ingeniero de la embarcación, en la sala de control de máquinas conocida dentro del barco como "Chernobyl".
El colombiano Luis Fernando Vasquez, segundo ingeniero de la embarcación, en la sala de control de máquinas conocida dentro del barco como "Chernobyl".
Uno de los motores principales del Esperanza, modelo Sulzer V12. Luis es uno de los ingenieros responsables del mantenimiento. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace
Uno de los motores principales del Esperanza, modelo Sulzer V12. Luis es uno de los ingenieros responsables del mantenimiento. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace

“En los primeros tiempos de este barco como parte de la flota de Greenpeace hubo que traer marineros rusos para operarlo y que fueran traduciendo algunos de los carteles, porque estaban escritos en cirílico”, explica Luis Fernando Vasquez, segundo ingeniero a cargo del Esperanza y miembro de la tripulación de Greenpeace desde 1996. Navegó en casi todos los barcos que tuvo la ONG y participó de decenas de acciones.

El Esperanza funciona a diesel y tiene dos motores. Uno de ellos evitan utilizarlo porque consume el doble que el principal, pero si es necesario para ir más rápido para alcanzar algún barco contra el que se quiere hacer una acción, lo encienden. De lo contrario viajamos a una velocidad promedio de 8 nudos por hora.

El italiano Cristian Dalessandro, primer marinero. Es uno de los miembros de Greenpeace que estuvo preso en Rusia tras la acción contra la base petrolífera en el ártico.
El italiano Cristian Dalessandro, primer marinero. Es uno de los miembros de Greenpeace que estuvo preso en Rusia tras la acción contra la base petrolífera en el ártico.

Otro de los sistemas fundamentales a bordo es el que se utiliza para potabilizar el agua que se consume. Hay dos máquinas: una funciona de manera molecular y otra por evaporación. En ambos casos una vez que se le quita la sal al agua, pasa a ser mineralizada a través de otros filtros, para mayor seguridad.

Es fundamental tomar agua tratada. Enfermarse arriba del barco es una pésima idea a juzgar por las únicas palabras que le escuché decir a Valeriy Kharchenko, el médico del Esperanza: “No se enfermen a bordo”. Lo dijo el primer día y nunca más habló.

Es una persona extraña: después de la medianoche, si uno sale de su camarote lo puede ver como una alma errante recorriendo el barco. Camina los pasillos, entra a las salas comunes, visita cubierta siempre en silencio.

Consulté con la tripulación si tenía alguna labor particular pero nadie sabía nada ni lo había visto durante las noches. Es, claro, la consecuencia de no saber dormir cuando las aguas pegan fuerte. ¿Fue Valeriy lo que vi o me lo inventé? Más allá de eso, cumplí su orden de no enfermarme a bordo.

Vesko Zahariev, el tornero del Esperanza. Según los ingenieros a bordo, "es un mago". En su taller fabrica la piezas que dejan de funcionar. Es búlgaro y no le gusta hablar demasiado.
Vesko Zahariev, el tornero del Esperanza. Según los ingenieros a bordo, "es un mago". En su taller fabrica la piezas que dejan de funcionar. Es búlgaro y no le gusta hablar demasiado.

Otro de los grande valores de la embarcación es el búlgaro Vesko Zahariev, el tornero del equipo. Más allá de su nacionalidad, nadie sabe demasiado de él porque no le gusta hablar, mucho menos las fotos. Sin embargo, Luis dice que es una especie de mago. Dada la antigüedad de navío, su tarea en medio del océano es fundamental: en el tercer subsuelo tiene tres talleres en los que fabrica las piezas que se rompen o hacen falta. Así, si una biela se arruina, construye una. Si hace falta una pistón en tal motor, la fabrica. La cantidad de herramientas que tiene a bordo es infinita.

Mucho menos que él habla Ruslan Yakushev, también ucraniano. Es otra de las piezas claves del Esperanza y, dicen, quien más influencia tiene sobre el capitán. Suele suceder así en casi cualquier navío: las personas más respetadas son el capitán y el cocinero. Esa es la labor de Ruslan y sus dominios son impenetrables: nada de sacar fotos mientras cocina ni preguntarle nada. Si uno quiere carne, se anota en una lista y él se encarga, los pedidos no tienen que provocar ningún tipo de conversación.

Todos los días a las doce del mediodía y a las seis de la tarde se come. Hay una hora para bajar al comedor, alimentarse, limpiar lo propio, y salir. Después del horario, quien esté encargado de la limpieza en cada ocasión te pedirá que te vayas. Las concesiones no parecen ser la especialidad del mar.

El neozelandés Craig Owen, contramaestre del barco y responsable de los seis marineros a bordo. Aquí trabajando en su camarote, que compartió con el corresponsal de Infobae.
El neozelandés Craig Owen, contramaestre del barco y responsable de los seis marineros a bordo. Aquí trabajando en su camarote, que compartió con el corresponsal de Infobae.
Craig Owen tras la salida al mar de los zodiacs. Entre otras cosas, él es el encargado de manejar la grúa que deposita los gomones en el agua.
Craig Owen tras la salida al mar de los zodiacs. Entre otras cosas, él es el encargado de manejar la grúa que deposita los gomones en el agua.

Además de Luis, la otra persona a bordo verdaderamente comunicativa es Raphael Paul Schmiedebach, el primer oficial del Esperanza. Luego del capitán, es la máxima autoridad. Tiene 37 años y es oriundo de ciudad alemana de Oldenburg. Está casado y tiene un hijo de cuatro meses al que extraña, pero igual le gusta el tipo de vida que eligió. Se lo ve feliz andar por el barco, siempre con una sonrisa. Cada tanto, le gusta encender el sauna que hay a bordo y descansar ahí durante un rato.

-¿Un sauna? -le pregunté la primera vez que supe sobre su existencia.

Apenas sonrió y siguió su curso, como si se le hubiera escapado. Durante varios días pregunté por ese sauna, más intrigado por su existencia que interesado en probarlo. Nadie supo responderme hasta que un viernes, después de abrir todas las puertas posible, ahí lo encontré a Raphael descansando a más de cuarenta grados en su querido sauna secreto.

En esta misión Rapahel subió al Esperanza en Guyana hace poco más de un mes y fue bajando por el Atlántico. Todavía lo esperan varias semanas más por esta zona y luego de llegar a Ushuaia podrá volver a su casa, donde tendrá tres meses libres. Así es el régimen para los tripulantes de Greenpeace: tres meses embarcados, tres libres.

Raphael Paul Schmiedebach, primer oficial a bordo. Después del capitán, es el responsable de la embarcación. Es alemán, tiene 37 años y un hijo de cuatro meses. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace
Raphael Paul Schmiedebach, primer oficial a bordo. Después del capitán, es el responsable de la embarcación. Es alemán, tiene 37 años y un hijo de cuatro meses. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace
Así son algunos de los camarotes mas grandes del Esperanza. En este, el de las mujeres responsables de la campaña, entran cuatro personas. Los oficiales de alto rango son los únicos que no comparten camarote y tienen baño privado.
Así son algunos de los camarotes mas grandes del Esperanza. En este, el de las mujeres responsables de la campaña, entran cuatro personas. Los oficiales de alto rango son los únicos que no comparten camarote y tienen baño privado.

Los domingos son día libre en general para la tripulación. Es fácil reconocer cuando es domingo: primero, no llega la llamada de las 7:30 porque no hay nadie haciendo recorridas. Las zonas comunes están más habitadas y desde el hangar para helicópteros se puede escuchar venir la música. Es que entre Alice Gestin, Oliver Tassinari y Serkan Dadak tienen una pequeña banda a bordo y cada domingo y algunas tardes con la caída del sol se juntan a ensayar.

Alice (francesa) toca el bajo, Serkan (turco) la trompeta, y Oliver (sueco) la batería. Su música, combinada con la propia del océano, hacen de la experiencia algo difícil de olvidar. ¿Son la mejor banda sobre las aguas? Dudoso, algunos tenemos la ventaja de tener lo opuesto al oído absoluto.

La noche en el Esperanza empieza a las siete de la tarde, cuando ya todos comieron y deambula por cubierta el fantasma de la soledad. De pronto la mayor parte de la tripulación desaparece. Se irán a sus camarotes a ver alguna película o a charlar con los suyos, cuando el wifi satelital lo permite. Algunos, Luis, Raphael, se asoman a la sala de estar para conversar del pasado.

El sueco Oliver Tassinari en su día de descanso tirado en uno de los lugares preferidos de la tripulación: la cama de hilos sobre la popa.
El sueco Oliver Tassinari en su día de descanso tirado en uno de los lugares preferidos de la tripulación: la cama de hilos sobre la popa.
Serkan Dadak, marinero y trompetista. Es uno de los músicos que ensaya en el hangar para helicópteros. La aeronave solo va en el barco en los viajes a los polos. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace
Serkan Dadak, marinero y trompetista. Es uno de los músicos que ensaya en el hangar para helicópteros. La aeronave solo va en el barco en los viajes a los polos. Foto: Cristóbal Olivares / Greenpeace

En un momento de camaradería, estamos en el lounge tomando un vermú y alguien menciona una película. Sin entender cómo sucede, nos ponemos a ver “Gato negro, gato blanco”, de Emir Kusturica, que está almacenada en un disco rígido del televisor. La película, vista desde la inmensidad, parece otro arte. Aflora la sensación de que los marineros en algún lugar del tiempo inventaron otro orden de cosas, otro sistema para vivir. Con o sin internet según el clima, con o sin apuro según las aguas, con reglas firmes que nadie se plantea romper.

¿Es esto lo que siempre intuimos de los barcos? La sensación de que en algún lugar del mundo las cosas no debieron avanzar en la misma dirección que en el resto del planeta. Que debieron mantenerse antiguas, analógicas, diferentes a todo lo que nos hace mal. Pero son, claro, variaciones de un novato. ¿Quién es el hombre que aún hoy puede escribir algo nuevo sobre el océano? El mar es el cuerpo que no cambia, hablar sobre él es pura redundancia.

Y sin embargo, ¿no se trata de él este viaje? Todo el sentido se basa en que el mar cambia para mal. Que lo están (¿estamos? ) cambiando para mal.

Pero acá va la patrulla de los hombres y las mujeres que habitan el barco del tiempo detenido, acá van los botes a pelear contra la perversión del mar.

SEGUÍ LEYENDO