“Le agradezco la lección que me dio”: el día en que un militar le pidió perdón a Illia por el golpe

Inspirado por las palabras de Ernesto Sabato, en 1982 el coronel Perlinger le escribió una carta al ex Presidente: “Usted es uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país”

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Arturo Illia abandonó la Casa Rosada en 1966
Arturo Illia abandonó la Casa Rosada en 1966

El presidente Arturo Umberto Illia estuvo al frente de la Casa Rosada entre 1963 y 1966. Sin embargo, no logró poder cumplir con la totalidad de su mandato constitucional porque en lo que fue una constante en la Argentina del siglo XX, las Fuerzas Armadas se alzaron contra su gobierno y lo depusieron el 28 de junio de 1966.

Al frente de quienes fueron a expulsar a Illia de la Casa de Gobierno estaban el general Julio Alsogaray y el coronel Luis César Perlinger, quienes como legado profético recibieron estas palabras del presidente Illia: “La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos; he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano, le han causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. El país les recriminará siempre esta usurpación, y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho (…) Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial). A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!”.

El tiempo pasó, y como suele pasar, las cosas se ven con otro matiz. Esto es lo que ocurrió con el coronel Perlinger, quien diez años después de haber comandado el desalojo de Illia, escribió una “presentación” manifestando: “El Dr. Illia serenamente avanzó hacia mí y me repitió varias veces: ‘Sus hijos se lo van a reprochar’. ¡Tenía tanta razón! Hace tiempo que yo me lo reprocho".

Como afirmara su esposa, Marta Eva Conde Cordero, el coronel Perlinger fue detenido el 24 de marzo de 1976 en Zapala, cuando regresaba a su casa de Bariloche, y permaneció preso hasta septiembre de 1983. “Nunca fue sometido a proceso alguno, no fue torturado, desaparecido y muerto, como tantos argentinos y extranjeros en nuestro país. Perlinger permaneció a disposición de la Junta Militar hasta que ésta comenzó a preparar su retirada. Nunca la Junta Militar se atrevió a acusarlo de otra cosa que no fuera el haberse convertido en un militar democrático y sensible a las necesidades de los más humildes”, relató Conde Cordero.

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Poco antes de ser liberado, y meses antes de la muerte del ex Presidente, el 19 de julio de 1982, Perlinger dio un paso más en su afán de arrepentimiento y le envió una carta al propio Arturo Illia donde le exponía: “Hace unos días en General Roca, Ernesto Sabato dijo a la prensa: “¿Sabe qué tendrían que hacer los militares después de este desastre final que estamos presenciando? Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que hicieron. El mensaje de Sábato me ha llevado a escribirle estas líneas que pretenden condensar:

-Mi pedido de perdón por la acción realizada en 1976. (sic)

-Mi agradecimiento por la lección que Ud. me dio.

-Mi admiración a Ud., en quien reconozco a uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país.

-Quiero aclarar que de Ud. hacia mí sólo espero su perdón y que de mí hacia Ud. le deseo todo el bien que el destino le pueda deparar".

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El coronel Perlinger tardó diez años en reconocer su error, y algunos más en reconocérselo al principal damnificado de su accionar. Y aunque hoy son muchos los que erigen a Illia como un faro del deber ser de los funcionarios públicos, muchos otros aún no lo han reconocido.

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