
El hombre que hoy, 21 de septiembre, nacimiento de la primavera en la Argentina y del otoño en Montreal, Canadá, donde vive desde hace más de medio siglo, cumple la inusual edad de cien años, está al teléfono con Infobae.
Pero antes del diálogo, es imposible no presentarlo. Por ahora, sólo con dos definiciones del Hall de la Fama de la Ciencia: "Uno de los filósosofos vivos más importantes del mundo", y "Uno de los científicos más famosos de los últimos doscientos años".
–Hola… ¿doctor Bunge (Mario Augusto)?
–Sí.
–Le recuerdo nuestra cita telefónica…
–Bien. Formule las preguntas.
–Esta mañana, al despertarse y a un día de cumplir un siglo, ¿en qué pensó?
–En nada. Me di una ducha.
–¿Y mientras el agua le caía?
–Tampoco. En el desayuno, posiblemente. Y en uno de mis nietos, Emilio, que vino a visitarme. (Tiene cinco nietos).

–¿No pensó en la Argentina? (Nació en Florida Oeste, Vicente López).
–No. Hace mucho que no pienso en la Argentina.
–¿Por qué?
–Porque ya no me interesa. Hace un siglo fue un país importante, pero hoy no. Demasiadas dictaduras y crisis sociales, económicas y políticas.
–En Conversación en la Catedral, la novela de Mario Vargas Llosa, un muchacho le pregunta a otro: "¿Cuándo fue que se jodió el Perú?"
–Sí, lo recuerdo.
–Es de 1969… A medio siglo de ese libro, le hago la misma pregunta: ¿Cuándo se jodió la Argentina?
–El 6 de septiembre de 1930. Golpe militar de Uriburu, caída de Yrigoyen.
–¿Por qué, salvo breves momentos históricos, el país no pudo salir del peronismo y el populismo?
–El peronismo jamás habría conseguido lo que consiguió sin darles poder a los sindicatos.
–Pero antes también había sindicatos…
–Es cierto. Pero combativos, no serviles a lo que mandaba el líder.

–Algunos sostienen que cuando un movimiento político se convierte en una religión, todo está perdido. ¿Es el caso de la Argentina y el peronismo?
–Sin duda. Porque la religión no es razonamiento, es fe. Se cree o no se cree. No hay el menor rigor de pensamiento.
–¿Cuál fue el resultado?
–Está a la vista. El Partido Socialista fracasó. Todos los partidos fracasaron. Todo fue aplastado por el peronismo. Un largo golpear de bombo sin pensar… Pero no se asombre. Algo parecido está pasando en los Estados Unidos de Trump.
–Al parecer, no sólo en los Estados Unidos. En muchos países hay un auge de los nacionalismos fanáticos y del fascismo.
–Dos ismos que desplazan a todos los demás.
–¿La Argentina como el gran país que fue es irrecuperable?
–No. Hay que dejarse de lamentos y empezar de nuevo y desde abajo.
–¿Qué camino propone?
–El socialismo auténtico, no marxista, que nunca fue practicado y muchos confunden erróneamente con el estatismo. Es totalmente diferente…
–Entre sus mejores recuerdos, según leí, está su primera clase de Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, año 1956. ¿Por qué fue especial?
–Por un gran acontecimiento: cambié de profesión. De científico a filósofo.
–Entre sus más fuertes rechazos está el existencialismo. ¿Por qué?
–Porque los existencialistas han tirado su cerebro a la basura. Son lacrimógenos. No se basan en la idea de vivir y entender el mundo. Desprecian la ciencia y la matemática. Es una doctrina sombría que sólo sirve para deprimirse, destruirse, destruir. Y para colmo, ciertos escritos de Heidegger (Martin, filósofo alemán, 1889-1976) fueron usados por el nazismo.
–¿El existencialismo sigue vigente?
–No. En Europa está en decadencia. Nadie se anima a proclamarse existencialista. Pero todavía es famoso en América Latina. Colonialismo cultural…

–Habrá leído que en la Argentina una notable porción de alumnos del ciclo secundario no comprenden lo que leen. ¿Qué le sugiere?
–Porque el sistema educativo no exige pensar: sólo memorizar. Un concepto se retiene en la memoria, pero nadie se pregunta qué significa. Ni lo refuta, que es peor. Pero no es un mal exclusivo de la Argentina. En general, las ideas más importantes están ausentes en los programas. Las guerras crean armas cada vez más mortíferas para controlar al mundo, pero no piensan en la escuela. Recuerdo los murmullos en los pasillos de la universidad. Memorizaban, pero las ideas no les importaban en lo más mínimo.
–Usted se fue de la Argentina casi al filo de la dictadura de Juan Carlos Onganía, que vació la universidad pública de una generación de grandes cerebros. ¿Tuvo la intuición de lo que seguiría?
–Sin duda. Tuve miedo de la policía. En Montreal sólo una vez me visitó la policía… ¡para avisarme que mi auto estaba mal estacionado! En cambio, en mi país me metieron preso por no tener documentos de identidad…
A lo largo de su larga vida (repetición ex professo), Mario Augusto Bunge, hijo de un médico, diputado socialista, y de una enfermera alemana, rara vez puede contar sus títulos (genetista, filósofo, ensayista, sociólogo, profesor universitario, escritor y físico) y sus medallas. Por ejemplo, veintiún doctorados honoris causa, cuatro profesorados honorarios en Europa y América, Premio Príncipe de Asturias, Guggenheim Fellowship, dos Konex, etcétera. Pero sus sentimientos se inclinan más a los cuatro hijos de sus dos matrimonios: Carlos, físico; Mario, matemático; Eric, arquitecto, y Silvia, pofesora de neurociencia en Berkeley.
Defensor a ultranza de las ciencia duras, es famoso por sus vitriólicas definiciones contra todo lo contrario: las pseudociencias, los chamanes, los brujos ("Ya no quedan: sólo los políticos resisten"), la literatura psicológica contemporánea, el psicoanálisis ("procede sin los requisitos mínimos aceptados por la comunidad científica"), las medicinas alternativas ("Hay que impedir que los curanderos nos limpien los bosillos"), y todo cuanto no esté sostenido por las ciencias duras y su sine qua non: hipótesis, método para corroborarla, pruebas, y prohibido el "puede ser". Sólo vale el "es" o "no es".
Pero más allá de sus críticas, en especial a las Ciencias Sociales "por la imposibilidad de probar sus teorías", reverencia la fórmula E=mc"2. La cantidad de energía de un cuerpo es igual a la cantidad de su masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Albert Einstein y sus cuatro signos que abrieron el paso hacia las estrellas. Porque lo logró a través de una senda que Mario Augusto Bunge explicó así: "Es verdad que en la ciencia no hay caminos reales (royal roads). Que la investigación se abre camino en la selva de los hechos. Y que los científicos sobresalientes elaboran su propio estilo de pesquisas".
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