“Fui abusada a los 7 años por un cura y viví 30 años en penumbras”

El desgarrador testimonio de Julieta Añazco, una de las fundadoras de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina, que tuvo que vencer el miedo y el olvido para superar el trauma que le produjo ser sometida sexualmente cuando era niña

Compartir
Compartir articulo
Julieta Añazco fue abusada a los 7 años por un sacerdote, y hoy puede hablar del horror vivido (Foto: Nicolás Aboaf)
Julieta Añazco fue abusada a los 7 años por un sacerdote, y hoy puede hablar del horror vivido (Foto: Nicolás Aboaf)

A Julieta Añazco le brillan los ojos con un asomo de lágrimas cuando dice que tardó casi 30 años en recordar que había sido abusada por un cura cuando era una nena de siete. Dice que todo empezó con el miedo, un miedo que nunca había conocido. Ese miedo salió a la luz hace apenas cinco años, cuando nació su nieto.

Era miedo a todo. Tenía miedo de que mi nieto se cayera, de que no hablara, de que no escuchara, de que no pudiera ver, de que no sintiera… de que se ahogara en la pileta cuando estábamos todos cuidándolo… – dice Añazco a Infobae en el consultorio de la psicóloga Liliana Rodríguez, con quien comparte la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina.

Se trata de una organización de víctimas de pedofilia de sacerdotes y jerarcas eclesiásticos y que tienen una página de Facebook donde pueden encontrarse quienes padecieron situaciones de abuso.

Cuando empiezan a venir los recuerdos empecé a llorar y llorar y llorar. Sentí mucho dolor por lo que me había pasado

Añazco está sentada en un diván, pero se mantiene erguida, con el cuerpo en tensión, mientras cuenta que con el correr de los meses esos temores que no sabía de dónde le venían se fueron haciendo cada vez más intensos, tanto que le recomendaron que consultara con algún psicólogo o psiquiatra que la ayudara a superarlos. Fue en ese proceso cuando comenzaron a aparecer las espantosas imágenes.

-El primer recuerdo fue el del cura abusando de mí, pero ni sabía bien quién era, me acordaba solamente que lo llamábamos Padre Ricardo.

Empezó a buscar casos de abuso en Internet cuando sólo tenía algunos recuerdos fragmentarios, imágenes inconexas, y quería ver qué podía averiguar. Fue así, navegando en la red, que encontró un mensaje que la impactó.

-Era como un cartel que decía que si sufriste abusos sexuales en tu infancia sos una sobreviviente porque estás viva, porque pudiste superar un montón de cosas… Leí la palabra sobreviviente y fue un impacto. Esa palabra hizo que empezara a buscar, quise saber qué les pasa a las personas que habían sufrido abusos en la niñez… y mientras leía me identificaba en todo lo que contaban.

Todos los chicos que íbamos al campamento nos confesábamos. Entonces mientras nosotros le decíamos “los pecados” nos tocaba todo el cuerpo

A medida que encontraba síntomas e indicadores en otros, recordaba que ella también los había sufrido: falta de concentración para estudiar, no poder comer, depresiones, intentos de suicidio, todos padecimientos que había tenido al final de su infancia y durante su adolescencia.

También empezó a contar su historia –lo que iba recordando – en su muro de Facebook donde, además de apoyos y solidaridades, recibió noticias. Así pudo descubrir el caso de un cura que había sido denunciado por abuso en Magdalena. También se llamaba Ricardo, como su abusador, y entonces supo su nombre completo: Héctor Ricardo Giménez.

Casi al mismo tiempo, Julieta Añazco recordó que dos años atrás, al pasar con otra persona frente a la Iglesia del Sagrado Corazón de City Bell, había comentado casi con indiferencia que ahí había un cura abusador. Eso lo había comentado como si se tratara de un dato ocasional, sin darse cuenta de que tenía que ver con ella.

No entendía cómo había podido negar su abuso hasta ese punto.

Modus operandi de un abusador

Por invitación de unas amiguitas que vivían en Gonnet, una localidad de las afueras de La Plata, Julieta Añazco participó de un campamento organizado por el cura Héctor Ricardo Giménez en una estancia de Bavio, cerca de Magdalena. Corría 1979 y Julieta tenía 7 años; el Padre Ricardo, como lo llamaban grandes y chicos, estaba por cumplir los 50.

Julieta Anazco a los 7 anos
Julieta Anazco a los 7 anos

Ahora, acompañada por la psicóloga Liliana Rodríguez, Julieta reconstruye para Infobae qué pasó en ese campamento.

-Él no hacía distinción de sexo ni de clase social ni de nada. Directamente en el momento de la confesión nos hacía hacer una fila… tenía una carpa chiquita que era el confesionario, y en la fila estábamos todos, nenas y nenes, todos los chicos que íbamos al campamento para confesarnos. Entonces ahí él nos apoyaba en su cuerpo y mientras nosotros le decíamos "los pecados" nos tocaba todo el cuerpo. Totalmente impune.

-Los abusaba por separado…

-No, no solamente. Había también una carpa muy grande donde dormíamos los más chiquitos, entrábamos cerca de quince niños. Dormíamos todos alrededor de él, y los que estaban más cerca eran los… preferidos del cura. Todos veíamos lo que hacía, cuando nos bañaba también.

-¿Los bañaba?

-Nos bañábamos de a grupos y él venía, y con la excusa de enjabonarnos y ayudarnos a bañarnos nos tocaba, a las nenas y a los nenes.

-¿Recuerda otra cosa? – pregunta, con pudor, Infobae.

-Hay chicas que recuerdan cosas más terribles que las mías. Recuerdan que él las desnudaba, les sacaba fotos y se las mostraba. Eso me lo contó una de las chicas que se contactó conmigo cuando yo empecé a contar lo que me había pasado con el cura. Yo de eso no me acuerdo…

-¿No había otros adultos?

-Sí, había otras personas que nos cuidaban. Había chicos más grandes, como de veintipico, que serían algo así como celadores. Una catequista que participó de aquel campamento, que en ese momento era una adolescente, me contactó y me contó que una nena fue y le dijo: "Mirá, el Padre Ricardo me hizo esto y esto", y que entonces ella se lo comentó a uno de los jóvenes que nos cuidaban.

-¿Y qué pasó?

-Esta catequista me dijo que el muchacho fue a preguntarle o a decirle al cura Giménez y el cura le negó todo, que era imposible, que la nena estaba mintiendo. Y bueno, le creyeron al cura…

“Me di cuenta de que era muy grave, pero también de que no era la única, yo no estaba sola con este dolor “, cuenta Julieta (Foto: Nicolás Aboaf)
“Me di cuenta de que era muy grave, pero también de que no era la única, yo no estaba sola con este dolor “, cuenta Julieta (Foto: Nicolás Aboaf)

-¿Fue el único campamento del que usted participó?

-No, fui tres o cuatro años, no me acuerdo bien. Y después, cuando ya era un poco más grande, fui algunos fines de semana con los scouts, y también estaba él. Todos los padres confiaban en el cura.

-¿Qué sintió cuando pudo reconstruir todo esto?

-Cuando empiezan a venir los recuerdos, una los naturaliza, creo, pero mi cuerpo empezó a hablar, porque yo empecé a llorar y llorar y llorar. Sentí mucho dolor por lo que me había pasado. Me di cuenta de que era muy grave, pero también de que no era la única, yo no estaba sola con este dolor espantoso. Y pensé que estos abusos deben siguen existiendo y que hoy debe haber también muchos chicos que están siendo abusados. Todo eso me decidió a denunciar.

-¿Le costó decidirse?

-No. Con la primera persona que lo hablé fue con mi hijo, que entonces tenía 21 años. Le conté lo que había recordado y le dije que quería hacerlo público. Le dije: "Mirá, yo no sé lo que va a pasar, seguro que voy a salir en los diarios o en la televisión, ¿vos tendrías algún problema?". Me dijo que no, y entonces lo denuncié. Poder hacerlo fue sanador para mí.

Prontuario de un abusador

Julieta Añazco hizo la denuncia con el apoyo de un grupo interdisciplinario, integrado a la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina, de la que ella misma fue creadora, la psicóloga Liliana Rodríguez, el abogado especializado en Derecho Canónico Carlos Lombardi; y también las letradas del Colectivo de Abogados y Abogadas Populares La Ciega Estefanía Celso y Lucía de la Vega.

Cuando Julieta lo denunció, el cura Héctor Ricardo Giménez ya tenía una condena por un abuso cometido en Magdalena en la década de los 90. Pero acumulaba quejas y denuncias desde 1960 y dos causas judiciales a partir de 1985, frente a las cuales la Iglesia hizo sistemáticamente oídos sordos.

Así se lo hizo saber al Papa Francisco en diciembre de 2016 una de las víctimas, María Eugenia, en una carta donde lo felicitaba por condenar el abuso eclesiástico pero le decía: "Aplaudo, festejo, que al fin esas almas encuentren en la iglesia un representante que denuncia el ultraje, pero debo admitir que aún lleva sobre sus hombros un peso que le doblega las rodillas y hace sudar su frente y, con ello, nos doblega a todos, nos lacera a todos los cristianos que creemos en usted. Me refiero a los actos de pornografía y pedofilia que sistemáticamente encubre el Arzobispado de la Ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires, en su país natal".

La denuncia de Julieta quedó radicada en 2014 ante la UFI 6 a cargo del fiscal Marcelo Romero, luego de un escrache realizado por la Red frente al Hospital San Juan de Dios, donde estaba destinado. A fines de 2015 el fiscal archivó la causa alegando la inexistencia del delito pero más tarde la desarchivaron y pasó a la fiscalía de Marcelo Martini, quien a pesar de los pedidos de los querellantes nunca citó a declarar al sacerdote.

-A mí me hicieron las pericias psicológicas, psiquiátricas… al cura nada, y al final lo sobreseyeron – dice Julieta.

Héctor Ricardo Giménez tiene hoy 84 años y por disposición del Arzobispado de La Plata vive en el Asilo Marín para ancianos, que depende de él.

Conspiración del silencio

El Arzobispado de La Plata, mientras tanto, guardaba silencio frente a la denuncia de Julieta contra el cura Giménez. Con la ayuda del abogado especialista en Derecho Canónico Carlos Lombardi, Julieta presentó un pedido de informes.

-Aprendí que ante cada denuncia penal que se le hace a un cura o monja por abuso sexual, la Iglesia paralelamente debe iniciar el debido proceso canónico. Como el cura Giménez ya tenía tres denuncias penales, hicimos la presentación y tardaron como un año, nunca me contestaron, hasta que mandamos una carta documento para ver si tenían alguna respuesta. Nos costó mucho llegar a un encuentro. Ellos me pedían un encuentro "sereno y reflexivo", o sea que no querían líos, y querían que fuera sola. También me ofrecieron un listado de abogados que trabajan con ellos para que me representaran. Es decir, me querían imponer un abogado para recibirme – explica Añazco.

El rol de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina fue fundamental en el caso de los curas del Instituo Próvolo de Mendoza (Foto: Nicolás Aboaf)
El rol de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina fue fundamental en el caso de los curas del Instituo Próvolo de Mendoza (Foto: Nicolás Aboaf)

-¿Finalmente la recibieron?

-Les planteamos que yo iba a ir con la abogada que me representaba, fuera de su listado, porque no podían estar por encima de la Convención de Derechos Humanos. Fui con Lucía de la Vega, que estaba embarazada, pero no querían dejarla entrar al Arzobispado. La escena no se me va a borrar nunca. En la puerta estaba el presidente del tribunal eclesiástico, tres escalones más arriba que nosotras, que estábamos en la vereda. Yo le dije: "No voy a entrar sola, voy a entrar con mi abogada", y él decía que no. Hasta que en un momento le dije: "¿Podríamos hablar los tres en el mismo nivel?" Entonces nos hace subir a su altura y al final no sé cómo pudimos entrar.

-¿Y entonces?

-Nos hizo ir a un sótano, con dos sillones, en uno estaba él y en el otro nosotras. Un lugar horrible, oscuro, tenebroso, frío. No había acta, no anotó nada de lo que se habló, nada. No me mostraron ningún expediente de mi denuncia. No me dieron copia de nada. Lo que ahí se habló quedó ahí. Él no me pudo decir lo que quería porque estaba mi abogada presente, por eso quería verme sola. Creo que me quería callar de alguna manera, no sé a cambio de qué.

El último contacto que Julieta Añazco tuvo con la Iglesia fue una invitación a viajar a Roma donde sería recibida, junto a otras víctimas de abuso, por el Papa Bergoglio.

Cuando la invitaron, a través del entonces embajador argentino en El Vaticano, Eduardo Valdés, pensó que era una buena oportunidad para denunciar qué estaba pasando. Sin embargo, otras víctimas de abuso integrantes de la Red le dijeron que rechazara la oferta.

-Yo estaba contenta, quería ir y llevar todas las causas de mis compañeros, pero todos me dijeron que no, que todos habían intentado llegar a Bergoglio cuando era cardenal, y él nunca contestó ni recibió a nadie. Me abrieron la cabeza y me dijeron: "Vos vas a ir allá, te van a sacar una foto y van a titular que el Papa les pidió perdón a las víctimas argentinas y mientras tanto los curas y monjas que abusaron de nosotros van a seguir estando en contacto con niños, que es lo que más nos preocupa a todos". Entonces dije que no – explica Julieta.

Sobrevivientes en red

En sus casi cinco años de existencia, la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina no sólo fue un ámbito de contención para Julieta Añazco y otras víctimas sino un espacio de denuncia e intercambio de información. Su papel fue decisivo, por ejemplo, en la elevación a juicio del caso de abuso en el Instituto para Niños Sordos e Hipoacúsicos Próvolo, de Mendoza, donde están acusados sacerdotes y monjas.

-La enorme riqueza que tiene la Red es su conformación, porque si bien son todas personas que han atravesado esta situación, la han atravesado con distintas relaciones dentro de la Iglesia. Hay integrantes que pertenecieron a la estructura eclesiástica, que tienen mucho más conocimiento que nosotras sobre lo que pasa dentro de ella. Eso nos ayuda mucho a seguir adelante con las denuncias y las causas – afirma la psicóloga Liliana Rodríguez.

Julieta Añazco dice que sin ese apoyo le habría resultado mucho más difícil seguir adelante.

-La verdad es que miro para atrás y no puedo creer todo lo que hicimos, todo lo que se generó. Eso está buenísimo, pero también me siento un poco cansada, porque fue todo una vorágine que no para nunca… porque aparece una nueva víctima y me pongo a pensar que ahora mismo, mientras hablamos, un chico puede estar siendo abusado por un cura o una monja y sigo adelante, no puedo evitarlo –dice, y por primera y única vez Julieta sonríe durante esta entrevista.

SEGUÍ LEYENDO: