
El sueño infantil es un componente esencial para el desarrollo físico, mental y emocional de niños y adolescentes. No obstante, una proporción considerable de menores no duerme lo suficiente.
La apnea obstructiva del sueño (AOS) pediátrica es un trastorno del sueño prevalente que se caracteriza por la obstrucción de las vías respiratorias superiores durante el descanso, lo que provoca desaturación de oxígeno e interrupciones durante la noche.
Para la población pediátrica, revisiones especializadas y consensos recientes, como Jadhav K et al. en PubMed, indican una prevalencia estimada global de entre el 1% y el 6% en niños, aunque no existe un número absoluto exacto oficial publicado. Estos rangos se emplean en la literatura científica internacional como referencia epidemiológica .
La carencia de sueño puede afectar el crecimiento, el aprendizaje y la salud mental, además de asociarse a problemas de conducta y dificultades escolares, como advierte la especialista en medicina del sueño pediátrica, la doctora Julie Baughn, en diálogo con Mayo Clinic.
Los bebés dedican más de la mitad de su tiempo a dormir, lo que resulta crucial para su desarrollo. Aunque no se comprenden todos los mecanismos, la evidencia científica indica que el sueño favorece la reorganización cerebral y el aprendizaje.
Sin embargo, la cultura actual, marcada por agendas saturadas y la omnipresencia de dispositivos electrónicos, tiende a restar prioridad al descanso, tanto en niños como en adolescentes.

Las necesidades de sueño varían según la edad y evolucionan a medida que los menores crecen. De acuerdo con las recomendaciones de Mayo Clinic, los lactantes de hasta un año requieren entre 12 y 16 horas de sueño diarias, incluyendo siestas.
Entre uno y dos años, la cifra desciende a 11-14 horas; de tres a cinco años, a 10-13 horas; y de seis a 12 años, a 9-12 horas. Los adolescentes, por su parte, necesitan entre ocho y diez horas cada noche.
Factores fisiológicos y sociales dificultan el cumplimiento de estas pautas. Los niños en edad escolar suelen despertarse temprano, independientemente de la hora a la que se acuesten, lo que puede derivar en un déficit crónico de sueño si el horario nocturno no es adecuado.
En la adolescencia, el reloj biológico tiende a retrasarse, lo que lleva a los jóvenes a acostarse y levantarse más tarde, en conflicto con los horarios escolares y las exigencias académicas y sociales.
Trastornos del sueño en niños y adolescentes
Entre los principales trastornos del sueño en adolescentes y en la infancia, la apnea obstructiva destaca por su prevalencia, afectando entre el 1% y el 5% de los niños, especialmente entre los dos y ocho años, etapa en la que las amígdalas y adenoides suelen estar agrandadas.

La doctora Baughn señala que la apnea puede simular síntomas de TDAH, como hiperactividad y problemas de atención, lo que a menudo conduce a diagnósticos erróneos.
Otro trastorno frecuente es el insomnio conductual, vinculado a rutinas inadecuadas o a la dependencia de ciertos rituales para dormir, como el balanceo o la lactancia. En niños con neurodivergencias, como el TDAH o el autismo, las dificultades para conciliar o mantener el sueño son habituales y pueden requerir estrategias específicas.
Además, el síndrome de piernas inquietas, caracterizado por una necesidad imperiosa de mover las extremidades al anochecer, puede dificultar el inicio del sueño y suele estar asociado a antecedentes familiares o a niveles bajos de hierro.
La narcolepsia y la hipersomnia, aunque menos comunes, suelen pasar desapercibidas durante años y manifestarse como somnolencia diurna excesiva.
Factores que afectan la calidad del sueño
Diversos factores ambientales y de estilo de vida inciden negativamente en la calidad y cantidad del sueño. El uso de pantallas y sueño antes de dormir es uno de los más relevantes, ya que la exposición a la luz artificial altera el ritmo circadiano, especialmente en adolescentes.
“El uso de pantallas antes de dormir es uno de los factores más potentes que afecta el ritmo circadiano de los adolescentes”, advierte la doctora Baughn en declaraciones recogidas por Mayo Clinic.

La falta de exposición a la luz solar durante el día, acentuada tras la pandemia, también contribuye a la desregulación del sueño. El consumo de cafeína, presente en gaseosas y bebidas energéticas, puede prolongar su efecto hasta seis horas y provocar despertares nocturnos o sueño superficial.
Los horarios escolares tempranos dificultan que los adolescentes alcancen el descanso necesario, ya que su tendencia fisiológica es dormir y despertar más tarde. La rutina familiar, la sobrecarga de actividades y la falta de constancia en los horarios de sueño entre semana y fines de semana completan el panorama de obstáculos.
Recomendaciones para mejorar los hábitos de sueño
Frente a estos desafíos, Mayo Clinic propone una serie de recomendaciones prácticas para padres y cuidadores. Establecer una rutina nocturna constante, de entre 20 y 30 minutos, ayuda a preparar al niño para el descanso; la misma debe incluir actividades tranquilas y seguir siempre el mismo orden, como merendar, cepillarse los dientes, ponerse el pijama y leer un libro.
Es fundamental fijar una hora de acostarse adecuada a la edad y mantenerla tanto en días laborables como en fines de semana, evitando que los adolescentes duerman más de una o dos horas adicionales los sábados y domingos.
Además, limitar el uso de dispositivos electrónicos al menos una hora antes de dormir resulta clave para mejorar la calidad del sueño. La exposición a la luz natural y la actividad física durante el día también favorecen el descanso nocturno.
Para los más pequeños, la introducción de objetos de transición, como un peluche o una manta, puede facilitar la conciliación del sueño a partir de los 12 meses.
En cuanto a los suplementos y productos para dormir, la doctora Baughn subraya que la mayoría no está regulada ni probada en niños, por lo que recomienda precaución y consultar siempre con el pediatra antes de utilizarlos. El uso de melatonina, por ejemplo, solo debería considerarse en casos puntuales y bajo supervisión médica.

Reconocer las señales de alerta es fundamental para saber cuándo buscar ayuda profesional. Si un niño mayor de seis años retoma las siestas, presenta somnolencia diurna, dificultades persistentes para dormir o permanecer dormido, ronca tres o más noches por semana, o muestra cambios en el rendimiento escolar o el comportamiento, es recomendable consultar al pediatra.
Asimismo, si los problemas de sueño persisten tras ajustar los factores ambientales, o si existen antecedentes familiares de trastornos del sueño, la evaluación médica puede ser determinante para identificar y tratar condiciones subyacentes.
Promover hábitos saludables desde la infancia, limitar el uso de pantallas antes de dormir y priorizar el sueño en la rutina familiar son estrategias que, según Mayo Clinic, pueden marcar la diferencia en el bienestar de niños y adolescentes.
La exposición a la luz natural, la actividad física y la cautela ante productos no regulados completan el conjunto de medidas recomendadas para un descanso reparador y seguro.
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