
Hace 34 años un nuevo virus fue descripto por la comunidad médica. Se trataba del patógeno que produce la hepatitis C, una infección viral que provoca inflamación del hígado y, en casos graves, puede causar daño hepático irreversible.
Desde su descubrimiento en 1989, científicos de todo el mundo han avanzado en la comprensión del virus de la hepatitis C (VHC) y en el desarrollo de tratamientos que permiten su cura.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 50 millones de personas en el mundo padecen la infección crónica, y que cada año se producen aproximadamente un millón de nuevas infecciones. En 2024, cerca de 240.000 personas murieron por complicaciones como cirrosis y cáncer hepático.

Los expertos afirman que el virus puede permanecer silencioso durante décadas, lo que hace que muchas personas no sepan que están infectadas. Aproximadamente la mitad de los pacientes con hepatitis C crónica desconocen su condición, lo que aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades graves del hígado y complicaciones asociadas, como hipertensión arterial, diabetes y enfermedad renal.
Gracias a los avances científicos y médicos, el tratamiento de la hepatitis C cambió radicalmente. Hasta hace poco, requería inyecciones semanales y medicamentos orales con efectos secundarios importantes.
Hoy, los antivirales orales permiten que la mayoría de las personas se cure tras dos a seis meses de tratamiento, con menor riesgo de efectos adversos y resultados más rápidos.
¿Cómo se contagia la hepatitis C?

El VHC se transmite principalmente a través de la sangre. Según describe Mayo Clinic, las vías más frecuentes de contagio son:
- Reutilización o esterilización insuficiente de jeringas y agujas en hospitales o centros de salud.
- Transfusiones de sangre o hemoderivados no analizados correctamente.
- Consumo de drogas inyectables compartiendo agujas u otros materiales.
Existen también formas menos comunes de transmisión. El virus puede pasar de madre a hijo durante el embarazo o el parto. Asimismo, es posible la transmisión sexual si hay exposición a sangre, especialmente en personas con múltiples parejas sexuales o hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres. Estas vías, sin embargo, son menos frecuentes.
Al comprender estas rutas, los expertos enfatizan la importancia de la prevención y la identificación temprana de personas en riesgo para limitar la propagación del virus.
Cuáles son los síntomas de la hepatitis C

Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU, indican que la infección puede ser aguda o crónica. La fase aguda generalmente no causa síntomas y muchas personas eliminan el virus espontáneamente en un plazo de seis meses. Sin embargo, entre un 55 % y 85 % de los infectados desarrolla hepatitis C crónica, que puede durar toda la vida sin tratamiento.
Cuando los síntomas se manifiestan, pueden incluir:
- Fiebre
- Fatiga intensa
- Pérdida de apetito
- Náuseas y vómitos
- Dolor abdominal
- Orina oscura y heces claras
- Ictericia, es decir, color amarillento de piel y ojos
- Picazón en la piel
- Acumulación de líquido en el abdomen (ascitis)
- Hinchazón en las piernas
- Confusión o somnolencia (encefalopatía hepática)
- Aparición de vasos sanguíneos en forma de araña en la piel
En la fase aguda, los síntomas pueden aparecer de una a tres meses tras la exposición y durar entre dos semanas y tres meses. Según la OMS, cerca del 30 % de las personas eliminan el virus de manera espontánea, mientras que el 70 % restante desarrolla infección crónica con riesgo de cirrosis entre 15 % y 30 % en un periodo de 20 años.
“El diagnóstico y el tratamiento precoces pueden prevenir las lesiones graves del hígado y mejorar la salud a largo plazo”, señaló la OMS.
Diagnóstico

El diagnóstico precoz se realiza mediante pruebas de detección de anticuerpos contra el virus de la hepatitis C. Un resultado positivo indica exposición al virus. Para confirmar la infección activa, se realiza un análisis de ARN viral.
El U.S. Preventive Services Task Force recomienda que todos los adultos entre 18 y 79 años se realicen la prueba de hepatitis C, incluso quienes no presentan síntomas ni enfermedades hepáticas conocidas. Esta recomendación es especialmente relevante para personas con factores de riesgo como:
- Uso de drogas inyectables o inhaladas
- Resultados anormales en pruebas hepáticas sin causa identificada
- Exposición ocupacional a sangre, como trabajadores de la salud
- Trasplantes de órganos o transfusiones de sangre antes de 1992
- Pacientes en hemodiálisis prolongada
- Personas con VIH
- Personas nacidas entre 1945 y 1965, grupo con mayor incidencia
Detectar la infección de manera temprana permite iniciar tratamiento antes de que el daño hepático sea irreversible, mejorando el pronóstico y reduciendo complicaciones.
Pruebas para daños hepáticos

Una vez confirmado el diagnóstico, se evalúa el daño hepático mediante varias pruebas:
- Elastografía por resonancia magnética: combina resonancia con ondas sonoras para medir la rigidez del hígado y detectar fibrosis.
- Elastografía transitoria: utiliza vibraciones y ecografía para estimar la rigidez del tejido hepático.
- Biopsia hepática: extracción de una pequeña muestra de hígado para análisis detallado en laboratorio.
- Análisis de sangre: indican la extensión de la fibrosis y la función hepática.
Estas evaluaciones ayudan a definir el tratamiento más adecuado y a monitorear la evolución de la enfermedad, evitando complicaciones graves como insuficiencia hepática o cáncer de hígado.
Cómo se puede prevenir la hepatitis C

Aunque no existe vacuna contra la hepatitis C, es posible reducir el riesgo de infección mediante medidas de prevención simples y efectivas recomendadas por el Ministerio de Salud de la Nación:
- No compartir objetos personales que puedan entrar en contacto con sangre, como cuchillas, cepillos de dientes o pinzas.
- Garantizar que tatuajes o perforaciones se realicen con instrumentos esterilizados.
- Usar preservativos durante relaciones sexuales, sobre todo en personas con VIH o múltiples parejas.
- Evitar compartir agujas u otros materiales para consumo de drogas inyectables.
- Seguir protocolos de higiene y esterilización en entornos médicos y de cuidado de la salud.
Adoptar estas medidas disminuye la posibilidad de infección y contribuye a la salud pública, reduciendo la propagación del virus.
Tratamientos disponibles
El tratamiento de la hepatitis C ha cambiado significativamente. Hoy, los antivirales de acción directa (AAD) permiten la cura en más del 90 % de los casos con regímenes orales de corta duración, de dos a seis meses. Estos medicamentos son más eficaces, seguros y con menos efectos secundarios que los tratamientos anteriores basados en interferón.

El tratamiento se ajusta según el genotipo viral, el daño hepático existente, otras enfermedades y tratamientos previos. Durante la terapia, los médicos monitorean la respuesta del paciente para asegurar la eliminación del virus.
En casos de complicaciones graves, como cirrosis avanzada o insuficiencia hepática, puede ser necesario un trasplante de hígado. Aunque un trasplante no cura automáticamente la hepatitis C, los antivirales modernos pueden eliminar el virus antes o después del procedimiento, protegiendo el hígado trasplantado.
Adicionalmente, aunque no existe vacuna contra la hepatitis C, los médicos suelen recomendar vacunación contra hepatitis A y B para prevenir daño hepático adicional.
Los avances médicos han transformado la hepatitis C de una infección potencialmente crónica y mortal a una enfermedad curable en la mayoría de los casos. La detección temprana, la prevención y el tratamiento oportuno son claves para reducir la carga de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
La hepatitis C es una enfermedad silenciosa pero tratable. Con diagnóstico precoz, medidas preventivas y terapias modernas, se puede eliminar el virus, prevenir complicaciones graves y proteger la salud a largo plazo. La concientización, el compromiso colectivo y la atención médica oportuna son esenciales para controlar la hepatitis C y reducir su impacto global.
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