
La adopción de una dieta mediterránea podría estar asociada a una reducción de marcadores vinculados al riesgo cardiovascular, incluso cuando incluye carne vacuna magra. Así lo evidenció un estudio controlado publicado en el Journal of the American Heart Association.
El estudio reclutó a 30 adultos sanos en Pennsylvania, quienes completaron al menos dos periodos completos de dieta bajo estricta supervisión. Cada participante recibió cuatro tipos de régimen en distintas fases, cada una de cuatro semanas, entre ellas varias versiones mediterráneas que incluían 14, 71 o 156 gramos por día de carne magra cada 2.000 kilocalorías, más una dieta estadounidense promedio con 71 gramos por la misma cantidad de calorías.
Todas las dietas fueron diseñadas y aplicadas bajo un formato cruzado (crossover), lo que permitió que los participantes probaran más de un esquema, eliminando posibles efectos individuales. Entre cada periodo, se implementó una semana de lavado nutricional para evitar la influencia de la fase anterior. Según los autores, tanto los equipos de coordinación como los investigadores y analistas permanecieron “totalmente cegados” respecto a la dieta asignada en cada caso.

Durante cada fase, se extrajeron y analizaron muestras de sangre, orina de 24 horas y heces al comienzo y la conclusión. El análisis se realizó mediante técnicas como resonancia magnética nuclear de protones y cromatografía líquida–espectrometría de masa, métodos reconocidos en bioquímica clínica para la cuantificación de metabolitos.
Composición nutricional de los diferentes patrones
Entre los factores diferenciales, el menú mediterráneo tuvo menos sodio, con valores sistemáticamente inferiores a 2.300 miligramos por 2.000 kilocalorías, mientras que en la dieta estadounidense se registraron valores cercanos a 3.500 mg para la misma energía total.
El patrón mediterráneo fue más rico en grasas monoinsaturadas (91–110% más que la estadounidense) y poliinsaturadas (13–23% adicionales), mayor en fibra (15–30%) y en ácidos grasos omega 3 de origen marino, y más bajo en carbohidratos (20–33% menos) y grasas saturadas (28–54% menores). Además, se observó que el menú estadounidense resultó más elevado en colina fecal en comparación con el mediterráneo; este último, por el contrario, favoreció una mayor diversidad en la microbiota intestinal, indicador de salud gástrica y metabólica general.

“Las diferencias en la composición de cada dieta favorecieron cambios observables en los biomarcadores”, reportó el equipo liderado por Zachary S. DiMattia. “El patrón mediterráneo, en cualquiera de las variantes de consumo de carne magra, mostró una reducción en los niveles plasmáticos de TMAO (óxido de trimetilamina) de hasta 2,04 veces con las cantidades más bajas, y hasta 2,15 veces en orina, en comparación con la dieta estadounidense, manteniendo la carne constante”, dijo el experto. Esta molécula ha sido relacionada en diversas investigaciones con la aceleración de la formación de placas arteriales y riesgo de enfermedades cardíacas, lo que refuerza, según los autores, la relevancia de los hallazgos.
Lo novedoso del estudio residió en que aumentar la proporción de carne magra dentro del esquema mediterráneo —de 14 a 156 gramos diarios— no elevó los niveles de TMAO detectados en plasma, orina ni heces. El análisis del microbioma mostró una diversidad secundaria superior en los regímenes mediterráneos frente al estadounidense. “La dieta típica de Estados Unidos resultó en valores más altos de TMAO, pese a contener la misma carne que el plan mediterráneo intermedio”, subraya el trabajo publicado.
La interpretación de los autores es precisa: “Cuando el resto de la alimentación se sostiene bajo el patrón mediterráneo, la carne magra no parece ser el elemento que determina el aumento del TMAO u otros compuestos asociados al riesgo cardiovascular. La diferencia parece radicar en el conjunto de la dieta, no en los alimentos individuales”, sostiene el artículo.

Precauciones metodológicas y limitaciones
Pese a la rigurosidad de las técnicas y la incorporación de variables de control —como el cegamiento y la alta adherencia, superior al 90%— los mismos especialistas advierten que “todos los resultados sobre TMAO deben leerse como exploratorios y de corto plazo”; el ensayo fue diseñado primariamente para medir cambios en el colesterol LDL, y los análisis de TMAO se incorporaron en una etapa posterior.
El análisis abre interrogantes sobre el impacto más amplio de los patrones alimentarios sobre la salud cardiovascular, al margen de componentes individuales como la carne, según enfatizaron los responsables del estudio.
“Estos datos refuerzan la importancia de evaluar el papel del conjunto del patrón dietario más allá de los alimentos aislados”, concluyeron los autores, destacando el potencial del modelo mediterráneo para estrategias de salud pública.
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