La ex presidenta Cristina Kirchner salió al balcón nuevamente para salud a la militancia que se acercó a su domicilio en la calle San José 1.111 para recordar los tres años del intento de asesinato que sufrió cuando llegaba a su casa en el barrio porteño de recoleta.
De acuerdo con las imágenes, la ex mandataria se asomó por la ventana que da a la esquina de su casa, donde está cumpliendo con el arresto domiciliario tras la ratificación de la condena por parte de la Corte Suprema en la Causa Vialidad.
La titular del Partido Justicialista se asomó pasadas las 18 para saludar a los militantes que se concentraron bajo la consiga “Cristina. Ni muerta ni presa. Libre e inocente”. Según informaron diferentes medios, estuvieron presentes varios dirigentes porteños como Mariano Recalde, candidato a senador por Fuerza Patria para las elecciones nacionales legislativas.
Como así también estuvo el postulante a diputado por la Ciudad de Buenos Aires, Itaí Hagman. Además, participaron Raquel Olmos y Lucía Cámpora.

En su breve aparición, CFK saludó con las manos, sonrió y agradeció los cánticos, mientras algunos d elos presentes levantaban banderas argentinas y se escuchaban cánticos en respaldo de la ex mandataria.

Todo esto se da en el marco que este lunes 1 de septiembre se cumplen tres años del intento de asesinato que sufrió la por entonces vicepresidenta. Aquel día, Fernando Sabag Montiel le apuntó con una pistola en la cabeza y gatilló. Los militantes, incrédulos ante la situación, lograron reducirlo y finalmente fue detenido.
Cómo fue el intento de asesinato a Cristina Kirchner
Alrededor de las 20:49 de aquel jueves, Cristina Fernández de Kirchner descendió de su auto oficial en la esquina de Juncal y Uruguay. Caminó rodeada de simpatizantes y custodia, firmó ejemplares de su libro Sinceramente, posó para fotos y mantuvo breves intercambios con la multitud.
A las 20:52, un hombre logró abrirse paso entre la segunda fila de la multitud. Con determinación nerviosa, sacó una pistola Bersa, apuntó contra la cabeza de la vicepresidenta a centímetros de distancia y gatilló. El ruido seco del disparo —o, mejor dicho, de un disparo que nunca fue— no se transformó en sangre ni en muerte.
El agresor, Fernando Sabag Montiel, fue reducido entre empujones y gritos por la propia multitud y la custodia federal completó el resguardo un instante después. Cristina se agachó, y aunque no terminó de comprender de inmediato la cercanía del arma, continuó algunos pasos más entre la gente antes de ingresar al edificio, como si la gravedad del acto estuviera suspendida en una neblina emocional y política imposible de descifrar al instante. “Cuando subí y la vi esa noche, llevaba un tapado celeste, largo, que Cristina siempre comentaba. Me dijo: ‘Ay, Mayra, que nos vimos esta tarde’. Y cuando la vi, no sabía si explotar de angustia y emoción o calmarme. Le dije: ‘Cristina, gracias a Dios que estás acá’. Ella me respondió que no se dio cuenta, que no vio lo que pasó, y después vio las imágenes. Ella estaba tranquila, sorprendida”.
La escena se repitió cuadro por cuadro en los noticieros durante horas y días. El pánico y la perplejidad se adueñaron de los presentes. La vicepresidenta no ofreció declaraciones esa noche; quienes salieron a hablar, primero en voz baja y luego a micrófono abierto, fueron sus allegados, funcionarios y legisladores aliados. Mendoza, que corrió al departamento de Juncal y Uruguay junto a diputados y referentes kirchneristas, reconstruye esa secuencia como un momento de shock absoluto: “Nos saludamos con compañeros, nos abrazábamos sin saber si celebrar que estaba viva o lamentar lo que habían intentado hacer, porque ya se había traspasado el nivel de violencia de intentar matarla”. Arriba estaban Máximo Kirchner, Eduardo Wado De Pedro, María Luz Alonso, personal de custodia, secretarios. Todos juntos intentaban comprender fragmentos de información, escuchar los relatos de quienes estuvieron en la vereda y confirmar el estado de la vicepresidenta en medio de pericias de la Policía Federal y actualizaciones constantes que llegaban desde la calle y de los medios.
El dato judicial tardó solo unas horas en confirmarse: el arma que portaba Sabag Montiel —una Bersa .32 con cargador lleno— estaba apta para disparar pero no tenía la munición en la recámara. “Fue un momento tremendo, angustiante. El solo hecho de pensar que podría haber sucedido era algo que me nublaba. Y al día de hoy lo pienso y me nubla”, confiesa Mendoza.
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