
En los últimos años, el auge de las redes sociales y los filtros de belleza ha transformado la forma en que las personas perciben su propia imagen. Cada vez es más común buscar la “perfección estética” a través de procedimientos quirúrgicos o retoques faciales, una tendencia que crece en todo el mundo. Sin embargo, detrás de muchas de estas decisiones se esconden inseguridades profundas que, en algunos casos, pueden estar asociadas al trastorno dismórfico corporal (TDC), más conocido como dismorfia corporal.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), este trastorno afecta aproximadamente al 2 % de la población general y puede tener consecuencias severas en la salud mental y emocional. En el Perú, especialistas del Ministerio de Salud (Minsa) y del Seguro Social de Salud (EsSalud) han alertado sobre el incremento de problemas relacionados con la autoimagen, especialmente entre jóvenes que recurren de forma compulsiva a cirugías estéticas en busca de aceptación o validación social.
La preocupación por la apariencia física, cuando se convierte en obsesión, puede deteriorar la autoestima y generar un ciclo de insatisfacción permanente. Por ello, entender la relación entre el trastorno dismórfico corporal y el exceso de intervenciones estéticas es fundamental para promover una visión más saludable del cuerpo.
El trastorno dismórfico corporal
El trastorno dismórfico corporal (TDC) es una condición psicológica caracterizada por una preocupación excesiva y persistente por defectos físicos percibidos (reales o imaginarios) que suelen ser mínimos o imperceptibles para los demás. Las personas con este trastorno suelen pasar horas al día examinando su apariencia, comparándose con otros y buscando formas de “corregir” lo que consideran defectos.

De acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), esta alteración forma parte de los trastornos obsesivo-compulsivos y puede afectar gravemente la calidad de vida. Los pacientes pueden experimentar ansiedad, vergüenza, aislamiento social e incluso depresión.
Los signos más comunes incluyen mirarse constantemente al espejo o, por el contrario, evitarlo; realizar comparaciones frecuentes con otras personas; buscar procedimientos estéticos repetidos y sentir frustración constante con los resultados obtenidos. En casos graves, puede derivar en autolesiones o en comportamientos compulsivos que comprometen la salud física y emocional.
El exceso de cirugías estéticas
La cirugía estética, cuando se utiliza con fines médicos o de bienestar, puede tener efectos positivos en la autoestima. Sin embargo, cuando se convierte en una práctica compulsiva, puede ser una señal de un problema psicológico de fondo.
Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS), el número de intervenciones estéticas ha aumentado más de un 30 % en la última década. Aunque muchas personas buscan mejorar su aspecto, un porcentaje significativo de quienes se someten a múltiples procedimientos presentan síntomas compatibles con el trastorno dismórfico corporal.

Estas personas suelen creer que “corrigiendo” una parte de su cuerpo lograrán sentirse mejor, pero la insatisfacción regresa rápidamente. El problema no está en el cuerpo, sino en la percepción que se tiene de él. El resultado es un ciclo interminable de cirugías, frustración y decepción.
Además, la presión social y los estándares de belleza irreales difundidos por redes como Instagram o TikTok refuerzan la idea de que la apariencia define el valor personal. Esto genera una necesidad constante de validación externa que puede profundizar el malestar psicológico.
Promover una imagen corporal saludable
Combatir el trastorno dismórfico corporal y prevenir el abuso de la cirugía estética requiere un enfoque integral que incluya la educación emocional, la regulación de los procedimientos médicos y el acceso a apoyo psicológico especializado.

Los especialistas recomiendan fomentar una relación más compasiva con el propio cuerpo y reconocer que las redes sociales no siempre reflejan la realidad. No se trata de prohibir las cirugías, sino de entender por qué las deseamos.
Asimismo, es importante que los profesionales de la estética trabajen en conjunto con psicólogos y psiquiatras, especialmente cuando detecten signos de obsesión o distorsión de la autoimagen. La intervención oportuna puede evitar que una persona ponga en riesgo su salud física por motivos psicológicos no tratados.
El bienestar emocional no se logra en un quirófano, sino a través de la aceptación personal y del cuidado integral de la salud mental. Aprender a valorarse más allá del reflejo en el espejo es, sin duda, la mejor forma de sentirse bien con uno mismo.
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