
En los últimos años, la inseguridad ciudadana se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los peruanos. Robos, asaltos, extorsiones y actos de violencia se reportan con frecuencia en diversos medios de comunicación, generando un ambiente de miedo constante. Esta situación no solo afecta la percepción de seguridad en las calles, sino también la salud mental de millones de personas en el país.
Según cifras del Ministerio de Salud (Minsa), los trastornos de ansiedad han aumentado considerablemente en los últimos cinco años, especialmente en regiones urbanas donde la delincuencia es más frecuente. Por su parte, el Seguro Social de Salud (EsSalud) ha informado que, tras la pandemia y el aumento de casos de violencia urbana, las consultas relacionadas con síntomas de estrés crónico, ansiedad e insomnio se han incrementado en más del 30 %.
Uno de los efectos menos visibles, pero cada vez más comunes de esta exposición continua al peligro, es la hipervigilancia, una respuesta psicológica que mantiene a la persona en un estado de alerta permanente, como si estuviera en constante amenaza, incluso cuando no hay un peligro real e inmediato.
¿Por qué la inseguridad ciudadana genera hipervigilancia?
La hipervigilancia es una respuesta del cuerpo y la mente ante situaciones que han sido percibidas como traumáticas o peligrosas. En contextos donde la violencia urbana es constante, el sistema nervioso se adapta para sobrevivir. Es una especie de alarma interna que nunca se apaga.

Cuando una persona ha sido víctima de un asalto o ha presenciado actos de violencia, su cerebro puede quedar condicionado a interpretar muchos estímulos cotidianos como posibles amenazas: una motocicleta que pasa rápido, alguien que camina cerca por detrás, un grupo de jóvenes en una esquina. Esto ocurre porque la mente intenta anticiparse al peligro, pero en lugar de proteger, este mecanismo genera un desgaste emocional y físico.
La inseguridad ciudadana, al ser una amenaza real y cotidiana, refuerza este estado de vigilancia extrema. Las personas no se sienten seguras ni siquiera en su propio vecindario o al ir a trabajar, lo que impide que su cuerpo y mente entren en un estado de relajación normal.
¿Cuáles son las señales de la hipervigilancia?
La hipervigilancia puede manifestarse de diversas formas, tanto físicas como conductuales y emocionales. Algunas de las señales más comunes incluyen:
- Sensación constante de alerta: dificultad para relajarse incluso en ambientes seguros.
- Sobresaltos frecuentes: reacciones exageradas a ruidos, movimientos o situaciones imprevistas.
- Insomnio o sueño interrumpido: la mente permanece alerta durante la noche.
- Observación excesiva del entorno: mirar constantemente a los lados, vigilar quién entra y sale, cambiar de ruta por precaución.
- Irritabilidad y ansiedad: el estado de tensión constante puede llevar a cambios de humor repentinos.
- Aislamiento social: algunas personas evitan salir o interactuar por miedo a exponerse.
Estas señales suelen confundirse con simples actos de precaución, pero cuando se vuelven constantes y afectan la calidad de vida, pueden indicar un problema de salud mental que requiere atención.
¿Cómo la hipervigilancia afecta la salud física y mental?

La hipervigilancia sostenida en el tiempo tiene consecuencias importantes en el bienestar general. A nivel físico, este estado constante de alerta activa el sistema nervioso simpático, lo que se traduce en:
- Aumento de la frecuencia cardíaca
- Tensión muscular
- Problemas digestivos
- Dolores de cabeza o migrañas
- Fatiga crónica
El cuerpo no está diseñado para mantenerse en modo supervivencia de forma permanente. Este desgaste fisiológico puede derivar en enfermedades como hipertensión, trastornos del sueño y debilitamiento del sistema inmunológico.
En cuanto a la salud mental, la hipervigilancia puede evolucionar hacia trastornos más complejos como:
- Trastorno de ansiedad generalizada
- Trastorno de estrés postraumático (TEPT)
- Depresión
- Aislamiento social y pérdida de vínculos
Además, vivir con hipervigilancia limita la capacidad de disfrutar del presente, ya que la mente está atrapada entre el recuerdo del peligro y el miedo a que vuelva a repetirse.
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